A finales de este 2021 se cumplen precisamente treinta años de aquel estrepitoso derrumbamiento

El último verano de la URSS

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Para Vladímir Putin el acontecimiento más grandioso del siglo XX fue la Revolución rusa de 1917. Inmediatamente, el presidente ruso añade que lo más desgraciado que sucedió en ese mismo siglo XX fue la desaparición de la Unión Soviética. A finales de este 2021 se cumplen precisamente treinta años de aquel estrepitoso derrumbamiento, que pilló desprevenidos a todos los analistas y dejó en ridículo a los supuestos mejores kremlinólogos de la época.

Hubo una española, Sara Gutiérrez, que vivió aquella experiencia desde 1989 hasta 1996. Tras haber finalizado su carrera de Medicina, decidió especializarse en Oftalmología en Rusia, atraída por la fama que potenciaban los medios de comunicación sobre los supuestos grandes avances de la investigación soviética. Ella también recibió el Premio Extraordinario en la Universidad de Oviedo por el conjunto de su carrera académica. 

Los confinamientos de la pandemia le han animado a rememorar aquellos años decisivos y empezar a ponerlos por escrito. Ahora nos enseña y deleita con una de las mejores aventuras que vivió en aquellos tres años de estancia en una URSS en descomposición. Su libro, El Último Verano de la URSS (Ed. Reino de Cordelia, 245 páginas), es la narración de un viaje relámpago en aquel 1991, desde la ucraniana Járkov hasta el Báltico, y desde allí al Mar Negro, atravesando cinco países, entonces repúblicas federadas, a punto de ebullición independentista.

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Sara Gutiérrez no era periodista extranjera acreditada, sino solamente una estudiante becada por el Ministerio de Educación ruso, sin permiso oficial alguno para desplazarse a Leningrado, que quince días antes había sido renombrada San Petersburgo, ni tampoco a Tallin, Riga, Vilna, Lvov, Kiev y Odesa. Siete ciudades de cinco repúblicas  donde las estrellas rojas de la hoz y el martillo comenzaban a convivir con las hamburguesas de McDonalds, gracias a la perestroika, la política de apertura iniciada por Mijáil Gorbachov.

Nada hay imposible para los que saben lo que quieren y se aprestan a ello con tenacidad indesmayable. La asturiana Sara Gutiérrez decidió aprovechar los trenes nocturnos, en los que la vigilancia se relajaba, para viajar y descansar lo que pudiera, habida cuenta de que, por sus circunstancias de estudiante becada, tampoco podía hospedarse en los pocos y decadentes hoteles del sistema soviético de entonces. Ganaba así tiempo para recorrer las ciudades de su periplo y observar y mezclarse con sus gentes, a las que podía interrogar sin levantar sospechas gracias a su dominio del idioma ruso. Cualquier simple denuncia le hubiera supuesto perder su beca y ser devuelta a España tras el consabido paso por el calabozo y los hábiles interrogatorios del KGB.

Una inesperada compañera de viaje

Muy a su pesar, como ella misma confiesa y describe en el libro, el viaje lo realizó finalmente con una colega uzbeka que, pegada a ella como una lapa, discute sobre todos los temas de choque entre sistemas tan antagónicos como el capitalismo occidental y el comunismo, y esencialmente sobre la libertad y la autonomía personales, en diálogos sencillos pero de una gran intensidad. La uzbeka Yulduz y Sara se encontrarán con las primeras barricadas antisoviéticas en Riga, o envueltas en la gigantesca manifestación independentista de Kiev. La incertidumbre era el denominador común de los interlocutores ocasionales de su viaje, conscientes todos ellos de que algo se estaba cociendo en las entrañas de la URSS.

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El relato salpica de anécdotas la vida cotidiana de la URSS, desde la súbita formación de colas de cientos de personas tan pronto como alguien abre el maletero de su coche desvencijado y ofrece algún tipo de mercancía, hasta el asombro de propios y extraños porque una ciudadana española, occidental por lo tanto, les muestre con ejemplos prácticos las ventajas de utilizar bragas de papel de usar y tirar cuando se efectúan largos viajes con escasísimos lugares en los que asearse decentemente. Especialmente duro fue el encuentro con ciudadanos desesperados y desarraigados, que huían de la catástrofe nuclear de Chernóbyl; este mes de abril se cumplirán 35 años de aquel estallido, cuyas consecuencias altamente contaminantes alcanzaron a toda Europa.

Todo ello, alternado con sensaciones tan sensibles como la impresión que le causó a su compañera uzbeka de viaje contemplar por primera vez el mar. Pero, sobre todo, el libro mantiene en el recorrido la tensión de un verano, que sería el último de un sueño colectivo, el del comunismo, que fue ilusionante, como supuesta plasmación del paraíso en la tierra, para millones de personas, pero que también fue una pesadilla insoportable para tantos otros, que comprobaron en sus carnes y en sus vidas la realidad práctica del colectivismo soviético. Y, como señala la propia autora, para ella misma y su amiga uzbeka, fue el principio de casi todo.

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Sara Gutiérrez no tiene empacho alguno en reconocer que ella misma no era consciente de la trascendencia de los momentos que estaba viviendo, y que tan solo se dio cuenta cuando, durante unas vacaciones en su Oviedo natal, leyó que Mijáil Gorbachov, el último secretario general del Partido Comunista de la URSS, había sido secuestrado y obligado a firmar el 25  de diciembre de 1991 la disolución definitiva de la Unión Soviética.

El libro tiene un aliciente especial: las ilustraciones de Pedro Arjona, el diseñador gráfico que ayudara a renovar el tebeo español con una obra compleja y madura caracterizada por su radicalismo gráfico, autor junto al escritor Jorge M. Reverte de numerosos comics ambientados en la Transición. Además de sus dibujos intensos, Arjona diseña y distribuye por las páginas del libro los documentos y testimonios gráficos de aquella aventura irrepetible.   

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