Una africana para resucitar a la OMC

Ngozi Okonjo-Iweala

Todo cataclismo planetario, y la pandemia del coronavirus lo es, suele llevar aparejada la desaparición de las viejas instituciones internacionales, y su sustitución por otras nuevas o bien la entronización de las que colman el vacío regulatorio subsiguiente a la emergencia de parámetros distintos a los existentes. Tal es el caso de la ONU, que sucedió a la obsoleta e incapaz Sociedad de Naciones, o de las nuevas surgidas tras la Segunda Guerra Mundial, Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional, por ejemplo. 

De todas las actividades humanas, probablemente la más decisiva, en cuanto a la capacidad de un país o una región de proyectar su propia influencia, impulsar tanto su prosperidad como la de los países con los que se relaciona, y establecer lazos de cooperación beneficiosos con carácter multilateral, sea el comercio. Los países que sucesivamente han liderado el comercio a lo largo de la historia se han alzado también con el liderazgo mundial en muchos otros campos, desde la cultura a la medicina, las manufacturas o la innovación. 

Pues bien, la Organización Mundial de Comercio (OMC), el organismo que rige los intercambios de bienes y servicios a escala planetaria, había entrado en coma desde hacía ya unos cuantos años. El meteórico despegue de China, favorecido en gran parte por la falta de respeto de Pekín a las reglas multilaterales de la OMC, le había asestado una puñalada de pronóstico reservado, aunque fue el anterior presidente norteamericano, Donald Trump, el que le daría un arponazo casi mortal al impedir la necesaria renovación del tribunal de resolución de disputas del organismo, en realidad la razón de ser misma de la OMC. Para asegurar su defunción, Trump bloqueó además durante muchos meses el nombramiento de un nuevo director general, en sustitución del brasileño Azevedo, dimitido por razones personales, entre las que no era descartable su hartazgo, consciente de su impotencia para impedir el previsible entierro de la organización. 

Veterana del Banco Mundial

El nuevo inquilino de la Casa Blanca, el presidente Joe Biden, ha levantado el veto a la candidata que finalmente ha sido elegida para liderar el comercio a escala planetaria, la nigeriana Ngozi Okonjo-Iweala, una veterana política y técnica del Banco Mundial, en el que pasó 25 años, que también exhibe pasaporte norteamericano, y que desempeñara las carteras de Finanzas y de Asuntos Exteriores de su Nigeria natal, el país más poblado de África, y al que todas las proyecciones sitúan superpoblado con 750 millones de habitantes a mediados del presente siglo, o sea casi el doble de lo que se prevé para toda la Unión Europea, una vez consumado el Brexit. 

A sus 66 años, Ngozi Okonjo-Iweala, que nunca pasa desapercibida por acudir a todos los actos oficiales con sus coloristas vestidos africanos, tiene precisamente el reto de resucitar a la OMC, algo que solo será posible mediante una profunda transformación de sus estructuras burocráticas, pero, sobre todo, logrando un consenso que hoy en día parece casi imposible: que Estados Unidos y China logren el consenso imprescindible para pactar las reglas del juego. Es evidente que el resurgimiento de los nacionalismos, comenzando por el más lacerante ahora mismo, que es el relativo a la producción y comercialización de las vacunas anti-COVID, no facilita la tarea. Esa explosión de los nacionalismos se está extendiendo a muchos otros campos y productos, especialmente los tecnológicos. Se está librando la gran batalla por fijar los parámetros que rijan precisamente el comercio mundial al menos para este siglo, y los intereses no hacen sino alejarse. La pugna Estados Unidos-China es la que marca esa nueva conflagración, en la que, de momento, Europa intenta poner toda su fuerza porque se imponga un paradigma multilateral, única vía contrastada para que no impere la ley de la jungla y se imponga la del más fuerte. 

Okonjo-Iweala, además de una sólida formación, fraguada especialmente en la bostoniana Universidad de Harvard y en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, pasa por ser una forjadora de consensos y una luchadora contra la corrupción, algo que le valió no pocos encontronazos en Nigeria e incluso el secuestro, a modo de chantaje, de su propia madre, que contaba 82 años de edad. Chantaje al que no cedió y que se resolvió con la liberación de la dama, ante la enorme presión popular que se puso de manera incondicional al lado de la entonces ministra. 

Como es obvio, y siquiera sea por sus orígenes, la nueva directora general de la OMC tendrá entre sus prioridades conseguir reglas más justas para que los países menos desarrollados puedan sacar el máximo partido a sus producciones, y evitar, por consiguiente, los grandes desequilibrios del pasado, pero también del presente, donde la sustitución de las antiguas metrópolis coloniales por otros socios no siempre ha desembocado en una mayor prosperidad. En todo caso, que África coloque a una de sus nativas más formadas puede ser síntoma de que muchas cosas serán radicalmente distintas al cabo de la pandemia, al fin y al cabo la gran catástrofe mundial de lo que va del siglo XXI. 

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