Argelia: un presidente omnipotente frente al malestar social

                                                                                                                    Por Pedro Canales

Pie de foto: El presidente de Argelia, Abdelaziz Buteflika, en el momento de su juramento tras su última reelección  

El presidente argelino Abdelaziz  Buteflika ha cogido el toro por los cuernos. Frente a la marea de malestar social, de protestas y movilizaciones en el sur sahariano, a causa de la decisión del gobierno que dirige Abdelmalek Sellal de proceder a la explotación del gas de esquistos bituminosos por el método del fracking, el jefe del Estado ha tomado una decisión firme, aplaudida por la población: cesar las perforaciones.

La decisión ha sido divulgada por el periódico El Watan, generalmente bien informado, y confirmada por Abdelhamid Slimani, miembro de la coordinadora de las protestas de los habitantes de In Salah, ciudad donde se efectúan los trabajos.

El Gobierno se ha visto sorprendido por la noticia, que al parecer no se esperaba. En el Ejecutivo había voces disidentes. Mientras que el ministro de Energia, Youssef Yousfi, defendía el recurso  a la explotación del gas de esquistos, como “única alternativa al agotamiento de los perímetros de extracción de hidrocarburos en Hassi Messaoud y Hassi Rmel”, el primer ministro Sellal matizaba con cierta ambigüedad que “la decisión final aún no había sido tomada”, y que sólo se trataba de “sondeos”.

Las movilizaciones populares cada vez más numerosas en el Gran Sur en contra del gas de esquistos, esencialmente impulsadas por los movimientos ecologistas, pero que calaron en todas las capas de la sociedad víctimas del “sur olvidado”, motivaron que el presidente enviase “un emisario especial” para tomar el pulso de la situación y escuchar de primera mano las quejas de la población. Horas después de su vuelta a Argel, saltaba la noticia: el presidente ordena cesar las perforaciones.

Analistas, partidos políticos, periódicos y observadores de la escena política argelina, tratan de sacar conclusiones en caliente de este hecho insólito.

En primer lugar resulta evidente que la cuota de popularidad del presidente, fuertemente disminuido por su larga enfermedad y sus repetidos controles sanitarios en Francia, ha subido como la espuma. “La calle”, este laboratorio en el que se fragua la opinión popular, se ha sentido escuchada. Nunca antes en la historia del país ha habido una respuesta del primer magistrado a las dolencias de la gente, tan rápida y decidida.

Los habitantes de In Salah, que habían decidido no desistir en sus movilizaciones hasta obtener respuesta del presidente, y que se habían negado a recibir una delegación del partido FLN (Frente de Liberación Nacional) deseoso de sacar provecho de la crisis, “están jubilosas”, dice El Watan.

Sin embargo lo que llama la atención ha sido la manera en que el presidente “ha escuchado” al pueblo, así como la naturaleza del “delegado presidencial”.

Porque el jefe del Estado no ha enviado a ningún miembro del gabinete ministerial, al responsable de Energía, el presidente director general de la SONATRACH (la empresa del Estado que ejerce el monopolio en los hidrocarburos), al titular de Interior o al primer ministro. La decisión presidencial fue mandar como delegado al director general de la Seguridad Nacional (DGSN), el general mayor Abdelghani Hamel.

Insólito por diferentes razones. En primer lugar el general Hamel representa el mando superior de la seguridad ciudadana, el Policía número uno, cuya misión es velar por el orden público y garantizar la estabilidad interna. El general Hamel, siempre como “enviado personal del presidente” volverá estos días a la ciudad de In Salah, epicentro de las movilizaciones, para comunicar a la población las decisiones tomadas.

Insólito también porque el mismo DGSN, general Hamel, fue víctima de las iras de las unidades especiales de la Policía, que están bajo su mando, cuando sus componentes se manifestaron por miles en la capital hace dos meses, pidiendo mejoras en sus condiciones de trabajo, y la “cabeza” de su máximo responsable. El gobierno prometió revisar y mejorar sus prestaciones salariales, guardando mutis en cuanto a la petición de dimisión para el general Hamel. Pues el presidente, volvió a enviarlo al escenario caliente, esta vez en misión de paz.

El hecho en sí es coherente con las prerrogativas que tiene el jefe del Estado en Argelia, que son las de un régimen presidencial elevado al máximo. Sin embargo, muestra también el “talón de Aquiles” del régimen: que en los momentos de crisis, en los momentos en que la estabilidad social se ve desbordada por manifestaciones populares, en que el peligro de fractura social se hace palpable, el gobierno no juega ninguna o muy poca función. El poder de decisión se concentra en una sola persona, el presidente, o en lo que los argelinos llaman “el poder oculto” detentado por las cúpulas militar y de la seguridad. El general Abdelghani Hamel se encuentra, al parecer, en este centro de poder.

            

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