La represión del Ejército ahonda la crisis política del país africano, que sigue incomunicado por completo desde el golpe de Estado de octubre

Al menos 23 muertos desde el estallido de las protestas en Sudán

PHOTO/ARCHIVO - Protestas en Sudán

El pueblo sudanés no ha soltado las calles desde que las tomara el pasado 25 de octubre, fecha en que el general Abdel Fattah al-Burhan asestó un golpe contra la transición política que compartía con la sección civil del Gobierno. Desde entonces han muerto al menos 23 personas en el marco de las protestas contra el Ejército. Una institución que se resiste a ceder el poder después de tres décadas de dictadura militar, en pausa tras el derrocamiento del expresidente Omar Hassan al-Bashir en 2019.

Las cifras de muertos, heridos y desplazados ponen de relieve la delicada situación que atraviesa Sudán. El país africano vive al filo del estallido de una nueva contienda bélica, que vendría a sumarse a los conflictos recientes en la región occidental de Darfur y a la guerra civil de 25 años de duración que acabó con la independencia de Sudán del Sur. Además, altos mandos del Ejército acometieron en septiembre un simulacro de golpe de Estado que no fructificó. Una amalgama de acontecimientos que han sumido a la nación sudanesa en una crisis crónica.

El intento de asonada de hace dos meses consistió en un globo sonda contra el aperturismo democrático proveniente del ala militar aún leal al expresidente al-Bashir, encarcelado en Jartum y pendiente de ser extraditado hasta la Corte Penal Internacional (CPI) por genocidio, crímenes de guerra y de lesa humanidad. Las fricciones entre las Fuerzas de Libertad y Cambio (FCC), la amplia coalición de partidos, y el Consejo Militar de Transición (CMT) ha sido turbulenta desde que unieran fuerzas en julio de 2019.

Al-Burhan

Esta compleja connivencia en el poder entre líderes del Ejército y tecnócratas de la sociedad civil no contentaba a ninguna de las partes, aunque el plan de transición contemplaba una cesión del poder a la sociedad civil a partir de los comicios previstos para 2023. Sin embargo, la falta de efectividad en las reformas políticas ante la profunda crisis política, social y económica dejó la puerta abierta al Ejército para subvertir la hoja de ruta.

Ante el primer fracaso golpista, el Ejército decidió resarcirse mediante una nueva asonada aprovechando el descontento general a finales de octubre. El presidente del Consejo Soberano, Abdel Fattah al-Burhan, ejecutó un golpe de Estado a cámara lenta con la detención de cuatro ministros civiles del Ejecutivo, entre ellos el jefe de gabinete, Abdalla Hamdok, y con la disolución de las instituciones. Una acción que recibió el repudio cuasi unánime de la comunidad internacional.

El hasta ahora primer ministro, Abdalla Hamdok, continúa bajo arresto domiciliario desde el 25 de octubre. Y junto a él hasta 100 funcionarios de la administración pertenecientes a la sección civil. Al-Burhan expresó después, en una aparente marcha atrás, que el Ejército mantenía una postura favorable al diálogo sin condiciones con los distintos partidos políticos hasta que Sudán alcance cierta estabilidad y seguridad. Aunque denunció la influencia extranjera a la que están expuestas algunas formaciones. El general reconstruyó además el Consejo Soberano de Transición, y se autodenominó como nuevo líder, rodeándose de miembros de la vieja guardia de al-Bashir. Una actuación que no contó con el respaldo de la opinión pública.

Abdalla Hamdok

El pueblo sudanés salió a las calles de Jartum y varias ciudades para protestar de nuevo contra el Ejército, a exigir la liberación de los líderes civiles y a defender un acuerdo de transición que otorgase plenos poderes a la sociedad civil. Las autoridades reprimieron con dureza las concentraciones y forzaron un apagón informativo a través del corte de las líneas de telefonía móvil y el bloqueo de los servicios de internet, recursos que no han conseguido acallar a la sociedad sudanesa.

Los comités de defensa locales han organizado unas protestas que las fuerzas de seguridad se han encargado de reprimir con dureza. Apostadas en las principales carreteras del país y presentes en la capital, Jartum, el contingente militar muestra su lado más hostil contra el pueblo sudanés que pide cambios.

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