El conflicto en Libia, una disputa con Etiopía que amenaza el control del agua del Nilo y una crisis económica precipitada por la COVID-19 amenazan la estabilidad del país

Al-Sisi ante una tormenta perfecta

PHOTO/REUTERS - El presidente de Egipto, Abdel Fattah al-Sisi

El conflicto en Libia, una disputa con Etiopía que amenaza el control del agua del Nilo y una crisis económica precipitada por la COVID-19 han puesto al presidente de Egipto, Abdel Fattah al-Sisi, ante una “tormenta perfecta” para él y su Gobierno. 

Cuando el mes pasado el mariscal Jalifa Haftar consumó el fracaso en su intento de tomar Trípoli y las fuerzas del hombre al que El Cairo ha respaldado en el conflicto libio fueron repelidas por las del Gobierno de Acuerdo Nacional sostenido por la ONU (GNA), el peor de los escenarios se hizo presente en Egipto. 

Milicias de mercenarios pagados por Turquía avanzando por la costa libia hacia su frontera es una imagen imposible de aceptar para los militares egipcios y Al-Sisi no dudó en responder de manera taxativa entonces asegurando que una “intervención directa” de Egipto en Libia tendría “legitimidad internacional”. La semana pasada reiteró que las ciudades libias de Sirte y Al-Jufra (centro) son dos enclaves estratégicos que suponen una línea roja para su país. 

Mientras esto sucedía, las negociaciones que infructuosamente vienen manteniendo Etiopía, Sudán y Egipto con el objetivo de llegar a un acuerdo sobre el régimen de la Gran Presa del Renacimiento Etíope (GERD) fracasaron la semana pasada dejando el litigio bajo un inquietante punto de interrogación. Etiopía se dispone a llenar la presa situada en el Nilo Azul, el principal afluente del río del que los egipcios consiguen el 90% de su agua dulce, sin un acuerdo con el resto de países sobre la gestión del cauce en caso de sequía ni un mecanismo de arbitraje para resolver los litigios que surjan. 

La controversia comenzó en 2011 con el inicio de la construcción de la presa y durante este tiempo los tres países encontraron formas de comunicación y hasta un acuerdo en 2015 comprometiéndose a no actuar unilateralmente ni dañar a los otros. Sin embargo, en los últimos meses y a medida que se acercaba la finalización de la presa, los intentos de acuerdo con mediación de Estados Unidos y el Banco Mundial han fracasado y las discusiones directas solo han llevado a más frustración entre las partes. 

El tercer problema ha llegado con la COVID-19 y su impacto en la economía local. Con dos puntos por debajo de lo previsto, Egipto cerró su ejercicio 2019-2020 (de julio a junio) con un 4% de crecimiento. Con el sector turismo cerrado y la economía paralizada, Egipto ha recibido en los dos últimos meses 8.000 millones de dólares en dos créditos del Fondo Monetario Internacional, elevando su deuda externa a 112.000 millones de dólares de acuerdo con el último informe facilitado por el Banco Central en mayo, el doble del endeudamiento que tenía en junio de 2016. “Lo que estamos viendo es la convergencia de tres crisis”, indica a Efe Riccardo Fabiani, director del International Crisis Group para el norte de África, al destacar que se trata de un escenario "muy complejo" para Al-Sisi. 

Una solución difícil 

Si cada uno de esos problemas son en sí mismos un desafío, la coincidencia de los tres genera una dificultad añadida en su resolución. “Los desafíos múltiples hacen la acción en cualquier frente internacional más complicada por lo limitado de los recursos y la mayor demanda de esos recursos”, explica a Efe Timothy Kaldas del Instituto Tahrir para Oriente Medio. 

En el caso de Libia, el escenario es incluso de posible intervención militar, algo que haría aún más enrevesado un conflicto en el que ya se da la injerencia de potencias extranjeras, mercenarios y todo tipo de grupos armados, delictivos e islamistas. Los expertos no creen que Egipto busque involucrarse de forma “profunda” en el conflicto, pero “dicho esto siempre hay un riesgo de escalada”, señala Kaldas. En el caso de Etiopía, también Egipto ha elevado el tono y recordado que el Nilo es un asunto de “seguridad nacional”, en lo que Kaldas ve “un uso del lenguaje” para avisar de la seriedad del asunto. Egipto ha intentado todo lo que ha podido, según Kaldas, quien subraya que El Cairo “lógicamente considera insostenible” que Etiopía pretenda “mantener más o menos unilateralmente el control del agua que fluye sobre el país”. 

Para Fabiani el escenario más complicado es el interno económico. “La habilidad y la capacidad para manejar la economía ya está muy golpeada por las acusaciones de que los militares manejan demasiadas empresas”, explica. “Obviamente con la crisis de la COVID-19 y la caída de turistas las cifras de desempleo van a crecer reforzando la percepción de que este régimen es incapaz de manejar la economía”, agrega el analista. 

Consecuencias 

En un país con una gran opacidad en la gestión del Gobierno y oscuridad absoluta en la cúpula militar resulta difícil saber el grado de desgaste que esta situación y sus posibles desenlaces pueden tener para el Ejecutivo de Al-Sisi.

Otro elemento será la reacción de las autoridades en un escenario de inestabilidad, dados los precedentes de represión de activistas y críticos ante el silencio continuo de la comunicada internacional. 

Pero Kaldas ve en el económico un elemento no tan fácil de manejar en ese sentido. En su opinión, “indudablemente la represión será parte de la ecuación, pero no será lo único”. “Al final del día puedes censurar páginas web, censurar contenido político, arrestar activistas, figuras políticas, activistas (...) pero lo que no puedes censurar es el precio de la cebolla y el tomate”, dijo. 

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