Todo por negociar en una muy dividida Suecia

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Tampoco esta vez ni el bloque de izquierda ni el de derecha han logrado una ventaja suficiente en las elecciones generales de Suecia. Unos comicios con importantes elementos nuevos, cuyos exponentes más destacados son el abandono de la tradicional neutralidad sueca y su petición de adhesión a la OTAN, y el notable aumento de la criminalidad, fenómeno que los ultraconservadores de Demócratas por Suecia (DS) han ligado a la inmigración. Lo ha hecho con indudable éxito, hasta lograr que gran parte de los suecos hayan interiorizado que su modelo de sociedad puede estallar en pedazos si no se reconduce la acogida masiva de inmigrantes, un capítulo en el que Suecia fuera el país más avanzado. Hasta la primera ministra y líder del Partido Socialdemócrata, Magdalena Andersson, ha criticado en campaña la falta de voluntad de integrarse de buena parte de la población de origen extranjero e incluso ha denunciado la proliferación de “sociedades paralelas”, o sea de guetos en el interior del país. 

Aunque los resultados definitivos aún tardarán algunos días en saberse, el bloque de la derecha –conservadores, liberales, cristianodemócratas y ultraconservadores del DS- sumarían 176 diputados sobre los 349 escaños de que consta el Riksdag, el Parlamento unicameral sueco. En este bloque, el detalle más importante es que el DS se ha hecho con el 20% de los votos, convirtiéndose en la segunda fuerza política del país y sobrepasando al Partido Moderado, que se ha quedado en el 19%. Su líder, Ulf Kristersson, es por lo tanto el gran derrotado, toda vez que en las negociaciones en pos de formar gobierno su liderazgo se lo disputa sin recato el jefe de filas del DS, Jimmie Akesson, que ha hecho saltar en estas elecciones el “cordón sanitario” en que le habían encerrado las demás fuerzas parlamentarias.

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El triunfo personal de la jefa de Gobierno, Magdalena Andersson, y de su Partido Socialdemócrata, con el 30% de los sufragios, no llega para, en coalición con los neocomunistas de La Izquierda, el Partido Verde y el Partido de Centro, alcanzar la mayoría en el Riksdag. Ahora mismo estaría a tres escaños, pero el bloque presenta tan importantes fisuras para ahormar un programa conjunto de gobierno que se hace difícil que tan grandes diferencias puedan ser subsanadas por hacerse con el poder. En este aspecto, Suecia, como sus compañeros nórdicos aún no han abrazado la tesis de pactar lo que sea, al precio que sea y como sea con tal de disfrutar de las mieles del poder.

Diferencias insalvables en principio

Los neocomunistas de La Izquierda, por ejemplo, mantienen su férrea oposición a la adhesión de Suecia a la OTAN, y no han cesado en sus continuos ataques a la líder socialdemócrata “por las concesiones otorgadas a Turquía” pagando así el precio puesto por el presidente Recep Tayyip Erdogan al levantamiento de su veto, alusión nada velada a que Suecia deje de ser el país europeo en el que se refugia la mayor colonia de exilados del Kurdistán turco.

No menos importantes son las diferencias del PS con los ecologistas y centristas, en asuntos que van desde cómo afrontar la actual crisis energética al tratamiento policial y penitenciario a los culpables de los numerosos tiroteos que se han extendido por un país antaño oasis de tolerancia y tranquilidad. Los 47 muertos registrados en la oleada de tales incidentes en este último año son objeto de vivos debates y controversias, de los que obviamente quién mayor rédito político ha obtenido es el DS, partidario sin ambages de “la mano dura para los criminales”. El discurso de Jimmie Akesson, ha ido más lejos, al vincular la masiva llegada de inmigrantes y refugiados con la crisis del estado del bienestar, el desmembramiento de la cohesión social de la nación e incluso la proliferación de problemas importados. A este respecto, no es una propuesta menor que quiera imponer la denegación de asilo en el caso de que la persona que lo solicita “se haya creado el problema ella misma en su país de origen, por ejemplo, declarándose miembro de la comunidad LGBTQ”.


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Entre los que aún no aceptan el levantamiento del “cordón sanitario” al DS, algunas voces preconizan una coalición a la alemana entre  socialdemócratas y moderados. Parece bastante improbable, aunque no hay que dar nada por sentado. El pacto preelectoral del bloque de la derecha tenía como principal objetivo desbancar de la jefatura del Gobierno a Magdalena Andersson. En consecuencia, unirse a los socialdemócratas dejaría a los conservadores a su merced, y el campo más libre que nunca a las huestes de Jimmie Akesson.

Casi medio año duraron las negociaciones para formar gobierno en Suecia tras las elecciones de 2018. A la vista del panorama actual, no es descabellado pensar que el nuevo gobierno de Estocolmo tarde incluso más tiempo en poder conformarse.  

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