Trump, ¿presidente de único mandato?

Donald Trump, President of the United States

Los ciudadanos de Estados Unidos eligen presidente cada cuatro años, pero no es incorrecto afirmar que una vez que estos ponen el pie en la Casa Blanca existe una alta probabilidad de que revaliden su mandato. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, solo tres gobernantes en el cargo han fracasado al enfrentarse a unas elecciones presidenciales: Gerald Ford en 1976, Jimmy Carter en 1980 y George H. Bush en 1992. 

El primero de ellos alcanzó el máximo poder tras la renuncia de Richard Nixon, cercado por el escándalo del ‘Watergate’. En contra de gran parte de la opinión pública, Ford exoneró a su predecesor, lo que hundió tanto su popularidad como su futuro político. Carter, su sucesor, se enfrentó a una severa crisis económica, lo que llevó a los votantes a decantarse por Ronald Reagan, su oponente republicano. La economía fue también decisiva en la derrota de Bush, incapaz de frenar la creciente tasa de desempleo a la que se enfrentaba el país. De esta manera, se podría afirmar que el principal impedimento para que un presidente sea elegido de nuevo –Ford nunca ganó unos comicios– es esencialmente económico.  

Durante los tres primeros años de la Administración Trump, la economía ha jugado a su favor, en parte gracias a la fortaleza heredada del presidente Obama. El magnate supo aprovechar la tendencia positiva y mantuvo la reducción de la tasa de desempleo, que descendió al 3,5% en marzo de 2020. Respecto al PIB, siempre se ha mantenido por encima del umbral del 2% durante su presidencia, alcanzando el 2,3% en 2019. Sin embargo, la desigualdad de ingresos es la más alta en 50 años y, según la Oficina del Censo, el país cuenta con un coeficiente de Gini –medidor de la brecha social– del 0.485, superior al de países como Irán o Argentina. Además, dicho crecimiento del PIB ha sido el menor de todo su mandato, alejado del 2,9% de 2018.  

Sumado a ello, la amenaza de una recesión ya comenzaba a planear sobre la economía estadounidense antes de la pandemia del coronavirus. Según el ‘World Economic Outlook’ de enero de 2020 publicado por el Foro Económico Mundial, Estados Unidos reduciría su crecimiento al 2% en 2020 y acusaría dicha tendencia en 2021, con un incremento limitado al 1,7%. Trump basó parte de su éxito electoral en sus credenciales gestoras, que le permitirían gobernar el país con una mentalidad empresarial, por lo que una desaceleración económica afectaría gravemente a sus perspectivas electorales. Asimismo, su mayor base de votantes son los hombres blancos sin título universitario –un 71% se decantó por él en 2016 según una encuesta de la CNN–, un colectivo en serio riesgo en caso de una eventual recesión. 

Lejos de mantenerse como un desafío futuro, el coronavirus ha precipitado los acontecimientos, y ha sumido a la sociedad estadounidense en una crisis histórica. En tan solo tres semanas, el virus ha dejado más de 16 millones de personas desempleadas, una situación sin precedentes con importantes consecuencias para una facción de la base ‘trumpista’: la clase trabajadora. Una clara muestra es el caso de General Motors, Ford y Fiat Chrysler. Las tres manufactureras radicadas en Míchigan suspendieron la producción de automóviles para proteger así a sus operarios, pero la prolongación de dicho cierre pondría en grave riesgo sus empleos. Como Trump venció a Clinton en el estado por tan solo un 0,23% de ventaja, una pequeña desmovilización de este colectivo podría hacerle perder los 16 votos electorales que otorga el Estado de los Grandes Lagos.  

La economía no es el único reto al que se enfrentará el presidente. Joe Biden, el candidato demócrata, resulta a priori más atractivo que Hillary Clinton, la presidenciable de este partido en las pasadas elecciones. Es cierto que tanto Biden como Clinton pertenecen al tan denostado ‘establishment’, pero existen notables diferencias entre ambos, como su propio género. En las primarias de Míchigan de 2016, por ejemplo, Sanders obtuvo el 55% del voto masculino según una encuesta de CNN, mientras que este apoyo se redujo al 41% en 2020. El sexismo al que se enfrentó Clinton fue, por lo tanto, un notable impedimento para atraer al electorado masculino que, de hecho, terminó decantándose por Trump. La base más afín al presidente, los trabajadores blancos sin educación superior, también abandonaron a Sanders en Míchigan, y su apoyo entre el colectivo pasó del 57% en 2016 al 40% en 2020, según la CNN.

La mayor brevedad de las primarias también servirá para afianzar el liderazgo de Biden de cara al 3 de noviembre –fecha de las elecciones–. En 2016, Sanders y Clinton se enzarzaron en una encarnizada batalla que se dilató hasta la Convención Demócrata, pese a que el número de delegados no acompañaba a Sanders. Este año, su temprana salida de la carrera puede ayudar al partido a cicatrizar viejas heridas y cimentar así una coalición amplia con la que devolver a los demócratas a la Casa Blanca. Las encuestas acompañan a Biden hasta ahora y, según RealClearPolitics, supera a Trump en regiones clave como Florida, Wisconsin o Pensilvania, pero todavía es temprano para determinar la solidez de dichos sondeos.

En definitiva, la reelección de Trump puede verse reducida a dos factores que escapan de su control: los estragos económicos del coronavirus y la eficacia de Biden, cuya mayor limitación a lo largo del proceso de primarias ha sido él mismo. No obstante, una correcta gestión de la pandemia, que al menos supere las –escasas– expectativas actuales, así como una campaña que explote las debilidades de Biden, pueden resultar claves para su futuro político. Una crisis nunca ayuda a un presidente en año electoral, pero Trump ha resultado ser un mandatario cuanto menos atípico que ha roto cualquier marco de análisis preexistente. El coronavirus, por su parte, también ha resultado ser un reto sin precedentes para la humanidad, que ha visto su futuro reducido al aplanamiento de una macabra curva de contagios y muertes. 

¿Podrá sobreponerse un presidente único a unas circunstancias excepcionales? Las próximas semanas serán decisivas para comprobar si finalmente Trump se convierte en una anécdota histórica o si, por el contrario, afianza su legado en la anquilosada élite política estadounidense. 
 

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