Opinión

Turquía: expansión y liderazgo. Los Balcanes

photo_camera Recep Tayyip Erdogan and Aleksandar Vucic

En un artículo anterior, ya hablamos de la excepcionalidad de Turquía que otorga al moderno estado otomano un rol de mediador entre oriente y occidente, ofreciendo la posibilidad ser clave en el actual escenario Mediterráneo, tanto como miembro de la Alianza Atlántica, como por el papel histórico que tradicionalmente ha representado Ankara con respecto a sus antiguas áreas de influencia. Este hecho ha convertido a la política exterior es uno de los pilares en los que se sustenta el estado turco bajo el liderazgo del AKP (Partido Justicia y Desarrollo), aprovechando durante la última década las posibilidades que esta cualidad, la excepcionalidad y la instrumentalización por parte del estado del legado otomano y los lazos culturales, históricos y religiosos para desarrollar una agresiva política exterior, el Neo-otomanismo, que ha posibilitado la extensión de la influencia turca hacia regiones de importancia estratégica capital. 

El artífice de esta política, el antiguo primer ministro y ministro de Exteriores, Ahmet Davutoglu, un intelectual marcado por los acontecimientos de la primera mitad de los 90, concibió su ideal político en base a la idea de responsabilidad turca en los Balcanes, idea extrapolable a todas aquellas regiones que una vez cayeron bajo dominio de Estambul, para convertir a Turquía en una potencia global. Dentro de esta estrategia para posicionar a Turquía, cuatro son los países que cobran mayor importancia: Albania, Bosnia, Macedonia y Serbia. De este modo, a lo largo del Mediterráneo y Oriente Medio podemos observar como Turquía, mantiene una complicada red de relaciones en la que, dependiendo del escenario, puede enfrentarse o colaborar con otros actores estatales y no estatales, dándose situaciones paradójicas, como la colaboración con Rusia en Siria y al mismo tiempo enfrentadas no solo en Siria, también en Libia, donde tanto Rusia como Turquía apoyan a facciones diferentes. La relación con Irán, de manera similar a la rusa, oscila entre la colaboración en momentos puntuales, por ejemplo, para lograr un acuerdo de paz en Siria, y el enfrentamiento indirecto en Yemen, donde, de nuevo ambos estados apoyan a facciones diferentes. 

En Europa dos son los actores principales que determinan la política exterior del Gobierno del presidente Erdogan: la relación con la UE y la región balcánica. En los Balcanes, area de expansión natural de Turquía, Ankara ha sido meticulosa y selectiva en sus apoyos, basándose para influir en los diferentes actores regionales en la identificación de los estados y sus ciudadanos con valores, historia, religión y cultura comunes.  En muchos casos, el factor principal como rasgo distintivo y nexo de unión con Ankara es la religión, aspecto clave en las estrategias de un partido religioso como el AKP para tejer una red de alianzas individualizadas, marcadas por la ambivalencia de la política exterior turca. Sin embargo, es posible, que, pese a las veleidades religiosas del sultán, sea, la expansión cultural, la verdadera dinamizadora del proceso político que Turquía desarrolla en la región balcánica. 

Dos también son los aspectos más relevantes en los que incide en este momento la política exterior turca en la región balcánica, el económico, sobre todo el destinado a las grandes inversiones en infraestructuras críticas y la libre circulación de personas y bienes y el de seguridad, donde el objetivo es anular la influencia de la organización de Fetullah Gülen, presionando a sus aliados para que acepten extradiciones, que en muchos casos van contra las leyes de los propios países. En menor medida, el segundo objetivo turco es la entrega de kurdos y de la disidencia política posterior al golpe de estado de 2016. A la implantación de centros de enseñanza pertenecientes a la cofradía de Gülen en toda la región, Turquía ha respondido con los centros de enseñanza Maarif, pertenecientes al estado, e implantados en Albania, Bosnia, Kosovo y Macedonia. En todo este juego de alianzas, guantes de seda y puños de hierro, juegan un papel fundamental en la diplomacia turca, como canalizadoras de las inversiones de Ankara, la TIKA (Agencia Turca para la Cooperación), creada en 1991 como parte de un programa para retomar las relaciones y la cooperación con todos aquellos territorios pertenecientes a la URSS de lengua y cultura turcas, convertida en una herramienta para la cooperación económica, política y cultural indispensable para la diplomacia turca. 

Actualmente la TIKA gestiona proyectos de cooperación, inversión y desarrollo en más 150 países, los centros culturales Yunus Emre, similares a lo que el Instituto Cervantes representa en la política exterior y cultural española, localizados en Albania, Bosnia, Kosovo, Macedonia y Serbia y la DIYANET (Presidencia de Asuntos Religiosos). Podríamos pensar que la intención de Erdogan sería crear una suerte de ‘Umma’ turca a través de la cual extender su liderazgo e influencia por la región, como en su primer viaje a Serbia en 2017, cuando fue recibido en el Sanjacado al grito de sultán por la muchedumbre, llegándole a comparar con Murad I, sultán que condujo a la victoria a las tropas otomanas en 1381 en el campo de Gazimestán, durante la madre de todas las batallas en la historia de Serbia.

Es paradójico que una nación que ha construido gran parte de su identidad nacional sobre el relato del odio al turco se haya convertido en este momento, sin duda, en uno de los principales apoyos y aliados de Turquía en la región. En palabras del presidente Erdogan al diario serbio Politika, las relaciones bilaterales entre Serbia y Turquía son en este momento mejores que nunca, alcanzando los niveles de cooperación más altos en muchos años y mientras el presidente turco juega a ser el líder de la Umma, el presidente Vučić, se ha convertido en más firme apoyo de Ankara en Belgrado. La política de acercamiento de Aleksander Vučić hacia Turquía, en detrimento de Rusia, ha logrado que Serbia haya sido a lo largo del pasado año el mayor receptor de inversiones turcas en la región. Apoyados en el acuerdo de libre comercio firmado por ambos gobiernos en 2009, y en el acuerdo de libre tránsito, el volumen de las inversiones entre ambos países ha crecido desde entonces hasta alcanzar algo más del billón de euros en inversiones en 2019, centradas en infraestructuras, economía y sector energético, donde la TIKA tiene un papel muy relevante como canalizador de las inversiones turcas. Durante el foro empresarial entre Serbia y Turquía celebrado en Belgrado a principios del pasado octubre, el presidente Erdogan reiteró la buena sintonía entre ambos países, y anunció un incremento de las inversiones turcas en Serbia, destinado a aumentar el volumen de negocio hasta los cinco millones de euros en pocos años. Entre los proyectos destaca la construcción de un tramo del TurkStream, a través de territorio serbio. 

También se anunció un aumento de la cooperación en materia de seguridad entre ambos países, llegando a acuerdos en defensa, cooperación policial, e industria, aspecto donde, según el medio Balkan Insight, Serbia estaría interesada en adquirir tecnología turca destinada a la seguridad. Desde la extradición en 2017, en contra del criterio de Naciones Unidas, de un político kurdo refugiado en Serbia, reclamado por Ankara, la cooperación entre Serbia y Turquía ha sido constante. El caballo de batalla en este momento de Turquía con Serbia en particular, pasa por la situación en Kosovo, con unas relaciones cada vez más deterioradas, a pesar de los intentos por llegar a un acuerdo satisfactoria para ambas partes, heridas de guerra no cerradas, la situación de la minoría serbia reducida a la mitad de la ciudad de Mitrovica, pero sobre todo la cuestión de las tasas impositivas a productos serbios y bosnios en Kosovo.  

“Kosovo es Turquía y Turquía es Kosovo”. Cuando visitó Kosovo en 2013, el presidente Erdogan pronunció esta grandilocuente frase, que bien podría ser muy significativa de la importancia, política, histórica y cultural que un territorio irrelevante en la periferia europea tiene para Turquía. Sin embargo, en la historia reciente, las relaciones entre ambos gobiernos están sin duda marcadas por la operación de extradición en 2018 de cinco ciudadanos turcos pertenecientes a la institución de enseñanza de Fetullah Gülen en Kosovo y un ciudadano, también de nacionalidad turca, de origen kurdo, acusados de ser miembros de la FETÖ. Esta operación se realizó a espaldas del entonces primer ministro Ramush Haradinaj, pero con el conocimiento y consentimiento del presidente Hasim Thaçi, muy cercano al presidente Erdogan y enfrentado a su entonces primer ministro. 

En la operación colaboraron la policía y la Agencia de Inteligencia de Kosovo con la MIT (Organización Nacional de Inteligencia), los servicios secretos turcos. Tras el incidente, Ramush Haradinaj cesó a su ministro de Interior, al jefe de la Policía y al director de la Agencia de Inteligencia, e impulsó en el Parlamento de Pristina una comisión de investigación sobre esta operación, a la que el presidente Erdogan reaccionó acusando a Haradinaj de dar cobijo a terroristas y de querer dinamitar las relaciones entre Kosovo y Turquía. La comisión de investigación, formada por los dos principales partidos de la oposición, presentó sus conclusiones a comienzos de febrero de 2019, denunciando múltiples obstáculos en el desempeño de su labor, en particular la nula cooperación del presidente Hasim Thaçi y su negativa a entregar documentación sensible a la comisión. 

Asimismo, determinaron que la operación había sido ilegal, acusando a la Policía, Agencia de Inteligencia y autoridad aérea de Kosovo de colaborar en una operación al margen del gobierno. La organización de Fetullah Gülen está presente en Kosovo a través de la organización educativa Gulistan, dedicada a la gestión de escuelas de educación primaria y secundaria, por lo que Kosovo es uno de los principales objetivos de la política de seguridad turca.

Ramush Haradinaj, que dimitió de su cargo en febrero de este año bajo acusaciones de crímenes de guerra durante el conflicto entre Serbia y su territorio autónomo en 1999, no es una voz discordante en la sociedad kosovar. La relación con Turquía no es bien percibida por la población de etnia albanesa, mayoritariamente euroescéptica y atlantista. Atlantista en tanto su política está más orientada hacia EEUU y el Atlántico que hacia Europa, la UE y el Mediterráneo, de modo que lo que la sociedad kosovar percibe como injerencias de otros estados, sobre todo de Turquía en su política interna, levanta ampollas. 

Un ejemplo significativo podría ser la controversia acerca del fracasado proyecto de 2012 de dotar de una nueva mezquita a Pristina, financiada por Turquía a través de la DIYANET, como regalo por el aniversario de la independencia. Alrededor de un 90% de la población en Kosovo es musulmana, por lo que una iniciativa en este sentido debería ser bien recibida. Sin embargo, el proyecto fue visto mayoritariamente como un intento turco de penetración cultural y religiosa. A día de hoy, solamente se ha puesto una piedra y su recuerdo es un gran solar en el centro de Pristina. Turquía, según datos del ministerio de exteriores turco, es el tercer inversor europeo en Kosovo, con un volumen de negocio cercano al billón de euros y unas inversiones por encima de los 350 millones de euros. La inversión se concentra en sectores estratégicos: banca; minería, en la que las compañías turcas son las mejor situadas en el proceso de privatización de las minas de carbón estatales; energía, donde controla la Kosovo Electricity Distribution a través del consorcio empresarial Limak, y en el proyecto para la construcción de un nuevo aeropuerto en Pristina. 

En el plano cultural, la TIKA ha realizado grandes inversiones para renovar el deteriorado patrimonio cultural del país. Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la economía de Kosovo, que afecta a la economía regional, por las repercusiones que tiene entre otros proyectos para el llamado mini Schengen balcánico, es la imposición de manera unilateral de tasas del 100% a productos procedentes de Serbia y Bosnia, debido a la cancelación por parte del Gobierno serbio del acuerdo de libre tránsito entre Kosovo y Serbia de 2011. A pesar de estos desencuentros, el presidente Erdogan ha intentado a lo largo de los últimos años mediar entre Vučić y Thaçi tratando de llegar a un punto de encuentro que resuelva definitivamente el estatus de Kosovo. 

Las buenas relaciones entre Belgrado y Ankara también han repercutido en las relaciones trilaterales, impulsadas por Turquía, con Bosnia. El hombre de Erdogan en Bosnia es Bakir Izetbegovic, hijo de Alija Izetbegovic, presidente del SDA (Partido de Acción Democrática), asesorado y apoyado por el AKP de Erdogan, al que al mismo tiempo apoya y financia desde las instituciones turcas e impulsando la carrera política de Sebija, esposa de Izetbegovic, una de las figuras más relevantes en el actual panorama político bosnio. 

El apoyo del Gobierno turco no solo se ha traducido en financiación y asesoramiento del principal partido musulmán de Bosnia; también de campañas de información en medios y agencias turcos, como Anadolu, y en la asignación prioritaria de fondos de la TIKA, destinados a proyectos agropecuarios, sector bancario modernización de infraestructuras, como el hospital de Sarajevo y la privatización de las líneas aéreas de bandera bosnia, B&H Airlines. En una de las reuniones bilaterales celebradas a lo largo de este pasado año, el presidente rotatorio de Bosnia, Dodik, y el presidente Erdogan se mostraban confiados en que, con la aprobación del proyecto de autopista Sarajevo-Belgrado el volumen de negocio entre ambos países superase los 1.000 millones de euros anuales, posibilitando, probablemente la inclusión de Bosnia en el proyecto Turkish Stream. La aprobación de este proyecto fue uno de los anuncios más relevantes en materia de cooperación económica que se produjo en Belgrado el pasado ocho de octubre, durante el mencionado foro económico entre Serbia y Turquía. Un acuerdo alcanzado con el gobierno de Bosnia Herzegovina para la construcción una infraestructura que pretende ser el eje a través del cual los Balcanes se unirán al corazón de Europa. Igualmente, se hizo un llamamiento a Croacia para aumentar la cooperación con Turquía, Serbia y Bosnia aprovechando las ventajas de la nueva autopista. Este proyecto recibió el empujón definitivo en el mes de julio pasado durante la reunión del SEECP (Proceso de Cooperación de los Países del Sureste de Europa), en Bosnia Herzegovina. 

Durante el foro, el presidente Erdogan insistió en la importancia de la cooperación entre los distintos Estados que componen la región, y no perdió la oportunidad para insistir en criticar a la UE, e insistir en que los países que optan a la adhesión deben hacerlo unidos en un bloque que Turquía está dispuesta a liderar. En este sentido, Ankara ya ha manifestado estar más que dispuesta a avalar la candidatura bosnia a la OTAN. Esta reunión, a la que asistieron entre otros los presidentes de Turquía, Macedonia, Montenegro y Eslovenia y los primeros ministros de Serbia y Bulgaria, fue vetada por Kosovo debido a que tanto Serbia como Bosnia no reconocen su estatus, y al aumento de la tensión con ambos países, en especial con Bosnia, presidida en este turno por el serbio Milorad Dodik, a quien Hasim Thaçi responsabiliza del deterioro de las relaciones entre ambos gobiernos. 

En solidaridad con Kosovo, Albania también declinó la invitación a participar, pero en un innegable gesto de la albanesidad de la que hablaba Pashko Vasa, el presidente del país, Ilir Meta, acudió a título personal, sin permiso del Gobierno, no sin antes solidarizarse con la situación de Kosovo. La albanesidad también se manifiesta en la similitud de la situación política kosovar con la albanesa, donde el primer ministro Ilir Meta está enfrentado al primer ministro Edi Rama. Edi Rama, como hemos visto, es uno de los hombres del presidente Erdogan en la región, amigo personal, y uno de los dos líderes políticos invitados a la boda de la hija del presidente turco, a simple vista un dato irrelevante, pero significativo si tenemos en cuenta lo complejo de la red de relaciones diplomáticas turcas en los Balcanes. 

Turquía fue uno de los primeros estados en enviar ayuda a Albania, a través de la Media Luna Roja turca, tras el terremoto de Dürres y el primero en cantidad de material enviado para ayudar al gobierno de Tirana en la reconstrucción de los daño producidos por el seísmo. Además, el Gobierno turco se comprometió a financiar y construir 500 viviendas y lanzar un paquete de ayudas e inversiones en Albania que impulsasen la recuperación de la zona tras el terremoto. 

Para Edi Rama, este gesto, más tras ser ninguneado por la UE al posponer su candidatura a la adhesión, le acerca aún más a la órbita turca, siendo hasta hoy plausible la posibilidad de que Albania se viese impelida a elegir entre Bruselas y Ankara. En 2018 el presidente Erdogan se jactaba de haber invertido más de 3 billones de euros en Albania, y retaba a Bruselas a hacer lo mismo, dudando de las verdaderas intenciones de la UE para con Albania. Las inversiones turcas en el país adriático han sido, tal y como hemos visto en otros países, en infraestructuras críticas, energía, banca, industria siderúrgica, telecomunicaciones, sector donde la antigua operadora estatal Albtelecom es propiedad de Turkish Telecom, así como su filial de telefonía móvil, Eagle Mobile y el proyecto, muy avanzado, para construir un aeropuerto en la turística ciudad de Vlöre. 

Otras inversiones incluyen, con fondos de la DIYANET, la construcción de una nueva gran mezquita en Tirana, que ahora sí, a diferencia de Kosovo, fue bien recibida por una sociedad, la albanesa, donde la religión apenas preocupa a una población, tradicionalmente laica. Es posible que, en un futuro, Albania se vea impelida a elegir entre Bruselas y Ankara. De momento, la UE ha invitado al Gobierno de Edi Rama a iniciar las definitivas negociaciones en post de la ansiada adhesión. Sin embargo, es posible que las políticas dubitativas de la UE en los Balcanes no solo exciten los ánimos expansionistas de Ankara, ya que, como hemos visto, existe un actor,del que se habla poco, pero con grandes intereses económicos y estratégicos en la región, además de unos fuertes lazos culturales: Rusia. 

La Rusia con la que se identifica la población serbia de Mitrovica norte y que antaño fue abanderada del paneslavismo y el aliado más cercano de Serbia, de momento no compite por la región; más bien colabora con Turquía. A lo largo del año pasado se publicaron una serie de informes, calificados como falsos, según los cuales EEUU saldría de Kosovo en caso de no revocar las polémicas tasas, colocando a Rusia y Turquía en posición de llenar el supuesto vacío dejado en Kosovo por EEUU. Rusia, a lo largo de la historia, ha considerado los Balcanes como su zona de expansión natural, tanto por cuestiones étnicas, culturales, religiosas, y actualmente de índole económica y estratégica. Los Balcanes representan en este momento la salida al Mediterráneo y sur de Europa de los hidrocarburos rusos, por lo que es el sector energético su principal objetivo. 

El proyecto Turkish Stream, un desarrollo del malogrado South Stream, es en este momento la principal iniciativa rusa en la región. Las inversiones totales rusas en los Balcanes occidentales se sitúan alrededor de los cuatro billones de euros, siendo su tradicional aliado, Serbia, el mayor receptor de inversiones rusas con cerca de 500 millones de euros. De nuevo es en los Balcanes donde Turquía y Rusia prueban sus ambivalentes relaciones en una carrera que, en algún momento, estallará en un enfrentamiento abierto, dado los múltiples intereses de ambas potencias en la zona. La influencia turca contrapuesta a la rusa llega incluso a regiones en la periferia balcánica, como Moldavia, donde la sintonía entre los presidentes Igor Dodon y Erdogan ha llevado al país a un acercamiento a Turquía y a una fructífera cooperación tanto económica como de seguridad, donde Dodon no ha dudado en extraditar a siete miembros de la cofradía de Fetullah Gülen refugiados en Chisinau reclamados por Turquía. 

A cambio, es curiosa a veces la diplomacia, ha recibido como regalo varias autobombas de agua para control de multitudes. Uno de los frentes en los que Rusia y Turquía se encuentran en posiciones enfrentadas es la adhesión a la OTAN de los países que integran los Balcanes occidentales, algo que estratégicamente no conviene a Moscú y haría perder peso a Rusia en la región. En este sentido, Moscú ha impulsado varias iniciativas para tratar de impedir o al menos retrasar la adhesión, tanto de Montenegro como de Macedonia a la Alianza, orquestando un intento de golpe de estado en 2016 contra el primer ministro de Montenegro Milo Djukanovic y bloqueando la solución al conflicto entre Grecia y Macedonia que finalmente se sancionó en los acuerdos de Prespa, posibilitando la solicitud de adhesión del país balcánico tanto a UE como a OTAN. 

Macedonia del Norte es el país que más apoyo ha recibido de Turquía en su proceso de articulación como estado, reconociendo su independencia después de Bulgaria, manteniéndose a su lado durante el conflicto por el nombre con Grecia y apoyando sin fisuras la integración en la Alianza Atlántica. Sin embargo, el cambio de gobierno en el país, con el antiguo primer ministro Nikola Gruevski fugado en Hungría, de nuevo enfrenta al primer ministro, Zoran Zaev con el presidente Erdogan, al negarse a entregar a 15 ciudadanos turcos refugiados en Macedonia reclamados por Ankara acusados de formar parte de la organización de Gülen y estar implicados en el golpe de estado de 2016. 

La postura de Zaev, respaldada por la UE, provocó que en abril del pasado año, Turquía amenazase con dejar en suspenso la firma del protocolo de adhesión de Macedonia a la OTAN, proceso que debe ser ratificado por todos los miembros de la alianza. Pese a todo, desde Ankara insistían en que la colaboración entre ambos países en la lucha contra la FETÖ es fructífera, y las relaciones bilaterales buenas. Finalmente, en julio, Turquía ratificó la adhesión, y Macedonia del Norte es hoy, tras ratificar el Senado español, el último de los aliados, este mes de marzo, miembro de la OTAN.

El 18 de febrero, con motivo del 68 aniversario del ingreso de Turquía en la OTAN, la delegación turca ante la Alianza reiteró el compromiso y la solidaridad de Turquía con sus aliados, pero lo cierto es que las relaciones con la OTAN, siguiendo la línea marcada por la acción exterior del Gobierno turco, no son en este momento, como hemos visto, fluidas y basculan entre el apoyo formal como miembro y los intereses particulares de Turquía. Desde la compra del sistema antiaéreo ruso S-400, las relaciones con EEUU no son las mejores, suspendiendo incluso los programas de inteligencia conjuntos que llevaban a cabo ambos países en el norte de Siria. 

La posición de Turquía en la OTAN, segundo ejército de la alianza, es complicada. De aliado incondicional de EEUU durante la guerra fría, ha pasado a tener una posición ambivalente, determinada por el abandono de posiciones en Oriente Medio y el Mediterráneo por parte de EEUU, y la conformación de una agenda propia supeditada a sus propios intereses.

La cuestión de Chipre también ha jugado un papel de cierta relevancia en las relaciones entre Ankara y Skopje. Turquía presiona desde el año 2000 para que Macedonia no reconozca al Gobierno de la isla, pero esta cuestión es algo que se antoja complicado, dada la intención de Macedonia de ingresar en la UE de la que Chipre es miembro, algo que obligará a Skopje a reconocer a este gobierno antes o después, más teniendo en cuenta que Bruselas por fin ha abierto la puerta tanto a Macedonia como a Albania para iniciar las conversaciones definitivas para la adhesión. 

Mientras tanto, Turquía a través de la TIKA, durante los últimos años ha realizado inversiones en Macedonia por un valor cercano a los 100 millones de euros, centradas en el sector agropecuario, educación, con la apertura de escuelas de educación infantil, primaria y la creación de la Balkan University. De nuevo, encontramos inversiones turcas en el sector aeronáutico, donde el consorcio turco TAV gestiona los aeropuertos de Skopje, Ohrid y proyecta un nuevo aeropuerto en la ciudad de Stip.

Hacía tiempo que Grecia no era el principal eje sobre el que gira la política exterior turca. Desde el golpe de estado de 2016, los choques entre ambos países han sido puntuales, como la reclamación de los ocho de oficiales disidentes refugiados en Grecia tras el golpe, llegando a ofrecer 9 millones de euros a Grecia a cambio de su extradición. Al mismo tiempo, en la última década se han sucedido los enfrentamientos en el Egeo, derivados de las reclamaciones griegas para que Turquía desmilitarice el Dodecaneso, y la cuestión de Chipre. Chipre es en este momento más importante para Turquía de lo que ha sido en las últimas décadas. 

Las reservas de hidrocarburos encontradas en el Mediterráneo oriental han puesto en disputa aguas mediterráneas entre Chipre y Grecia, apoyados por Francia y Turquía. Chipre y Grecia llegaron a un acuerdo para la construcción de un gasoducto desde el Mediterráneo oriental hasta el sur de Europa, vendiendo los derechos de prospección y explotación de estas reservas a varias multinacionales, entre ellas la francesa Total; unas prospecciones detenidas debido a la presencia de la Armada turca en la zona. Al mismo tiempo, buques turcos comenzaron las prospecciones en aguas al norte de Chipre en julio del pasado año, prospecciones consideradas ilegítimas por parte de la UE, que las considera una invasión de la soberanía chipriota, amenazando con sanciones a Turquía caso de no detener las prospecciones en aguas, chipriotas. 

La respuesta turca fue la ruptura unilateral del acuerdo migratorio con la UE de 2015. El presidente Erdogan nunca ha dudado en utilizar todos los medios a su alcance a la hora de presionar tanto a la UE como, en otras circunstancias, a sus socios de la OTAN. Durante los últimos años, su mejor arma para presionar a la UE ha sido la gestión de los flujos migratorios que desde Siria han tratado de llegar a la UE. El último episodio se produjo a finales de febrero, tras el incidente que costó la vida a 35 soldados turcos en un ataque aéreo en Siria. Ese mismo día, Turquía solicita apoyo a sus aliados e invoca el punto 4 del tratado de Washington, por el que solicita formalmente ayuda a la OTAN, o al menos, que se produzca una declaración formal de apoyo del conjunto de la alianza. La cuestión en la OTAN se cierra con el veto griego y una declaración personal del secretario general de la Alianza de apoyo a Turquía. 

Esa misma noche, el Gobierno turco anuncia la posibilidad de una apertura de la frontera con Siria, apertura que se produce al día siguiente de este anuncio, el 28 de febrero, provocando que Grecia, en contra del derecho internacional humanitario, suspenda el derecho de asilo, recogido en el estatuto del refugiado,  durante un mes y cierre la frontera con Turquía y el puerto de Mitilene y la isla de Lesbos, comenzando una serie de enfrentamientos en los que los grupos de refugiados se han visto rechazados por la Policía griega, que en ocasiones se ha empleado con mucha dureza, utilizando cañones de agua y balas de goma para repeler a los migrantes. 

El 4 de marzo, el presidente Erdogan se entrevista en Bruselas con Charles Michel, presidente del Consejo, que reitera el apoyo sin fisuras a las decisiones de sus socios Grecia, Bulgaria y Chipre. Ante semejante situación, el 9 de marzo, antes de acudir por segunda vez a Bruselas a entrevistarse con la cúpula de la UE, el presidente Erdogan solicita a Grecia la apertura de la frontera apelando a la catástrofe humanitaria que de no hacerlo se va a producir. Grecia responde acusando a Turquía de alentar a los refugiados a cruzar por la fuerza, de facilitar información sobre los puntos más vulnerables para cruzar la frontera y medios para cortar alambradas. 

El alto representante de la Unión Europea para Política Exterior, el español Josep Borrell, advierte al gobierno turco que la frontera griega no se abrirá bajo ninguna circunstancia. La entrevista con la presidenta de la Comisión Ursula Von der Leyen y Charles Michel, se salda con la promesa de 6.000 millones de euros destinados a paliar la situación de los refugiados que se encuentran en Turquía, tras lo cual la cúpula comunitaria, incluyendo a David Sassoli, presidente del Parlamento, anuncian un viaje, posteriormente cancelado debió a la emergencia del COVID-19, a la frontera greco-turca para el 11 de marzo para mostrar el apoyo de la UE a Grecia. Además, se aprueba una misión de Frontex en Grecia compuesta de 100 agentes, que se unirán a los 100 agentes de policía envidos por Polonia, 12 por Austria y 25 por Chipre para apoyar a las fuerzas de seguridad helenas. 

Como hemos visto, la compleja red de alianzas tejida en torno al elemento religioso, lazos culturales y liderazgo político de Recep Tayyip Erdogan en los Balcanes, ha situado a Turquía en una situación de fuerza, firmemente asentada en la región. En la actual coyuntura de inestabilidad política y social, hay innumerables factores que podrían dar un vuelco a la situación en la región, sin embargo, a nivel político y estratégico, a corto plazo dos serían los más determinantes caso de producirse, un giro en las políticas de la UE con respecto a los Balcanes occidentales, que privasen de todos sus apoyos en la región a Turquía y, un deterioro de las relaciones bilaterales con Rusia, como vimos a finales de febrero, que complicase la colaboración entre ambos países en la región y los situase definitivamente frente a frente.