Terremoto bancario en la apacible Suiza

Las fuertes pérdidas con que abrieron el lunes las Bolsas asiáticas y europeas demuestran que el terremoto bancario desencadenado por el rescate del Credit Suisse tiene muchas réplicas, apenas contenidas por las medidas de urgencia tomadas a contrarreloj por las autoridades de la Confederación Helvética.  

Con una capitalización bursátil de 8.000 millones de dólares y unas pérdidas en 2022 de 7.900, el veterano banco suizo, fundado hace 167 años, había hecho una prospección entre sus principales accionistas para proceder a la necesaria ampliación de capital. Y, contra lo que se esperaban sus dirigentes, el Banco Nacional Saudí dieron una negativa por respuesta. Una sorpresa mayúscula, toda vez que esta contestación adquiere una dimensión geopolítica si se la enmarca junto con otras casi simultáneas: la recuperación de las relaciones diplomáticas de Arabia Saudí con Irán, mediación china mediante; la multiplicación de sus relaciones comerciales con China, y la negativa a aumentar la producción de crudo de la OPEP para rebajar los precios del crudo, entre las medidas más sobresalientes.  

Ante la amenaza de bancarrota, el Gobierno Federal instó a la compra del CS por el otro gigante financiero del país, UBS, tras haber sopesado otras soluciones, entre ellas la nacionalización parcial de la entidad. Esta se había acogido al salvavidas de liquidez de 50.000 millones de dólares del Banco Nacional Suizo para paliar la fuga de clientes, para quienes el aldabonazo de los saudíes era el pistoletazo de salida para la estampida. Medida que no logró empero drenar la sangría de depósitos.  

La intervención del Gobierno Federal de Berna se produjo ante la sensación de que el prestigio de uno de los mayores emblemas helvéticos, por encima incluso de la relojería de lujo y el queso de Gruyere, podía venirse completamente abajo. UBS, principal rival y competidor de CS, se avino al acuerdo tras imponer sus condiciones: una garantía de la Confederación de 9.000 millones de francos para cubrir pérdidas potenciales y una ayuda de otros 100.000 millones, puestos a disposición por el Banco Nacional Suizo (BNS) para paliar problemas de liquidez. La premura del acuerdo permitía de paso eludir la consulta a los accionistas, que ya se han encontrado todo el guiso en la mesa: UBS compra el CS por algo más de 3.000 millones de euros en acciones, de forma que los accionistas de CS percibirán 1 sola participación de UBS por cada 22,48 de las suyas, o sea el equivalente a 0,70 CHF por título, bastante menos, pues, de los 1,86 CHF a que cotizaban antes de la debacle.  

Vergüenza suiza, crisis global 

Esta nueva crisis, que se hizo evidente con la bancarrota del Silicon Valley Bank (SVB), la emblemática entidad de las tecnológicas y de las empresas emergentes o startups supuestamente más punteras, demuestra que nadie está al abrigo de sus consecuencias, y que los efectos de cada estallido son globales.  

En la propia Suiza, paraíso y refugio de las grandes fortunas de todo el mundo, el debate se ha intensificado hasta niveles desconocidos en el país de la calma y el silencio. Valgan como ejemplo las declaraciones del copresidente del Partido Socialista, Cédric Wermuth, que se considera a sí mismo “frustrado y lleno de cólera”: “Nada ha cambiado desde 2008, nada de nada. Todo el sistema financiero está enfermo y funciona de manera absurda”. A lo que añadía en su cuenta de Twitter: “Eso sí, los grandes se van de rositas, después de haber propinado una bofetada a los ciudadanos”. El PS helvético exige que los responsables rindan cuentas ante una comisión parlamentaria, “que determine quién y qué hizo o dejó de hacer en el CS” para llegar a esta debacle.  

Por su parte, el centro derecha de UDC estima que la crisis de un banco sistémico como el CS “es consecuencia de la mala gestión directiva y del compadreo y el nepotismo”. A su juicio, esa irresponsabilidad en la adopción de decisiones “fatales” pone en peligro a todo el conjunto de la banca y a decenas de miles de empleos.  

Los medios helvéticos señalan por su parte que los grandes ejecutivos de la banca no han dejado de percibir sus salarios de muchos millones de francos sin asumir responsabilidades cuando se han producido pérdidas debidas a sus malas decisiones.  

De todas las críticas, la más punzante es probablemente la expresada por Thierry Burkart, presidente de los liberales del PLR: “Suiza está avergonzada por haber vivido una jornada negra, que no afecta solamente a su carácter de plaza financiera, sino que cubre de oprobio a todo el país”.  

Y, en fin, los Verdes, por boca de su presidente Balthasar Glättli, se pregunta si la fusión entre los dos principales bancos suizos no se convertirá en un riesgo aún mayor para la plaza financiera que es Suiza, considerada hasta ahora la más fuerte y segura del mundo.  

Como demuestran por tanto las oscilaciones de los mercados de valores, la confianza en la banca helvética, y por extensión en todo el sistema financiero, no se ha restablecido aún.

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