Opinión

Todos al paro o qué se hace con media humanidad

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Más allá de la guerra en Ucrania y de los rumores y bulos acerca del estado de salud de Vladimir Putin, la noticia que me ha parecido más inquietante el pasado fin de semana ha sido que ChatGPT, el bot de inteligencia artificial, haya sobrepasado los 500 millones de usuarios en todo el mundo, cuando apenas han pasado dos meses desde su comercialización. Creado en Silicon Valley por la empresa OpenAI, es una aplicación especializada en el diálogo a través del modelo GPT-3.5 (Generative Pretrained Transformer), una suerte de WhatsApp capaz de crear en apenas unos segundos el contenido que el usuario le demande. Microsoft, que es el principal inversor de Open AI se propone ofrecer GPT en todos sus productos gratuitamente, al menos por ahora.

Pues, resulta que el tal chatbot, que ya fue ofrecido al público a finales del pasado noviembre, se ha revelado capaz de procesar y generar textos a una velocidad brutalmente superior a la de los seres humanos, de manera que ya ha mostrado resultados asombrosos en la elaboración de cuentos, novelas e incluso poesías. Cierto es que los textos que he podido leer, transcritos entre otros por El Debate y El Mundo, no ganarían el Cervantes ni el Nobel, pero la capacidad de aprendizaje y perfeccionamiento de la máquina va a tal velocidad que no tardaremos mucho en que no llegue a distinguirse una novela escrita por esta máquina de una de cualquier afamado escritor.

Ha sido un lugar común afirmar que la máquina no logrará nunca trasladar a un texto de fabricación propia experiencias o emociones, así como tampoco explicar el mundo de manera intuitiva. Habrá que verlo. De momento, en estos primeros balbuceos ChatGPT está sustituyendo a marchas forzadas el trabajo de muchos oficios y profesiones donde lo intelectual prima sobre lo manual. Este hace ya tiempo que ha sido sustituido por robots que, cada vez más sofisticados, realizan labores más complejas con una precisión que sobrepasa ampliamente las capacidades del hombre. Pero, había una resistencia notable a admitir que alguna vez el trabajo de un periodista, un guionista de cine o televisión, un médico especialista o un juez jamás podría ser sustituido por la Inteligencia Artificial. Más aún, era un mantra habitual señalar que la maquina no elaboraría nada que no hubiera sido previamente programado por el hombre. Sin desmentir que una máquina que no experimenta emociones pueda desarrollar lo que en el ser humano llamamos libre albedrío, lo cierto es que lo que ya es comprobable es que trabajos básicos intelectuales son realizados sin problema y una perfección meteóricamente creciente por la IA.

Como primera derivada de todo ello es obvio pensar que multitud de trabajos realizados por el hombre, incluyendo la redacción de este mismo artículo, pueden pasar a mejor vida en muy poco tiempo. En otras palabras, cientos de millones de personas en todo el mundo se irán al paro. Se les dirá que se reciclen y se adapten a los nuevos tiempos y a fomentar y desarrollar su creatividad, pero es harto dudoso que el ser humano tenga esa gigantesca y vertiginosa capacidad de transformación.

La máquina ya es capaz de diagnosticar un cáncer no detectado por una pléyade de grandes doctores en apenas unos segundos. En la judicatura se esgrime que la gravedad y ponderación de un magistrado a la hora de emitir sentencia no las logrará nunca una máquina. Será un debate interesante, a medida que avance inconteniblemente el desarrollo de estas máquinas, sobre todo porque su falta de emociones puede ser una ventaja a la hora de aplicar las leyes sin que los sentimientos del que juzga puedan llevarle a cometer algún tipo de injusticia, fruto de presiones políticas o de cualquier otro tipo, a la hora de dictar sentencia.

¿Qué hacer entonces con esos cientos de millones de personas cuyas vidas ya no se regirán en función del trabajo que desempeñen y de la correspondiente remuneración que perciban por él? La respuesta ha de ser por fuerza a escala global porque la IA desborda ampliamente cualquier frontera. Tampoco parece que los políticos al uso puedan prometer a los electores soluciones a problema tan descomunal sin provocar muecas de escepticismo.

Además de las calamidades que ya se abaten sobre el mundo, ya es seguro que vienen tiempos de continuas incertidumbres. Y, como reza un proverbio chino, “que el destino te libre de vivir tiempos interesantes”. Parece muy probable que la pugna global actual desembocará en un nuevo orden. Y en ese nuevo escenario es inevitable un cambio radical de modelo de sociedad en la que tengan su sitio esos centenares o miles de millones de personas. Lo contrario sería excluir a media humanidad. Creo, pues, que estamos ante un problema global que no se podrá eludir y que tampoco se solventará con cataplasmas.