Solución precaria a la crisis en la República Democrática del Congo

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La inestabilidad crónica que caracteriza la historia reciente de la RDC (República Democrática del Congo) - que todavía no ha superado el trauma heredado de la tiranía de los tiempos coloniales y Leopoldo II - ha superado la crisis surgida hace algún tiempo dentro de la coalición de Gobierno que formaban los partidos FCC del anterior presidente, Joseph Kabila, y el CACH, de su sucesor y antiguo amigo Félix Tshisekedi, actual jefe del Estado. 

Kabila, hijo del presidente Lauren Kabila que derribó la dictadura de Mobutu Seco y fue asesinado en su despacho, al que sucedió de manera inmediata, cuando terminaron las elecciones que prolongó cuanto pudo, hace dos años, se retiró a cuidar su granja agrícola en los alrededores de Kinsasa. Cultivar tierra y explotar ganado era su hobby, manifestó entonces. Pero enseguida se demostró que seguía sufriendo el virus de la política y que su retirada a los 50 años no la había metabolizado.

No tanto él sino su grupo de seguidores fanáticos y el partido que encabeza, prácticamente desde que tomó posesión Tshisekedi le empezó a complicar su actuación en un intento constante por seguir defendiendo su influencia e interferencias en la gestión. La situación en la RDC, mientras tanto, es complicada: su extenso territorio sigue siendo escenario de guerrillas y enfrentamientos continuos con el Ejército, incapaz de controlarlas. Las divisiones entre las Fuerzas Armadas, por su parte, siempre son un motivo de preocupación 

En el ámbito de la política cotidiana, a la penuria económica se unen las epidemias y escasez de medios para afrontarlas: todavía hay focos de ébola y el coronavirus está extendido por todo el país y dejando centenares de muertos diarios sin que el Gobierno pueda hacer nada para mantener medidas estrictas que eviten los contagios. Las dificultades no consiguieron proporcionarle al Gobierno ni un minuto de sosiego.

La crisis que en los últimos meses se venía agravando por momentos llevó a un grupo de diputados a presentar una moción de censura y destitución contra el primer ministro, Silvestre Ilunga, de la que salió derrotado por 367 votos de los 500 que integran el Parlamento. La moción concedía a Ilunga 48 horas para dimitir y abandonar el despacho.

Inicialmente, Ilunga rechazó su destitución, amenazó con atrincherarse en el cargo y agravar el conflicto, pero gracias a la intervención de algunos miembros influyentes del partido, y quizás del propio Kabila, el viernes acabó cediendo y dejando al presidente Tshisekedi las manos libres para nombrar a un nuevo jefe de Gobierno. 

En la espera y en medio de todo género de especulaciones, el paréntesis precario que se ha abierto sigue latente en espera de la decisión de Tshisekedi y los pactos que está intentando, no se ha librado la tensión que se manifiesta tanto en los ambientes políticos como en la calle donde la violencia que propicia la exaltación ha obligado a intervenir a las fuerzas del orden. Varios heridos han tenido que ser hospitalizados.

Mientras tanto, es difícil aclarar los motivos reales de discrepancia. Muchos lo atribuyen al descontento general que existe. El país es rico en recursos naturales y brinda condiciones para mejorar su prosperidad. La corrupción heredada de la etapa de Mobutu sigue imperando en todos los niveles y a los enfrentamientos políticos, en la lucha por el poder, hay que añadir los conflictos rivales por todo el territorio.

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