Las transformaciones de la economía mundial en los últimos años han provocado cambios en el equilibrio de poderes extranjeros que invierten en la deuda pública estadounidense

¿Cómo está cambiando el poder extranjero en la deuda pública de Estados Unidos?

photo_camera PHOTO/REUTERS - Señalización de la Bolsa de valores de Nueva York (NYSE), en EE. UU., 14 de diciembre de 2022

Los Estados del Golfo dan un paso adelante en el control de la deuda soberana del gigante norteamericano 

Muchos y de muy diversa índole son los cambios que durante los últimos años han sacudido los cimientos económicos, políticos e internacionales sobre los que se asentaba el mundo. Los nuevos equilibrios de poder, la guerra comercial sinoestadounidense, la llegada del coronavirus, la preocupación ante la amenaza del cambio climático o las consecuencias energéticas y alimentarias de la guerra en Ucrania son solo algunos ejemplos de grandes transformaciones que han cambiado los paradigmas individuales, sociales, estatales e internacionales que regían la totalidad de nuestras vidas. 

En este escenario, una gran parte de los países occidentales se prepararon, con la llegada de la Covid-19 en el año 2020, para garantizar el estado de bienestar de sus ciudadanos implementando medidas de gasto social que –aunque efectivas –, en la mayor parte de los casos provocaron un importante crecimiento de las deudas públicas nacionales. Este es el caso de la economía estadounidense. 

 

El gigante norteamericano ya venía registrando grandes aumentos de la deuda a lo largo de las últimas décadas, pero los 30 billones de dólares (más de 26 billones de euros) era una cifra que, hasta comienzos de este año, nunca había sido alcanzada. Un récord histórico que le situaba a la cabeza de los países con más deuda pública del mundo en cifras absolutas. O, al menos, así anunciaron medios de todo el mundo la información que el Departamento del Tesoro –equivalente al Ministerio de Economía– hizo pública, mientras la Reserva Federal del país (Fed) subía, por primera vez, los tipos de interés. 

Y es que, si la deuda soberana de cada uno de los países es, ya de por sí, relevante para analizar el tablero internacional en su conjunto, cuando se trata de la deuda soberana estadounidense, las cifras son clave. En palabras del diario chino ‘The Global Times’, “los bonos del Tesoro de los Estados Unidos no solo son el ancla de fijación de los precios de activos globales, sino que, también, juegan un importante papel en el sistema de transmisión de liquidez en dólares”. 

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Unas nociones de economía…

Pero ¿qué son los bonos del Tesoro? ¿Qué refleja la deuda pública? Según explica Andrés Sevilla Arias, miembro de la asociación de profesionales de inversión Instituto CFA, la deuda pública o soberana nace del gasto conjunto de todas las administraciones públicas. Cuando se incurre en déficit público –por unos ingresos inferiores a los gastos–, entonces el Estado emite títulos de deuda que los inversores (ya sean públicos o privados, nacionales o extranjeros) adquieren. Estos títulos pueden ser letras del Tesoro –que, en EE. UU., constituyen unas inversiones que van desde las cuatro hasta las 52 semanas– y bonos u obligaciones del Estado –más a largo plazo, entre 20 y 30 años. 

Este tipo de inversiones, poco arriesgadas para los inversionistas, generan unos beneficios que se corresponden con los tipos o tasas de interés (que serán más altos cuanto menor sea la confianza de los mercados en que el Estado puede devolver el dinero). Es decir, a mayor calidad crediticia, menor riesgo, menores tipos de interés, y, por tanto, menor rentabilidad. Y a la inversa. 

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La deuda soberana de Estados Unidos

Con esto en mente, es de comprender que ‘The Global Times’ afirme que “los riesgos potenciales en el mercado del Tesoro de los Estados Unidos pueden terminar teniendo un impacto sistémico” en la economía mundial. Especialmente después de los sucesivos anuncios de la Fed, que ha decretado cuatro subidas consecutivas de los tipos de interés en los últimos cinco meses, alcanzando las tasas más altas de 2008. 

Sin embargo, la tendencia alcista de la deuda soberana estadounidense no es algo nuevo. Las guerras en Irak y Afganistán y la recesión de 2008, antes de la pandemia de la Covid-19, ya obligaron a implementar programas de estímulo y a aumentar el gasto público frente a unos ingresos fiscales cada vez menores por el desempleo generalizado. E igual sucedió durante eventos históricos anteriores como la Guerra Civil estadounidense. Y es que, tal como explicaba un artículo del medio Usa Today en 1995, la deuda pública del país creció durante la Guerra Fría como “un préstamo a futuro” para “limitar, pero sin limitar, el gasto social”. Una tesis que, podría decirse, explica también las medidas de Washington –y de muchos otros países occidentales– para enfrentar las sucesivas crisis actuales.   

Tal como explicó en 2021 el CEO de Carta Financiera, Miguel Boggiano, para el medio económico ‘Ámbito Financiero’, la deuda pública estadounidense de aquel año se encontraba, principalmente, dividida en cinco grupos. El primero de ellos –que más cantidad de títulos de deuda poseía– fue el de los inversores estadounidenses privados (entre los que se encuentran los fondos de pensiones privados, las aseguradoras o los inversores minoristas) que concentraban más del 31% del total. El segundo gran grupo acreedor fue el de los países e inversores privados extranjeros (25%), seguido muy de cerca por los fondos de pensiones estatales del país (22%), que ocupaban el tercer lugar, y por la Reserva Federal y los bancos estadounidenses, en cuarta y quinta posición, respectivamente. 

El peso extranjero en la deuda yanqui

Como cada mes, hace escasas semanas el Tesoro de Estados Unidos hacía público el informe financiero de los estados de cuentas de la economía nacional, que incluyen los detalles de la deuda pública y la lista de países acreedores de los títulos de deuda del país. Y, como sucede desde el año 2019, Japón ocupaba, una vez más, el primer puesto del ranking, con una inversión de 1.078.200 millones de dólares en concepto de bonos del Estado –lo que supone una disminución con respecto a los cerca de 1.100 miles de millones de dólares de finales de julio. 

Y es que, tal como explicaba Miguel Boggiano, “la demanda [extranjera] de bonos estadounidenses ha venido debilitándose desde el año 2014”. Así lo evidencia no solo la participación japonesa –que más allá de haber caído en los últimos meses, llevaba sin crecer desde 2019–, sino también la inversión China. 

A la guerra comercial sinoestadounidense y los consecuentes obstáculos económicos y comerciales que impuso Donald Trump durante su mandato al frente de la Casa Blanca –que en 2019 terminaron por colocar al gigante asiático en el segundo puesto de la tabla, tras haber sido, durante años, el mayor acreedor del país–, se han sumado recientemente las consecuencias de la pandemia, la inflación a nivel mundial, la polarización internacional y las transformaciones financieras de Washington; lo que parece incentivar, más aún, la reducción inversionista de Pekín en los títulos de deuda yanqui. Cerca de 25.000 millones de dólares ha caído la participación china en la tenencia de deuda estadounidense desde el mes de julio.

Sin embargo, lejos de Japón, China y Reino Unido, que han reducido sus niveles de inversión desde el último informe del Tesoro de EE. UU.; los países del Golfo han visto reforzado su papel como acreedores de Washington. En conjunto, el grupo de los siete países árabes de Oriente Medio concentra en sus manos más de 240.000 millones de dólares en concepto de letras del Tesoro y bonos y obligaciones del Estado, y se coloca –como un bloque– en la octava posición de tenedores de deuda. 

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La escalada acreedora de los países del Golfo 

Individualmente, es el Reino wahabita de Arabia Saudí quien posee más cantidad de deuda yanqui en el Golfo. 121.100 millones de dólares, que lo sitúan en el decimosexto lugar del ranking, y que se reparten de manera que el 85% de esta cantidad representa bonos a largo plazo y con rentas fijas (más de 103.000 millones), y el resto a letras y bonos de corta duración (unos 17.000 millones). Estas cifras muestran un crecimiento de más de un 3,5% de la inversión saudí en EE. UU. desde 2016, cuando el Departamento del Tesoro de la Administración Obama hizo pública la participación saudí en las finanzas yanqui ante la amenaza de un posible conflicto diplomático a causa de un proyecto de ley que permitiría pedir responsabilidad a Riad por una supuesta relación con los atentados del 11S.

Por su parte, Emiratos Árabes Unidos, segundo en la lista de países del Golfo con mayor cantidad de títulos de deuda estadounidense, aumentaba –al igual que Riad– su participación en la economía yanqui, alcanzando los 53.900 millones de dólares; mientras que Kuwait llegaba de los 50.300 millones, Omán a los 7.000 millones, Qatar a los 6.400 y Bahréin a los 1.400. 

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Este refuerzo de la influencia económica del Golfo sobre las finanzas estadounidenses coincide, temporalmente, con uno de los mejores años económicos para la región. En tan solo los últimos 12 meses, el PIB (Producto Interior Bruto) de los siete países ha aumentado en más de un 25% debido al incremento de la demanda petrolera y gasística que han provocado los recortes de suministros energéticos procedentes de Rusia. Un crecimiento que se traduce en más de 1.680 millones de dólares de ingresos adicionales. 

Mas, en el ámbito diplomático, la noticia llega en un momento algo tenso, en el marco de unas relaciones entre Washington y Riad marcadas por los altibajos. La reciente decisión de la OPEP+ (en la que Arabia Saudí juega un papel fundamental) de reducir la producción petrolera en dos millones de barriles diarios, mientras crece la demanda mundial, aumentan los precios del crudo, y Moscú recorta los suministros, ha provocado un distanciamiento entre dos potencias que –ya desde la salida de Trump de la Casa Blanca y pese a los esfuerzos de Joe Biden– veían como sus vínculos comenzaban a tensarse. 

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En palabras del analista Pablo del Pozo, en el medio digital Descifrando la Guerra, podría decirse que la relación de los países del Golfo para con Estados Unidos ha cambiado “hacia un nuevo rumbo más independiente […] donde los beneficios económicos y diplomáticos para el propio país” han tomado un papel más determinante. Y, si así lo ha evidenciado la división en torno a la cuestión petrolera, ahora solo queda esperar por ver cómo se traducirá la tendencia al alza de las inversiones económicas del Golfo en EE. UU. a largo plazo, y cómo esto influirá en sus relaciones políticas y diplomáticas
 

Coordinador de América: José Antonio Sierra

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