Entre los escenarios de las nuevas fricciones entre Moscú y las grandes potencias emerge la región del Ártico, cuya importancia estratégica no deja de crecer

El Ártico. La gran baza rusa (I)

AP/VLADIMIR ISACHENKOV - Soldado ruso hace guardia en el archipiélago de las Nuevas Islas Siberianas, entre los mares de Laptev y de Siberia Oriental

A comienzos del pasado mes de septiembre se conmemoraba el 80 aniversario del comienzo de la II Guerra Mundial. Un conflicto que cambio para siempre el orden mundial y que configuró el mundo que hoy conocemos. 

Actualmente no es raro oír decir que el mundo vive el mayor periodo de paz que el hombre ha conocido. Esta afirmación evidentemente solo es aplicable a lo que conocemos como mundo desarrollado, es decir, Europa y Norteamérica, tal vez en un pretencioso gesto hacia aquellos que desde el final de la contienda han sufrido en su territorio enfrentamientos bélicos de toda índole.

Pero esa paz no ha estado ni está libre de tensiones, incluso en muchos casos hablar de paz solo sería adecuado si entendemos esta como la ausencia de enfrentamiento armado entre países con sus respectivos ejércitos.

Perspectiva general del puerto de Sabetta, en la península de Yamal
1.- INTRODUCCIÓN

El momento actual no está libre de esas tensiones, y a pesar de las apariencias, en ocasiones se despierta cierta añoranza de aquellos tiempos en los que la Guerra Fría, con el equilibrio que proporcionaba la destrucción mutua asegurada, favorecía una situación en la que las amenazas estaban bastante más claras y el enemigo totalmente identificado.

Pero con la caída del muro y la desintegración de la Unión Soviética, todo se volvió más impreciso e inestable. La política de bloques proporcionaba una “estabilidad tensa” que lo hacía todo más predecible. En cambio, en el panorama actual, aunque no lo percibamos así, las amenazas se han multiplicado, la inestabilidad es mucho mayor y el “equilibrio geopolítico” mucho más difícil de mantener. Nuevos actores han aparecido, nuevas potencias han emergido y las amenazas se han multiplicado.

Y en este nuevo escenario se pueden identificar áreas potencialmente peligrosas donde los intereses cruzados pueden desencadenar algo más que un conflicto local o regional, sin ánimo de ser alarmistas y empleando un símil marinero, 75 años de “calma chicha” solo pueden ser el preludio de una nueva tormenta. La historia es tozuda y siempre se repite.

Entre las áreas a las que hacemos referencia, podemos mencionar tres principalmente. Una es el Sahel. La tradicional inestabilidad de los países de la zona, el fenómeno del terrorismo yihadista, los intereses que generan todos los tráficos ilícitos que recorren ese vasto territorio y unas fronteras prácticamente imposible de controlar lo convierten en un punto susceptible de generar un conflicto que afecte de lleno a Europa y de consecuencias imprevisibles, especialmente para España.

El segundo punto que potencialmente puede generar una tensión generalizada es un clásico, pero actualmente parece que está olvidado. Y no es otro que la zona de Líbano, Israel, Siria e Irán. Desde la guerra de 2006 y tras la implicación internacional con el refuerzo de la misión de Naciones Unidas, UNIFIL (por cierto, la más longeva en la historia de la ONU), salvo en ocasiones puntuales, la comunidad internacional no ha prestado demasiada atención a lo que allí sucede. Pero la realidad es que Hizbulá sigue controlando el sur de un país que al mismo tiempo se enfrenta a una presión migratoria brutal fruto de la guerra en Siria, y que precisamente su frontera con dicho país es frecuente campo de batalla entre Israel y la milicia del jeque Nasralá. En los últimos días se ha visto una escalada casi sin precedentes en los choques armados y el desenlace de un nuevo enfrentamiento armado abierto podría derivar en una escalada sin control.

Por último, las aspiraciones de una Rusia que busca consolidar su papel como potencia mundial son una fuente potencial de tensión a escala global. Y ello se debe a varias razones. La implicación de Rusia en el conflicto de Siria ha supuesto un salto cualitativo en su política exterior y de defensa. Una clara manifestación de su participación en el concierto internacional en defensa de sus intereses o de los de sus aliados. Algo nada reprochable, pues es lo mismo que otros llevan décadas haciendo. En este plano también debemos considerar la intención de ofrecer un contrapeso a la OTAN en ese nuevo papel de organización que vela por el orden y la paz mundial. Rol fruto de la necesaria búsqueda de sentido después del fin de la Guerra Fría y la desaparición de la URSS y el Pacto de Varsovia. 

La ocupación de Crimea y el conflicto del Donbás, que, a pesar de lo que muchos creen y de su desaparición de los medios de comunicación, sigue plenamente activo, fue, en su momento, otro mensaje muy claro de hasta dónde está Rusia dispuesta a llegar para lograr aquello que considera que legítimamente le pertenece. Un conflicto este que debe entenderse como una forma de plantar cara directamente y sin ambages a las intenciones de la OTAN y que estuvo muy cerca de extenderse a los países bálticos en una escalada sin precedentes. De hecho, lo que podemos considerar la primera fase del nuevo concepto de “guerra híbrida” se puso en marcha en dichas repúblicas. Tampoco podemos olvidar, relacionado con este asunto, la problemática del enclave de Kaliningrado. Un auténtico talón de Aquiles para la estabilidad y que será objeto próximamente de un trabajo más en profundidad.

Pero dentro del apartado ruso, hay un tema concreto que afecta a una región determinada y que, sin duda, es un punto clave que va a generar fricciones que potencialmente podrían llevar a una tensión muy peligrosa: este no es otro que todo lo relacionado con la región del Ártico, y a él vamos a dedicar los próximos párrafos.

Depósitos de gas en la península de Yamal, en el círculo polar ártico
2.- ASPECTOS GENERALES

Una de las consecuencias del avance del cambio climático es el progresivo deshielo polar. Y su avance es directamente proporcional al aumento de la importancia estratégica de la región del Ártico. 

Poco a poco, las zonas polares van siendo más accesibles y, con ello, la posibilidad de explotar la riqueza de los recursos naturales que esconde en sus entrañas. A ello ha de añadirse la más que fundada esperanza de que, a medio o largo plazo, la zona se convierta en ruta de tránsito del tráfico global de mercancías entre Europa y Asia.

Debido a lo anterior, en los últimos años se ha suscitado un renovado interés tanto político como económico y militar en torno a esa zona del planeta. No en vano, los países que comparten la costa ártica, EEUU, Canadá, Noruega, Dinamarca (con Groenlandia) y Rusia, han tomado ya decisiones que conciernen a la misma o, incluso, llevado a cabo algunos movimientos más allá de las palabras.

Ya en 2008, Scott Borgerson resaltó el riesgo que supone que la rivalidad entre los países con intereses en la región y la carrera por hacerse con los recursos derivase en una arriesgada política armamentística de militarización de la región. Según su punto de vista, la situación puede llegar a ser muy preocupante debido a la ausencia de estructuras que permitan coordinar un desarrollo ordenado de la región e, incluso, llevar a cabo labores de mediación política para resolver conflictos o discrepancias sobre el aprovechamiento de los recursos y la explotación de las rutas de tráfico marítimo.

Pilares fronterizos de Finlandia, Noruega y Rusia junto al aeropuerto de Kirkenes
3.- LA POSICIÓN RUSA

El pasado 23 de agosto, inició su travesía de más de 5.000 kilómetros a lo largo del Ártico el Akademik Lomonosov, primera central nuclear flotante construida por Rusia. Evidentemente, el hecho estuvo rodeado de una enorme polémica agitada por diferentes movimientos ecologistas, pero ese no es el objeto de este trabajo.

Hay que apuntar que no es la primera vez que un ingenio de estas características se pone en marcha. Entre los años 1968 y 1975 EEUU usó una plataforma nuclear flotante similar en Sturgis, Panamá.

Lo interesante desde nuestro punto de vista es el hecho de que este hito es una piedra más en el camino que está construyendo Rusia en su política en la región.

El destino final de la planta, equipada con dos reactores KLT-40S, que son una evolución de los que equipan a un carguero y dos rompehielos, y que pueden generar 35MW cada uno, es la ciudad de Pevek, en el mar de Siberia Oriental, donde proporcionará energía a una planta desalinizadora y a varias plataformas de perforación.

Unidad de energía flotante Akademik Lomonosov remolcada desde el puerto ártico de Murmansk, al noroeste de Rusia

La estrategia de Rusia en el Ártico está dominada por dos discursos primordiales que conducen su política exterior en dos direcciones que, a primera vista pueden parecer contradictorias o incluso opuestas.

Por un lado, tenemos un discurso que podríamos denominar de realismo geopolítico con un marcado carácter patriótico y que apela a conceptos como ‘explorar’, ‘ganar’, ‘conquistar’ el Ártico y proyectar el poder ruso, incluido el militar, en la región en beneficio de los intereses nacionales. Esta línea es la que ha propugnado y facilitado el desarrollo de las capacidades militares rusas en la zona. Opuesto a esta corriente tenemos el concepto de relaciones internacionales dominado por el liberalismo, inspirado en la ley y con un discurso focalizado en la modernización, caracterizado por el empleo de términos como ‘negociación’, ‘cooperación’, ‘objetivos conjuntos’ y que tiene como axioma para todos aquellos que de un modo u otro operan en la región ártica, ya sean países o corporaciones, que todos obtendrán mayores beneficios si cooperan pacíficamente entre todos.

Hasta el momento, el discurso liberal ha sido el preponderante y, de ese modo, ha sido el Ministerio de Asuntos Exteriores el que ha diseñado y dirigido las líneas principales de las políticas rusas en el Ártico con el apoyo del Ministerio de Transportes y del de Energía. Frente a esta posición encontramos al Consejo de Seguridad Nacional y al Ministerio de Defensa que han tratado de hacer que prevalezca o al menos de influenciar con su realismo geopolítico el discurso de Rusia sobre el Ártico.

Mapa de Rusia, que muestra la ruta aproximada del primer reactor nuclear flotante del mundo, el Akademik Lomonosov, y su archivo de datos

Por su parte, el presidente Putin ha preferido hasta el momento dejar que sea Exteriores el que imponga sus tesis y marque las líneas de la estrategia rusa para con el Ártico, presumiblemente en un ejercicio de pragmatismo político llevando a cabo acciones que sirvan mejor a los intereses rusos. De todos modos, es importante hacer un apunte: a pesar de que ambas tendencias discrepen en los métodos a emplear, mantienen de facto un cierto punto de acuerdo en lo que al objetivo general de la política rusa en el Ártico se refiere: emplear los inmensos recursos energéticos que atesora la región para garantizar la restauración y continuidad de la posición de Rusia como una gran potencia cuando los que ahora proporciona la región de Siberia comiencen a disminuir. Este proceso de disminución en la producción de gas y petróleo se sitúa en algún momento no más allá de 2030.

Añadido a este factor, el progresivo deshielo facilitado por el cambio climático es visto por Rusia como una oportunidad para abrir completamente la ruta del norte entre Asia y Europa, la cual pasa por la región ártica rusa. Y Moscú confía en que la industria internacional del transporte marítimo sepa ver la oportunidad que ofrece ahorrar más de 4.000 millas náuticas en el trayecto desde Ulsan en Corea hasta Róterdam. Oportunidad que también ofrece a Rusia la posibilidad de obtener grandes beneficios por el uso de sus puertos a lo largo de la ruta para labores de mantenimiento y reabastecimiento, así como por los derechos de paso por lo que Rusia considera aguas territoriales propias.

Base submarina de Olavsvern en la localidad noruega de Tromso, en Noruega

La cuestión es si Rusia será capaz de conseguir unos objetivos tan ambiciosos. Hay varios factores que sin duda le complican la ecuación y sus planes.

En primer lugar, las dos compañías energéticas estatales rusas, tanto Gazprom como Rosneft, carecen hoy en día de la tecnología necesaria, el conocimiento y la experiencia para extraer petróleo y gas bajo las difíciles condiciones que imperan en el Ártico, donde las reservas más importantes se estima que están en aguas profundas en zonas de difícil acceso debido a las duras y adversas condiciones climatológicas.

Por otro lado, las sanciones impuestas a Rusia como consecuencia de la ocupación y anexión de Crimea suponen un grave problema para esas compañías, que no pueden acceder a la tecnología y el conocimiento que necesitan por los canales normales de colaboración e intercambio con empresas occidentales del ramo. Esas mismas sanciones limitan las posibilidades de obtener financiación de bancos pertenecientes a la UE, lo cual lastra las posibilidades de desarrollo de los proyectos más costosos que tiene programados Rusia en el Ártico.

Pero de todos los factores que influyen de un modo u otro en la hoja de ruta dispuesta por Rusia, el que tiene mayor impacto es el actual nivel del precio del petróleo. Durante el mes de octubre el precio del barril se situó en los 59 dólares y se estima que la explotación de la mayor parte de los recursos que se encuentran en el Ártico solo sería rentable con un precio del barril por encima de los 120 dólares. Si tenemos en cuenta que desde 2003 el precio del crudo no alcanza valores similares (llegó en abril a los 131 dólares por barril), podemos entender claramente el hándicap que la política de la OPEP de mantener los precios del petróleo en los márgenes actuales supone para los proyectos rusos.

La duda es cuál será la actitud rusa: suspender los proyectos hasta que el precio del petróleo y el gas permitan que la explotación de los yacimientos sea rentable y haya vuelto a una relación de cooperación con la Unión Europea ya sin sanciones que le permitan acceder a la tecnología necesaria o continuar tratando de inyectar toda la financiación propia que le sea posible para continuar adelante.

Submarinos nucleares rusos desmantelados en su base ártica de Severomorsk, en la península rusa de Kola

La economía rusa sufrió mucho con las sanciones impuestas en 2014 y 2015 por EEUU y la UE, las cuales provocaron una situación de crisis y recesión no muy prolongadas en el tiempo. Pero, poco a poco, logró ir recuperándose y esas mismas sanciones tuvieron un efecto cuando menos positivo desde el punto de vista de la dependencia que hasta entonces tenía Rusia de Occidente, pues obligaron a la economía rusa a volver la mirada hacia otras potencias como Brasil, India, China, Sudáfrica, así como a ciertos países de Sudamérica, haciendo esa dependencia mucho menor y abriendo otras vías de financiación de sus proyectos.

No obstante, la economía rusa actual sigue estando bajo presión y la posibilidad de una recesión y el incremento de la inflación, así como de los tipos de interés, continúan en el horizonte, lejos de mostrar un panorama de cierta estabilidad y tranquilidad. Si a todo lo anterior le unimos la previsión de que los precios del petróleo continúen en los márgenes actuales con poca variación encontramos razones más que suficientes para la suspensión de los proyectos de prospección en el Ártico hasta que la situación económica varíe sustancialmente.

Que el Kremlin proponga un planteamiento basado únicamente en los razonamientos económicos o se decida por una estrategia a largo plazo es la gran incógnita. Pero, históricamente, los planteamientos rusos siempre han seguido la segunda opción planteada. Y más aún en la situación actual en la que la carrera por posicionarse para lograr el mayor control de la zona que, se supone, atesora los mayores recursos energéticos y minerales del planeta ya ha comenzado. Y Rusia no puede permitirse quedarse rezagada. 

Desde luego, el hecho con el que comenzábamos este epígrafe es más que significativo para indicarnos que Rusia no va a ceder en su empeño ni a esperar a una mejora de las condiciones económicas.

Una esperanza de las autoridades rusas es que la cooperación ruso-china alcance un nivel tal que supere al que dominaba las que mantenían hasta la llegada de las sanciones con los países occidentales. Una tradicional aspiración para Rusia ha sido poder diversificar su mercado energético para así reducir su dependencia de Europa Occidental. Pero en el Kremlin también ha habido un temor prolongado -y muy arraigado- a terminar siendo un mero apéndice de la arrolladora economía china, y ello ha sido un factor determinante que ha contribuido a mantener los canales de comunicación y cooperación con Pekín abiertos y bajo permanente control.

Militares rusos vigilan una base militar de Nagurskoye en el archipiélago ártico de Tierra de Francisco José

Por ello, es muy interesante prestar atención a los movimientos en ese sentido que puedan disipar las dudas sobre si las sanciones han servido de catalizador para superar los temores pasados y, en el largo plazo, apoyar las decisiones y esfuerzos que lleven a Rusia a una colaboración estratégica real con China.

Luego, vemos que la dirección de la política de Rusia para con el Ártico está determinada por factores tan diversos como el precio del petróleo, el efecto de las sanciones impuestas, el cambio climático, sus relaciones con otras potencias, especialmente Pekín, y, desde luego, con sus capacidades militares.

El estudio más en profundidad de todos esos factores nos proporciona material más que suficiente para, poco a poco, y en sucesivos trabajos ir desgranándolos para ofrecer una visión lo más completa posible de lo que se juega en esa parte hasta ahora casi desconocida de nuestro planeta.

BIBLIOGRAFÍA

N Miheeva. ‘Chinese-Russian cooperation in the Arctic: geopolitics and economics’. IOP Conference Series: Earth and Environmental Science 302 (2019) 012057.

Keir Giles and Mathieu Boulegue. ‘Russia’s A2/AD Capabilities: Real and Imagined’. 2019.

Ernie Regehr. ‘Militarization and Arctic Security’. July 23-27, 2017 (Halifax and Pugwash, NS)

Jørgen Staun, Ph.D., Ass. Prof.  ‘Russia’s Strategy in the Arctic’. Institute for Strategy, The Royal Danish Defence College. 2015.
 

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