Opinión

Trump en Libia

photo_camera El presidente de Estados Unidos, Donald Trump

Es de sobra conocida la capacidad individual de actuación del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. En múltiples ocasiones se basa en sus primeros impulsos que siempre tienen en cuenta sus intereses personales y políticos y después los intereses de Estados Unidos. Utiliza su famosa y controvertida cuenta de Twitter y lanza sus mensajes sin consultar con los respectivos departamentos. 

Hay que reconocer que algunos planteamientos de Trump no son tan simples como aparentan y que se deben a análisis concretos de su núcleo de asesores más cercano. El problema es la escasa conexión de ese círculo con departamentos tan relevantes como el Pentágono, en la crisis de las protestas raciales y la intención de Trump de sacar a los militares a la calle rechaza por el todavía responsable de Defensa o como la secretaría de Estado, a la sazón responsable de los Asuntos Exteriores, con la valoración de la propuesta de Egipto para lograr una solución en Libia. 

Tenemos encima de la mesa el apoyo de Trump a la iniciativa de El Cairo mientras la Secretaría de Estado emite una declaración que se opone claramente y parece alentar a Turquía a que ignore la propuesta egipcia, a pesar de que ofrece una solución aceptable y justa para las dos partes. Parecía que la Casa Blanca retomaba el control de la política norteamericana en un país mediterráneo tan estratégico como Libia, pero el todavía secretario de Estado, Mike Pompeo, a través de su adjunto para Asuntos del Cercano Oriente, David Schenker, se resiste a perder su influencia.

Trump, que apoya implícitamente al Ejército Nacional Libio (LNA), rechaza el control de Libia por grupos islamistas desde el derrocamiento del régimen del difunto coronel Muammar Gadafi, que había llevado, entre muchas otras cosas, al asesinato del ex embajador de EE.UU. en Libia Christopher Stevens. Los asesores directos de Trump ven con preocupación el envío por Turquía a Libia de combatientes sirios procedentes de Idlib, entre ellos terroristas del Daesh y del Frente Al-Nusra, y que constituye una amenaza para la seguridad de los aliados de los Estados Unidos en el norte de África y en Europa. Contradecir a Trump que había expresado su apoyo a la propuesta de Egipto con un cese el fuego inmediato y la recuperación de las negociaciones de Berlín entre todas las partes, supone incentivar el incremento de la guerra. El mariscal Haftar, líder del LNA, ha retirado parte de sus tropas, que intentan tomar Trípoli desde hace un año, persuadido por Francia y Rusia para retomar la negociación política pero el resultado es una escalada violenta por parte de las tropas turcas y las milicias islamistas que intentan recuperar la ciudad de Sirte. Además, surgen dudas sobre la neutralidad de la nueva enviada especial de Naciones Unidas, la diplomática estadounidense Stephanie Williams, más cercana al departamento de Estado que a la Casa Blanca. 

La preocupación norteamericana radica en la mayor presencia de Rusia en suelo libio pero la realidad es que la ambición turca, aliada con los islamistas, pretende el control de las zonas petrolíferas de la Media Luna y del sur y fortalecer su papel en el Mediterráneo. Hacer de Libia una nueva Siria como parece pretender el apoyo del Departamento de Estado a Turquía va muy en contra de la estabilidad en la región y de los intereses europeos.