El gigante chino centra su mirada en los yacimientos minerales del país asiático, mientras Estados Unidos anunció la salida de sus tropas de territorio afgano

Afganistán, otra baza para China

photo_camera Afganistán, otra baza para China

China ha puesto su atención e interés en Afganistán.

Cuando se cumple casi un año de la firma de los acuerdos de Doha, la Administración Biden ha anunciado la salida definitiva de las tropas norteamericanas de Afganistán poniendo como fecha límite, con todo el simbolismo que ello conlleva, el 11 de septiembre este año, lo cual significará irremediablemente la retirada del resto de fuerzas internacionales del país.

El presidente Biden no hace sino cumplir lo firmado por su antecesor Donald Trump casi un año y medio más tarde de lo acordado. Aun así, en los primeros momentos de su mandato, el actual presidente norteamericano mostró cierta reticencia a hacer efectivo el acuerdo. Sin embargo, después de sopesar pros y contras parece haber llegado a la misma conclusión que el denostado Trump: es el momento de terminar con la guerra más larga que jamás ha luchado Estados Unidos. 

Si bien es cierto que, a primera vista, y siendo pragmáticos, la decisión aparenta ser tan acertada como irremediable, si se profundiza en las implicaciones, probablemente nos encontremos con aspectos que indican que, cuando menos, tal vez no sea este precisamente el momento adecuado.

AFP/KARIM JAAFAR - Khalilzad, Baradar y sus equipos llevaban negociando casi dos años

Es una obviedad admitir que cualquier acuerdo con los talibanes llevaba implícito la salida de las tropas extranjeras, pero tras veinte años de presencia en el país asiático podría esperarse que se hubieran sentado las bases para mantener un cierto grado de influencia en el mismo sin la necesidad del despliegue de fuerzas de ningún tipo. Y, sin embargo, a pesar de que se sabía que este momento llegaría la impresión que se tiene es de cierta “improvisación” no ya en la salida, sino en el día después. Si se hace un planteamiento objetivo, desde el mismo momento en que se inició la guerra (no sólo esta, sino cualquier otra), los encargados de diseñar la estrategia política, teniendo en el horizonte los objetivos que se pretenden alcanzar con la contienda, se supone que debían haber comenzado a preparar la salida del territorio ocupado con un planeamiento a largo plazo, basado en la prospectiva y en el diseño de escenarios deseables y posibles. Pero una vez más, del mismo modo en que sucedió en Irak tras la invasión y derrocamiento de Sadam Hussein, parece que se han cometido prácticamente los mismos errores y EEUU demuestra nuevamente ser una pésima potencia ocupante.

PHOTO/DOUG MILLS/ THE NEW YORK TIMES via AP  -   El presidente Joe Biden habla ante una sesión conjunta del Congreso el miércoles 28 de abril de 2021, en la Cámara de Representantes del Capitolio de Estados Unidos en Washington, junto con la vicepresidenta Kamala Harris y la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, de California
20 años de guerra

Lo primero que cabe preguntarse es por qué Estados Unidos atacó e invadió Afganistán.

En esta ocasión no fue la “amenaza” de la presencia de armas de destrucción masiva ni la existencia de un Gobierno de corte islámico radical tiránico que tras años de guerra civil había impuesto un régimen de terror en todo el país. Es más, los talibanes a priori sólo representaban una amenaza dentro de sus propias fronteras y para la población no afín a su concepto del islam. Ninguno de los países de la región se sentía amenazado por su presencia más allá de los problemas fronterizos con Pakistán.

Tampoco está clara su participación en los ataques del 11S más allá de sus simpatías o coincidencia en su concepción religiosa con la organización Al-Qaeda. 

Pero el “pecado mortal” que determinó la intervención norteamericana y que arrastró a una posterior implicación internacional fue la constancia de la protección que brindaban los talibanes al que era considerado principal ideólogo de los ataques a las torres gemelas y líder de Al-Qaeda, Osama bin Laden.

Es obvio que, una vez en el país, además de la lucha contra aquellos que ocultaban y protegían al ser humano más buscado en todo el mundo, la enorme maquinaria militar y política americana e internacional se volcaron en tratar de sacar del pozo de subdesarrollo y miseria en que se encontraba sumida la población y las instituciones afganas. Pero mientras que todo tipo de iniciativas de índole cívico militar ponían en marcha centenares de proyectos bajo el amparo de los conocidos como PRT (Provintial Reconstruction Team) y que iban desde la construcción de pozos de agua, escuelas, instalaciones de todo tipo a el asfaltado y conclusión de la conocida “Ring Road”, carretera mítica que circunvala todo el país, sobre suelo afgano coexistían dos misiones simultaneas: una, auspiciada por la OTAN y dentro de la cual se enmarcaban los mencionados PRT, llamada ISAF (International Security Assistance Force), y la otra, “Enduring Freedom”, misión puramente de combate liderada por EEUU y en la que participaban Reino Unido, Canadá, Australia y un número muy limitado de aliados. En el contexto de la lucha contra los talibanes, el objetivo último de Enduring Freedom y de Estados Unidos no era otro que localizar y eliminar al líder de Al-Qaeda, algo que sucedió hace exactamente diez años.

REUTERS/JONATHAN ERNST  -   El presidente de Afganistán Ashraf Ghani (izquierda) y el jefe ejecutivo de Afganistán Abdullah Abdullah (derecha) en una foto de familia en la Cumbre de la OTAN en Varsovia el 8 de julio de 2016

Pero cuatro años antes de su desaparición ya había hecho acto de presencia el Daesh, grupo surgido en Irak escindido de Al-Qaeda y que fue ocupando el protagonismo en el mundo yihadista radical hasta convertirse en la “nueva mayor amenaza”. 

Camino hacia el fin

Objetivamente, desde el 2 de mayo de 2010, la presencia de EEUU en Afganistán había perdido el principal de sus motivos. Y ya la Administración Obama comenzó a dar pasos de acercamiento para poder iniciar conversaciones de paz que permitieran a su país retirar paulatinamente las fuerzas militares de suelo afgano.

Fue el presidente Trump el que dio forma a esas conversaciones y llegó a los acuerdos de Doha, pero pagando un precio que hace cuestionarse que se ha logrado después de 20 años de guerra más allá de eliminar al mayor enemigo hasta el momento de EEUU.

El Gobierno afgano fue excluido de las conversaciones, condición exigida por los talibanes. Y este punto es clave, pues significa que por parte de EEUU y de la comunidad internacional se le da carta de naturaleza al grupo al que precisamente se ha estado combatiendo durante años. A ese grupo responsable de un régimen opresor y terrorífico que gobernaba a golpe de “sharía” y que entre otras muchas cosas despreciaba y humillaba a las mujeres considerándolas ciudadanos de segunda clase. 

AFP/KARIM JAAFAR  -   El representante especial de Estados Unidos para Afganistán, Zalmay Khalilzad,y el cofundador de los talibanes Mullah Abdul Ghani Baradar firman el acuerdo en Doha

De manera implícita se ha aceptado que, de un modo u otro, los talibanes formarán parte del futuro de Afganistán, lo cual no deja de ser cuando menos irónico.

Es cierto que el coste económico y humano rozaba ya los límites de lo inasumible, y la retirada estaba totalmente en línea con la política de Trump de replegarse de todos aquellos escenarios que no consideraba de interés directo para Estados Unidos. 

Un posible escenario futuro

Es innegable que el centro de gravedad geopolítico ha pivotado hacia el área Asia-Pacífico, y que la pugna entre China y EEUU es la que marca actualmente la pauta y los movimientos de uno y otro, y por ello, la salida de Afganistán deja abiertas ciertas incógnitas y algunos escenarios que pueden ser determinantes.

PHOTO/ Presidential Palace  -   El Secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, durante su visita en Kabul, Afganistán, el 21 de marzo de 2021.

Por un lado, tenemos la tensión con Irán. A pesar de las apariencias, el régimen de los ayatolas, con sus soflamas y actitud, siempre ha rehuido un enfrentamiento directo con Estados Unidos, y prueba de ello es que todas sus acciones son llevadas a cabo por ‘proxies’. Ni siquiera la muerte de Qassem Soleimani hizo que se tomaran represalias equivalentes. Ello puede explicarse por la difícil situación interna que vive el país, donde la contestación al régimen es cada vez mayor y es por ello por lo que la mayor parte de las amenazas y acciones de Teherán deben interpretarse desde la óptica del consumo interno. Pero en caso de una escalada de la tensión, y en los últimos meses ese ha sido el escenario, la presencia americana en Afganistán tenía un enorme valor estratégico, pues bases militares y aéreas como las de Bagram, Herat, Helmand o Jalalabad suponían piezas clave muy cerca de la frontera con Irán que facilitarían cualquier tipo de operación en caso de necesidad. Por ello no se entiende bien el compromiso de abandono incondicional de estas.

Otro aspecto importante de este compromiso es el fenómeno del “espacio vacío”. La salida de EEUU y de los países de la coalición van a provocar dicho efecto en el país asiático, en unas condiciones tales que va a seguir necesitando de ayuda y apoyo. Y con los talibanes en el poder o formando parte de este, este cambio de posición se antoja muy difícil de justificar por parte de aquellos que hasta pocos días los han estado combatiendo, tanto en términos de coherencia como de explicaciones ante la opinión pública, que no entendería cómo se pasa de perder la vida de sus conciudadanos luchando contra los talibanes a apoyar un Gobierno donde estos tengan participación o sean los líderes.

PHOTO/REUTERS  -   El presidente chino Xi Jinping asiste a la Cumbre del Foro de Cooperación China-África -Mesa Redonda en el Gran Salón del Pueblo de Beijing el 4 de septiembre de 2018 en Beijing, China

Por definición alguien ocupará dicho espacio, y ese alguien puede ser el mayor competidor actual de EEUU: China. De hecho, ya ha comenzado a dar pasos en esa dirección.

Afganistán es un país con un subsuelo muy rico en minerales, y en especial en alguno de ellos como el litio, cobre, oro y las llamadas tierras raras, que lo convierten en un posible punto estratégico. El gran hándicap para que empresas mineras se decidan a explotar los diferentes yacimientos son la falta de seguridad y, en mayor medida, la ausencia total de infraestructuras, especialmente ferroviarias.

Pero a pesar de todo China ya ha dado un paso, y desde hace unos años una compañía minera China ha realizado una enorme inversión para obtener la concesión de varias explotaciones cercanas a Kabul.

El gigante asiático por el carácter autoritario de su forma de gobierno no tiene la dependencia que tienen las potencias occidentales de la opinión pública, y por ello sus gobernantes se sienten mucho más libres en sus decisiones. Una progresiva entrada en Afganistán a pesar de las deficiencias de seguridad es un escenario más que probable, y dichas deficiencias serian mitigadas a golpe de talonario como se está haciendo ahora o bien de un modo más explícito y con menos cortapisas de las que ha tenido EEUU y sus aliados si fuera necesario.

El Gobierno de Kabul necesita soporte financiero y ayuda de todo tipo, y una potencia como China puede jugar con esa necesidad para lograr interesantes y rentables contraprestaciones.

PHOTO/AP-Miembros de la delegación talibán

El principal problema como se ha mencionado son las infraestructuras. Conseguir las concesiones y explotar el subsuelo afgano puede ser la parte fácil de la tarea. Pero sacar las materias obtenidas es otro asunto más complejo. La orografía del país hace extremadamente complicado el establecimiento de una red ferroviaria, método más económico, rápido y eficaz para el transporte de mercancías, y la red de carreteras es también casi inexistente. Los pocos tramos de ferrocarril que se han proyectado han revelado un coste desmedido.

Sólo la zona sur del país presenta un terreno relativamente llano que permitiría el desarrollo de este tipo de infraestructuras a un coste más asumible. Y esto es lo realmente interesante. Es precisamente en esa zona del país donde se encuentran los yacimientos de lo que podemos considerar el petróleo del siglo XXI: las tierras raras. Elementos fundamentales para la fabricación de componentes electrónicos presentes en todos los dispositivos de uso común hoy día de la industria armamentística.

Actualmente China acapara más del 90% de los yacimientos mundiales de dichos elementos, por lo que mantener esa posición dominante le proporciona una evidente ventaja estratégica. Otro asunto es el panorama actual del reparto de tareas a la hora de desarrollar, diseñar, fabricar y ensamblar los componentes electrónicos y los microchips. Algo perfectamente explicado en un magnifico artículo publicado recientemente en Actualidad Económica titulado ‘El Pearl Harbour de los Semiconductores’. También hay estudios e indicios que indican que en esa zona del país pueden localizarse importantes yacimientos de uranio.

PHOTO/REUTERS  -   Mina Bayan Obo que contiene minerales de tierras raras, en Mongolia Interior, China

Y lo interesante de la ubicación de ambos yacimientos es su cercanía a la frontera paquistaní, país donde China ya tiene una relevante presencia, al que a su vez le interesa potenciar dada la rivalidad de ambos con la India (materializada en meses pasados en enfrentamientos con víctimas entre fuerzas indias y chinas), y donde es dueña del principal puerto del país: el puerto de Gwadar, el cual tiene una ubicación estratégica.

La conexión de unas posibles futuras infraestructuras de comunicaciones que partieran de los yacimientos del sur de Afganistán con las de Pakistán sería la vía más rápida para llevar al mar a través del mencionado puerto todas las materias extraídas del subsuelo afgano.

Este escenario nos plantea un Afganistán beneficiándose del apoyo chino, con un cierto control sobre el problema talibán y un acercamiento a su vez a Pakistán derivando todo ello en un “win-win” para China que afianzaría su posición en la región arrebatando a EEUU un espacio de influencia y aumentando su posición casi de monopolio en la producción y control de uno de los elementos más importantes para la industria actual.

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