Opinión

Preparando el contraataque a Rusia

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Con desdén, ironía y sorna despachó a la Unión Europea Sergéi Lavrov, el avezado ministro de Asuntos Exteriores ruso, en su comparecencia ante los medios tras la reunión de Ginebra con su homólogo norteamericano Antony Blinken. El jefe de la diplomacia rusa mostró el rictus de quién creía haber logrado ya una victoria moral sobre Occidente: había conseguido –dijo- el compromiso de Estados Unidos de responderle pronto y por escrito a las exigencias de su jefe, el presidente Vladímir Putin. Ante la opinión pública internacional parecía por lo tanto que la exhibición de fuerza, músculo militar y diplomacia amenazante habían conseguido su principal objetivo: restablecer la jerarquía mundial de Rusia como gran superpotencia, lo que conlleva necesariamente atender sus demandas, es decir aceptar inclinarse ante las mismas, muestra ostensible de claudicación por el miedo que han suscitado las amenazas.  

Pues, resulta que ni Estados Unidos ni la propia UE pueden aceptar sin más semejante escenario, no solo porque evidenciaría la rendición moral de Occidente ante la fuerza del totalitarismo y violación del Derecho Internacional, sino también porque esa derrota provocaría el derrumbe en cadena de la arquitectura democrática de todo lo que aún podemos denominar sin eufemismos el mundo libre.  

Que Estados Unidos y la UE no desean una confrontación bélica es evidente. Son perfectamente conscientes de la catástrofe humana y económica propia que acarrearía. Pero, también lo es que no pueden permanecer impasibles y dejar que se expanda la convicción en la opinión pública internacional de que se han achantado ante el órdago ruso. Cundiría la sensación de que la amputación de territorios como Abjazia, Osetia del Sur y Crimea, pero también Lugansk, Donetsk o cualquier otra región que a Moscú se le antoje vital para su seguridad, son susceptibles de ser arrancadas de su país, simplemente porque quieran ejercer su derecho soberano a elegir sus socios, alianzas y amistades. Y, más allá de las meras declaraciones en favor de una apuesta por una solución diplomática, hay signos que demostrarían que la alianza transatlántica está preparando el contrataque.

Sanciones sin precedentes de verdad

Washington y Bruselas lo han esbozado repetidas veces, y parece que el arma de “unas sanciones sin precedentes” contra Rusia no se queda en mera retórica. Fundamental para conformarlas, articularlas e imponerlas es la unidad entre los aliados. En líneas generales se trataría de asfixiar la economía rusa, con un enorme coste, sí, para la propia UE, pero que pondría a Rusia en una situación mucho más vulnerable. 

El esquema de tales sanciones estaría ya dibujado, y correspondería a cada escenario posible a tenor del comportamiento ruso. Las represalias abarcarían desde la ruptura completa de las relaciones comerciales hasta la expulsión de Rusia del sistema mundial de transacciones financieras SWIFT. Son medidas tan brutales que ya se estarían previendo alternativas para paliar la contingencia de un corte total del suministro de gas y petróleo rusos a la Unión Europea, cuya dependencia energética de Rusia se ha convertido precisamente en su talón de Aquiles. Incluyendo el esencial capítulo de los hidrocarburos, la UE es el destino del 38% del total de las exportaciones rusas, mientras que, a cambio, Rusia es el destino de un escueto 4,1% de las exportaciones comunitarias. Moscú acumula no obstante inversiones europeas por valor de 300.000 millones de euros. Ese entramado de intereses mutuos es el que provoca las diferencias de criterio entre los Veintisiete, división que Putin y su fiel Lavrov tratan de azuzar al máximo.  

Pesan, pues, mucho los condicionantes pero es objetivamente mucho más importante lo que está en juego en este envite. Puede haber llegado el momento de que las nuevas generaciones de europeos encuentren en esta pugna el nuevo horizonte que justifique su existencia y su lucha por crear un mundo mejor, de libertades y de verdadera democracia, valores sin coste y a los que se habían acostumbrado tanto, que se les hacía inimaginable que pudieran serles arrebatados.  

El contraataque en ciernes no significará, ni mucho menos, el fin de la partida. Quedarán después muchas batallas por librar. Sin embargo, conforta saber que Occidente no baja los brazos, y que este momento puede ser el punto de inflexión que detenga lo que parecía su inexorable declive. Rusia es un gran país, desde luego, pero lo que transmite su actual régimen es totalitarismo y ambición desmedida de dominio sobre pueblos enteros a los que pretende sojuzgar so pretexto de su propia seguridad. Afortunadamente, no son esos los valores de la UE, a la que se ha ninguneado en las conversaciones directas EEUU-Rusia, pero con la habrá que contar si ella misma se cree su propia potencia y adopta las medidas y sacrificios que se imponen. Será también el momento en el que puedan aparecer líderes capaces de galvanizar a la ciudadanía europea en torno al objetivo de defender lo que tantos siglos de sangre y lágrimas costó conseguir. Fenomenal envite. Nada más y nada menos.