Tierra quemada, terror e impunidad, el rastro de Putin

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Los reveses que está sufriendo el supuestamente muy poderoso ejército ruso en Ucrania, la desbandada disfrazada de repliegue para tomar nuevo impulso y la asombrosa reconquista de ciudades y campos por parte de los patriotas ucranianos, están permitiendo comprobar en caliente las atrocidades cometidas por las fuerzas de ocupación del presidente ruso.  

Aún despojando a los sucesivos y tétricos hallazgos de su componente propagandístico, son ya muchos los escenarios en donde se concentran ostensibles evidencias del terror desencadenado por los invasores enviados por Vladímir Putin. Las últimas fosas descubiertas en Izium, con cerca de 500 cadáveres con visibles signos de haber sido atrozmente torturados, engordan el ya voluminoso libro de los horrores de la denominada “operación militar especial”, reconvertida en la práctica en una guerra sin reglas, donde el líder de Rusia se cisca a diario en las convenciones de Ginebra.  

Las investigaciones forenses que ya están realizando especialistas internacionales, comenzando por los de Naciones Unidas y la Unión Europea, arrojarán toda la luz posible sobre el terrible y siniestro comportamiento de Rusia en esta operación, por la que muy probablemente el país tenga que afrontar una grave crisis política, económica, social e incluso institucional. A diferencia de otros grandes conflictos del pasado, no tardaremos mucho tiempo esta vez en saber la verdad sobre los sistemáticos bombardeos rusos sobre objetivos civiles, incluidos especialmente hospitales y guarderías.  

Como aventajado discípulo de Stalin y avezado miembro del KGB, Putin ha seguido el manual, o sea negar todas las evidencias e incluso culpar a los propios ucranianos del terror. O sea, lo mismo que hizo el “padrecito”-dictador de la Unión Soviética cuando realizó las masivas ejecuciones de los oficiales y personalidades más sobresalientes de la sociedad de Polonia, enterró sus cadáveres en el bosque de Katyn y echó la culpa a los nazis.  

La retirada de los soldados rusos de algunas porciones del territorio de Ucrania también sigue su manual tradicional: destrucción de todo lo que pueda servir al enemigo, saqueo de víveres, robo de todo aquello que pueda tener algún valor y tierra quemada. Y, como se está viendo, asesinando después de terribles torturas a ciudadanos que no se han avenido a ser conquistados de buen grado por la maquinaria de guerra rusa.  

Cubrirse con el manto de la victoria que lo justifica todo 

La historia es pródiga en ejemplos de grandes criminales que han salido impunes, incluso en no pocos casos han sido ensalzados como grandes héroes, gracias sobre todo a que la victoria conseguida finalmente justifica las exacciones y brutalidades cometidas para lograrla. Al fin y al cabo, no hace tanto que se instauró el primer instrumento jurídico que regulaba las leyes de guerra (Código Lieber, 1863).  

Putin, al igual que el presidente de China, Xi Jinping, pretende cambiar el actual orden mundial basado en leyes y reglas. La invasión de Ucrania, pisoteando el Derecho Internacional, era el detonante de ese pretendido cambio, anticipado ya con la anexión de la península de Crimea en 2014.  

Asistimos, pues, a una pugna geopolítica de envergadura universal. A tenor de las anteriores votaciones registradas en Naciones Unidas sobre la guerra en Ucrania, Rusia no está sola. Es más, los que estarían en minoría numéricamente serían las democracias que reclaman la prevalencia de ese orden internacional basado en reglas.  

Por todo ello, si el rastro de destrucción y terror sembrado por Vladímir Putin en Ucrania quedara impune, habría que leer tal resultado en términos de derrota, no sólo de la invadida Ucrania sino también de todas las democracias liberales que la apoyan, es decir la OTAN y la UE mayoritariamente. Una razón más por la que Occidente no podría aceptar siquiera lo que en términos populares podría considerarse un empate. Rusia, a pesar de quienes la dirigen, es demasiado grande y eterna para desaparecer. No así su presidente, por muy poderoso que lo sea coyunturalmente. Putin, artífice del desencadenamiento de la invasión y, por consiguiente, de todos los horrores posteriores, no podrá permanecer en el poder una vez concluida la guerra  –sea por armisticio, liberación o incluso mediante tratado de paz contundente-, porque alguien deberá responder por esos crímenes de guerra. Puede ser que antes de su caída elimine por el procedimiento que sea (últimamente le ha cogido afición a la defenestración) a todos los que pudieran servirle de dique de contención, pero resulta difícil pensar que al final él mismo pueda sustraerse al largo brazo de una justicia universal que ya le está llamado a voces.  

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