El reciente ataque en la península del Sinaí perpetrado por Daesh engrosa la lista de acciones cometidas por grupos armados en el país, cuna ideológica del takfirismo

Egipto, un objetivo recurrente del terrorismo yihadista

AP/TAREK SAMY - Fotografía de archivo de un ataque terrorista perpetrado por Daesh en la península del Sinaí

Recientemente, Egipto ha vuelto a experimentar la lacra del terrorismo yihadista. Un atentado en la península del Sinaí contra un vehículo blindado del Ejército causó esta semana varias víctimas entre los efectivos de las Fuerzas Armadas. Las cifras no están claras. La agencia Reuters ha reportado que la explosión, producida por un artefacto improvisado, mató o hirió a diez soldados. Otros medios, como Al-Monitor, señalan que los diez soldados murieron. A la expectativa de que se confirme el balance humano, Daesh reclamó la autoría del acto terrorista a través de una publicación de Amaq, su agencia de noticias semioficial.

“Estas iniciativas no detendrán a los valientes hombres de nuestras Fuerzas Armadas en su defensa de los recursos de la nación”, sentenció el Ministerio del Interior de Egipto en un breve comunicado oficial. En una operación en respuesta, los soldados abatieron a dos terroristas, aunque no se ha especificado si tomaron parte en el ataque anterior.

El incidente, el más grave en lo que va de año en materia terrorista en el país del Nilo, se produjo apenas una semana después de que fuese detenido en la vecina Libia Mohammad Mohammad al-Sayyid, uno de los terroristas más buscados de todo el norte de África. Este individuo, de origen egipcio, estaba al mando de Ansar Beit al-Maqdis (‘Seguidores de la Casa de Jerusalén’, literalmente). Se espera que sea juzgado en su país natal. La entidad que dirigía es considerada la filial más importante de Daesh en la península del Sinaí. 

El Gobierno de El Cairo ya había infligido algunos golpes importantes previos a la organización, con la detención y ejecución del anterior líder Hisham al-Ashmawy, ajusticiado junto a 36 de sus correligionarios.

El presidente egipcio Abdelfatah al-Sisi ha hecho de la lucha antiterrorista una prioridad
Los comienzos del terrorismo yihadista

La historia de las últimas décadas de Egipto está relacionada inseparablemente con la ola de terrorismo yihadista que se ha convertido en una gran amenaza global. De hecho, antes de la fundación de Al-Qaeda en 1988, el país del Nilo fue el lugar donde aparecieron las primeras organizaciones yihadistas modernas.

Las universidades egipcias fueron el caldo de cultivo donde, en la década de los 70, las ideas que inspiraron su establecimiento comenzaron a tener aceptación. Por entonces, muchos estudiantes participaban, en mayor o menor medida, en los actos organizados por los Hermanos Musulmanes.

Miembros de los ilegalizados Hermanos Musulmana de Egipto, durante su juicio en un juzgado de El Cairo

Ante la falta de respuestas de los gobiernos secularistas del mundo árabe, la organización islamista se fue haciendo un hueco entre los más jóvenes. Precisamente, los postulados propuestos por un pensador egipcio llamado Sayyid Qutb empezaron a tener predicamento entre sus sectores más extremistas. Qutb es el principal ideólogo de la doctrina takfirista, que afirma que cualquier modelo de organización social no basado estrictamente en la sharía y en la interpretación mas rigorista del Corán es impuro y, por tanto, debe ser combatido a través de la acción violenta. Esto incluye, desde luego, a los gobiernos de los países de mayoría musulmana.

Estas ideas cristalizaron en la formación de dos grupos principales: el Grupo Islámico Egipcio (EIG, por sus siglas en inglés) y Yihad Islámica Egipcia (EIJ). Esta última entidad fue la que tuvo más recorrido; en 1981, uno de sus comandos asesinó al presidente Anwar el-Sadat en el curso de un desfile militar. De sus filas salió, además, el doctor Ayman al-Zawahiri, quien, en la década de los 80, llegó a Pakistán para colaborar en la medida de sus posibilidades con los muyahidines en la guerra Afgano-soviética. 

Al-Zawahiri se estableció como una de las voces más influyentes del incipiente movimiento islamista y fue uno de los tres fundadores de Al-Qaeda, junto con Osama bin Laden y Abdullah Azzam. En mayo de 2020, 42 años después, continúa al frente de la red de terrorismo global. Precisamente, hace apenas unos días, el anciano líder realizó una nueva aparición pública coincidiendo con el inicio del mes de Ramadán.

Los acuerdos de Camp David con Israel de 1979 pusieron en la diana del terrorismo yihadista al presidente egipcio Anwar al-Sadat (izquierda, junto a Jimmy Carter y Menachem Begin)
Consolidación y aparición de Daesh

A lo largo de estas cuatro décadas, Egipto ha sufrido ataques constantes por parte de grupos yihadistas. A pesar de la marcha de Al-Zawahiri a Al-Qaeda, EIJ no dejó su actividad y, hasta mediados de los años 90, emprendió una sangrienta campaña de atentados desde sus refugios en Sudán. La porosidad de las fronteras facilitó enormemente la labor de los terroristas. 

Una de sus acciones más tristemente célebres fue el asalto al templo de Hatshepsut en Luxor, en noviembre de 1997, en el que fueron asesinadas 62 personas, turistas internacionales en su mayoría. Este episodio supuso un punto de inflexión, puesto que, desde entonces, la poca aceptación que les podía quedar a los terroristas a nivel social se desvaneció, al menos por un tiempo. 

Los mandatos de Hosni Mubarak de principios del siglo XXI gozaron de cierta estabilidad. Sin embargo, con la llegada de las revueltas sociales de 2011 y 2012, el islamismo supo encontrar nuevas vías de expansión. En el plano político, los Hermanos Musulmanes, posteriormente ilegalizados, capitalizaron la indignación que provocaba la corrupción sistémica de la Administración. Mohammed Mursi llegó, incluso, a ganar las elecciones, pero fue apartado del cargo por el pronunciamiento de Abdelfatah al-Sisi.

En el plano de la actividad terrorista, Daesh entró en escena y, a tenor de su resiliencia y su perdurabilidad, parece que es un actor que ha llegado para quedarse. Precisamente, la península del Sinaí, donde ha tenido lugar el último atentado, ha sido el territorio donde se ha establecido con más fuerza. Las fuerzas de seguridad egipcias han sido uno de los blancos principales de sus ataques. Sus militantes también han lanzado varias campañas contra Hamás, en la vecina Gaza.

El presidente egipcio Abdelfatah al-Sisi recibe al Mariscal Jalifa Haftar antes de una reunión en el Palacio Presidencial
Libia, un nido de incertidumbre

A pesar de los esfuerzos que están haciendo ejecutivos como el de El Cairo o el de Jartum, la guerra de Libia continúa siendo un factor de inestabilidad muy difícil de controlar. El Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA, por sus siglas en inglés) de Fayez Sarraj, apoyado por Qatar y por Turquía, constituye una nueva vía de entrada del islamismo político más extremista en la cuenca mediterránea, puesto que la Hermandad disfruta de grandes dosis de poder. 

Además, sus Fuerzas Armadas, que actualmente combaten contra el Ejército Nacional Libio (LNA) del mariscal Jalifa Haftar, se nutren, en buena medida, de milicianos procedentes de grupos yihadistas con base en Siria, como Hayat Tahrir al-Sham -el antiguo Frente al-Nusra- o el Ejército Nacional Sirio. 

En este contexto, Egipto está proporcionando apoyo político y militar a las tropas de Haftar, a quien se ve como un poder fuerte capaz de mantener bajo su control a los grupos yihadistas que siguen operando en la zona. No obstante, mientras no se alcance un alto el fuego duradero y Turquía siga transfiriendo combatientes desde la guerra de Siria, toda la franja del norte de África estará amenazada; en el caso de Egipto, los grupos que operan desde su propio territorio saldrán beneficiados.

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