Rusia y China

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Biden y Putin se acaban de ver en la ciudad suiza de Ginebra. China, que no estaba invitada a la reunión ha sido la gran ausente porque si algo preocupa de verdad a Washington es la posibilidad de un acercamiento entre Moscú y Beijing, algo no fácil pero tampoco imposible.

No es fácil entrar en la mentalidad de Vladimir Putin que ya está en su tercera década de gobierno. Un hombre ambicioso formado en la dura escuela de los servicios de Inteligencia soviéticos y con un alma nacionalista que le hace añorar sin disimulo la época en la que la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) se repartía el mundo con los Estados Unidos en esferas de influencia que ambos respetaban, de manera que los conflictos solo estallaban entre actores interpuestos y en la periferia: Grecia, Berlín, Hungría, Cuba, Vietnam, Checoslovaquia... Eran tiempos en que una vez derrotados los fascismos la pugna ideológica enfrentaba al comunismo con el liberalismo y la economía centralizada con la de mercado, era la época del equilibrio nuclear, la guerra fría y la “destrucción mutua asegurada”. Y ese era el mundo que le gustaba a Putin porque colocaba a Rusia, como cabeza de la URSS, a la par de los Estados Unidos, mientras China se desangraba internamente con los grandes crímenes de la época de Mao desde el Gran Salto Adelante a la Revolución Cultural.

Lo que pasa es que todo eso pertenece a un pasado que no volverá. La URSS implosionó por su ineficacia económica y por su opresión política (recuerden a la gente arriesgando la vida al saltar el Muro de Berlin para escapar del “paraíso comunista”), parió a una camada de una quincena de repúblicas independientes, desde Estonia a Kazajistán, perdió su control sobre Europa del Este desde los Países Bálticos hasta los Balcanes, y se vio reducida a sus actuales fronteras desde San Petersburgo a Vladivostok... que a pesar de todo hacen de Rusia el país más grande del mundo por extensión territorial, un país que mantiene un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU con derecho de veto y que es potencia nuclear.... pero que ya no es un poder al nivel de los Estados Unidos y que tiene que aguantar que Obama se refiriera a ella en cierta ocasión de manera displicente como una “potencia regional”. Putin nunca lo ha perdonado.

Moscú mantiene influencia sobre algunas de las repúblicas surgidas del fallecimiento de la URSS que gozan por así decirlo de una libertad vigilada que les impide actuar en contra de los intereses de un Kremlin demasiado próximo para sus gustos. Y cuando no se portan como quiere Moscú (por ejemplo buscando un acercamiento a la Unión Europea) pagan un precio como bien saben Ucrania -que ha perdido Crimea por anexión y la región oriental de Donbás por ocupación- y también Moldavia y Georgia, mientras otros encuentran comprensión a sus desmanes (Bielorrusia) o alivio a sus derrotas (Armenia). Lo que no se encuentra en ese mundo es simpatía o admiración por Rusia y eso Moscú lo sabe aunque no quiera verlo porque Rusia necesita esta zona de influencia ante la convicción de que la OTAN se le acerca y la cerca de una forma inaceptable desde los países Bálticos a Polonia o a Rumanía. Y no lo acepta.

Esa Rusia extensa y poco poblada, represiva con los opositores como bien sabe Alexei Navalny, sometida a sanciones políticas y económicas de la UE y de los EEUU, con población menguante, que únicamente exporta materias primas como gas y petróleo, y que tiene una economía solo ligeramente superior a la de Italia, busca con Putin su lugar en el concierto de naciones. Y lo cierto es que ha logrado tener un papel relevante en la crisis de Siria, donde ha aprovechado el hueco dejado por la retirada norteamericana para establecer una cabeza de puente desde donde extender su influencia (y la venta de sus armas) por todo el Oriente Medio, de donde había desaparecido en 1991. El diario Izvestia dijo entonces que la URSS había bailado su último tango en la Conferencia de Paz de Madrid.

Por su parte Xi Jinping ha abandonado la prudencia de Deng Xiaoping de priorizar la economía y “ocultar las capacidades” para embarcarse en una política expansionista, basada en la tradición de Confucio (respeto de la autoridad, primacía del grupo sobre el individuo), el autoritarismo (ha puesto fin a la dirección colegiada y al límite de tiempo en la presidencia), el personalismo (ha inscrito su “Pensamiento” en la Constitución, como antes había hecho Mao Zedong), nacionalismo (“China ha regresado”, ambiciones sobre Taiwán y el Mar del Sur de China), marxismo-leninismo y dictadura del Partido Comunista omnipresente (una meritocracia de 90 millones de miembros) que lo controla todo. Xi se legitima con el éxito económico como segunda economía del planeta (14% del PIB mundial) camino de ser la primera tras haber sacado a 600 millones de compatriotas de la pobreza, haber combatido con eficacia la pandemia y haber sido de hecho la única economía que en 2020 consiguió crecer en todo el mundo, aunque fuera a un modesto 2%. Como aspectos negativos cabe consignar las diferencias entre el campo y la ciudad, una natalidad decreciente y una represión acentuada que se manifiesta hoy de forma dramática sobre los uyghures de Xinjiang pero que también sienten Hong- Kong, Tíbet y el conjunto de la población gracias a sofisticados y tecnificándose sistemas de control social.

Xi piensa que Occidente está en decadencia y aunque el declive americano le parece inevitable sabe que aún no está condiciones de enfrentarse a los EEUU, por más que resienta lo que percibe como sucias maniobras de Washington para impedir que China ocupe en el mundo el lugar que legítimamente le corresponde. Como consecuencia el peligro de que pueda estallar un conflicto entre ambos es real y Michelle Flournoy alerta sobre los riesgos de “errores de cálculo” sobre todo en el Mar del Sur de China, que es precisamente el escenario elegido por el almirante Stavridis para situar su reciente “2034, a Novel of the next World War”. Graham Allison habla al respecto de “Trampa de Tucídides” en alusión al ataque preventivo de Esparta ante el amenazante crecimiento de Atenas.

El resultado es que Rusia escucha los cantos de sirena que le dirige China invitándole a acercarse para hacer frente juntos a lo que ambos consideran políticas hostiles de los Estados Unidos. Esa es probablemente la mayor pesadilla de Washington, la posibilidad de que Xi y Putin le hagan a Biden lo mismo que Nixon y Mao (con el asesoramiento de Kissinger y Chu En-lai) le hicieron a Brezhnev en 1972 tras los escarceos de la “diplomacia del Ping- pong”. Es una tentación que de hecho ya se ha traducido en un importante aumento de las ventas de gas y de armas rusas o en la celebración de maniobras militares conjuntas dentro de lo que China llama “asociación estratégica multidimensional de coordinación”, y que también les llevó a fundar la organización de Cooperación de Shanghai en una política que se puede definir como “nunca uno contra el otro, nunca uno completamente con el otro”.

Y esto demuestra que hay límites a este acercamiento ruso-chino por el recelo ruso ante la pujanza demográfica china junto a sus extensas regiones siberianas muy escasamente pobladas (últimamente China pierde población y de ahí el permiso para tener tres hijos tras la suicida política maoísta de un solo vástago); ante los progresos de la red de infraestructuras terrestres de la Ruta de la Seda en los “ países Tan” (Uzbekistán, Kazajistán, Kirguistán etc) surgidos de la órbita soviética: por la pugna encubierta que los dos países mantienen por ganar influencia en el estado tapón entre ambos que es Mongolia; porque persisten recelos mutuos que explican que China no haya reconocido la anexión de Crimea y que Rusia mantenga silencio sobre las pretensiones de Beijing en el Mar del Sur de China; y sobre todo porque Rusia sería el socio menor de la alianza y el macho alfa que es Putin tendría que ceder la primacía a Xi Jianping. Y eso puede ser demasiado pedir pues en la cabeza de Putin la URSS siempre fue por delante de China ... sin que valga recordarle que eso fue antes y que las cosas ahora han cambiado.

Jorge Dezcallar Embajador de España
 

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