Sergio en el polvorín de Bagdad

Sergio Vieria

El pacificador que acabó sepultado bajo las bombas tiene ya dos películas. La plataforma Netflix ha estrenado Sergio, el largometraje que dramatiza la trayectoria como diplomático de Naciones Unidas, como Alto Comisionado para los Derechos Humanos, de Sergio Vieira de Melo (Río de Janeiro, 1948- Bagdad, 2003), convertido en mártir tras su muerte en un atentado con camión bomba el 19 de agosto cuando trabajaba en el cuartel general de la organización en el hotel Canal de la capital iraquí.

La novedad cinematográfica es un tesoro para los analistas de la geopolítica y las relaciones internacionales, algo huérfanos de más proyectos audiovisuales que permitan entender mejor el mundo moderno y sus temerarios movimientos. La película se mueve en un doble sentido: las tareas profesionales de Vieira de Melo en los diferentes destinos a los que fue enviado, a cual más complicado, y su romance con Carolina Larriera, la joven argentina empleada de la ONU que conquistó su corazón cruzado ya el umbral de la cincuentena. Al film de Netflix no le falta una carga crítica en el sentido humano: cómo un hombre puede olvidarse de sus propios hijos, hasta de las citas con el alergólogo, al verse enfrascado en su actividad, por muy importante que sea para la evolución de los conflictos en el mundo. 

Imagen publicada por Netflix muestra a Wagner Moura, en el centro, y a Ana de Armas en una escena de “Sergio”

Greg Barker, el director de Sergio, vuelve a abordar la figura del recordado político, esta vez desde un punto de vista dramático y no documental como aquél otro Sergio de 2009 que profundizaba en los hechos más que en las emociones. Wagner Moura, de la hornada de actores del siglo XXI y procedente de Latinoamérica, sale de la piel de Pablo Escobar (Narcos) para dar cuerpo a un diplomático volcado en resolver enconados enfrentamientos entre naciones y territorios. Una actriz de carácter, Ana de Armas, a quien se echa de menos en aquellos estrenos que no la incluyen en cartel por su hiperactividad, da réplica con solvencia y comienza a convencernos a algunos de que puede llegar a ser una buena actriz dramática si no estropea sus elecciones en el futuro. La película es uno de esos ejemplos de libro de cómo son las producciones más destacadas que llegan al público en la actualidad a través de las nuevas plataformas y que cuestionan el dogma clásico de que el cine debe verse siempre en el cine. 

A través de varias vueltas atrás en el tiempo, Barker narra con sutil imaginería el proceso interior del diplomático brasileño durante las etapas más decisivas de su trabajo de pacificación en Irak durante la segunda guerra del golfo, en Timor Oriental y en Camboya. Sus pensamientos afloran cuando el personaje toma conciencia de la trascendencia de lo que hace, y de la necesidad de volver a sus orígenes: “Quiero caer del cielo como lluvia y quedar para siempre en el lugar al que pertenezco”. 

Sergio pasa de puntillas por las polémicas planetarias que provocó la intervención militar en Irak, con la coalición liderada por Estados Unidos y aquellos Consejos de Seguridad tormentosos en los que Colin Powell cuestionaba la vigencia de la “legalidad internacional” de la ONU, con sus datos erróneos sobre las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein. Durante su corto y efímero trabajo en Bagdad, en el que no le dio tiempo a muchos logros, Melo se distanció de la forma en que el ejército de Estados Unidos trataba a la población, y Barker lo documenta con imágenes de abusos en las calles y en cárceles como la de Abu Graib, en cuyas asfixiantes mazmorras Sergio mantiene una tensa conversación con el administrador Paul Bremer (Bradley Whitford), quien defiende que se trata de poner en su sitio a la resistencia.

Desplegó una agenda diplomática que molestaba a Washington, sobre todo por su reunión con el ayatolá Al-Sistani y por su informe al Consejo de Seguridad con las violaciones y torturas de los militares con el pueblo iraquí. La ingenuidad idealista del personaje quedó dramáticamente expresada en la explosión provocada en el hotel que era sede de la ONU en Bagdad, que le mantuvo sepultado vivo durante interminables horas en las que se recuerda su vida como diplomático, una explosión que llegó tras solicitar el propio Vieira de Melo que el ejército americano dejara de proteger el edificio de los terroristas a los que él trataba de acercarse para conseguir el cese de sus acciones, como Abu Musab al Zarqaui. 

Fotografía de archivo. El secretario general de la ONU, Kofi Annan, junto a Sergio Vieira de Mello, alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el 22 de julio de 2002

Sergio fue también administrador en Timor Oriental por el conflicto en Indonesia, y mantuvo tensos encuentros en la jungla muy bien escenificados con Xanana Gusmao, líder rebelde, para lograr un gobierno de transición, una misión de la ONU bajo el nombre de UNTAET. La mediación con Abdurrahman Wahid, conocido como Gus Dur, da la verdadera medida de Melo ante un presidente indonesio que masacró a su población durante décadas. Y en Camboya, en la misión de paz UNTAC, fue capturado por Ieng Sary, el líder de los jemeres rojos al que conocía de los años en que ambos estudiaron en La Sorbona y vivieron cerca el mes de mayo del 68. 

Sergio Vieira de Melo es un mito de la diplomacia mundial y un símbolo para cualquier intento de pacificación en aquel lugar del mundo donde se produzca un conflicto con baño de sangre. Pero no pudo evitar sucumbir a una tentación demasiado corriente desde que comenzó el actual siglo en la institución a la que representaba: la equidistancia entre actores en conflicto, aunque una de las dos partes emplee la violencia y el crimen. Nadie sospechoso de ser su enemigo, su ayudante Gil Loescher, le dice lo siguiente en un momento de diálogo en la película que ensalza su figura: “Criminales de guerra: mis amigos”. Es el título que Loescher habría dado a la biografía de Vieira de Melo, claramente exagerado e injusto. 

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