Opinión

Y al despertar, Palestina aún estaba allí

photo_camera Atalayar_Palestina

Es fácil haber caído en la tentación de pensar que después de los golpes de efecto y del ruido y la furia que caracterizaron la salida de Trump y la entrada de Biden, el problema palestino había quedado relegado a los libros de historia. Nada más lejos de la realidad. Recientemente, ha circulado en Emiratos un documento filtrado, producido por el entorno de la Administración norteamericana, en el que se enumeran en cierto detalle los elementos de una iniciativa orientada a reenfocar la postura oficial de Estados Unidos en el proceso de paz palestino.

Entre algunas iniciativas a corto plazo, como una ayuda urgente de 12 millones de euros para paliar la catástrofe humanitaria que la pandemia ha ocupado en Palestina, el documento destaca el apoyo estadounidense a una solución de dos Estados, que pasa por revertir el cierre de las oficinas diplomáticas palestinas en EEUU, así como la reanudación de la contribución financiera a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo, y volver a poner sobre la mesa la espinosa cuestión de los asentamientos israelíes ilegales en tierra palestina.

El documento, que es en definitiva más una declaración de intenciones que un programa de acción, se ha filtrado en vísperas de las elecciones en Israel, y a pocos meses de la celebración de las primeras elecciones palestinas en 15 años, por lo que parece indudable que la filtración obedece a la intención de gestionar las expectativas de todas las partes implicadas a propósito de cuales serán las reglas del juego durante los próximos cuatro años.

El trasfondo del documento es, por un lado, el razonablemente positivo resultado de los Acuerdos de Abraham, que reduce notablemente el número de actores en conflicto, y, por otra parte, el fracaso de la iniciativa Kushner, que para los palestinos equivalía a aceptar que para curar la enfermedad había que matar al paciente. La normalización de relaciones entre países e Israel tiene algo de déjà vu para movimiento nacional palestino, que nación al albor de la desmoralización que se impuso en Palestina cuando la derrota en la guerra árabe-israelí de 1948 llevó a un retraimiento de los países árabes.

Esta lección de la historia no debería pasar desapercibida en Israel, que no tiene razones para la complacencia habida cuenta de que los palestinos difícilmente se van resignar a su suerte, por muchas embajadas y delegaciones comerciales que Israel abra en las capitales árabes. Antes al contrario, la impotencia, el abandono y la desesperación bien podrían ser un aliciente para que la OLP y sus partidarios más intransigentes en el mundo islámico elevasen su apuesta, y no necesariamente contra Israel.

Máxime cuando el innegable fracaso de casi 30 años de interminables negociaciones puede cargar de razones a los más radicales, críticos con la decisión de sustituir la lucha armada recogida en el documento fundacional de la OLP por un esfuerzo diplomático que no ha dado frutos frente a la política de hechos consumados de Israel y sus aliados, la inoperancia del derecho internacional, y la incoherencia estratégica de los negociadores palestinos, cuyo hábito de pasar del maximalismo a  la transigencia, aceptando a posteriori acuerdos con peores condiciones que las ofrecidas a priori, como acabó pasando tanto en Argel en 1988, como en Oslo en 1993, delata una debilidad de la que han sabido sacar partido los negociadores israelíes. Volver a recurrir a la violencia de perfil alto, directamente o mediante subcontratación, sería sin embargo el mayor de los errores estratégicos de la OLP, que podría llevar no ya a la indiferencia internacional por la causa palestina, sino posiblemente a la hostilidad abierta, especialmente en un mundo árabe cuyas sociedades están inmersas en un proceso de transición hacia una nueva forma de entender el islam político que necesariamente les obligará a soltar todo lastre que les impida avanzar.

Así las cosas, son pocas las opciones que los palestinos tienen a su alcance, dentro y fuera de las fronteras de Palestina. Estando la vuelta al estado en que las cosas estaban antes de 1967 fuera de cuestión, los líderes palestinos están obligados a recordar el sino de la esposa de Lot, enfocando su estrategia hacia el posibilismo y mirando hacia adelante. En primer lugar, poniendo orden en casa, trabajando por superar la fragmentación política de Gaza y Cisjordania. Esta falta de unidad socava la reivindicación de la causa palestina, por cuanto que, injustamente o no,  pone en cuestión su capacidad para autogobernarse, y relativiza el orden de prioridades de ambas facciones.

Sólo si es posible un entendimiento entre palestinos será posible un progreso social que ha de pasar indefectiblemente por desarrollar instituciones que representen e involucren a todos los palestinos, equilibrando los derechos individuales y los colectivos,  como primer paso para superar el miserabilismo sectario del que han emanado estructuras de poder que han demostrado su incapacidad para brindar seguridad y prosperidad al pueblo palestino. Si los líderes palestinos son capaces de entender que se puede hacer política sin soberanía, y si tienen la valentía de cambiar las soflamas por la pedagogía, será posible avanzar hacia una solución estable, que seguramente girará más en torno a fórmulas de soberanía compartida que sobre alcanzar una soberanía estatal al estilo del orden westfaliano, algo que,  por su propia naturaleza,  se antoja impensable en  una  nación disgregada, cuya configuración regional hace imperativo compartir la responsabilidad del control territorial con Jordania, Israel y Egipto.

El propósito del documento norteamericano no parece ser otro que ofrecer a los palestinos un nuevo marco relacional en el que reformular sus propuestas, para demostrar a quienes les acusan de nunca desaprovechan la ocasión de perder una oportunidad que están equivocados. De lo contrario, estarán sembrando las semillas de su propia irrelevancia.