Pero, ¿qué locura es ésta?

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Los rusos siguen amontonando soldados y equipo militar a lo largo de todas las fronteras de Ucrania y los americanos dicen que la invasión de este país es “muy probable” en los próximos días u horas, mientras diplomáticos enfebrecidos van y vienen (los no esenciales abandonan Kiev), se reúnen y hacen propuestas como negociar sobre desarme, maniobras, transparencia ... como han ofrecido tanto los Estados Unidos como la Unión Europea sin que hasta la fecha parezcan satisfacer los mínimos imposibles que se ha fijado el Kremlin. Porque igual que España no puede reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara, por mucho que desee tener una óptima relación con Rabat, tampoco el mundo le puede regalar Ucrania a Rusia o permitirle que la convierta en un Estado vasallo con soberanía limitada. Eso no es Europa.

Lo que aquí está en juego es el equilibrio surgido del fin de la bipolaridad y de la guerra fría, es el respeto de las fronteras que garantiza el Acta Final de Helsinki que también firmó la Unión Soviética, es el principio de soberanía, es el rechazo de la agresión y de la fuerza como forma de resolver las diferencias. Es la convivencia en el desacuerdo frente a la imposición de la ley del más fuerte.

Nadie sabe lo que el presidente Putin quiere hacer. Lo acaba de reconocer un inquieto Macron, que tiene elecciones pronto y pretende jugar Champions cuando lo suyo es la Primera División. Putin tiene sus razones pero no tiene razón. Probablemente no esperaba una reacción tan fuerte y sobre todo tan unida de europeos y americanos. Jugó a dividirnos hasta el final con campañas de desinformación e incluso enviando cartas a cada uno de los 27 miembros de la UE, que le ha respondido con una sola firmada por Borrell, en una maniobra magistral que ha molestado en Moscú. Ha pensado que la OTAN carecía de músculo (hace unos meses también lo pensaba Macron cuando dijo que estaba “en muerte cerebral”) y lo que ha logrado es resucitarla con fuerza, retrasando en años cualquier proyecto de defensa autónoma europea, igual que el desastre de Fukushima todavía impide que España tenga un debate sosegado sobre la energía nuclear, sus méritos y desventajas. Y si pensaba que Biden estaba harto de aventuras exteriores tras el desastroso fin de la emprendida en 2001 en Afganistán, y demasiado ocupado con su agenda política interna y con China, se ha llevado también un buen chasco. La relación entre los EEUU y Europa, muy dañada durante los años de Donald Trump, sale reforzada de esta dura prueba.

Y si no sabemos lo que piensa Putin, tampoco sabemos lo que le dijo Xi Jinping cuando le recibió hace unos días durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno. Sin duda a China le satisface ver a los EEUU con problemas en el teatro europeo pero no creo que le animara a invadir Ucrania porque para ella los principios de soberanía y de integridad territorial tienen la mayor importancia debido a sus problemas con Tíbet, Xinjiang y Hong-Kong, y a sus ambiciones sobre Taiwán, que considera tierra propia e irredenta. Además de que China tiene diez veces más comercio con Europa que con Rusia y un conflicto en el corazón de nuestro continente afectaría muy negativamente a esos flujos.

Ahora llega el momento de la verdad y Putin tiene que decidir, porque en Rusia es él quien lo decide todo, qué hacer: si invadir Ucrania y derrotarla en pocos días (pero luego enfrentarse a una ocupación complicada como le pasó a los EEUU tras vencer a Saddam Hussein en Irak), si anexionarse trozos elegidos de su geografía, por ejemplo Donbás o un corredor terrestre hasta Crimea, todo ello acompañado por el cese de sus exportaciones de gas a Europa, o si dar por terminadas las maniobras militares y replegar sus fuerzas militares. Esta última opción es la única que le permitiría evitar unas sanciones muy duras y preservar lo que queda de sus relaciones políticas y económicas con la UE, ya deterioradas por la anexión de Crimea.

Cada vez queda menos tiempo y a la margarita de Putin le deben quedar menos pétalos cada día que pasa. Supongo que por más que le rodeen sicofantes ansiosos por decirle lo que piensan que quiere oír, tiene muy claro -porque tonto no es- que por las malas nos haremos unos a otros mucho, mucho daño. Y que Rusia se llevará la peor parte. Su cálculo debe ser el de si a pesar de todo le compensa fagocitar a Ucrania y de paso hacer irreversible la absorción de Bielorrusia. Ese es el envite.

Una locura.

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