Opinión

Un siglo de la Resolución de San Remo, el acuerdo que transformó Oriente Próximo

photo_camera Conferencia de San Remo

Hace cien años comenzó un periodo de cambios y transformaciones profundas en Oriente Próximo. La Primera Guerra Mundial acabó con cuatro siglos de dominio otomano sobre los países árabes del Levante y Mesopotamia. Dos de las potencias victoriosas, Francia y Gran Bretaña, ocuparon los territorios y se dispusieron a administrarlos con el beneplácito de la Sociedad de Naciones. Esta organización, antecesora de la ONU, fue creada en enero de 1920 con el objetivo de promover la cooperación internacional y resolver los conflictos entre Estados de forma no-violenta. Si bien la Sociedad de Naciones no fue capaz de prevenir o mitigar muchos de los conflictos que precedieron a la Segunda Guerra Mundial, su fundación es un hito en la historia de las relaciones internacionales.

El pasado 25 de abril también se cumplió un siglo desde la firma de la Resolución de San Remo. La efeméride ha pasado relativamente desapercibida, pero es esencial para entender la historia reciente de la región. La conferencia de San Remo fue una de las muchas reuniones internacionales organizadas por las potencias ganadoras de la Primera Guerra Mundial. El objetivo particular de esta conferencia, a la que asistieron representantes franceses, británicos, italianos y japoneses era decidir el destino de los territorios ocupados a los otomanos. La resolución, de apenas una página, decidió el futuro del territorio donde actualmente se ubican Irak, Jordania, Israel, Palestina, Siria y Líbano. Al mismo tiempo, sancionó oficialmente el acuerdo Sykes-Picot y la Declaración Balfour, dos de los tres compromisos alcanzados por los británicos durante el conflicto.

100 años de la Conferencia de San Remo

El acuerdo Sykes-Picot, firmado en secreto entre Francia e Inglaterra en 1916 y filtrado por la prensa comunista un año después, establecía la división de los territorios otomanos en varias esferas de influencia. El acuerdo incluía zonas de influencia rusas e italianas en Anatolia, pero especialmente se centraba en la división del Levante y Mesopotamia entre los franceses, que ocuparían Siria, Líbano y Alejandreta, y los británicos, que administrarían las actuales Jordania e Irak. Palestina quedaba como una zona internacional. Esto era más o menos coherente con la Declaración Balfour de 1917, un documento mediante el cual los británicos habían prometido al barón Rothschild y al movimiento sionista la creación de un “hogar nacional judío” en Palestina.

No obstante, la resolución de San Remo también suponía la cancelación definitiva del tercer compromiso alcanzado por los británicos, una ambigua promesa a los hijos del jerife Hussein de la Meca de que serían los líderes de un futuro reino árabe independiente. A cambio de esta promesa, los británicos -y su famoso agente T.E. Lawrence- habían conseguido el apoyo de numerosas tropas beduinas en su campaña contra los otomanos. Tras la retirada otomana Faisal, uno de los hijos de Hussein, había conseguido hacerse fuerte en Siria y proclamar un reino independiente. La resolución, firmada mes y medio después de la proclamación del Reino Árabe de Siria, otorgaba carta blanca a los franceses para hacerse con el control del país. A finales de julio, las tropas coloniales francesas destrozaron al precario ejército sirio en la batalla de Maysalun. Comenzaba así el Mandato francés del Levante, que experimentaría distintas organizaciones territoriales hasta que finalmente quedaron fijadas las fronteras actuales entre Siria, Turquía y el Líbano.

Los Mandatos fueron el sistema diseñado por los vencedores de la Primera Guerra Mundial para administrar los territorios ocupados a los alemanes y otomanos en Asia, África y el Pacífico y “guiarles” hasta la independencia. Influida por la ideología paternalista de la época y la “mission civilisatrice”, la Sociedad de Naciones dividió dichos territorios en tres categorías, según lo preparados que estuvieran para el autogobierno. Los países de Oriente Próximo fueron designados como Mandatos de tipo A, supuestamente los más avanzados y preparados para la independencia.

En teoría, las potencias administradoras -en este caso Francia y Gran Bretaña- se limitarían a ayudar a las élites locales a sentar las bases de un Estado moderno, si bien en la práctica los territorios fueron gobernados casi como posesiones coloniales. Salvo Irak, que alcanzó la independencia en 1932 con Faisal como rey -tras su descalabro en Siria, los británicos le dieron un nuevo cargo-, los mandatos de Oriente Próximo no lograron su independencia hasta la Segunda Guerra Mundial.

La mayoría de las fronteras actuales de la región quedaron fijadas durante este periodo. Algunas reflejan las divisiones administrativas del periodo otomano, pero otras, como las de Jordania o Irak, son un producto de los cálculos de las potencias coloniales. Las nuevas fronteras separaron territorios que históricamente habían estado social y económicamente integrados, como Líbano y Palestina, y unieron otros que no habían tenido mucha relación previa, como la provincia de Mosul y las regiones chiíes del sur de Irak. Estos cambios fronterizos alterarían de forma duradera los movimientos de bienes y personas en la región y en algunos casos evitarían el surgimiento de Estados-nación al uso, ya que integraban en el mismo cuerpo político regiones y comunidades que no tenían mucho que ver entre sí y cuyas élites competirían por el poder.

Una de las estrategias seguidas por Francia e Inglaterra fue la de apoyarse en las minorías para consolidar su dominio. Oriente Próximo ha sido históricamente una región diversa y multicultural, donde de forma más o menos pacífica han coexistido distintos grupos étnicos y lingüísticos -árabes, kurdos, turcos, asirios, refugiados armenios y circasianos…- y comunidades religiosas -musulmanes suníes y chiíes, cristianos ortodoxos y católicos, drusos, ismailíes, alevíes… Durante la época otomana hubo conflictos violentos e intensos entre los distintos grupos, como la guerra civil del Monte Líbano en 1860, pero las divisiones entre las distintas comunidades se exacerbaron durante la época colonial. Siguiendo el principio de “dividir para gobernar”, británicos y franceses se apoyaron en las distintas minorías para organizar sus ejércitos y administraciones coloniales, lo que suscitó tensiones y rencores entre las comunidades etnorreligiosas. Estas tensiones no desaparecieron totalmente tras las independencias y en algunos casos resurgirían con fuerza décadas después, como ha sucedido en Irak y Siria.

Por último, y quizá de forma más significativa, la Resolución de San Remo sentó las bases del Mandato de Palestina y, quizás de forma involuntaria, del conflicto árabe-israelí. El acuerdo otorgaba al Imperio británico la responsabilidad de implementar “el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío” y de garantizar que no se haría nada que pudiera dañar “los derechos políticos y civiles de las comunidades no-judías existentes en Palestina ni de los derechos y estatus políticos disfrutados por judíos en otros países”. El documento no especifica la forma en la que el establecimiento de un hogar nacional para los judíos sería compatible con el respeto a los derechos de los nativos, que no fueron consultados al respecto y que se sintieron discriminados por las políticas de los británicos. A pesar de que hubo ejemplos de coexistencia y colaboración, durante las dos décadas siguientes se multiplicaron los incidentes violentos entre los árabes y los nuevos inmigrantes judíos. La guerra de 1947-48 es, entre otros motivos, el resultado de esta escalada de tensión que no fue prevenida ni evitada por los administradores británicos, a quienes algunos historiadores acusan de explotar las diferencias en su propio beneficio. 

1920, y en particular la conferencia de San Remo, supusieron el principio de una nueva era en Oriente Próximo. Aunque los árabes no tuvieron ningún representante en la conferencia ni fueron consultados para el reparto del territorio, durante los últimos cien años han experimentado sus consecuencias. Esto no quiere decir que los árabes sean meras víctimas sin capacidad de agencia o responsabilidad sobre su historia, pero, si queremos buscar las raíces de gran parte de los conflictos que asolan la región en la actualidad, debemos recordar el papel desestabilizador de Occidente -y en particular de los imperios coloniales británico y francés- desde hace ya un siglo.