Opinión

Queda aún mucha sangre por derramar en Irán

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Más de 500 personas han sido ejecutadas en Irán legalmente en el último año, es decir como cumplimiento de otras tantas sentencias de los implacables tribunales islámicos iraníes. Un repunte brutal en la represión que viene a demostrar tanto la dureza de un régimen dispuesto a defender cueste lo que cueste su poder, como la desesperación de un pueblo harto de contemplar cada día más lejanas las perspectivas de gozar de la libertad que contemplan en las democracias occidentales. 

El dato se ha revelado coincidiendo con el llamamiento a través de las redes sociales a nuevas manifestaciones en todo el país bajo el eslogan surgido a raíz de la muerte el 16 de septiembre de la joven kurda Mahsa Amini, mientras estaba en las dependencias de la tristemente famosa Policía de la Moral. La proclama es simple: Mujeres, Vida y Libertad. Una denuncia que a ojos de las mujeres iraníes, y también por primera vez de los muchos varones que las secundan, se resume en la obligatoriedad de cubrirse adecuadamente con el velo islámico, que tape incluso el pelo de la mujer, motivo de escándalo por lo que se ve en la mente rigorista y bastante alterada de los ayatolás. 

En el seno del régimen parece librarse ahora mismo una nueva y brutal batalla interna por el poder. Lo demuestra la ambigüedad a propósito de la supuesta desaparición de la citada Policía de la Moral, instituida en 2005 como colofón a una letanía de medidas destinadas a afianzar el poder islámico-religioso, y acotar los márgenes por los que se pudieran desbordar las ansias de libertad de una juventud explosiva. El líder de la Revolución de 1979, Ruhola Jomeini implantó entonces la obligatoriedad de llevar el velo islámico, que fue además incluido en el Código Penal como ley especial en 1984. La creación de la Policía de la Moral en 2005 fue la última vuelta de tuerca para demostrar a las mujeres quién manda y que si querían compartir el espacio público con los hombres solo podrían hacerlo uniformadas bajo ese manto de sumisión so pena de fuertes castigos.  

El anuncio el pasado 3 de diciembre por el procurador general, pero sin corroboración posterior, hizo concebir algunas esperanzas de que pudiéramos estar a las puertas del derrumbamiento de un régimen que no solo ha sometido a sus ciudadanos a un control y represión brutales, sino también a una tensión cuajada de enfrentamientos y guerras delegadas en toda la región del Golfo. 

Los verdaderos dueños de los resortes del poder

Entre quienes han osado salir en manifestación en memoria de Mahsa Amini desafiando al régimen ya se cuentan más de 300 muertos, mientras que varios miles han sido confinados en prisiones en las que la tortura es lo habitual. Las detenciones se han multiplicado y la censura a internet convierte en heroica la hazaña de hacer salir del país imágenes que certifiquen lo que se está viviendo en las principales ciudades iraníes. 

Alcanzar como pretenden el respeto a las mujeres, a la vida y a la libertad en Irán no es, desde luego, para mañana. Queda aún mucha sangre que derramar para que eso suceda. Mientras tanto, los pasdarán de la Guardia Republicana afianzarán el poder que ya ostentan como auténtico pilar fundamental del régimen. Los ayatolás seguirán siendo la guinda de ese régimen, enfrentados entre diferentes clanes, entre los cuales el que mantiene la primacía es el del Guía Supremo, Alí Jamenei, seguido por el del actual presidente, el implacable Ebrahim Raisi. 

Puede que el hartazgo de los jóvenes iraníes acabe por derribar a los ayatolás, pero en ningún caso lo conseguirán, simultáneamente al menos, con las élites más armadas del régimen. De ahí que quepa aventurar que la nueva etapa que pueda producirse será sin duda la de una dictadura militar, capaz de hacer algunas concesiones que provoquen un espejismo de libertad a modo de bocanada de aire, pero sin tocar en absoluto al fundamento y los resortes de su inmenso poder.