Pekín ha triplicado sus préstamos a terceros países en la última década

China busca desplazar al FMI como principal acreedor mundial

PHOTO/ARCHIVO - El presidente de China, Xi Jinping

La reciente visita a Taiwán de Nancy Pelosi desató una respuesta airada de Pekín, que consideró el desplazamiento de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos como un claro desafío a su política de “una sola China”, uno de los proyectos clave del mandato del presidente chino Xi Jinping. Pekín decidió entonces romper la cooperación bilateral en diversas áreas, en vigor desde la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca. Los amagos de ruptura total que se han reproducido en las últimas horas, aunque previsibles, evidencian la lucha enconada por la hegemonía que libran Estados Unidos y China, una rivalidad que se traslada al terreno financiero.

Pekín se ha convertido en la última década en uno de los principales acreedores del mundo. Desde 2010, el Gobierno chino ha triplicado sus préstamos, que asisten sobre todo a países subdesarrollados o en vías de desarrollo a través de la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda (BRI, por sus siglas en inglés), convirtiéndose en un competidor directo de organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). El gigante asiático no tiene las mismas limitaciones que estas dos instituciones, y puede permitirse el lujo de establecer sus propias reglas.

Hace más de un lustro, el presidente chino Xi Jinping, apodado como ‘El Gran Timonel 2.0’ después de Mao Zedong, anunció su proyecto clave: la Nueva Ruta de la Seda. Pekín ha invertido cerca de un billón de dólares, el equivalente a ocho ‘Planes Marshall’, que se ha convertido en el vehículo mediante el cual se instala en otras economías de la región. Y no solo de la región.

El FMI pone sobre la mesa una serie de recetas económicas que deben ser implementadas por los Estados si quieren recibir su ayuda. Las famosas reformas estructurales, catalogadas por sus críticos como draconianas y lesivas. Mientras que China asiste a través de proyectos de infraestructuras con una única condición, que sean construidos por compañías chinas, lo que ‘a priori’ concede mayor independencia a los países deudores. Sin embargo, Pekín acostumbra a prestar tipos de interés más altos y a imponer un periodo de reembolso más corto. También usa los préstamos como herramienta de presión, a cambio de recursos naturales o favores geopolíticos.

FMI

Desde Pekín alegan que no se ha dado ningún caso de ningún país deudor con China que haya caído en la conocida como “trampa de la deuda”, esto es, prestar fondos a otros Estados con el objetivo de controlar sus activos clave si este no puede hacer frente a la deuda.

En torno al 60% de los prestamos externos de China van dirigidos hacia países que afrontan en la actualidad graves crisis de deuda, según los investigadores del Banco Mundial. La crisis económica propiciada por la invasión rusa de Ucrania provoca a su vez una salida de divisas de los países en desarrollo que forman parte de la iniciativa de la Ruta de la Seda, lo que eleva el riesgo de incumplimiento de deuda. Los casos más sonados son los de Pakistán, donde la inversión china asciende hasta los 62.000 millones de dólares —aproximadamente una quinta parte del PIB de Islamabad— , y Sri Lanka, un país sumido en el caos tras caer en ‘default’, en el que China ha destinado más de 32.000 millones de dólares.

En términos generales, China opera como una alternativa cada vez más viable al FMI, aunque debe hacer frente aún a varias limitaciones. Al contrario que este, sus fondos no son hoy en día suficientes como para sustituir al organismo. Su actuación, limitada a seguir los pasos de Estados Unidos y Francia, que han ofrecido una ayuda similar a los Estados favorecidos, tampoco. El enfoque chino sobre los rescates es más una actitud continuista que rupturista con Occidente: la preocupación por el reembolso manda, pero es intercambiable por un beneficio geopolítico.

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