Entrevista a Michael Kremer, Premio Nobel de Economía 2019

“Pequeñas inversiones pueden tener un impacto enorme para aliviar la pobreza”

photo_camera AFP/JONATHAN NACKSTRAND - El estadounidense Michael Kremer, Premio Nobel de Economía 2019, durante una conferencia de prensa en la Real Academia Sueca de Ciencias, el 7 de diciembre de 2019

A mediados de los años noventa, Michael Kremer llevó a cabo una serie de experimentos para aumentar la tasa de asistencia a las escuelas en Kenia. Fue, seguramente, la primera vez que en el campo de la economía se aplicaron los ensayos aleatorios para obtener información precisa acerca de un problema y así poder resolverlo. Ahora Kremer dirige la cátedra Gates de Sociedades en Desarrollo, en el Departamento de Economía de la Universidad Harvard. Aquella aproximación, totalmente inédita en aquel momento, sentó las bases de un movimiento de economistas que buscan soluciones innovadoras en ámbitos como la educación, la salud, la pobreza, la inmigración o la crisis climática. Por implementar este tipo de aproximaciones experimentales “para aliviar la pobreza global”, Kremer ha recibido el Premio Nobel de Economía 2019 junto con los investigadores Esther Dufflo y Abhijit Banerjee, del Laboratorio de Acción contra la Pobreza Abdul Latif Jameel (JPAL), del Massachusetts Institute of Technology (MIT).

El estadounidense Michael Kremer, Premio Nobel de Economía 2019, recibe el Premio del Sveriges Riksbank de manos del Rey Carl XVI Gustaf de Suecia el 10 de diciembre de 2019 en la Sala de Conciertos de Estocolmo, Suecia

Lleva más de 20 años dedicado a investigar sobre la pobreza, ¿por qué?

Porque es un problema humano increíblemente importante, titánico. Y no es irresoluble. Se pueden hacer muchas cosas a diferentes niveles, desde los gobiernos, hasta las ONG o incluso cada individuo. La investigación demuestra que pequeñas inversiones pueden tener un impacto enorme.

Pónganos un ejemplo.

La diarrea es una de las principales causas de muerte de los niños en los países en desarrollo y se debe a la contaminación fecal del agua. Anteriores aproximaciones consistían en distribuir el tratamiento (una pastilla de cloro para desinfectar el agua) en tiendas y a un precio muy bajo. Sin embargo, uno de los grandes hallazgos de la economía del comportamiento es que, en salud preventiva, el precio marca una enorme diferencia.

¿Y qué hizo?

Diseñamos junto a la ONG Evidence Action un programa de dispensadores de cloro que colocamos junto a los manantiales. Tratamos de implantar una costumbre en la población: las mujeres giraban la manivela del dispensador y recibían la dosis adecuada de cloro en sus bidones antes de rellenarlos de agua. Así logramos pasar del 7% de los hogares que desinfectaban el agua al 50%.

Ahora Evidence Action ha expandido el proyecto y millones de personas en África oriental se benefician de él. Lamentablemente, no disponen de la financiación necesaria para desarrollarlo en otras regiones. Necesitarían más contribuciones o que los gobiernos empezaran a apoyar este tipo de programas.

El proyecto de los dispensadores de agua es un buen ejemplo de las nuevas formas que ha desarrollado para estudiar soluciones potenciales que alivien la pobreza, soluciones que comparte con el JPAL. En este caso, se basa en aplicar el método de los ensayos clínicos a las intervenciones económicas.

Así es. Se trata de una nueva herramienta dentro de la caja de herramientas de la economía. Resulta muy útil puesto que, entre sus muchas aportaciones, permite obtener una estimación rigurosa de las causas y los efectos. Requiere trabajar estrechamente con diferentes grupos sociales en problemas muy prácticos, para intentar aprender de ellos y entender sus perspectivas y los problemas a los que deben hacer frente. Esta manera de trabajar también demanda mayores equipos, de ahí que sea importante contar con una infraestructura de investigación frecuente en otros ámbitos de la ciencia. Y en este sentido el JPAL es fantástico porque proporciona esa infraestructura.

¿Cuándo y por qué comenzó a utilizar los ensayos aleatorios?

Tras acabar la universidad, trabajé como profesor de secundaria durante un año en Kenia. Pasado ese tiempo, regresé a los Estados Unidos y tiempo más tarde, cuando obtuve mi primer trabajo y dinero, regresé de vacaciones. Entonces, un buen amigo que había sido profesor y ahora trabajaba para una ONG me comentó que iban a empezar a trabajar en una nueva zona de Kenia para evitar el elevado absentismo escolar. Sin embargo, no sabían cuál era la mejor forma de hacerlo. Esto era a finales de los años noventa.

Entre los dos pensamos que si se quería realmente saber cuál era la mejor manera de lograrlo o evaluar el efecto que tendrían las acciones, lo más razonable sería poner en marcha intervenciones en diferentes escuelas, y luego analizar qué funcionaba mejor e implementarlo en toda la red educativa. A la ONG le pareció un buen planteamiento y nos dio luz verde.

¿Qué solución vieron que funcionaba mejor para aumentar la tasa de asistencia escolar?

Después de barajar y estudiar opciones como dar los uniformes o los libros gratis, optamos por tratar a los niños contra los gusanos o parásitos intestinales, los helmintos. En Occidente, las infecciones por este parásito en animales se tratan de manera sistemática. En cambio, en países en vías de desarrollo, a pesar de que el tratamiento es muy barato, los niños no tienen acceso a él y esas infecciones les provocan anemia, aletargamiento y apatía. En consecuencia, los niños enfermos faltan más a la escuela que los niños sanos.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) aboga por que el tratamiento se administre en las escuelas y que sean los maestros quienes se lo den a los alumnos. Así pues, desarrollamos un programa para formar a los profesores con el fin de que administraran el tratamiento a los niños en los colegios. Y funcionó. Luego, a través del Ministerio de Educación, extendimos el proyecto a todo el país. El programa se puso en marcha en 2001, por lo que hemos podido medir el impacto que tuvo en los alumnos a los que tratamos, las cuales tienen una mejor calidad de vida que sus compañeros que no recibieron tratamiento.

El estadounidense Michael Kremer, Premio Nobel de Economía 2019, durante una conferencia de prensa en la Real Academia Sueca de Ciencias, el 7 de diciembre de 2019

¿Disponer de mejores datos podría acabar con la pobreza?

Utilizar mejores datos y un análisis más riguroso de esos datos pueden mejorar nuestra vida, pero no iría tan lejos como para afirmar que pueden acabar con la pobreza. Al contrario de lo que se suele pensar, la tasa de pobreza absoluta, vivir con menos de 1,90 dólares al día, no está aumentando, sino que desde 1980 se ha reducido drásticamente. Y lo que más ha contribuido a que esto suceda son las reformas llevadas a cabo en China, que era un país tremendamente pobre, aunque ya nos hayamos olvidado de ello.

Seguramente, el Gobierno chino experimentó mucho, pero no en el sentido de experimentos formales, como se hace en el campo de la ciencia con los ensayos aleatorios. Parte de lo que el Gobierno chino aprendió fue gracias a ir introduciendo reformas en áreas particulares y viendo qué impacto tenían. Si funcionaban, las aplicaban en otras áreas del país. Eran decisiones políticas, pero ciertamente experimentaron, obtuvieron datos y obraron en consecuencia.

Háblenos de Agricultura de precisión para el desarrollo (PAD).

Es una ONG que ayudé a crear con el objetivo de mejorar la vida de los agricultores en países en vías de desarrollo. Trabajamos estrechamente con los gobiernos y las ONG. Por ejemplo, en África, hay una nueva plaga llamada gusano cogollero del maíz. Acaba de llegar de América y los agricultores no la conocen, pero les podemos enviar mensajes al móvil, para alertarles sobre la plaga y darles consejos sobre cómo tratarla. Ahora el Gobierno de la India y el de Etiopía también están implementando este sistema, muy barato y efectivo.

Otro ejemplo: los agricultores de los países en desarrollo lo van a tener complicado debido al cambio climático. Está claro que para combatir el calentamiento global hay que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, pero también hay que proporcionar a los agricultores información, por ejemplo, acerca de las cosechas más resistentes a las sequías o de la previsión meteorológica. Y esto es lo que tratamos de hacer desde PAD.

Acaba de recibir el Premio Nobel de Economía. No es nada frecuente que este galardón se otorgue a investigadores en economía del comportamiento o al estudio de la pobreza. ¿Cree que es un cambio de tendencia en lo que se considera importante investigar en economía?

Hasta hace poco, buena parte de la investigación en economía consistía solo en analizar los impactos de las políticas que los gobiernos implementaban. Ahora, en cambio, hay una tendencia real a innovar, en buena medida gracias a los ensayos aleatorios. Hay un esfuerzo global en el ámbito de la economía para crear nuevas técnicas y metodologías que mejoren el mundo.

Por ejemplo, Al Roth, premio Nobel de Economía en 2012, desarrolló nuevos algoritmos dentro de la teoría de juegos para regular el diseño de los mercados de acuerdo con la oferta y la demanda. Y ese algoritmo tuvo aplicaciones sociales muy concretas: se aplicó para mejorar las donaciones cruzadas de riñón en Estados Unidos, ayudando a pacientes que necesitan un riñón a encontrar donantes.

¿De qué forma influenciará a su trabajo el premio recibido?

El premio es un reconocimiento a todo el sector, y esto incluye a cientos de investigadores de todo el mundo, pero también a los gobiernos y las ONG. Ojalá sea útil para abrir más puertas. Espero que acerque aún más la investigación a la política, que los legisladores tomen mayor conciencia, tanto para aprender más sobre cómo hacer que sus programas de intervención sean más efectivos como para comenzar a actuar conforme a los resultados de las evaluaciones.
 

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