Un Brexit a lo Dunkerque

Una de las idiosincrasias chuscas del proceso de salida de Europa del Reino Unido ha sido el constante recurso a la retórica de la Segunda Guerra Mundial por parte de los más fervientes partidarios del Brexit,

Una de las idiosincrasias chuscas del proceso de salida de Europa del Reino Unido ha sido el constante recurso a la retórica de la Segunda Guerra Mundial por parte de los más fervientes partidarios del Brexit,  una generación nacida en la postguerra, que creció leyendo comics de hazañas bélicas y viendo películas de guerra romantizadas. Quizás no sea de extrañar entonces que la resolución del acuerdo de libre comercio con la Unión Europea haya terminado con una especie de evacuación de Dunkerque, cuando se esperaban un nuevo Día-D. Al final,  el Nudo Gordiano de las negociaciones entre Michel Barnier y David Frost se zanjó a la muy francesa manera de Richelieu y Mazzarino, aprovechando la improvisada coartada viral de Johnson para anular las navidades y, sabiendo que jugaba de farol, ofrecieron a los británicos un ensayo general del Brexit duro,  cerrando Calais; dejando,  como Hamlet, que les explotase su propio petardo en la cara, y creando tal conmoción que hasta el mismísimo Farage anunció el final de su guerra particular contra los Tories, en un festival del ‘donde dije digo, digo Diego’ a un lado del Canal, y de ‘Schadenfreude’ a duras penas contenida,  en el otro.  

Aún cuando la firma del acuerdo es una buena noticia para todas las partes, nadie debiera llamarse a engaño en cuanto al alcance e impacto de los cambios que comenzarán a ser tangibles después de Año Nuevo, significativamente, cuando La City de Londres quede automáticamente excluida del mercado único de servicios financieros de la UE en Nochevieja, algo que augura importantes movimientos de activos, toda vez que el acuerdo no incluye pasaporte ni equivalencia financiera con la UE. Se abre así la incógnita de cómo llevará a cabo el Reino Unido la facilitación y acceso al mercado de la Unión Europea para seguir gestionando activos muy lucrativos, que representan el 80% de la economía británica, y que incluyen las materias primas, los valores de bolsa, los derivados negociados en bolsa, permutas de incumplimiento crediticio y de tipos de interés, contratos de energía, derivados de flete, divisas y bonos y las operaciones  de recompra denominadas en euros y libras esterlinas. 

Las cifras oficiales del gobierno británico sugieren que el acuerdo llevará a un decrecimiento económico del  6% durante tres lustros, acompasado los costes ocultos consecuencia del aumento de las ineficiencias. Tras un proceso revolucionario suele emerger una nueva burocracia, y no hay razones para pensar que en el caso del Brexit será diferente (se especula con la necesidad de contratar y formar a unos 50.000 nuevos funcionarios públicos). Lejos de lo prometido durante la campaña del referéndum, trámites, papeleo y costes que son inexistentes para las empresas de los Estados Miembros,  serán ahora una rémora insoslayable para cualquier negocio británico.   

En esencia, todo lo que garantiza el acuerdo conseguido es que las empresas de la UE + EFTA pueden comerciar con el Reino Unido sin incurrir en aranceles y viceversa, todo ello supeditado a que el Reino Unido observe lealtad a unas reglas de juego mínimas en materia de competencia comercial. 

Por mucho que entre las motivaciones de los votantes favorables al Brexit la economía ocupase un lugar secundario,  será prácticamente imposible que, una vez que las realidades que se derivan de haber establecido un acuerdo comercial con la Unión Europea -sustancialmente peor que el que ya existía- y cuando las aspiraciones de soberanía deban verse nuevamente  comprometidas,   para poder acceder en condiciones favorables a los mercados internacionales, las empresas y la opinión pública no empujen para reconverger,  haciendo que el Brexit se quede en Bino; ‘Brexit In Name Only’. Un Brexit sólo de nombre. Máxime cuando el aparato de propaganda de Downing Street ya no podrá seguir culpando a Bruselas de sus propias contradicciones internas y palmaria incompetencia.  

Más allá de los aspectos comerciales, el acuerdo permitirá que la incardinación y el solapamiento del Reino Unido en los asuntos europeos geoestratégicos sea más cooperativa que competitiva, algo que permitirá dormir mejor a los ocupantes de las principales cancillerías del continente. Así, ambos socios se han comprometido a continuar la colaboración en la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado, incluyendo la participación en agencias Europol y Eurojust, y el mecanismo de extradición conocido como Euroórdenes, contingente a la adherencia del Reino Unido a la Convención Europea de Derechos Humanos, si bien queda libre de la jurisdicción del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. No obstante, lo acordado incluye una disposición temporal para el intercambio de datos hasta que ambas partes determinen el mecanismo supervisor que garantice que las leyes de protección de datos de cada uno permiten la transferencia de datos entre el Reino Unido y la UE. Este grado de integración no habría sido posible sin un acuerdo, lo que hubiera creado un vacío legal, operacional y normativo que habría sido aprovechado por toda clase de actores para pescar en rio revuelto, con unas consecuencias difíciles de pronosticar.  

Prueba del riesgo que se ha corrido, es que en aras a la celeridad, el acuerdo evita el requisito por parte de los parlamentos nacionales y regionales de la Unión Europea, lo que cierra la puerta a que un parlamento regional como el Valón vete la ratificación del tratado, habida cuenta de que los servicios jurídicos de la UE dictaminaron que el acuerdo era competencia exclusiva de la Unión Europea.  Por su parte, el gobierno de Johnson cuenta con los votos de la oposición para aprobar el tratado, un acto parlamentario que tendrá lugar el 30 de diciembre, mediante un procedimiento de urgencia.  

Como dijo Sigmund Freud, lo mejor es a menudo enemigo de lo bueno. Sin ser perfecto, el establecimiento del acuerdo entre la Unión Europea y el Reino Unido dista mucho de ser lo peor que nos podría haber pasado de habernos empecinado en los maximalismos. A la hora de la verdad, y en contra de lo que auguraba la derecha populista anti-UE patrocinada por Steve Bannon, el Brexit no ha sido la ficha de domino que haría que,  uno tras otro,  los países de la UE cayeran siguiendo la estela británica. Por el contrario, la UE ha salido reforzada interna e internacionalmente, mientras que   está todavía por demostrar que la influencia global británica y su cohesión interna vayan a ser mayores que antes de 2016. 

Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato