Como respuesta a los ataques, Washington inició una guerra contra el terrorismo en Afganistán. Después de dos décadas las heridas de esa guerra todavía no se han cerrado, y a quienes prometieron derrotar, vuelven a estar en el poder

20 años del 11-S, los atentados que marcaron el comienzo de la guerra “contra el terror”

photo_camera Lugar conmemorativo de la piscina norte antes de una ceremonia de conmemoración de las víctimas de los ataques terroristas del 11 de septiembre en el Memorial Nacional del 11 de septiembre, el 11 de septiembre de 2017 en la ciudad de Nueva York - AFP/DREW ANGERER

Los atentados que cambiaron el rumbo de la historia

El 11 de septiembre de 2001 es una fecha que ya ha quedado marcada en la historia, no solo en la estadounidense, sino también en la de muchos otros países por las repercusiones internacionales que desencadenaron los acontecimientos de ese día. Cuatro aviones fueron secuestrados por 19 terroristas que respondían a las órdenes de Al-Qaeda, grupo liderado por Osama Bin Laden. Dos de los aviones impactaron contra las Torres Gemelas en Nueva York, otro contra el Pentágono en Washington y el cuarto cayó en un campo de Pensilvania. Los pasajeros de ese vuelo, después de enterarse de los otros ataques, consiguieron acceder a la cabina y desviar la trayectoria del avión, truncando los planes de los terroristas, que buscaban destruir el Capitolio o la Casa Blanca.

El ataque tuvo lugar en suelo estadounidense, pero fue un ataque al corazón y al alma del mundo civilizado. Y el mundo se ha unido para librar una guerra nueva y diferente, la primera, y esperamos que sea la única, de las del siglo XXI. Una guerra contra todos los que buscan exportar el terror, y una guerra contra los gobiernos que los apoyan o amparan”. Estas palabras fueron pronunciadas por el expresidente George W. Bush un mes después de los ataques que dejaron casi 3.000 muertos y 25.000 heridos. Estas palabras iniciaron también una guerra en Afganistán que duraría más de 20 años y que finalmente ha acabado como comenzó: con los talibanes en el poder.

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A pesar de que ninguno de los terroristas involucrados en las masacres fuera de origen afgano, el país asiático se convirtió en el objetivo de Washington por su relación con Al-Qaeda. Corría el año 2001 y los talibanes, un movimiento islamista, gobernaban Afganistán después de tomar violentamente el poder en 1996. Los talibanes, próximos a Al-Qaeda, hospedaron a Osama bin Laden, un hecho que no solo los condenaría a ellos, sino también al resto de población afgana. El 7 de octubre Estados Unidos comenzó a bombardear posiciones de Al-Qaeda y de los talibanes junto a tropas británicas bajo la operación ‘Libertad Duradera’. En diciembre tiene lugar la batalla de Tora Bora, una de las más importantes de las primeras etapas de la invasión.

Posteriormente se unirían a esta guerra otros países de la OTAN como Francia, Alemania o Canadá. Esta coalición internacional consiguió derrocar al régimen talibán, aunque con el tiempo se reorganizarían y reconquistarían territorios. La Alianza del Norte, una organización de resistencia anti-talibán, también fue clave en la derrota del movimiento. Este grupo, compuesto por señores de la guerra como Ahmad Sha Massoud o Abdul Rashid Dostum, llevaba años combatiendo contra los talibanes, y durante la intervención de la OTAN recibieron ayuda estadounidense.

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Con los miembros de la Alianza del Norte a las puertas de Kabul, Mullah Omar, líder del movimiento, huyó del país y Bin Laden se trasladó a Pakistán, donde fue capturado 10 años después por los Navy Seal estadounidenses bajo la ‘Operación Geronimo’.

2002: Transición política en Kabul y apertura de Guantánamo

En 2002, con los talibanes fuera del poder, comienza la “reconstrucción” de Afganistán. El Congreso estadounidense aprueba un gasto de 38.000 millones de dólares en este proceso. “Ayudando a construir un Afganistán que sea libre del mal y un lugar mejor para vivir, estaremos siguiendo el ejemplo de George Marshall”, aseguró Bush, aludiendo al famoso Plan Marshall estadounidense que buscaba la recuperación europea después de la Segunda Guerra Mundial. En el plano político se forma un Gobierno de transición dirigido por Hamid Karzai, que gana las elecciones dos años después y se convierte en el primer presidente afgano elegido democráticamente.

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En 2002 es también el año en el que la Administración estadounidense comienza a trasladar a personas ligadas al terrorismo a la cárcel de Guantánamo. Este centro de detención siempre ha creado controversia y críticas por parte de organizaciones de derechos humanos por las condiciones en las que vivían los presos. En 2014 el Comité de Inteligencia del Senado confesó que en Guantánamo se usaban “violentos métodos de tortura”. En 2003, de acuerdo con datos del Departamento del Interior, la prisión llegó a albergar hasta 600 personas, la mayoría de ellas supuestamente involucradas con el 11-S o Al Qaeda.

Barack Obama ordenó cerrar la prisión en 2008, siguiendo la recomendación del Comité de Naciones Unidas contra la Tortura, aunque en la actualidad todavía hay presos en Guantánamo. Cinco acusados de participar en los atentados contra el World Trace Center y el Pentágono todavía se encuentran en la base estadounidense inmersos en largos procesos judiciales. El juicio contra Khalid Sheikh Mohammed, el cerebro de la operación terrorista, se reanudará próximamente, después de meses suspendido por la pandemia. Sheikh Mohammed, al igual que los otros cuatro acusados, podrían ser condenados a pena de muerte.

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La guerra contra el terror se traslada a Irak, los talibanes aprovechan para reorganizarse

En 2003 la estabilidad en Afganistán parecía posible, por lo que Estados Unidos decidió anunciar el final de “los grandes combates” y centrar los esfuerzos militares en Irak. Washington acusó al régimen de Sadam Husein de apoyar al terrorismo y de poseer armas de destrucción masiva, aunque dichas armas nunca se encontraron. En marzo comenzó el bombardeo sobre Bagdad, pero la guerra se prolongaría varios años más. Como consecuencia, los talibanes aprovecharon que la atención estadounidense estaba centrada en Irak para reorganizarse, sobre todo en las zonas del sur y el este del país.

Ante esta amenaza, Estados Unidos envía más soldados y se compromete con el Gobierno afgano a “ayudar a organizar, entrenar, equipar y mantener las fuerzas de seguridad hasta que Afganistán desarrolle la capacidad para asumir esa responsabilidad”.

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El terrorismo golpea otros países occidentales

La intervención de otros aliados de Estados Unidos en Afganistán e Irak para luchar contra el terrorismo tuvo sus consecuencias. Madrid, después de varias amenazas por parte de Al-Qaeda, sufrió un violento atentado con diez bombas que dejó 193 fallecidos y 2.000 heridos en marzo de 2004. En el verano de 2005, Londres se convirtió en el objetivo de los yihadistas. 4 bombas colocadas en el transporte público, al igual que en España, provocaron la muerte de 56 personas y dejaron 700 heridos. Años después, el terrorismo volvió a golpear a Occidente. Esta vez se centró en Francia, que sufrió una serie de atentados que se cobraron la vida de cientos de personas.

Todos estos ataques, que recordaban al trágico 11 de septiembre de 2001, demostraban que la guerra contra el terror todavía no había acabado. Por otra parte, el mensaje los grupos terroristas era claro: todos los aliados de Estados Unidos sufrirían en su propio territorio las consecuencias de la intervención en Afganistán o en otros países de Oriente Medio.

En territorio afgano las tropas de la coalición también fueron objeto de ataques suicidas por parte de los terroristas en esos años, sobre todo al sur del país, donde muchos se refugiaron después de la caída del régimen talibán. La estabilidad en Afganistán vuelve a cuestionarse ante la falta de cuerpos de seguridad y la escasez tropas extranjeras. No obstante, las fuerzas de la OTAN consiguen una victoria en el difícil sur afgano en diciembre de 2006 después de eliminar a Mullah Akhtar Mohamed Osmani, un destacado líder talibán y colaborador de Bin Laden. Los talibanes vuelven a recibir un duro golpe en 2007 con el asesinato del mullah Dadullah, comandante de las acciones militares del grupo en el sur. Esta operación se llevó a cabo por fuerzas estadounidenses y de la OTAN en colaboración con fuerzas afganas.

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La era Obama

El demócrata Barack Obama juró el cargo como presidente en enero de 2009 con el objetivo de desligarse de la política exterior de Bush, que dejó la presidencia enviando 4.500 soldados más a Afganistán. Obama prometió una “nueva estrategia” basada en desalojar a Al-Qaeda en Afganistán y en Pakistán. Asimismo, suspendió los tribunales militares y aseguró que cerraría Guantánamo. Sin embargo, al igual que su antecesor, Obama siguió enviando tropas a Afganistán dentro de esa “nueva estrategia” contra el terrorismo. Un mes después de llegar a la Casa Blanca, la Administración de Obama envió 17.000 soldados más a territorio afgano; y en diciembre desplegó 30.000 unidades más. Mientras tanto, la OTAN también siguió mandando más tropas.

Otras de las promesas de Obama fue la de retirar las tropas completamente en 2016 a través de un plan basado en reducir progresivamente el número de soldados en el país. La OTAN, por su parte, acuerdan traspasar todas las responsabilidades a las fuerzas afganas en una cumbre en Lisboa celebrada en 2010. Los miembros de la Alianza estimaron que esta transición se completaría “a finales de 2014”. Hamid Karzai, que había vuelto a ser elegido presidente, apoyaba el plan, aunque algunos miembros del Parlamento miraban con preocupación la posible retirada de tropas extranjeras.

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El primer año mandato de Obama coincidió con la publicación de un informe de Naciones Unidas en el que alertaba del aumento de muertes de civiles en ataques aéreos, coches bomba y atentados. Según la Misión de la ONU de Asistencia en Afganistán, solo entre enero y junio de 2009 murieron 1.0913 civiles, frente a los 818 del primer semestre de 2008 y los 684 durante ese mismo periodo en 2007. “Tanto elementos antigubernamentales como fuerzas progubernamentales son responsables del aumento de la muerte de civiles”, señaló el informe. Este documento pretendía concienciar a la comunidad internacional del alto número de bajas civiles en el conflicto. Detrás de la guerra contra el terror, había un país desangrándose.

Captura y asesinato del gran enemigo de Occidente

El punto álgido y uno de los mayores logros de la política exterior de Obama llegó en 2011. El 2 de mayo, 23 miembros de los Navy Seals estadounidenses asaltaron la casa donde se escondía Bin Laden, el principal enemigo de Estados Unidos. El líder de Al-Qaeda residía en una vivienda de la ciudad paquistaní de Abbotabad junto con otros miembros de la organización y familiares. Muchos de ellos, al igual que Bin Laden, fueron asesinados por las fuerzas estadounidenses.

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“Estados Unidos ha matado a Osama Bin Laden”, declaró Obama después de la operación Gerónimo, que duró aproximadamente 40 minutos. Posteriormente, el cuerpo del terrorista fue lanzado al mar desde el portaaviones USS Carl Vinson.

Después del asesinato de Bin Laden, Estados Unidos planeó el repliegue de 33.000 soldados durante el verano y comenzó a negociar con los talibanes. Sin embargo, la muerte del líder de Al-Qaeda no supuso el fin del terrorismo en la región.

Los Acuerdos de Doha

Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos criticando las operaciones militares extranjeras, a las que consideraba “costosas e inefectivas”. No obstante, el exmandatario republicano aseguró que “una retirada precipitada crearía un vacío que los terroristas llenarían instantáneamente”.

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En esa época Kabul estaba sufriendo una oleada de ataques suicidas mientras los talibanes controlaban más de un tercio del territorio. Ante la incapacidad del Gobierno afgano de Ashraf Ghani para combatir a los talibanes, en 2017 Washington envió de nuevo más tropas.

En 2019, autoridades estadounidenses y talibanes deciden iniciar una serie de negociaciones para solucionar la situación de Afganistán en Qatar. Estas conversaciones culminan con el Acuerdo de Doha, por el cual las tropas estadounidenses deben retirarse del país antes del 1 de mayo de 2021. Además, Washington presiona al Gobierno afgano para que libere a 5.000 presos talibanes. A cambio, los talibanes debían desvincularse de Al-Qaeda y cesar sus ataques contra fuerzas estadounidenses.

El final del mandato de Trump no supuso la retirada completa de las tropas, por lo que, al igual que sucedió con los anteriores gobiernos, la cuestión afgana se trasladó a la siguiente administración sin haber logrado una solución.

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Retirada total y caída de Kabul

“Es hora de poner fin a la guerra más larga de Estados Unidos”, declaró el actual presidente estadounidense, Joe Biden en abril, tres meses después de jurar su cargo. Biden decidió poner punto final a intervención en Afganistán, a pesar de las recientes advertencias de Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN. Stoltenberg alertó que una retirada demasiado pronto podría permitir que Afganistán se convierta en “un refugio para los terroristas y una oportunidad para que el Daesh construya su califato”.

Poco tiempo después del anuncio de Biden, los talibanes lanzan una ofensiva contra las fuerzas nacionales afganas. Los insurgentes comienzan a capturar distritos y la violencia se desata en todo el país.

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Los talibanes llevaron a cabo una conquista rápida de todas las capitales de provincia afganas. Herat, Faizabab, Kunduz o Ghazni fueron cayendo en sus manos hasta que finalmente, el 15 de agosto llegaron a Kabul. La toma de la capital sorprendió a todos, ya que, según informes de la inteligencia estadounidense, el Gobierno afgano podría resistir unos meses.

Con la caída de Kabul, las últimas tropas extranjeras en el país comenzaron a retirarse precipitadamente. Asimismo, cada país elaboró planes para evacuar a sus nacionales y a aquellos afganos que habían colaborado con sus tropas, como los traductores, que se situaron en el punto de mira de los talibanes.

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Desde que los talibanes llegaron al palacio presidencial de Kabul e izasen la bandera blanca del Emirato, hasta que los últimos soldados estadounidenses abandonaron el país, la atención se centró en el aeropuerto Hamid Karzai. El aeródromo se llenó de afganos desesperados por huir del país y del futuro régimen talibán. El caos se apoderó de la zona y el IS-K (Estados Islámico de Khorasan) organizó varios atentados que provocaron la muerte de aproximadamente casi 200 personas, entre ellas, 13 militares estadounidenses, los últimos en morir en Afganistán.

Como era de esperar, Estados Unidos respondió a la muerte de sus nacionales con otro ataque. Un miembro del IS-K murió en la operación, junto con otros seis civiles, entre ellos algunos niños.

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Estados Unidos deja Afganistán con los talibanes en el poder

La imagen de Chris Donahue, comandante estadounidense, simboliza el fin de la presencia estadounidense en Afganistán. El fin de dos décadas de guerra que se han cobrado la vida de más de 2.000 militares estadounidenses y casi 50.000 civiles afganos. Además de las muertes durante todos estos años, la situación actual en Afganistán es crítica. Las mujeres temen que el nuevo Gobierno talibán les arrebate los derechos que han conseguido en los últimos años, mientras una ahogada resistencia trata de sobrevivir en las montañas de Panjshir.

20 años después de los atentados del 11 de septiembre y la consiguiente intervención en Afganistán, las potencias occidentales dejan el país en manos de los talibanes, al igual que cuando llegaron en 2001. Incluso, algunos de los miembros de este nuevo Gobierno fueron dirigentes del anterior Emirato y expresos de Guantánamo. Sin embargo, los talibanes en la actualidad están mucho mejor armados que entonces y ya cuentan con el apoyo de algunos países. Por otra parte, su ascenso al poder ha dado impulso a otros grupos fundamentalistas que llevaban dormidos estos últimos años y que suponen una gran amenaza a nivel internacional.

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El vigésimo aniversario de los ataques será diferente al resto debido a los últimos acontecimientos, que cuestionan los esfuerzos militares de las últimas décadas y recuerdan que las heridas aún están lejos de sanar

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