Pegasus o Gran Hermano en versión Matrix

NSO Israel

Mis amigos siempre se burlaban de mí por no usar un smartphone. Tenía un teléfono de "otra época", un viejo Nokia que no podía conectarse a internet pero que al menos me permitía hacer llamadas y enviar textos, lo que en una vida no tan lejana ya era algo considerable. Por supuesto, echaba de menos todas esas aplicaciones que me permitían moverme por un lugar desconocido, no perderme en un país extranjero, no hablar con un desconocido por la calle y pedirle indicaciones... pero podía encontrar el nombre de una flor, traducir un menú en un restaurante al instante sin preguntar al camarero...  Cuanto más tiempo pasaba, más me convertía en un ser intemporal que rechazaba la modernidad.  

Durante todos estos años me resistí, sabía que esta tecnología era un señuelo, un peligro y que el precio a pagar era demasiado alto y que de todas formas no necesitaba comunicarme más en el mundo virtual ya que siempre he preferido el contacto directo. 

Pero hace poco tuve que entrar en la civilización 4.0. Había llegado al límite: mi banco me amenazó con dejar de permitirme acceder a mi cuenta, un director me excluyó de un proyecto por no tener WhatsApp... Necesitaba decenas de aplicaciones para entrar en los dictados de la tecnología. Me acerqué al mundo incorpóreo de lo digital despojándome de mis datos personales para estar en paz con mi entorno.  

Una vez dentro de la matriz de algoritmos, uno ya no tiene control sobre nada. ¿Adónde va a parar toda esta información recopilada? ¿Con qué fines? Tenemos muy pocas respuestas a estas preguntas. 

En 2018, la apropiación indebida de información personal en Facebook provocó un escándalo.  Al ser interrogado por el Congreso, el consejero delegado de Facebook, Mark Zuckerberg, admitió que su grupo recopila muchos más datos que los que sus usuarios publican en sus perfiles. De Zuckerberg a Pegasus sólo hay un paso y está dado desde hace tiempo. Amnistía Internacional ha denunciado constantemente su uso por parte de varios países para amordazar a la prensa o neutralizar al adversario. Lo que era ciencia ficción se está convirtiendo en realidad. Nos quedamos atónitos al descubrir que miles de personas son rastreadas sin que lo sepan: son periodistas, activistas de derechos humanos e incluso presidentes, ministros y embajadores... Ya nadie se salva, y una vez adquirida esta tecnología, es muy difícil no ceder al deseo de espiar a los demás. De la ciberseguridad a la ciberdelincuencia, el paso está dado. 

Como todos sabemos, cada vez estamos más vigilados por nuestros gobiernos. Muchos investigadores han escrito y advertido sobre estos cambios. Entre ellos Yuval Noah Harari, quien en 2018 advirtió que la inteligencia artificial podría "borrar muchos de los beneficios prácticos de la democracia y erosionar los ideales de libertad e igualdad". Concentrará aún más el poder en una pequeña élite si no tomamos medidas para detenerlo.

Ya estamos ahí, y sabíamos desde el principio que los excesos no tardarían en reducir nuestros espacios de libertad. 

La seguridad es lo primero, nos dicen. Sí, pero ¿a qué precio? 

Los Estados invierten constantemente en ciberseguridad para controlar a sus ciudadanos. Pero ¿de qué herramientas disponemos para controlar a nuestros líderes? ¿Cuáles son las repercusiones en nuestras democracias? En estos momentos se están poniendo en marcha campañas de comunicación para blanquear a tal o cual gobierno, declarar, justificar, desmentir... Las investigaciones están en marcha. Mientras tanto, Amnistía Internacional está compartiendo una herramienta de código abierto para ayudar a los investigadores de seguridad de la información y a la sociedad civil a detectar y responder a las amenazas de Pegasus. En 2019, e incluso antes de que estallara este escándalo, la ONG había confundido a la NSO tras el espionaje a periodistas y activistas de todo el mundo. La empresa israelí se ha comprometido a tomar medidas para evitar que sus herramientas se utilicen para cometer abusos contra los derechos humanos en el futuro. Desde entonces, no se ha hecho nada. Se han arruinado muchas vidas por culpa de los programas espía, y esto es sólo la punta del iceberg. Ahora que la dictadura digital está en marcha, ¿quién tendrá el valor de detenerla?  

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