Sometiendo a Ucrania con el mismo guion que en Georgia

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No se lo querían creer en las cancillerías occidentales, pero resulta que el presidente ruso, Vladímir Putin, acreditado macho alfa, es un estratega bastante previsible, tanto que todos sus movimientos hace ya bastante tiempo que presagiaban la ofensiva lanzada ahora contra Ucrania.

Si desempolvamos lo que aconteció en 2008 asistimos a un calco de lo sucedido en aquellos días. Georgia aspiraba a integrarse en la OTAN y, por qué no, también en la Unión Europea. Como tantas otras repúblicas independizadas de una Unión Soviética que había saltado en pedazos, Tiflis aspiraba a erigirse en dueña de su destino, que se identificaba, por tradición con lo mejor de la cultura occidental. Pero, en el Kremlin, Vladímir Putin ya rumiaba cómo reinstaurar el poder y el prestigio de un imperio venido a menos, merecedor de desprecios como el del presidente Barack Obama, que llegó a calificar a Rusia de “potencia regional”. Un calificativo que Putin recibió como un escupitajo intolerable y del que se juró a sí mismo cobrarse algún día venganza.

¿Qué hicieron entonces Putin y su entonces mano derecha en el Kremlin, el primer ministro, luego presidente, y de nuevo primer ministro Dmitri Medvédev? Fomentar el separatismo en dos regiones georgianas con significativas poblaciones de rusohablantes: Osetia del Sur al norte y Abjasia al oeste del país, respectivamente. Después, los separatistas de ambos territorios proclamarían su propia independencia en base al sojuzgamiento a que supuestamente eran sometidos por el poder central de Tiflis. Y, claro, Moscú acudió en socorro de sus “conciudadanos” rusos. La guerra de Georgia se saldó con un arreglo cocinado por el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, en quién ya un declinante presidente norteamericano, George W. Bush, había delegado las gestiones para no implicar demasiado a Estados Unidos, que bastante tenía entonces con los frentes de Irak y Afganistán, nunca pacificados desde que las coaliciones establecidas, conformadas fundamentalmente por tropas americanas y británicas, habían invadido aquellos territorios.

¿Qué observaron Putin y Medvédev desde su atalaya del Kremlin? Pues, protestas occidentales de gradación  descendente en la intensidad de los decibelios, amenazas de sanciones determinantes, que luego se revelaban que no eran para tanto, y en fin un progresivo olvido de la opinión pública europea de aquella guerra, aún a pesar de las peticiones de ayuda y socorro de los dirigentes y de la población de Georgia, país que se adentraría en sucesivas crisis políticas y económicas de las que aún no se ha recuperado. Y, desde luego, con el sueño de integrarse algún día en la OTAN y en la UE, disipados por completo.

Putin ha interiorizado que Occidente no se enfrentará abiertamente

Ahora, el veterano camarada del KGB, después de testar la capacidad de reacción de sus adversarios de Occidente, o sea la OTAN y la UE, y de chequear a conciencia los exhaustivos informes de sus servicios de inteligencia, ha debido concluir que si entraba en Ucrania y desencadenaba una guerra abierta, encontraría prácticamente el mismo modelo que en Georgia y, por cierto,  que en Crimea: manifestaciones de condena, protestas, sanciones un poquito más duras que entonces pero que ya las tiene descontadas, y después olvido, que el mundo pasa enseguida página y tiene otras cosas de las que ocuparse.

Putin está demostrando que no le teme a la guerra. Su determinación a conseguir la reinstauración del poder de Rusia es lo suficientemente sólida como para prever que no cederá a las amenazas adversarias o enemigas. Tiene asumido que ni Estados Unidos ni la OTAN van a enfrentarse abiertamente a sus tropas. Sus opiniones públicas, adormecidas en un creciente hedonismo, no soportarían el dolor que causaría la contemplación de los correspondientes féretros de vuelta a casa. Así que ha visto la ocasión propicia para asestar el primer golpe.

Como en el caso de Georgia, la gran perdedora es Ucrania, que será amputada de buena parte de su territorio, quedará estrangulada en su capacidad de gerenciar sus costas sobre el Mar Negro, y se verá prácticamente rodeada y por tanto amenazada por neosatélites de Rusia como Bielorrusia o Transnistria.

Que la pobre Ucrania vuelva a colocarse bajo la órbita rusa significará también un cambio sustancial en la aportación potencial de su riqueza. No olvidemos algunos datos: Ucrania es el primer país de Europa en reservas de uranio; el segundo en titanio; el segundo del mundo en minerales como manganeso, hierro y mercurio, y en definitiva el cuarto país del mundo por el valor estimado de sus recursos naturales. Tampoco cabe desdeñar su gran producción agrícola, desde el trigo, centeno, maíz  y cebada a la apicultura y los huevos de gallina, todo ello suficiente para alimentar a 600 millones de personas, o sea la práctica totalidad de la UE y más. 
   

 

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