Resucitar la Celac e instalar una moneda común latinoamericana

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Con toda lógica, la primera visita al exterior del presidente brasileño, Lula da Silva, ha sido a su tradicional competidor y vecino del sur, la Argentina de Alberto y Cristina Fernández. Su propia cumbre bilateral, llena de buenos propósitos y de teóricos grandes proyectos, precedía además a la VII Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), una organización que integra a todos los países del continente menos Estados Unidos y Canadá, nacida en 2010 para contrarrestar a la Organización de Estados Americanos (OEA), considerada entonces por Cuba, Venezuela e incluso el Brasil del primer Lula como un foro al servicio exclusivo de Washington.  

Lula posee un gran ascendiente sobre los actuales dirigentes del continente, la mayoría de ellos enclavados en un izquierdismo que se desliza peligrosamente hacia el extremo. Esa autoridad moral es en la que confían tanto Estados Unidos como la Unión Europea para reencauzar esa deriva, restablecer proyectos comunes y detener o al menos aminorar la influencia china en América Latina. 

La posible resurrección de la Celac dependería en gran parte del liderazgo de Brasil. Su ausencia durante el mandato de Jair Bolsonaro demostró la debilidad de una organización, a cuya creación contribuyó el propio Lula, pero que fue capitalizada especialmente por Hugo Chávez, que tomó así el testigo de la Cuba de Fidel Castro en su férreo antagonismo contra “el imperialismo norteamericano”.  

La Celac gozó de un cierto esplendor durante las cumbres en las que coincidieron las presidentes Dilma Rousseff y Cristina Fernández, de Brasil y Argentina, respectivamente, y cuando el pestazo de la corrupción impulsada por la poderosa Odebrecht se extendía a lo largo y ancho de todo el continente. Entró en crisis a partir de 2018 pese a los intentos del mexicano López Obrador, que en la cumbre de Ciudad de México de 2021 solo pudo reunir a lo más granado de la extrema izquierda latinoamericana. Ahora, en la de Buenos Aires, todo han sido parabienes a la vuelta de Lula al timón de la política brasileña, y las viejas proclamas “contra el bloqueo de Estados Unidos a Cuba”, mucho victimismo y no pocas promesas sin concretar de “trabajar por todos los latinoamericanos”. Por el contrario, solo el presidente de Uruguay, Lacalle Pou, se acordó de la violación de los derechos humanos en Venezuela, Cuba y Venezuela. Y sólo el de Paraguay, Mario Abdo Benítez, hizo referencia al exilio forzoso, político o económico, de los siete millones de venezolanos, que han podido huir de la persecución  y la miseria a que les somete el chavismo.  

No hay condiciones para el “euro latinoamericano” 

Si la cumbre de la Celac fue una exhibición de ideología sin ningún proyecto concreto, la bilateral de Brasil y Argentina tampoco fue pródiga en resultados, más allá del chute de euforia que exhibieron con sus abrazos Lula da Silva y Alberto Fernández, subrayado con el anuncio de crear una moneda única para ambos países, que pudiera extenderse al resto de la Celac a imagen y semejanza del euro.  

A priori el proyecto no suscita sino escepticismo, habida cuenta de las enormes diferencias existentes entre ambos países, cuyo denominador común en este aspecto es el ultraproteccionismo, antítesis precisamente de lo que se precisa para poner en marcha una moneda única. La desconfianza no es sólo de los analistas. Ellos mismos no lo deben tener claro cuando en un artículo firmado por ambos en el diario Perfil, ponen el acento en que cada país mantendría el uso de sus respectivas monedas, lo que dejaría en segundo plano a la nueva, cuyo nombre apenas esbozado es “sur”.  

Desde luego, a la vista de los indicadores que harían posible la puesta en marcha de ese proyecto, no se cumple ninguno de los fundamentales porque ni hay libre comercio de bienes ni servicios, ni de capitales, y mucho menos hay una cierta armonización fiscal y laboral. Por si fuera poco, los bancos centrales respectivos tampoco operan igual: el de Brasil mantiene su independencia del Gobierno, lo que se traduce en que el real, sin gozar del respeto del dólar o del euro, se considera una divisa fiable. Por el contrario, el argentino, obedeciendo a la Casa Rosada, le da a la máquina de fabricar billetes como un poseso para financiar el gasto público, causa evidente de una inflación del 95% en 2022 y de que un 43% de argentinos hayan traspasado el umbral de la pobreza.  

De ambas cumbres, la de la Celac y la bilateral argentino-brasileña, ha estado ausente el gran proyecto euro-latinoamericano del Mercosur. Solo Lula podría estar en condiciones, de aquel lado del Atlántico, de darle el impulso necesario para que no languidezca.  

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