Opinión

Superpoderes para Kais Saied

photo_camera Kais Saied

Aprobada por el 94,6% de los votos emitidos por tan solo el 30,5% de los electores, según los datos de la Instancia Superior Independiente para las Elecciones (ISIE), la nueva Constitución de Túnez es sin la menor duda un traje a la medida del presidente Kais Saied. Los poderes que le otorga la nueva ley fundamental convierten a su régimen en hiperpresidencialista, una vez eliminados los contrapoderes a su omnímoda voluntad. 

El presidente, que se asomó de madrugada para responder a los cientos de manifestantes que le mostraban su adhesión, manifestó que “Túnez entra en una nueva fase. Esta Constitución nos permitirá pasar de una situación desesperada a divisar la luz de la esperanza”, proclamó ante sus enardecidos partidarios. 

Para que eso sea así, Kais Saied tendrá manos libres para relanzar la maltrecha economía del país, revertir las escalofriantes cifras de paro y detener, claro está, el vertiginoso aumento de la pobreza. Manos libres, sin obstáculos parlamentarios de ningún tipo puesto que la nueva Constitución arranca de cuajo el sistema parlamentario instaurado en 2014 al conferir al presidente poderes casi equivalentes a los de un dios incuestionable: él no puede ser destituido por causa alguna, pero, en cambio, goza de todas las prerrogativas para elegir a su jefe de Gobierno y a todos los miembros del Consejo de Ministros, a los que, por las mismas razones de su suprema voluntad también puede destituir cuándo y cómo quiera. 

Aunque no se suprime –faltaría más- el poder legislativo, el Parlamento votará las leyes que el presidente considere prioritarias. Cabe profetizar que tales aprobaciones de harán por mayorías tan absolutas como aplastantes. Y, para evitar hipotéticos conatos de resistencia entre los diputados, la actual Asamblea de Representantes se verá acompañada de una segunda Cámara, llamada de las Regiones, a la que se le confiere el papel, al menos teóricamente, de servir de contrapeso a la primera. 

La principal oposición a los planes del presidente, ahora ya consumados mediante referéndum, el Frente de Salvación Nacional (FSN) en el que se incluye el movimiento islamista Ennahda, ha deslegitimado la consulta basándose en la débil participación electoral, interpretando que “las tres cuartas partes del país han rechazado aprobar el proceso golpista lanzado hace ahora un año por Kais Saied”.   

A las críticas se ha unido también, según despachos de la agencia France Press, el jurista Sadok Belaid, que fuera el encargado de redactar el primer borrador de la nueva Constitución. Ahora ha criticado ácidamente su redacción final, al manifestar que “abre la vía a un régimen dictatorial”. 

Por su parte, el portavoz del Departamento de Estado norteamericano, Nick Price, advierte de que la nueva Constitución no garantiza suficientemente los derechos y libertades de los ciudadanos tunecinos: “Los mecanismos de contrapoder que incluye son tan débiles que pueden comprometer seriamente la protección de los derechos humanos y las libertades fundamentales”. 

No parece que tales críticas vayan a hacer mella alguna en el ánimo del presidente tunecino, dotado ya legalmente de los superpoderes que había ido acumulando desde que destituyera al primer ministro hace exactamente un año, el 25 de julio de 2021, congelara a continuación la actividad del Parlamento y finalmente lo disolviera el pasado mes de marzo. 

Convertido no solo de hecho, sino también legalmente, ahora en el hombre fuerte de Túnez no podrá argüir excusa alguna si fracasa en su plan de “concluir con el desbarajuste en el gobierno” del país, y sacarle de la crisis y empobrecimiento galopante por el que se había despeñado. Y, de paso, desmentir o corroborar las siniestras profecías e inquietudes, tanto de Sadok Belaid como de las cancillerías de Europa y del otro lado del Atlántico.