Y llegaron las vacunas

COVID-19

Cuando hace un año apareció en nuestras vidas el asesino en serie, que se ha cobrado ya más de 1,7 millones de personas fallecidas y más de 100 millones de contagiados en todo el mundo, comenzamos a soñar con la vacuna que le interceptara y permitiera regresar a nuestras vidas anteriores, sin tener que dejar en el camino a tanta gente querida.

Las farmacéuticas comenzaron a recibir grandes inyecciones de dinero para invertir en la investigación, se compraron millones de dosis mucho antes de que los estudios clínicos y pruebas se iniciaran. Hoy, en un tiempo récord para la historia de las vacunas, ya contamos con varias testadas y aprobadas por las distintas agencias de los medicamentos. En Reino Unido, China, Rusia y Estados Unidos ya se están vacunando contra la COVID-19, en Europa, Sudáfrica, Brasil e India es cuestión de días que se comience a vacunar. En el resto del mundo se atisba primeros de febrero como una fecha más que posible para iniciar el proceso.

Si todo va bien (seamos optimistas), la vacunación podría estar concluida en los países desarrollados hacia finales de 2021. En los países empobrecidos la cosa cambia, saben de antemano que no tendrá posibilidades para la vacunación total y tendrán que marcar prioridades. La propuesta de COVAX, que implica que el 20% de las vacunas necesarias para estos países les van a llegar de la Ayuda Internacional, no es suficiente. Las farmacéuticas deberían liberar las patentes para reducir costes y hacer posibles que los países con menos recursos puedan hacer frente al gasto de vacunación de toda su población.

Suponiendo que concluyamos la vacunación a finales del 21, no podremos decir que hemos vuelto a la normalidad anterior a la pandemia, pues durante todo ese tiempo debemos mantener las medidas de seguridad, lavados de manos, distancias sociales, mascarillas, etc. Y hay que tener en cuenta que no tienen recorrido temporal suficiente las pruebas iniciales de las vacunas testadas como para saber si anualmente debemos volver a vacunarnos (como en el caso de la gripe). Parece, según los expertos, que esto será lo más probable. Mientras los investigadores encuentren una opción de vacunación definitiva, vacunarnos de COVID-19 podría convertirse en los próximos años en una nueva vacuna permanente y anual.

Sólo con los anuncios de éxito de sus vacunas, las empresas farmacéuticas han generado unos beneficios en bolsa multimillonarios, a lo que hay que sumar la venta de sus patentes a los fabricantes y distribuidores. Pero esta gallina de los huevos de oro no puede durar toda la vida. Los gobiernos deben impedir que a costa de estos beneficios económicos puedan seguir muriendo personas y, por lo tanto, proceder al control de las patentes por un estado de emergencia sanitaria mundial. 

Hemos de recordar que para lograr una inmunidad global nos tendremos que vacunar 7.600 millones de personas, lo que significa más de 15.000 millones de dosis. Si esto ha de hacerse anualmente el negocio es redondo. De nada servirá que nos vacunemos en occidente si África, América Latina y Asia no vacunan masivamente a su población.

Dejar al asesino en serie pululando por grandes escenarios no puede ser una opción. Las mutaciones del virus pueden acarrear graves daños para la salud pública y hemos de atajarlo de raíz. Es la hora de la política y tendremos que confiar en que los gobernantes asumirán la responsabilidad histórica que les ha tocado.

Francisco Pineda Zamorano, experto en Relaciones Internacionales y Cooperación.
 

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