La desestabilización de la región a partir de 2010 y su saga de revueltas, terrorismo yihadista, conflictos armados abiertos y nuevas intervenciones externas, han cambiado en parte la industria

Confinamiento, Ramadán y series: Geopolítica panárabe en horario de máxima audiencia

wayfarer2020 / Shutterstock - Antenas parabólicas sobre los azoteas de Fez, Marruecos

Cristianos, judíos y musulmanes, aunque no en igual proporción ni en los mismos escenarios. Es la tendencia de este Ramadán, época de estrenos y en la que más televisión se consume en muchos países, entre ellos los de lengua árabe.

En esta ocasión, las audiencias se han disparado. Debido a la pandemia por COVID-19, en Oriente Próximo y Medio se han impuesto encierros totales o parciales, por lo que al romper el ayuno solo queda la televisión y sus musalsal. Se trata de las series televisivas con capítulos de cuarenta minutos que en un mes son capaces de lanzar al estrellato a directores e intérpretes, salvar la audiencia anual de una cadena local o panárabe e incluso consolidar el prestigio de una industria televisiva en detrimento de otra.


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Imagen promocional de la serie Bab Al-Hara

Así pasó a partir de 2006 con Bab al Hara (La puerta del barrio), la serie en árabe más vista de la historia y responsable de que la industria audiovisual siria desplazara a la egipcia, que durante décadas, y coincidiendo con un liderazgo político de El Cairo ya olvidado, monopolizó las producciones en árabe.

De paso, Bab al Hara y sus cinco temporadas potenciaron el género de los dramas históricos, que recrean hechos que efectivamente sucedieron en localizaciones igualmente reales. En el caso de Bab al Hara, la ocupación francesa de Siria entre 1920 y 1946 y sus efectos en la ciudad vieja de Damasco, epítome de la multiconfesionalidad social de Siria, Líbano, Palestina Jordania o Egipto. Hechos históricos que en ese tipo de musalsal tienen tanto o más protagonismo que romance y ficción.

Televisión en tiempos de crisis

La desestabilización de la región a partir de 2010 y su saga de revueltas, terrorismo yihadista, conflictos armados abiertos y nuevas intervenciones externas, han cambiado en parte la industria, aunque no el auge de las series de reminiscencias históricas.

Así, mientras a la industria siria se le han cerrado algunos mercados por la presión política y las sanciones económicas de EE UU, la UE y algunas monarquías del Golfo, la realidad de la región no estaba para muchas frivolidades.

Más bien aumentó la necesidad de buscar en el pasado reciente explicaciones a lo que sucedió a partir de 2010. De ahí que estos años se produjeran más y más series para la temporada de Ramadán inspiradas en una Bab al Hara convertida en referente transversal para todos los sirios.

Fue el caso, por ejemplo, de Biraihna, como su nombre indica, ambientada igualmente en una comunidad local de Bahréin en las décadas de 1930 y 1940 y en cuyo día a día y a partir del uso o no de variaciones dialectales se pueden intuir las tensiones latentes entre una mayoría chií y la minoría gobernante suní, apoyada por Arabia Saudí. Tensiones que se desbordaron en 2011.


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Cartel promocional de la serie Umm Haroun

El Ramadán de 2020 ofrece dos títulos significativos. El que más ha sonado en medios occidentales es Um Harun (La madre de Aarón), de producción, dirección e intérpretes kuwaitíes pero financiación saudí y emiratí a través del conglomerado mediático MBC. Como sugiere el nombre de su protagonista, la serie cuenta las tribulaciones de los judíos árabes del Golfo Pérsico en la época de la creación del Estado de Israel.

La serie ha desatado amplias críticas. Desde las que tienen que ver con su imprecisión histórica y geográfica al recrear situaciones aparentemente ocurridas en lugares y momentos distintos a los del rodaje y a personas que vagamente inspiran a los protagonistas, hasta las que subrayan su intencionalidad propagandística. En realidad, una cosa es producto de la otra.

En ese sentido se acusa a Um Harun de “normalizar” la existencia del Estado de Israel e incluso justificar su creación por el mal trato que cristianos y musulmanes árabes habrían dado a los judíos, a los que no les habría quedado más remedio que irse al nuevo estado instalado en lo que en el primer capítulo una emisión radiofónica llama “la tierra de Israel”, para referirse a Palestina.

Entre los críticos, Al Jazeera, canal de televisión de un Qatar que, sin embargo, mantiene relaciones comerciales con Israel. Contradicciones que tienen que ver con el enfrentamiento de Qatar con Arabia Saudí y sus medios, pese a que como Riad también apoya en la región a grupos islamistas radicales.

Algo más que una biografía en pantalla

La otra musalsal que destaca esta temporada es Jars al Quds (Guardia de Jerusalén). De factura siria –entre los productores, el Ministerio de Información–, es transmitida por la televisión local y el canal panárabe libanés Al Majadeen, de ahí que sus columnistas políticos la contrapongan a la otra serie.

 

Hilarion Capucci, en cuya vida se basa la serie Jars al Quds Wikimedia Commons, CC BY-SA

Jars al Quds refleja la vida del obispo greco católico o melkita Hilarión (George) Cabbuyi o Capucci. Nacido en Alepo, estudió en monasterios de Siria, Líbano y Jerusalén, en esta última ciudad justo cuando se creaba el Estado de Israel. Años más tarde volvió a Jerusalén como obispo de su denominación religiosa oriental. En 1974 fue acusado por Israel de transportar armas para la resistencia palestina. Fue condenado a doce años de cárcel, de los que cumplió casi cuatro. La presión, entre otros del Estado Vaticano, logró su excarcelación a cambio de que no volviese a Oriente Próximo. Desde entonces vivió en Roma y América Latina, donde millones de sirios, libaneses y palestinos allí asentados recuerdan los gestos propios de un clérigo tan nacionalista como naturalmente multiconfesional, lo que en Siria viene a ser lo mismo.

Capucci medió para la liberación de los rehenes estadounidenses en Teherán y participó en algunas de las expediciones marítimas para romper el bloqueo israelí sobre Gaza. Murió el 1 de enero de 2017, días después de que el Ejército regular sirio recuperase los barrios de su Alepo natal que durante cuatro años estuvieron en manos de grupos armados yihadistas.

En Jars al Quds la situación de Alepo se proyecta como respuesta persuasiva al relato propagandístico occidental de lo ocurrido estos años en Siria. Así, frente a las etiquetas de “guerra civil” o “conflicto sectario”, se contraponen las de “ocupación”, “resistencia” y “liberación”, para la serie del director palestino Basel Al Jatib, tan válidas para Siria como para Palestina. No en vano la milicia palestina que combatió junto al Ejército sirio en Alepo se llama Brigada Al Quds.

Dos formas de entender el panarabismo

La peripecia vital del religioso se reconstruye en muchos de los lugares donde en realidad ocurrieron. Monasterios, iglesias o catedrales de Alepo, Damasco o Beirut contrastan con los decorados de cartón piedra de Um Harun, reflejo de una multiconfesionalidad testimonial y hace mucho tiempo perdida en un Golfo Árabe donde priman monarquías no solo confesionales, también rigoristas. Pasado tan remoto como anecdótico e irremediablemente extraviado para dar lugar a un archipiélago de entidades políticas confesionales de las que el Estado de Israel sería una más. Por eso la cierta satisfacción con la que allí ha sido recibida la serie de MBC.

Un guiño saudí a Tel Aviv y de paso una estrategia de marketing para promover una tolerancia religiosa ya imposible pero que, como concepto, se compra y bien en un occidente en el que, como decía Capucci, no se entienden las dinámicas políticas, religiosas o lingüísticas de Oriente Próximo y Medio. Él mismo desmontaba la propaganda semántica al recordar que como araboparlante era semita, por lo que malamente podría ser antijudío.

Imagen de la cabecera de la serie Jars al Quds.

 

En el capítulo 12 de Jars al Quds y de manera causal, porque una y otra serie se estrenaron a la par, Capucci parece responder a esa emisión radiofónica de Um Harun que hablaba de “la tierra de Israel” para referirse a Palestina. El obispo le lee a un británico un pasaje de la biblia donde el lugar es mencionado como la “tierra de los palestinos”. Acto seguido le dice que el texto sagrado habla de la tierra de Abraham y sus hijos, no de lo que entienden los sionistas Golda Meir o Yitzak Shamir.

En definitiva, una Palestina identificada con un panarabismo multiconfesional y resistente a las injerencias occidentales. Un panarabismo clásico al que hoy desafía uno de nuevo cuño, simple, acomodaticio con las realidades impuestas a la región y en el que cualquier cosa más allá de la versión rigorista del islam que exporta el Golfo es una anécdota solo susceptible de transformarse en mercancía audiovisual, propaganda o las dos cosas a la vez.The Conversation

Pablo Sapag M., Profesor Titular de Historia de la Propaganda, Universidad Complutense de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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