Sólo los Estados Unidos pueden impedir una guerra entre Argelia y Marruecos

Blinken

La visita del secretario de Estado Antony Blinken a Marruecos y Argelia está suscitando muchos interrogantes. De regreso a Washington tras la mini cumbre del Neguev, en la que Estados Unidos ha intentado sin mucho éxito arrastrar a los países árabes del Golfo a apoyar la cruzada contra Rusia desencadenada por la OTAN tras la agresiva operación militar rusa en Ucrania, el secretario de Estado ha hecho escalas en Rabat y en Argel. Según el comunicado del Departamento de Estado en ambas capitales del Magreb el programa y objetivos del viaje, han sido similares: afianzar los vínculos estratégicos, intensificar la cooperación en materia de seguridad, reafirmar las relaciones económicas. Sin embargo, estos mismos temas ya fueron tratados por la subsecretaria de Estado Wendy Sherman hace tres semanas en su gira por la región, primero España y después Marruecos y Argelia. 

¿Fracasó el viaje de Wendy Sherman y ha tenido que ser el secretario de Estado Blinken quien venga a imponer su hoja de ruta en el Magreb? No hay ninguna información al respecto que lo confirme o lo desmienta. De cualquier manera, la visita en las dos capitales del Magreb del máximo responsable de la conducción de la política Exterior de los Estados Unidos es un acontecimiento de primera magnitud.

La crisis en el Magreb que arrastran Argel y Rabat tiene varios flecos que trascienden la política regional. Aunque se la considera como una herencia de la Guerra Fría, en realidad es mucho más compleja. Los dos países se disputan la hegemonía regional y su prolongación árabe y africana. Se trata de una rivalidad geopolítica. Sólo en un corto período de su historia reciente, durante la lucha anticolonial contra los ocupantes de sus países, Francia en primer lugar y en cierto modo la España colonial también, Argel y Rabat estuvieron juntos. Pero una vez conquistada la independencia, las fuerzas neocoloniales hicieron lo posible por reanimar los conflictos latentes y enfrentar ambos regímenes. La Guerra Fría terminó, pero la rivalidad geopolítica Inter magrebí, no. El conflicto en el Sáhara Occidental, generado por una descolonización empírica y precipitada de España que se enfrentaba a una transición política de la dictadura a la democracia, fue el pretexto para cristalizar el choque entre los dos polos del Magreb. Tan es así, que la hipotética solución de la crisis del Sáhara, no representa ninguna garantía de que Marruecos y Argelia vuelvan a la buena vecindad. 

Paradójicamente, sólo los dos países que han protagonizado la Guerra Fría, los Estados Unidos y la Federación de Rusia, pueden incidir para que Argel y Rabat se entiendan. Rusia, por sus relaciones militares privilegiadas con Argel y su volumen de relaciones crecientes con Rabat; y los Estados Unidos, por ser el principal sostén de la economía argelina y el aliado militar estratégico de Marruecos. 

Sin embargo, Rusia no tiene la intención de jugar ese papel, más preocupada por su propia proyección de gran potencia en África y en el Mundo Árabe. Sólo quedan pues los Estados Unidos que pueden ejercer el papel de acercador, mediador y árbitro entre las dos capitales.  

La alianza de Estados Unidos con Marruecos, y en particular con la Familia Real alauí, ha sido incuestionable desde la Conferencia de Anfa (Casablanca) después de la Segunda Guerra Mundial, pasando por los momentos más tumultuosos de la historia reciente marroquí, y se mantiene intacta hoy en día. Una alianza basada en la confianza y el interés mutuo.

En cambio, la alianza estadounidense con Argelia es más pragmática y basada en los intereses compartidos. Las empresas norteamericanas son el pilar del sector de los hidrocarburos argelinos, y el reciente “desembarco” de los grandes conglomerados estadounidenses industriales, agrícolas y de las modernas estadounidenses industriales, son el salvavidas de la maltrecha economía argelina, que en su caída puede precipitar el fin del sistema político militar y plutocrático. 

Estados Unidos no quiere forzar el reacercamiento de Rabat y Argel, pero no permitirá que se abra un nuevo frente de guerra en el norte de África. Para Washington, Marruecos es una pieza clave en su geoestrategia de la fachada atlántica, desde el Estrecho de Gibraltar hasta Sudáfrica; y Argelia, el instrumento más apropiado para hacer de gendarme en el Sahel y controlar Libia, impidiendo su desmoronamiento; máxime tras la retirada de Francia de sus trincheras neocoloniales. En su percepción aguda del Magreb, el periodista Bob Woodward señala los profundos lazos de la monarquía marroquí con el poder profundo estadounidense, así como las estrechas relaciones del lobby petrolero tejano con el pulmón del poder argelino. Los Estados Unidos pueden salvar el Magreb de la implosión. Pero ¿a qué precio?

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