La globalización ha achicado las distancias, ha diluido las fronteras y ha puesto en contacto a pueblos y sociedades que, hace unas pocas décadas, apenas se reconocían entre sí

Conflictividad s. XXI: los grandes suben la apuesta

photo_camera REUTERS/MOHAMMAD ISMAIL - Soldados de la OTAN en Kabul (Afganistán) el pasado 25 de marzo de 2020

No corren buenos tiempos para las democracias occidentales. La ola de optimismo que en los años noventa alumbró la feliz idea del «fin de la historia» ha quedado atrás. Aunque, tras el colapso de la Unión Soviética, el mundo experimentó un auge en el número de países que, sucesiva e ininterrumpidamente, se fueron incorporando al selecto grupo de regímenes que respondían a los parámetros de las democracias liberales, la euforia duró poco. El momento de esplendor unipolar norteamericano, sin oposición por la debilidad inicial de la nueva Federación Rusa y la discreción de la República Popular China, propició este auge democratizador a lo largo y ancho del globo. Pero la ventana de oportunidad se cerró hace ya algunos años, cuando estas potencias resurgieron de sus respectivas humillaciones y presentaron sus enmiendas a la totalidad a los principios del multilateralismo de cuño norteamericano. Regímenes autoritarios han proliferado desde entonces al amparo de un modelo de gobernanza global, multipolar y asimétrico, con un claro retroceso democrático en determinados países occidentales1.

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Ajenos a las limitaciones del orden internacional basado en el respeto a unas normas por todos aceptadas, los líderes autoritarios encuentran en la «zona gris» el campo de juego ideal para el empleo de todo tipo de procedimientos de confrontación híbridos. En una especie de «todo vale», excepto cruzar el umbral de la guerra abierta, recurren sistemáticamente a presiones diplomáticas, comerciales, tecnológicas o militares, a cuyo empleo las democracias son más reticentes, supeditadas como están al cumplimiento de la ley y sujetas al control de sus respectivas opiniones públicas. Se produce así una asimetría que inclina claramente la balanza del lado de quienes carecen de controles democráticos.

Pocos meses antes de las elecciones que llevaron a Joe Biden a la presidencia de los Estados Unidos, publicábamos en esta misma tribuna un documento en el que, en contra de otras opiniones, aventurábamos que una hipotética elección del candidato demócrata no cambiaría radicalmente el clima de confrontación con las denominadas potencias revisionistas, la República Popular China y la Federación Rusa2. Las reiteradas declaraciones del entonces candidato y, posteriormente, del ya presidente eran evidencias, que no indicios, de que las espadas seguían en todo lo alto en lo que respecta tanto a Rusia como, sobre todo, a China.

Nuevos ámbitos, más posibilidades de (cooperación) conflicto

Son varios los factores que nos han traído a esta situación de conflictividad generalizada. Las nuevas tecnologías, de carácter disruptivo, están modificando de raíz la fisonomía del campo de batalla, como ha puesto de manifiesto el reciente enfrentamiento entre Armenia y Azerbaiyán3. La globalización, la proliferación de actores no estatales y la incorporación de nuevos espacios de relación no hacen sino añadir más niebla al siempre difuso aspecto de la guerra.

Los tradicionales tierra, mar y aire han perdido el monopolio como dominios en los que se dirimían, para bien y para mal, las relaciones entre los Estados. Los mecanismos de control multilaterales (instituciones, tratados, foros, legislación…) diseñados para gobernar estas relaciones presentan ambigüedades cuando los «espacios comunes globales» se expanden. El deshielo progresivo de las aguas del océano Glaciar Ártico, una región hasta ahora pasiva para la actividad humana, abrirá nuevas rutas comerciales, facilitará el acceso a valiosas materias primas en su lecho marino, así como a bancos pesqueros, y está presenciando ya una evidente militarización de sus costas.
El espacio aéreo crece en vertical e incorpora ya el espacio exterior más allá de la atmósfera terrestre. Si en un principio parecía que este sería un ámbito de interés exclusivo para las grandes potencias, el progresivo abaratamiento de las tecnologías necesarias para acceder al mismo ha abierto sus puertas no solo a otros Estados, sino también a la iniciativa privada. Crecen así las posibilidades de progreso y avances científicos para la humanidad… al mismo tiempo que se abre un nuevo escenario para el choque de intereses y la competición entre actores, estatales y no estatales presentes en el espacio exterior.

Pero es en el ciberespacio donde más intensamente se está desarrollando todo tipo de actividades hostiles entre todo tipo de actores. Desde intrusiones en los ordenadores de particulares a la denegación de servicios a una institución pública o privada; o el ataque masivo a los sistemas informáticos de un Estado que puede llegar a paralizar la prestación de servicios esenciales para la sociedad: transportes, sistema sanitario, distribución de energía, educación, finanzas... La dificultad de atribución de la autoría de tales injerencias, su bajo coste y la facilidad con la que pueden llevarse a cabo convierten al ámbito «ciber» en el espacio idóneo para el conflicto generalizado y permanente. Por aquí circulan simultáneamente noticias ciertas y falsas difícilmente discernibles que han hecho de la mente de los ciudadanos el blanco de sus ciberataques. Se trata de influir en la opinión pública, propia o ajena: la realidad no es lo relevante, sino la percepción que de esta tenga la sociedad objetivo. Como consecuencia, a la tierra, el mar, el aire, el espacio exterior y el ciberespacio se suma un sexto ámbito de enfrentamiento: el ámbito cognitivo. Y se multiplican, una vez más, las posibilidades de conflicto. La guerra ya no es lo que era, y lo peor es que los grandes han decidido aceptar el órdago, e incluso doblar la apuesta.

Los dos (o tres) grandes en rumbo de colisión

El cambio de presidente en la Casa Blanca, el pasado mes de enero de 2021, se produjo en un escenario mundial de Great Power Competition. La llegada de Biden suscitó grandes esperanzas de que las tantas veces criticadas decisiones de su antecesor en materia de relaciones internacionales serían reemplazadas por una actitud más moderada de la nueva Administración. Sus reiteradas alusiones al multilateralismo y sus guiños al reencuentro con los aliados tradicionales fueron bienvenidos por muchos. Pero los avances innegables en estos aspectos no deben hacernos ignorar que, en lo que al gran rival chino se refiere, poco o nada ha cambiado con respecto a las relaciones heredadas de Trump. En lo comercial, en lo tecnológico y en las persistentes tensiones geopolíticas en las aguas del Pacífico se mantiene el rumbo de colisión. La reunión de marzo de 2021 de sendas delegaciones china y norteamericana en Anchorage puso de manifiesto, ante los medios de comunicación enviados a cubrir el evento, una tensión y una agresividad dialéctica altamente preocupantes4.

En el caso de Rusia, sí ha mostrado Biden un cambio significativo si lo comparamos con la ambigüedad previa de Trump. Las advertencias ante el despliegue militar ruso en las inmediaciones de la frontera con Ucrania o por el caso del opositor Navalni han desembocado en gravísimas acusaciones del norteamericano a su homólogo ruso, poco habituales en el mundo diplomático por muy gélidas que sean las relaciones5. Estas tensiones crecientes entre los Estados Unidos y Rusia, apenas sofocadas por los escasos acuerdos tras la cumbre de Ginebra6, al igual que ocurre con China, suponen para la Unión Europea una situación muy incómoda que puede arrastrarla, en contra de sus propios intereses, a un choque de gigantes del que los europeos nada bueno pueden esperar.

La República Popular China ha dejado atrás la política de discreción y perfil bajo de los antecesores de Xi. Consciente de la indiscutible potencia comercial y tecnológica del país, el presidente chino ha respondido a las sanciones norteamericanas y a los vetos a sus compañías tecnológicas, y ha lanzado a su vez su propio desafío geopolítico. A la «nueva Ruta de la Seda» y a la iniciativa tecnológica Made in China 2025 se añade una indisimulada asertividad en los mares de China y un gasto militar, enorme en su cuantía y sostenido en el tiempo que hacen del Ejército Popular de Liberación una temible herramienta militar.

También Rusia, especialmente a partir del segundo ciclo presidencial de Putin al frente de la Federación, ha presentado sus credenciales como gran potencia regional, aunque con pretensiones de equiparación a los dos colosos mundiales. A pesar de sus debilidades y carencias, Moscú ha sabido convertirse en árbitro de la evolución de la situación en su entorno geográfico, desde Libia a Armenia y Azerbaiyán; desde el mar Negro a Oriente Medio, sin olvidar su penetración en África y sus intereses en las repúblicas de Asia Central y en el Ártico. Los ingresos que le proporcionan sus grandes reservas de hidrocarburos han ido, en buena parte, a reconstruir unas Fuerzas Armadas que habían quedado obsoletas tras el colapso de la Unión Soviética. A esto se ha de añadir que sigue siendo, a la par que los Estados Unidos, la otra gran potencia nuclear del mundo y su asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Las «no-guerras»

La palabra «guerra», en su acepción tradicional, parece estar en desuso, y en su lugar se prefiere hablar indistintamente (y, por lo tanto, equivocadamente) de confrontación, enfrentamiento, tensiones, conflicto… Pero, por otra parte, se recurre al mismo término, con idéntica falta de rigor para referirse a presuntas guerras de variada fisonomía: guerra comercial, tecnológica, cultural. En cualquier caso, la conflictividad, admitamos el término en su más amplio significado, incluido el bélico, se manifiesta en este siglo XXI con un inusitado vigor.

Temerosos de la hecatombe mundial que supondría un enfrentamiento militar, directo, entre las grandes potencias, estas buscan diferentes formas de competir que eviten el choque frontal, y opciones no les faltan. La globalización ha creado, en la práctica, un mercado único mundial en el que la irrupción de China como gran exportador ha hecho tambalearse los equilibrios comerciales previos. En el año 2013, en Astaná, el presidente XI presentó la «nueva Ruta de la Seda», gigantesco programa de inversiones en infraestructuras terrestres y marítimas para dar salida a su ingente producción de manufacturas, cada vez de mejor calidad. Los Estados Unidos, conscientes de la amenaza que la penetración china supone en los mercados antes cautivos por los productores norteamericanos, ha reaccionado con una batería de aranceles de dudosa eficacia. El Gobierno de Pekín, por su parte, respondió con la misma moneda, y se creó así un ambiente de desconfianza generalizada del que ningún actor internacional ha podido quedar al margen.

Más preocupante todavía, desde el punto de vista occidental, es la intención china de liderar, ya en el corto plazo, las tecnologías de vanguardia que van a conformar el modelo de sociedades futuras7: la inteligencia artificial, el big data, el 5G, la robótica, la nanotecnología, la biomedicina, el blockchain… La reacción estadounidense ha consistido en dificultar o prohibir la penetración de estas nuevas tecnologías procedentes de China, a semejanza, por cierto, con lo que con mucha anterioridad viene haciendo Pekín con relación a las empresas occidentales. Estos vetos tecnológicos cruzados están extendiéndose a otras regiones. Europa ha legislado para proteger su know-how tecnológico y a sus empresas punteras, y ha limitado la presencia de componentes chinos en materia de redes 5G. India, por su parte, ha prohibido determinadas aplicaciones chinas argumentando razones de seguridad nacional8. Si esta tendencia a la mutua exclusión tecnológica, junto con las trabas comerciales antes mencionadas, no se revierte corremos el riesgo de dirigirnos, inexorablemente, hacia una desconexión global nada deseable en un mundo tan interconectado.

La competencia comercial y tecnológica constituye el campo de batalla de estas «no- guerras» generalizadas en las que grandes y medianas potencias se enfrentan sin llegar a las manos. Pero hay otras disputas, de carácter geopolítico, que sí nos acercan peligrosamente al borde del abismo, no tanto porque se busque deliberadamente el enfrentamiento bélico, sino porque, en un momento dado, la tensión acumulada derive en la pérdida de control de la situación.

El punto más caliente de estas «(todavía) no-guerras» lo constituyen sin duda alguna los mares interiores de China, que numerosos analistas han calificado de «Caribe chino», y sus inmediaciones. En sintonía con sus intereses, Pekín se está dotando de una poderosa fuerza naval que ha encendido todas las alarmas en los países ribereños. Taiwán es el más preocupante de los elementos de discordia entre China y los Estados Unidos en la región. El compromiso con la seguridad de la isla de Formosa y del resto de países vecinos, así como la garantía de libre navegación por estos mares interiores, explican la presencia habitual de la Navy norteamericana, e incluso de las de algunos países europeos. La cuestión clave es, en este caso, si llegado el momento de tener que repeler una agresión militar de la República Popular sobre su «provincia rebelde», el compromiso de los Estados Unidos sería lo suficientemente sólido como para empeñarse en una guerra, nada más y nada menos que con China. Y Pekín no oculta sus intenciones: «Nuestro Ejército derrotará resueltamente a cualquiera que intente separar a Taiwán de China y defenderá la unidad nacional a toda costa»9.

Algo más al norte, otros dos aliados de los Estados Unidos, Japón y Corea del Sur se enfrentan, por motivos diferentes, al reto que plantea Corea del Norte. Para Tokio, en términos de amenaza nuclear; para Corea del Sur, además de por lo anterior, por todas las connotaciones relativas a la hipotética y deseada reunificación, posibilidad que choca frontalmente con los intereses de Pekín, principal valedor de la dictadura norcoreana. Al sur, la libertad de navegación a través del estrecho de Malaca es cuestión de vital importancia para que no se interrumpa el flujo de mercancías que lo atraviesan. La facilidad con la que, en un momento dado, podría impedirse este tránsito por un paso tan angosto y no controlado por China explica su búsqueda de salidas directas al océano Índico desde el territorio continental, que eviten Malaca, a través de Myanmar o de Pakistán.

La presencia china en el Índico, junto con las disputas fronterizas en los Himalayas, incorporan a la ecuación un nuevo protagonista, nada desdeñable, como es la India, que mantiene a su vez serios diferendos con Pakistán, especialmente con relación a la disputada Cachemira. Pakistán es país fronterizo con el caos de Afganistán, potencia nuclear, refugio de radicales islámicos y socio aventajado de China. Por todo ello, la tradicional postura de no alineamiento de Nueva Delhi está decantándose significativamente hacia un mayor entendimiento con los Estados Unidos y otras democracias del Pacífico, como Japón y Australia, en el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD), una especie de otan asiática que en nada satisface a China.

La península Arábiga y sus alrededores constituyen otro foco de inestabilidad al que no se adivina una solución aceptable en un horizonte temporal previsible. Los acuerdos de Abraham auspiciados por Trump, y no contestados por Biden, acercan a Israel hacia sus hasta hace poco irreconciliables enemigos árabes para enfrentar juntos la amenaza de escalada nuclear iraní. Los seguros perdedores, una vez más, serán los palestinos. Rusia, con su decidido apoyo al régimen sirio se ha ganado un puesto de privilegio en la región, en la que cualquier posibilidad de acuerdo pasa por el imprescindible visto bueno de Moscú, y se asegura la presencia militar en el Mediterráneo desde las bases navales y aéreas en el levante sirio. Turquía, por su parte, juega simultáneamente dos difíciles partidas con dos difíciles interlocutores: Rusia y sus aliados en la OTAN.

África, partiendo de un estado de precariedad que se remonta a la época colonial, vuelve a ser punto de encuentro de las ambiciones de las grandes potencias extranjeras. China, a la búsqueda de recursos y materias primas; Rusia, para abrir mercados en los que vender su moderno equipamiento militar y, por diversos motivos, también los países del Golfo, Israel o Turquía. Y lo hacen aprovechando el escaso interés de los Estados Unidos, más ocupados y preocupados por el escenario asiático. La Unión Europea, a su vez, se debate entre la evidencia de su necesaria implicación en el desarrollo y estabilidad del continente, especialmente de la más cercana región del Magreb y el Sahel, y sus propias limitaciones normativas, presupuestarias y de endeblez de una política exterior supeditada a la paralizante unanimidad en la toma de decisiones y a las discrepancias estratégicas de los Estados miembro. En consecuencia, el yihadismo campa por sus respetos en buena parte del continente. Las redes de crimen organizado, en simbiosis con los grupos terroristas, la debilidad de las instituciones, la demografía galopante y las consecuencias del calentamiento global dejan sin esperanzas de un futuro mejor a millones de jóvenes a los que no queda otra alternativa que la de unirse a la yihad o buscar su «El Dorado» en Europa.

El continente americano ha sido duramente golpeado por la pandemia de la COVID-19, 

bienestar que se habían alcanzado, aunque no de forma generalizada, en las décadas anteriores. La persistente dificultad de estos países para alcanzar acuerdos de integración regional, tan necesarios en un mundo globalizado, les impide aunar fuerzas y competir adecuadamente en los mercados globales. A cambio, la penetración china amenaza con esquilmar reservas de minerales estratégicos y caladeros de pesca.

Y, además, las «sí-guerras»

La conflictividad poliédrica que hemos venido describiendo no excluye la abundancia de enfrentamientos bélicos, de guerras en su acepción más tradicional, a los que en absoluto son ajenas las potencias, grandes o medianas, que dirimen sus disputas a través de terceros actores, proxis, en las denominadas guerras por delegación. La mayor parte de estos hot spots se distribuyen, precisamente, en el entorno inmediato de Europa: desde las aguas del Atlántico en el Golfo de Guinea, el Sahel, el Cuerno de África, un Oriente Medio extendido para incorporar a Irán, el Cáucaso y Afganistán10. El terrorismo yihadista, lejos de haber sido erradicado, mantiene incendiada la periferia europea y actúa, es necesario no olvidarlo, también dentro de sus fronteras.

El aspecto más preocupante de esta larga lista de guerras, más conocidas unas que otras, pero todas igual de desestabilizadoras para las sociedades que las sufren, es que las perspectivas de resolución pacífica de las mismas son escasas.

En la ruleta de Bruselas y Ginebra, ¡todo al (dragón) rojo!

La primera gira internacional del presidente Biden fue, sin duda, de un profundo calado. En una intensa semana el mandatario norteamericano se citó con el premier británico, asistió a sendas reuniones del G-7 y de la Unión Europea, y a la cumbre de la Alianza en Bruselas, para finalizar con un plato fuerte: su encuentro, cara a cara, con Vladimir Putin. Varios eran los objetivos del presidente, todos ellos ya anunciados previamente a su viaje. El más repetido fue el de insistir una y otra vez en que los Estados Unidos han regresado al multilateralismo y al entendimiento con los aliados para, a renglón seguido dejar bien claro a Rusia que no todo vale y a China, por el contrario, que habrá más de lo mismo.

Las expectativas previas a la reunión de Ginebra no eran altas y, por lo tanto, tampoco han defraudado los contados resultados de esta. Un principio de acuerdo para continuar la senda del control del arsenal nuclear, el regreso de los embajadores y algunas alusiones a la lucha contra la ciberdelincuencia; poco más. O nada menos. Como no era posible un acuerdo amplio, los deseos manifestados de unas mejores relaciones, predecibles y estables, a la vez que tensas, se pueden calificar de comienzo positivo; nadie esperaba más11.

Establecido el campo de juego con Rusia, el verdadero desafío para los Estados Unidos es el que plantea la pujanza, también militar, de la República Popular China. Identificado este país como el principal adversario estratégico, el jefe del Pentágono, el general Austin ha tocado a rebato para concentrar todos los esfuerzos de su Departamento en el Pacífico12. Con este reclamo, el del resurgir amenazante del dragón rojo, Biden pretende que los aliados europeos cierren filas y emitir, así, una señal de inquebrantable unidad para afrontar los retos que plantea la potencia asiática. Una lógica aplastante desde el punto de vista estrictamente norteamericano, pero que los aliados de este lado del Atlántico deberán replantearse detenidamente. Sin menospreciar la entidad del desafío chino, los líderes europeos son conscientes de que una postura de máximos, de blanco o negro, sin matices, no es conveniente. Ni hacia China, con quien los europeos tienen una amplia gama de intercambios comerciales, ni hacia Rusia, vecino inevitable con el que mejor sería no llevarse mal del todo.

Esta desagradable disyuntiva, o con uno o con el otro, que tanto desagrada en la Unión Europea, es también recibida con la misma preocupación en otras regiones del globo. Especialmente, significativa en el caso de los países asiáticos, próximos al gigante chino, del que no quieren depender y subordinarse, pero al que tampoco pueden ignorar o, ni mucho menos, enfrentarse. Su economía y su seguridad dependen, inevitablemente, si no de alinearse incondicionalmente con Pekín, sí al menos de no granjearse su abierta hostilidad. En mayor o menor medida, el dilema se repite en Oriente Medio, en África o en Iberoamérica.

Otra consecuencia indeseable de esta apuesta de máximos, todo al rojo, es el acercamiento mutuo de quienes se sienten tan duramente interpelados. La colaboración entre Pekín y Moscú encuentra en el adversario compartido buenas razones para estrechar lazos, a pesar de los agravios históricos del pasado, de los intereses divergentes del presente y de las fricciones seguras en el futuro. Esto explica los esfuerzos reiterados, principalmente por parte de Francia y de Alemania, para buscar líneas de entendimiento, al menos en determinados campos, con la vecina Rusia. Esfuerzos que son frontalmente rechazados por algunos socios europeos13.

Conclusiones

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La principal causa de esta conflictividad global es la lucha por la hegemonía mundial entre quien la venía ostentando hasta ahora, los Estados Unidos, y quien ha decidido disputársela, China. Sería ingenuo pretender que el retado y el retador renuncien a sus respectivas ambiciones. Moscú, a la búsqueda de un asiento en la mesa de los grandes, se alinea con Pekín y juega sus cartas con mucha habilidad. China se congratula de esta sintonía y se asegura una fuente inestimable de materias primas e hidrocarburos de los que es ávido consumidor.

El resultado de esta partida a tres bandas es una inestabilidad generalizada, que multiplica los estímulos para el enfrentamiento, cinético o no, al que el resto de países tienen muy difícil sustraerse. Cuando los desafíos compartidos por toda la humanidad (cambio climático, ciberdelincuencia, terrorismo, crimen organizado, proliferación nuclear, pandemias…) exigen cooperación, al menos en estos campos, el camino se presenta plagado de obstáculos. Con realismo, a lo más que se puede aspirar es a la coexistencia, entendida como un difícil equilibrio entre colaboración, cuando sea necesaria, y competencia comercial y tecnológica aceptablemente reglada.

En este preocupante y complejo escenario, con nuevas herramientas (tecnológicas y comerciales) para el enfrentamiento en los viejos y nuevos ámbitos, especialmente en el ciberespacio, todos los actores internacionales se ven afectados por una conflictividad «siglo XXI» desatada. Las dos grandes potencias, o tres si incluimos a Rusia, como osados jugadores de mus, no solo han «visto» el órdago, sino que han decidido ir más allá y han optado por subir la apuesta. No se divisa un cambio de rumbo en la “Great Power Competition” y, así, difícilmente se podrán revertir tantos y tan diversos conflictos: comerciales, tecnológicos, geopolíticos… y, también, guerras.

Francisco José Dacoba Cerviño*
General de Brigada ET Director del IEEE @fran_dacoba

Bibliografía
  1. 1 En este sentido, ver un detallado estudio de la regresión de las democracias en el mundo en: LINDBERG, Steffan y KOLVANI, Palina. “El virus autocrático”, Política Exterior, mayo de 2021. Disponible en: https://www.politicaexterior.com/articulo/el-virus-autocratico/
  2. 2 DACOBA CERVIÑO, Francisco J. Después de la tempestad… tampoco vendrá la calma. Documento de Análisis    IEEE    25/2020. http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2020/DIEEEA25_2020FRADAC_finales2020.pdf
  3. 3 MARÍN DELGADO, José Alberto. Guerra de drones en el Cáucaso Sur: lecciones aprendidas de Nagorno-Karabaj.    Documento    de    Opinión    IEEE    21/2021. http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_opinion/2021/DIEEEO21_2021_JOSMAR_DronesCau caso.pdf
  4. 4 “Washington y Pekín constatan sus divergencias en una tensa cumbre en Alaska”, El Periódico, 20 de marzo, 2021. Disponible en: https://www.elperiodico.com/es/internacional/20210320/china-estados- unidos-11592999
  5. 5 “Biden llama asesino a Putin y dice que ‘pagará un precio’ por la injerencia rusa en sus elecciones”, Euronews, 17 de marzo, 2021. Disponible en: https://es.euronews.com/2021/03/17/biden-llama-asesino- a-putin-y-dice-que-pagara-un-precio-por-la-injerencia-rusa-en-sus-elec
  6. 6 “Biden y Putin: 3 puntos de encuentro y 3 desacuerdos que quedaron claros en la primera reunión entre los dos mandatarios”, BBC, 16 de junio, 2021. Disponible en: https://www.bbc.com/mundo/noticias- internacional-57504805
  7. 7 PARRA PÉREZ, Águeda. ¿Retos pospandemia?: China pide paso. Documento de Opinión IEEE 80/2020. http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_opinion/2020/DIEEEO80_2020AGUPAR_China.pdf
  8. 8 “India prohíbe Tik Tok y otras 59 aplicaciones chinas ‘por seguridad’”, La Vanguardia. 1 de julio, 2021. Disponible en: https://www.lavanguardia.com/internacional/20200701/482040668537/tik-tok-india- aplicacion-prohibiciones-seguridad.html
  9. 9 “El Libro Blanco de la República Popular de China sobre la Defensa Nacional en la nueva era 2019”,
  10. DSN. Disponible en: https://www.dsn.gob.es/es/actualidad/sala-prensa/libro-blanco-rep%C3%BAblica-
  11. 10 A este respecto, se puede ampliar información en: DACOBA CERVIÑO, Francisco José. Autonomía Estratégica    Europea:    ni    contigo,    ni    sin    ti...    Documento    de    Análisis    IEEE    13/2021.
  12. 11 "A Genève, Joe Biden et Vladimir Poutine entament un dialogue stratégique à pas comptés", Le Monde. 17 de junio de 2021. Disponible en: https://www.lemonde.fr/international/article/2021/06/17/a-geneve-joe- biden-et-vladimir-poutine-initient-un-dialogue-strategique-a-pas-comptes_6084459_3210.html
  13. 12 “‘Get to work’: US defence chief tells Pentagon to sharpen China focus”, The Guardian, 10 de junio de 2021. Disponible en: https://www.theguardian.com/us-news/2021/jun/10/get-to-work-us-defence-chief- tells-pentagon-to-sharpen-china-focus
  14. 13 “La UE rechaza la cumbre con Putin propuesta por Alemania y Francia”, La Voz de Galicia, 25 de junio, 2021. Disponible en: https://www.lavozdegalicia.es/noticia/internacional/2021/06/25/ue-rechaza-cumbre- putin-propuesta-alemania-francia/00031624641199324941599.htm

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