Reseña de ‘Fenêtre sur l’Iran. Le crie d’un peuple bâillonné’, de Mahnaz Shirali (Éditions Les Pérégrines, 2021)

¿Qué revelan las redes sociales iraníes?

AFP/ATTA KENARE - Irán

En la década de los noventa, la académica iraní residente en Francia Mahnaz Shirali realizó una investigación sociológica en Irán para su tesis doctoral, publicada en 2001 como ‘La jeunesse iranienne : une génération en crise’. Veinte años más tarde la autora intentó actualizar el estudio y, con la ayuda de colaboradores en el país, distribuyó centenares de cuestionarios a iraníes de entre 18 y 25 años. Recibió dos centenares debidamente completados, pero varios participantes fueron interpelados por la administración de sus universidades y algunos incluso fueron detenidos y acusados de colaborar con el Mossad y la CIA. Los académicos decidieron interrumpir la investigación, para no poner a nadie más en una situación comprometida.

Ante este revés, Shirali optó por estudiar a la juventud iraní a través las redes sociales, muy populares en un país en el que setenta por ciento de la población navega por internet a diario. Su metodología fue la observación participante, mediante interacciones con miles de jóvenes internautas en Facebook, Twitter, Instagram y LinkedIn a lo largo del año 2020. ‘Fenêtre sur l’Iran’ está basada principalmente en su análisis de dichas interacciones y de varias entrevistas en profundidad con algunos de esos jóvenes, por teléfono si se encontraban en Irán o presenciales para los que estaban de paso por París. La autora interpreta sus hallazgos a la luz de la historia y la situación actual en Irán y de sus lecturas de sociólogos y politólogos occidentales entre los que destacan Hannah Arendt, a la que cita a menudo.

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Una sociedad en crisis

Shirali pinta un retrato desolador de su país de origen. Describe la República Islámica como un régimen de terror en el que las libertades y los derechos humanos son sistemáticamente vulnerados, los castigos y ejecuciones públicas se utilizan como instrumentos para mantener a la población amedrantada y las prisiones están llenas de prisioneros políticos. Denuncia asimismo la codicia y la mala gestión de los mullahs, que acumulan riquezas mientras tres de cada cuatro iraníes viven por debajo el umbral de la pobreza y despilfarran los recursos del país en milicias extranjeras que combaten en sus guerras contra el “gran Satán” (EEUU) y el “pequeño Satán” (Israel). Para colmo, ante las sanciones provocadas por su comportamiento, han ofrecido condiciones comerciales comparables a las concesiones de la época colonial a un consorcio petrolero franco-chino y permiten al gigante asiático desplegar tropas en Irán.

Debido a la represión de las autoridades y la peor situación de crisis económica de la historia del país, los jóvenes se encuentran sin posibilidades de integración social y no tienen esperanza en el futuro. Los que pueden, emigran; muchos de los que no pueden se sumen en la toxicomanía, recurren a la prostitución o son víctimas del suicidio. El islam legalista impuesto por los ayatolás los ha alienado de la religión, hasta el punto de que para muchos la blasfemia es una forma de resistencia. Debido a las constantes mentiras que escuchan se han vuelto cínicos y no creen en nada ni en nadie. No tienen confianza en los partidos políticos basados en el extranjero, ni en los activistas que militan contra la República Islámica, ni en especialistas en Irán como la propia Shirali. No respetan la noción de autoridad, ya venga de los padres, los profesores, los líderes políticos o los clérigos.

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Ocultos tras aliases para evitar ser identificados, los jóvenes iraníes escapan de las restricciones del espacio público al mundo virtual y denuncian los crímenes de la República Islámica contra sus ciudadanos. Las redes sociales les permiten movilizarse; así, usan hashtags como #StopExecutionsInIran en Twitter para protestar contra el uso de la pena capital contra disidentes y prisioneros políticos, o comparten en Instagram o Facebook fotos con la cabeza cubierta y los senos desnudos, o vídeos bailando, para denunciar la detención de mujeres por publicar imágenes con el cabello descubierto o coreografías de baile.

Shirali argumenta que el comportamiento de los internautas muestra que han interiorizado la propaganda y los métodos del régimen en el que han crecido. Así, se sienten atraídos por ideas occidentales de libertad y de democracia, pero muchos se declaran partidarios de castigos públicos como amputaciones, latigazos y ejecuciones, puesto que consideran una justicia severa necesaria para disuadir a los delincuentes comunes. Por otra parte, la inmensa mayoría de los hombres menosprecia las reivindicaciones de las mujeres, que juzgan asuntos secundarios, y rehúsan cuestionar los privilegios que les otorga su género.

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Además, los jóvenes iraníes son propensos a las teorías conspirativas. Están convencidos de que las democracias occidentales son indiferentes a la situación de los derechos humanos en Irán e incluso que apoyan secretamente a los ayatolás, porque prefieren que Irán sea un país débil. Reprimidos, violentados y humillados, son ellos mismos violentos e insultantes los unos con los otros, a pesar de que todos se describen como opositores. Incapaces de pensamiento crítico, son fácil presa del ejército de cibersoldados del régimen, que trabaja día y noche para engañarlos con noticias falsas, distraerlos con asuntos triviales o sembrar la discordia.

¿Falta de alternativas?

Shirali explica que, aunque el régimen iraní genera un rechazo generalizado, la oposición es incapaz de proporcionar una alternativa. Existen numerosos grupos, desde monarquistas a republicanos, pasando por Muyahidines del Pueblo y constitucionalistas, todos con una presencia destacada en internet que no refleja su escasa popularidad entre los iraníes. Sus vínculos con su país de origen son tenues, y son incapaces de ponerse de acuerdo ni para organizar una manifestación conjunta. Compiten ferozmente entre sí para atraerse el apoyo económico que ciertos países occidentales ofrecen generosamente, a pesar de que hacer gala de una opacidad de cuentas de la que tuvimos un buen ejemplo en España cuando se reveló que la organización islamista-marxista Muyahidines del Pueblo había financiado los inicios del partido de extrema derecha VOX.

Por otro lado, el pueblo iraní ha perdido su confianza en los reformadores que les habían dado tantas esperanzas y por los que habían votado de manera masiva en los años noventa y en primera década del segundo milenio. Shirali lo atribuye, quizás un tanto injustamente, a que reformadores y conservadores tienen más convergencias que divergencias, y ni siquiera alude a la sistemática descualificación de los candidatos reformadores por parte de los sectores más duros del régimen. Empero, su pesimismo está justificado por la suerte que han corrido aquellos que han intentado reformar la República Islámica desde dentro y se han encontrado en prisión, como la abogada y activista proderechos humanos Nasrin Sotoudeh, o en el exilio, como la premio Nobel de la Paz Shirin Ebadi.

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‘Fenêtre sur l’Iran’ vuelve una y otra vez sobre los mismos temas de forma un tanto repetitiva, pero su mayor debilidad es una falta de matices que, irónicamente, Shirali atribuye a los jóvenes internautas que investiga. Tras su lectura, la única conclusión posible es que todos los iraníes están en contra del régimen y celebran sus reveses, como los asesinatos del líder de la Fuerza Quds, Qassem Soleimani, y del padre del programa nuclear iraní, Mohsen Fakhrizadeh. Es más, admiran a Donald Trump y esperan con impaciencia una intervención extranjera que los libere de los ayatolás, lo cual parece inverosímil dado que los iraníes fueron testigos directos de las terribles consecuencias de la invasión de Irak en 2003. Además, la autora realiza un número de afirmaciones que cuando menos necesitarían alguna referencia, por ejemplo, que la República Islámica tiene 12.000 cibersoldados. Finalmente, su tono condescendiente puede ser irritante, como cuando insiste que los iraníes nunca han entendido las ideologías occidentales.

Sin embargo, la obra nos permite comprender mejor una sociedad fascinante y en plena evolución. Shirali denuncia con acierto las consecuencias más negativas de las represivas políticas impuestas por la República Islámica a la sociedad civil y las mujeres, y también podría haber mencionado la persecución de ciertos colectivos, como las minorías bahaí, zoroastra y suní. No obstante, las supuestas irritabilidad, inconstancia e incivilidad que, a su juicio, caracterizan a los jóvenes iraníes son en realidad rasgos habituales de las redes sociales en todo el mundo, y sus campañas de desafío al régimen nos hacen ser menos pesimistas sobre las perspectivas de cambio en Irán. Los propios internautas iraníes se refieren a las redes sociales como un “entrenamiento a la democracia”, y esa bien podría ser la principal idea a retener.

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