Tokio 2020, competencia y diversidad

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Pocos símbolos más significativos del tiempo histórico que vivimos en 2021 que las Olimpiadas de Tokio y la victoria de la diversidad. Los relevos mixtos del 4 por 400, han representado uno de los momentos estelares de los juegos, entre tantos otros, reflejo de un mundo que compite en pie de igualdad de género e interculturalidad, en unos juegos marcados por el Covid y por el extraordinario esfuerzo y eficacia de Japón en la lucha contra las adversidades que nuestra época nos ha planteado. En el medallero, una rivalidad brillante y sin cuartel entre atletas y potencias deportivas y políticas, sitúa de momento a cinco países de Asia Pacífico entre los doce primeros clasificados: China, Japón, Australia, Corea del Sur y Nueva Zelanda. Una de ellas, la primera, entre los países denominados autoritarios y cuatro entre los países democrático - liberales. Estados Unidos, segunda, y las potencias europeas, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia y Países Bajos, entre los doce países con más medallas hasta la fecha. Rusia, el eterno rival, también en el grupo de cabeza y España, rozando la recuperación de los éxitos que el deporte español ha brindado a nuestro país en años pasados. 

Históricamente, los Juegos Olímpicos han trasladado a la pasión deportiva la competencia entre las grandes potencias y la aspiración de los países emergentes por hacerse un hueco en el medallero del triunfo. La Guerra Fría convirtió a las Olimpiadas en un escaparate donde pugnaban Estados Unidos y la Unión Soviética por la supremacía política en un marco deportivo, así como un argumento para deteriorar la imagen de la superpotencia rival con boicots como los de Montreal y Moscú. La globalización revitalizó la acción político – deportiva de los emergentes organizadores, Corea del Sur, China, Brasil, o de potencias tradicionales como Gran Bretaña o Rusia. Y ahora la competencia entre potencias parece haber transformado los juegos en una doble pugna entre países asiáticos, por un lado, y entre sistemas democráticos y autoritarios por la otra. Pero la confirmación de los atletas africanos y caribeños en distintas especialidades, la diversidad del medallero y sobre todo el auge del interés y las marcas del deporte femenino, han confirmado en Tokio lo que la historia anticipaba en el mundo: el imparable triunfo de la igualdad de género y la diversidad.

Tokio 2020 pasará a la historia por cuestiones deportivas y por los condicionantes de la pandemia que los organizadores han sorteado con audacia. También porque ha confirmado el giro asiático de los polos de influencia. Pero también porque en estas Olimpiadas se ha plasmado sobre el terreno de la sana competición, el avance de la globalización y su proyección de un mundo más abierto, más interétnico y menos incierto. La recuperación hoy parece un triple salto de Ana Peleteiro, cuando ayer recuperar la ilusión, parecía un obstáculo insalvable.

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