Virus de desinformación

Virus de desinformación

La primera víctima en una guerra es la verdad, decían los manuales de la información y las relaciones internacionales, cuando la sociedad vivía intermediada por los medios de comunicación y, por tanto, aunque teníamos dudas al respecto, éramos más libres y estábamos mejor informados que ahora. Qué hacemos los ciudadanos entre este preciso momento en que hay 3.000 infectados por el coronavirus y el inminente momento en el cual, según Angela Merkel, el 70 % de los alemanes van a estar infectados o, como señalan algunas informaciones aún más alarmantes, el 90 por ciento de la población va a estar afectado por la enfermedad. Qué más museos podemos cerrar, cuántos partidos de futbol más podemos cancelar o hasta dónde pueden caer las bolsas, que hoy han sufrido un batacazo de 14 puntos en Madrid.  

El tiempo de la información veraz, de la política de acuerdos y la unidad de acción internacional ha llegado a este mundo debilitado donde nos parecía que manifestarnos y reivindicarnos en busca de una identidad común, que era ayer tan prioritario y hoy es tan secundario, frente al hecho cierto de que somos personas, que padecemos y que nos necesitamos global y humanamente de manera indiscutible. El tiempo de la extrema concienciación sobre la realidad de que no hay políticas nacionales ni locales que corrijan el efecto de una pandemia global como la actual, que está diezmando a colectivos de riesgo, ahora sí definidos por unas condiciones comunes de indefensión e insalubridad que nos afectan a todos por igual en un mundo abierto y expuesto, y lamentablemente infectado también por el flujo de mensajes insolventes y descoordinados que hemos estado recibiendo. 

Tener la absoluta certeza de que es ahora el tiempo de frenar el coronavirus atendiendo de manera escrupulosa a las indicaciones de los organismos fiables de sanidad y de los profesionales mejor cualificados para afrontar la crisis, y de combatir con la misma energía el virus de la desinformación que nos asola, desde el compromiso de no compartir mensajes no contrastados y de mantener la calma y la unidad en torno a las medidas que los gobiernos y la racionalidad impongan. Aunque nos puedan parecer excesivas o desproporcionadas. Una sociedad madura y activa se fortalece desde la convicción de que los mensajes viciados e inservibles no hacen ningún otro favor que prolongar la incertidumbre y el pánico entre ciudadanos y grupos de riesgo. 

La crisis actual es en primer lugar una cuestión de emergencia en la preservación de la salud pública. En segundo es una crisis de seguridad internacional que atenta contra la economía, la convivencia y el bienestar y por tanto debe de combatirse de forma global y con la implicación de estados, gobiernos y empresas y actores no gubernamentales. Y en tercero es una crisis sistémica del modelo de rivalidad entre potencias que ha vuelto a poner sobre la mesa la imperiosa necesidad de construir una gobernanza global sólida frente a las presiones disgregadoras contra el orden liberal, incapaces de responder ante emergencias de esta magnitud. 

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