Siete interrogantes

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Lo ocurrido la pasada semana con el asalto al Capitolio de Washington suscita varios interrogantes sobre los que vale la pena detenerse un momento:

El primero es saber si Donald Trump está en su sano juicio y la verdad es que tengo serias dudas, las mismas que recientemente expresó Colin Powell, general Republicano y ex secretario de Estado con Bush hijo, a Christiane Amanpour en el curso de una reciente entrevista en la cadena CNN. Siempre ha mentido compulsivamente y parece creer sus propias mentiras. ¿Recuerdan cuando el mismo día de su toma de posesión se negaba a reconocer lo que mostraban las fotografías del Mall de Washington e insistía en que habían asistido más personas que a la Inauguration de Barack Obama?. Su comportamiento ha sido errático e inconstante, diciendo una cosa y su contraria y nombrando y destituyendo colaboradores con la misma velocidad. Un neurólogo me describía no hace mucho su carácter como el de un narcisista con rasgos de psicópata y es posible que realmente esté convencido de que le han robado la elección aunque todas las indagaciones que se han hecho han demostrado lo contrario. Por eso Twitter y Facebook le han negado acceso a sus plataformas estos últimos días, por miedo de que las use para incitar a la violencia.

El segundo interrogante es si quería que sus simpatizantes tomaran el Capitolio y yo creo que no. Supongo que él enardeció a sus seguidores con sus habituales teorías de la conspiración, de fraude electoral y de robo de votos y luego los envió al Capitolio con la intención de que se manifestaran en masa ante su puerta con gran griterío y ondear de banderas con objeto de intimidar a los legisladores, especialmente a los Republicanos, mientras recibían las actas estatales de votación ya revisadas por el Colegio  Electoral y se disponían a nombrar presidente a Joe Biden. Y especialmente quería intimidar a su vicepresidente al que considera un traidor desagradecido porque “le sacó de la nada” y no atendió su exigencia de rechazar los resultados de la voluntad popular. Pence prefirió respetar la Constitución. No creo que a Trump se le ocurriera que sus partidarios iban a entrar en el Capitolio por la fuerza. Y menos aún que les diera instrucciones de hacerlo. Como el aprendiz de brujo, Trump puso en marcha fuerzas que luego escaparon a su control.

La tercera duda es si Trump quiso dar un golpe de Estado y seguramente esa fue su intención pues lo que pretendía al enviar la chusma al Capitolio era impedir que la voluntad popular, expresada en las urnas, le sacara de la presidencia el 20 de Enero. Hoy los golpes de Estado no se dan con un militar con sable y bigotes en contra de la democracia. Hoy se dan desde el mismo poder e invocando la democracia para luego cercenarla desde dentro. Es lo que hace Maduro en Venezuela, Orban en Hungría, Erdogan en Turquía y muchos otros. Trump ha negado legitimidad a las elecciones, se ha negado a aceptar sus resultados y quería, como ha hecho su admirado Putin, aferrarse al poder al margen de la legalidad. Eso es un golpe de Estado y los que trataron de darlo ocupando el Capitolio se consideraban “patriotas” dispuestos a salvar al país de unos políticos corruptos que se habían apoderado de él con malas artes. El mundo del revés.

El cuarto interrogante se refiere a cómo es posible que una “Marcha para Salvar América” programada con mucho tiempo para el 6 de Enero, que había llevado a gentes desde todos los rincones del país hasta la Capital Federal y que Trump primero enardece y luego envía hacia el Capitolio, no encontrara ninguna barrera policial que le impidiera llegar a su destino. Me parece más grave eso que el hecho de que no hubiera suficiente seguridad dentro del mismo edificio, porque un asalto resultaba improbable mientras que la manifestación era un hecho conocido. Algunos contraponen está situación con la extrema dureza con la que las fuerzas de seguridad disolvieron las manifestaciones de Black Lives Matter del año pasado en protesta por la muerte de afroamericanos a manos de la Policía. Además, en el Capitolio hubo cinco muertos y muchos heridos. Hay gravísimos fallos de inteligencia y se seguridad que habrá que investigar, aclarar y subsanar, al margen de la depuración de responsabilidades que no deberían reducirse únicamente a los vándalos que asaltaron el Capitolio.

¿Tratará Trump de perdonarse a sí mismo antes de abandonar la presidencia? No hay precedentes de nada parecido e ignoro si desde un punto de vista legal sería o no posible. Si llega el caso imagino a centenares de abogados y de constitucionalistas debatiendo el caso en los EEUU y forrándose por el camino. Trump es capaz de cualquier cosa. Desde una perspectiva de puro sentido común, pienso que uno no puede indultarse a sí mismo porque eso implicaría estar por encima de la ley, como le ocurre al Papa en el Vaticano, y eso no es posible en una democracia. Por eso imagino que el 20 de Enero Donald Trump se irá a su residencia de Florida donde tendrá que pasar más tiempo respondiendo a todo tipo de querellas judiciales que jugando al golf.

La sexta duda tiene que ver con las actuales llamadas a su destitución que piden que el vicepresidente con la mayoría del gobierno le aplique la XXV Enmienda, prevista para casos de incapacidad que impide seguir gobernando. De no hacerlo, Nancy Pelosi, líder de la Cámara de Representantes ya ha dicho que iniciará el procedimiento de Impeachment o destitución, el mismo que ya intentó el pasado Diciembre y que tendría la ventaja de acabar con su carrera política para siempre. Pero yo creo que él mismo se ha ocupado ya de dinamitarla, no me parece que haya tiempo material para un proceso de destitución, y además no creo que sea bueno hacer a estas alturas de Trump un mártir para sus seguidores. También creo que es algo que dividiría aún más a un país que ya lo está y mucho. Por eso entiendo la prudencia con la que Biden se ha manifestado al respecto, sin mojarse, y dejando que el Congreso tome la decisión que estime oportuna. Yo pienso que es mejor no echar más leña al fuego y tener a Trump vigilado los diez días que le quedan en La Casa Blanca para evitar que haga más barbaridades.

El séptimo interrogante tiene que ver con la herencia que deja. Tras lo ahora ocurrido queda claro que la carrera política de Donald Trump está acabada, cualquiera que sean sus veleidades sobre presentarse a las elecciones de 2024 a las que Biden ya ha dicho que no concurrirá. Pero deja detrás de si a 74 millones de votantes muy cabreados y convencidos de haber sido robados, a 8 senadores y 121 congresistas Republicanos que en la sesión conjunta de ambas cámaras del pasado día 6 estuvieron en contra del nombramiento de Biden, y a un 45% de votantes del GOP que todavía creen de buena fé que ha habido un fraude masivo. Toda esa gente objeta la legitimidad de Biden para acceder a la presidencia y ese será un duro lastre aunque los Demócratas hayan logrado asegurarse el Senado tras ganar los dos últimos puestos en liza en Georgia. Es el tiempo de sanar, de unir fuerzas para enfrentar grandes problemas causados por el virus, las desigualdades económicas, el desempleo o las injusticias raciales y eso exige tender puentes y no cavar zanjas. Trump deja una herencia envenenada que no facilitará nada la tarea de su sucesor. Lo de menos es que no vaya a la toma de posesión de Biden, por anómalo que resulte, lo malo es que su sombra no desaparecerá con él por el desagüe de la historia, que es lo que este hombre merece.

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