“Así es como yo definiría el infierno”

photo_camera PABLO RUBIO. - La playa de Saint-Laurent-sur-Mer, con marea baja, es un lugar que cautiva a propios y extraños.

Saint-Laurent-sur-Mer podría ser un pueblo más de la costa norte de Francia. Se llega a él por una pequeña carretera secundaria que parte de una nacional más grande. A la entrada, según se llega, lo primero que se encuentra el visitante es una rotonda adornada con flores. Una estampa muy frecuente en Francia. La calle principal continúa derecha hacia el mar, en una leve pendiente, durante unos cientos de metros. A un lado, aparece una tienda donde se despacha queso, cerveza artesanal y, por supuesto, calvados, el aguardiente típico que da nombre al departamento. Al otro, un restaurante que, en la época estival, ofrece a quien lo desee sentarse en una discreta terraza. La calle termina en un paseo marítimo jalonado de cafés y casas con tejados a dos aguas. Lo más práctico es dejar el coche en el aparcamiento y seguir a pie. Unos pasos y ya se pisa la arena de la playa, si se tiene suerte y hay marea baja.

Lo primero que llama la atención de la playa es su tamaño. La franja de arena que separa el mar del pueblo es muy ancha. A ritmo tranquilo, se tarda en torno a cinco minutos en mojar los pies. De camino al agua, se ven muchas conchas y algas que ha dejado el océano en su retirada. Algunas gaviotas buscan picotear algún cangrejo. La orilla ofrece dos perspectivas: al frente, el frío Atlántico; a la espalda, unos 300 metros de extensión totalmente despejada en línea recta y, al fondo, en un alto, Saint Laurent.

Todo podría parecer normal en este pueblo. Pero no lo es. La rotonda florida de entrada está presidida por una imponente bandera de Estados Unidos; una enseña que acompaña a la tricolor francesa en los porches y balcones de muchas casas. Junto al restaurante y su terracita, hay un museo de la liberación desde el que un tanque Sherman apunta hacia la tienda de enfrente. Y en la playa, donde hoy juegan niños con cometas y los no tan niños ejercitan su precisión con las bolas de la petanca, murieron en un solo día 3.000 personas. Ese día fue el 6 de junio de 1944; la playa, inmisericordemente ancha y expuesta al fuego desde lo alto, recibió el nombre de Omaha.

Un blindado Sherman recibe a los visitantes del museo memorial de Saint Laurent.

En el Día D -o Jour J, como se le denomina en Francia-, la llegada a Omaha no es a través de la red viaria moderna, con sus irresistibles carteles marrones que avisan al automovilista del château o la abadía más próxima. En el Día D, se llega a Omaha a través del canal de la Mancha. Quienes van a desembarcar en Normandía para liberar Europa del nazismo navegan de madrugada. Los que forman parte de la primera oleada llegarán a tierra sobre las 6 de la mañana. Van apiñados en lanchas LCVP de vientre plano, que se conocen como Higgins en honor a su diseñador. La mayoría son estadounidenses, aunque también les acompañan algunos noruegos, polacos y neerlandeses. 

No ven nada del exterior. Simplemente, suben y bajan al ritmo de las olas. Más de uno vomita. Por el mareo o, quizá, por puro pavor. Oscuridad y miedo son los dos compañeros de viaje que embarcan con cada hombre en los puertos del sur de Inglaterra. “Tenía un miedo que me moría", relatará más tarde el oficial de la Guardia Costera Marvin Perrett, “pero le digo una cosa: como oficial, no podía nunca mostrar ese miedo a mis 36 soldados… porque estaban tan asustados como yo". Algunos, optimistas, creen que sobrevivirán al Día D. Y al siguiente. Y al otro. Otros, realistas, se han mentalizado y están listos para lo peor. Al fin y al cabo, es la guerra. Los pesimistas, por último, están convencidos de que viven sus últimas horas. A muchos de ellos no les faltará razón.

Embarcaciones Higgins.

Hasta poco antes de llegar, no obstante, todo está en calma. Las operaciones de desinformación que han puesto en práctica los Aliados -operación Fortitude- han surtido efecto: el alto mando alemán, pese a que Rommel no las tiene todas consigo, está convencido de que el desembarco se producirá en Calais, más al norte. La operación Overlord, sin embargo, se lanza sobre Normandía, donde la inteligencia aliada piensa que las defensas del Muro Atlántico son más débiles. Los destructores que acompañan a las lanchas de desembarco intentan borrarlas del mapa. La primera andanada se dispara poco antes de las seis de la mañana. Los búnkeres alemanes quedan intactos y empiezan a devolver fuego. La calma deja paso a las explosiones. La batalla de Normandía ha comenzado.

A medida que las embarcaciones se aproximan a la orilla, las defensas costeras alemanas empiezan a causar estragos. Las trampas checas rajan la parte inferior de las lanchas. Las rampas hacen volcar otras. Algunas vuelan por los aires al chocar con las minas submarinas. Los soldados se echan al mar. Ahora, además de estar mareados por la travesía, el agua les cala los huesos. A su alrededor, pasan silbando las balas incesantemente. A veces, se pierden en el agua; otras, impactan en la roca y las esquirlas saltan en todas direcciones. Los soldados nadan hacia la vorágine de arena, fuego y humo en que se ha convertido la playa. Cuando ya no pueden nadar más, se ahogan. Si consiguen llegar a la orilla, corren. Los que han podido eludir las minas antipersona, buscan con desesperación un parapeto para protegerse del fuego de las ametralladoras y los cañones. Pero apenas hay refugio en Omaha. “Así es como yo definiría el infierno", contará más adelante el soldado de primera clase John Robertson, perteneciente a la 29.° división.

La playa parece interminable. Algunos intentan aprovechar los cráteres que dejan los obuses escupidos por las baterías alemanas. Otros, tienen que apretarse contra los cadáveres de sus compañeros caídos. Pero los nidos de resistencia no dejan de escupir proyectiles; una ametralladora MG 42 tiene una cadencia de 1300 disparos por minuto. Además, los francotiradores acechan y el más leve movimiento puede ser fatal. Hay heridos por doquier. Los sanitarios que han desembarcado están desbordados. El capitán Joseph Shelley, del 104.° batallón médico de la 29.° división, se acerca a atender a un teniente que tiene una herida en el cuero cabelludo. Limpia y venda su herida y, en un momento dado, levanta la cabeza para mirar a un lado. El teniente le agarra la pechera y le dice: “Doc, yo en su lugar no haría eso. Así es como me han atravesado el casco de un balazo".

Unos cientos de metros interminables para los que desembarcaron.

Ha amanecido, pero el humo no deja pasar la luz. La arena de Omaha cada vez recibe más miembros amputados y cuerpos sin vida. Los soldados están prácticamente solos, ya que los carros de combate Aliados no pueden desembarcar hasta que la playa sea segura. En el aire, los bombarderos se las ven y se las desean para esquivar el fuego de los antiaéreos. Los cañones de 37 milímetros alemanes no dan tregua. La situación es insostenible. Los muertos se cuentan por cientos y los heridos, por miles. La operación Neptune para tomar las playas está en peligro. 

El impasse crítico se rompe hacia las siete de la mañana, cuando un pequeño grupo de soldados, algunos Rangers entre ellos, encuentra un paso hacia la parte alta de la playa en el flanco derecho. Consiguen penetrar en uno de los búnkeres y neutralizar algunos nidos de ametralladora en el pueblo de Vierville-sur-Mer. Una hora después, cerca de las ocho y cuarto, comienza la escalada por el flanco izquierdo. Tropas aliadas, apoyadas por los destructores, empiezan a despejar el entramado defensivo de Colleville-sur-Mer. Entre Vierville y Colleville, sin embargo, el sector de Saint Laurent, el central, sigue recibiendo la respuesta alemana en toda su intensidad.

El desembarco en Omaha empieza a ser viable a lo largo de la mañana, pero la playa seguirá siendo el blanco de fuego de artillería durante tres días más. El quinto batallón de Rangers no tomará la batería de Maisy hasta la mañana del día 9 de junio. Allí, a unos 12 kilómetros al oeste de Omaha, los alemanes cuentan con seis cañones de 155 milímetros. Cada uno dispara cuatro obuses por minuto. El enclave caerá después de cinco horas de lucha. El Muro Atlántico de Hitler tiene una brecha, aunque el Führer decide dividir sus fuerzas. Cree, aún, que la verdadera invasión será más al norte.

Los cañones de la batería de Maisy barrieron Omaha durante tres días.

Cuando, finalmente, Omaha es un sitio seguro, los Sherman empiezan a desembarcar. A miles. Junto a Saint Laurent, se improvisa una pista de aterrizaje para traer suministros y llevarse a los prisioneros alemanes a Inglaterra. De allí, serán trasladados por mar a Estados Unidos. En Vierville, se construye un muelle artificial -mulberry- para que pueda llegar la Armada. Una tormenta lo destruirá una semana después y los ingenieros habrán de trabajar contrarreloj para reconstruirlo. A pesar de todo, Omaha ha sido tomada. Los Aliados controlan, por fin, un cachito de tierra en Francia. El primer paso de la liberación.

El muelle de Vierville-sur-Mer.

El coste en vidas ha sido muy alto. En ninguna de las cinco playas del desembarco han sufrido los Aliados pérdidas tan cuantiosas como en Omaha. Ninguna ha sido tan difícil de conquistar. A la playa, se la denominará, desde el Día D, “Omaha la Sangrienta”. Los primeros en desembarcar, pertenecientes a las divisiones 1.° y 29.° de infantería, pasarán a integrar, en el imaginario colectivo militar, la “Oleada Suicida". De los que sobreviven al Día D, muchos morirán, más adelante, tierra adentro en combate con la Wehrmacht.

La playa de Saint Laurent, en la actualidad, es como otra cualquiera. El testimonio de su pasado lo da un monumento conmemorativo que está rodeado por las banderas de los países que participaron en el desembarco. A ambos lados, lugareños y turistas -sobre todo, los turistas- pasean, toman helado y hacen fotos. Detrás de ellos, hay un pequeño pueblecito de la costa. Al frente, quedan el mar frío y la playa sangrienta de los 3.000 muertos en un día.

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