Opinión

Siria, la tormenta que no cesa

photo_camera El presidente ruso Vladimir Putin (D) y su homólogo turco Recep Tayyip Erdogan

La volatilidad de los acontecimientos en Siria y sus aledaños ha hecho inevitable una reluctante dependencia mutua entre Rusia y Turquía,  que se ha escenificado en la reunión de Vladimir Putin con Tayyip Erdogan en la ciudad rusa de Zhukovsky, próxima a Moscú, en el ámbito del Salón Internacional de Aeronáutica. El encuentro vino precedido de una serie de acontecimientos relevantes, como la concesión de la contrata a la empresa rusa que implantará las instalaciones en la central nuclear de Akkuyu, en la provincia turca de Mersin. Al tiempo, Rusia hizo entrega de los misiles S-400 a las autoridades militares de la base aérea de Mürted, cerca de Ankara. Mientras Estados Unidos reaccionaba a esta entrega excluyendo a Turquía del programa del cazabombardero de última generación F35 -de cuyo consorcio era miembro de pleno derecho-,  Erdogan mostraba ostensiblemente su interés por los cazas rusos  Su-35 y Su-57 durante su visita a la feria aeronáutica rusa,  y llevaba a cabo consultas sobre la posibilidad de que Rusia cooperase en el desarrollo de un caza turco de quinta generación. 

Más apremiantemente, la necesidad de improvisar la reunión obedeció al establecimiento de un centro conjunto de operaciones turco-norteamericano, y el deterioro de la situación en la provincia siria de Idlib, elementos ambos con potencial para crear fricciones entre Moscú y Ankara. Al término del encuentro bilateral, Putin buscó tranquilizar a Erdogan reafirmando la vigencia de la iniciativa diplomática conocida como ‘Proceso de Astaná’,  en la que Rusia participa junto a Turquía e Irán, y anunciando la inminente puesta en marcha de un comité constitucional sirio en el marco de las conversaciones de Ginebra.

La ansiedad de Erdogan es comprensible.  Fuerzas del Gobierno sirio controlan ciudades entre el norte de Hama y el sur de Idlib, lo que llevado a que un contingente de observación, formado por tropas turcas, cuyo despliegue se llevó a cabo siguiendo un protocolo acordado con Rusia en 2018,  hace que se encuentre peligrosamente cercado en Murak, y haya sido víctima de al menos un ataque aéreo accidental de la aviación siria cuando ésta combatía posiciones de las fuerzas opositoras al régimen de Bashar al-Asad,  que lideran los terroristas de Hayat Tahrir al-Sham, grupo proscrito en la Federación Rusa y que cuenta entre sus filas con facciones pro-turcas. 

Putin y Erdogan acordaron una solución transitoria consistente en la interposición de un destacamento de la Policía Militar rusa entre el Ejército sirio y el puesto de observación turco, lo que podría facilitar una retirada segura de las tropas turcas de Murak y permitir a Erdogan centrar sus esfuerzos militares en lanzar una nueva operación en el noreste de Siria -o lo que es lo mismo, en la linde de la frontera sur turca- contra las guerrillas kurdas apoyadas por EEUU, lo que a su vez incentivará a Moscú para presionar a Damasco para que llegue a un acuerdo de mínimos con los kurdos,  a fin de contener y compartimentar la escalada bélica. 

Los solapamientos bélicos en Siria obligan a Rusia y a Turquía a realizar precarios ejercicios de equilibrismo geopolítico. Aunque la diplomacia rusa sostiene las operaciones del Ejército sirio en Idlib, que mitigan el riesgo al que estaban sometidas las tropas rusas estacionadas en Khmeimim, no contravienen los acuerdos turco-rusos, éstas ponen a Erdogan en una difícil tesitura pública en Turquía, dónde los grupos que se oponen a Al-Asad gozan de no poca simpatía popular, y por ende crean fricciones en las relaciones entre Moscú y Ankara, que ya llevaron a un enfriamiento entre ambos países en 2016. 

En esta ocasión, Erdogan ha comunidado por adelantado sus planes a Putin, y ha logrado que el presidente ruso manifieste su comprensión hacía la necesidad de Turquía de crear una zona de seguridad para proteger su frontera sur, lo que según Putin puede tener la virtud añadida de reforzar la integridad territorial siria, brindando a Damasco la posibilidad de recuperar el control de la estratégica autovía que transcurre en paralelo a la frontera con Turquía. Está por ver cómo reaccionará EEUU ante esta situación, que claramente perjudica a sus aliados y que otorga una influencia considerable a Moscú en los asuntos kurdos. Todos estos factores estarán a la orden del día en la cumbre que los Estados garantes del ‘Proceso de Astaná’ celebrarán este mismo septiembre. Es concebible que EEUU participe informalmente  en las discusiones a través de canales oficiosos, dado que los planes turcos precisan de un consenso tácito entre Washington y Moscú, y que las relaciones turcas con la Administración estadounidense no pasan por su mejor momento.