Miembros destacados del grupo fundamentalista responsabilizan al líder supremo, Hibatullah Akhundzada, de la deriva insostenible del país

El aislamiento internacional de Afganistán abre las primeras grietas en la cúpula talibán: “Es probable que se produzcan luchas internas”

AFP/WAKIL KOHSAR - El ministro del Interior talibán, Sirajuddin Haqqani, habla a los nuevos reclutas de la policía afgana durante una ceremonia de graduación en la academia de policía de Kabul, el 5 de marzo de 2022

El choque interno desgasta al movimiento después de recuperar el poder en Afganistán.


Ni siquiera apareció en público cuando los talibanes recuperaron el poder dos décadas después. Hibatullah Akhundzada elogió el avance de los suyos por todos los rincones del país y celebró como uno más la histórica toma de Kabul en agosto de 2021. El levantamiento armado de los talibanes contra el descompuesto Ejército afgano devolvía el mando al grupo fundamentalista y le convertía de forma automática en líder supremo. “Gracias a Dios, ahora somos un país independiente. [Los extranjeros] no deben darnos sus órdenes, es nuestro sistema y tomamos nuestras propias decisiones”, declaró entonces. Pero no abandonó su guarida en Kandahar hasta pasados unos meses. Esperó hasta julio para visitar por primera vez la capital del país que gobierna con mano de hierro, y no lo hizo precisamente para dirigirse al pueblo afgano, que apenas si le reconoce, sino para asistir a una asamblea a puerta cerrada a la que acudieron otros 3.000 clérigos. Esquivó una vez más las cámaras.

La muerte del mulá Akhtar Mohamed Mansur en un ataque con drones de Estados Unidos en suelo pakistaní propició su ascenso a la cúpula del movimiento en 2016. Entonces, la Shura o el Consejo Supremo, el órgano de gobierno talibán, le ungió como sucesor por sus credenciales religiosas y organizativas, demostradas en sus comienzos como integrante de la Policía del Vicio y la Virtud y años después como líder adjunto del grupo, del que fue uno de sus primeros miembros. En realidad, no había muchos más motivos que explicaran su sorprendente nombramiento, más allá de ser considerado un gran ideólogo. Akhundzada, a diferencia de sus predecesores, no hizo méritos en el campo de batalla. No cuenta con experiencia militar reconocida. Aun así, barrió al resto de aspirantes. Es en ese momento cuando aparece publicada en prensa su primera y única imagen hasta la fecha, difundida por los fundamentalistas para alimentar el mito. No existen más registros visuales.

Habitullah Akhundzada

Casi nadie conoce en profundidad al líder supremo. Akhundzada ha vivido siempre en la clandestinidad, recluido en Kandahar, su ciudad natal, sometido a un régimen mucho más estricto que sus compañeros de filas, algo que se explica por su posición de autoridad y relevancia en el seno del movimiento. También porque ha buscado recuperar las esencias del grupo, discreción y una disciplina severa. La información sobre su vida se ha conocido a cuentagotas, han sido mucho más habituales las informaciones sobre su muerte. Aunque los rumores incesantes que adelantaban su fallecimiento han sido desmentidos una y otra vez por sus subordinados.

La realidad es que Akhundzada gobierna Afganistán sin salir de Kandahar, la segunda ciudad más importante del país. Una carretera en mal estado de poco más de 490 kilómetros de distancia separa a esta urbe de Kabul. El trayecto en coche ronda las 10 horas. Pero es omnipresente desde la distancia. El líder supremo supervisa todas las comisiones talibanes, encargadas de ejecutar sus decisiones. Tiene la última palabra en los asuntos relacionados con la religión, la política, el aparato de seguridad, la sanidad, la educación y la cultura. Tiene la última palabra en todo. Nombra a dedo desde ministros hasta jefes de Policía provinciales, pasando por consejos regionales de clérigos. Nada escapa a su control. El Afganistán de hoy está dibujado a su imagen y semejanza.

Nadie influye más en las decisiones del líder supremo que los clérigos y líderes tribales que le rodean en Kandahar. “Su estilo de gobernanza es una teocracia heterodoxa, que mezcla conceptos islamistas extraídos de las madrasas sunníes deobandíes de Pakistán y Afganistán, y los combina con tradiciones rurales de los pueblos de Afganistán”, explica a este medio Graeme Smith, consultor senior del International Crisis Group, una organización de investigación con sede en Bruselas. “Están en contra de las reformas sociales y educativas. También rechazan incorporar a otras etnias en el entorno político”, añade en conversación con Atalayar el analista pakistaní Fraz Naqvi.

Mujeres afganas vestidas con burka

La falta de reformas no ha sido precisamente el factor que ha agudizado la crisis, sino la aprobación de una serie de medidas que vulneran los derechos fundamentales de la mitad de la población. Un edicto del líder supremo emitido a finales de año prohibió a las mujeres colaborar en ONG, lo que provocó que una decena de organizaciones abandonara el país en solidaridad con sus compañeras afganas. Los talibanes también les impiden trabajar en el sector sanitario. Y antes, Akhundzada ya había prohibido la escolarización de las niñas mayores de 12 años a pesar de las reticencias de algunos miembros del grupo. En consecuencia, se vieron obligadas a abandonar sus estudios más de 3 millones y medio de jóvenes afganas. 

Las medidas han empeorado la situación de un país ya golpeado por una crisis humanitaria sin precedentes. El representante especial adjunto de la ONU y coordinador de Asuntos Humanitarios para Afganistán, Ramiz Alakbarov, dijo en enero que el PIB había disminuido hasta un 35% desde la vuelta de los talibanes. El coste de la canasta básica había aumentado un 30% y la tasa de desempleo otro 40%. Esos datos, sumados al aislamiento hacia el que arrastran los fundamentalistas al país, que compromete la llegada de ayuda e inversiones del exterior, han hecho saltar las alarmas en Kabul. La crisis empieza a agrietar la coexistencia de las diferentes corrientes que integran el movimiento fundamentalista. 

La red Haqqani se revuelve 

“Monopolizar el poder y dañar la reputación de todo el sistema no nos beneficia”, advirtió Sirajuddin Haqqani, peso pesado talibán. El actual ministro del Interior pronunció un discurso el pasado 11 de febrero en la ceremonia de graduación de una escuela islámica de la provincia de Jost, desde donde llamó a los suyos a “tener paciencia, comportarse bien e interactuar con la gente para curar sus heridas”. Haqqani les pidió actuar de forma conciliadora para evitar que a la gente le generasen rechazo tanto los talibanes como la religión. 

“Hoy nos consideramos con tanto derecho que atacar, desafiar y difamar a todo el sistema se ha convertido en algo habitual”, añadió quien es también emir adjunto del grupo fundamentalista. “Esta situación no puede tolerarse por más tiempo... Hoy tengo una responsabilidad diferente, y es la de acercarme al pueblo”. En ningún momento mencionó al líder supremo. Pero las declaraciones de Haqqani, que fueron grabadas en vídeo y compartidas a velocidad de vértigo en redes sociales, se interpretaron como una crítica directa contra el mulá Akhundzada, lanzada además desde la provincia de Jost, un bastión familiar por su pertenencia a la tribu pastún de los zadran, que rivaliza con el resto de clanes de la misma etnia. 

Pero Haqqani, que recientemente se ha pronunciado a favor de la educación superior para las mujeres, y que mantiene conversaciones regulares con diplomáticos occidentales, es el hombre más buscado de Afganistán. El FBI ofrece una recompensa de 10 millones de dólares por su cabeza. Es el heredero de la red Haqqani, un grupo terrorista que ha estado implicado en el asesinato de centenares de civiles y miembros de las fuerzas de seguridad en atentados kamikazes, en su mayoría soldados estadounidenses. En 2008, el Departamento del Tesoro designó “terrorista global” al que es hoy ministro del Interior del Gobierno de Afganistán. 

La red Haqqani es también una corriente interna del movimiento talibán, fundada por su difunto padre Jalaluddin Haqqani en los 70, que cobró relevancia durante la yihad antisoviética en Afganistán durante una década después. “Se considera una rama de los talibanes afganos, pero opera de forma independiente y tiene una estructura de mando más difusa”, recoge el portal The Counter Extremism Project. “Tras la retirada soviética de Afganistán, Jalaluddin Haqqani formó una alianza con los talibanes y apoyó el crecimiento de Al Qaeda. Incluso antes de que Osama bin Laden trasladara su base de operaciones a Afganistán, Haqqani dio el extraordinario paso de publicar comunicados y peticiones de alianza con afiliados de Al Qaeda en toda África”. 

Sirajuddin Haqqani FBI

Pero el ministro del Interior no ha sido el único miembro del Gobierno talibán en mostrar su descontento con el líder supremo. El titular de Defensa, Mohammad Yaqoob Mujahid, otro perfil clave del grupo, se pronunció cuatro días después que Haqqani para pedir al Gobierno que no fuera “arrogante” y respondiera “a las peticiones legítimas de la nación”. La crítica es especialmente significativa. Mujahid es hijo del fundador de los talibanes, el histórico mulá Omar. Y es, además, el segundo emir adjunto del movimiento.  

El tercero en discordia en confluir en esta corriente crítica ha sido el viceprimer ministro, Abdul Salam Hanafi, que dijo a principios de febrero que los talibanes no podían pretender dirigir una nación independiente sin garantizar un sistema educativo sólido. “El deber de un muftí [un jurista musulmán cuyas decisiones se consideran leyes] no es solo decir prohibido, prohibido, prohibido. Cuando se prohíbe algo, también se debe indicar la solución para ello”, advirtió precisamente desde la Universidad de Kabul, un sitio vetado para las mujeres. 

Mohammad Yaqoob Mujahid

“Estos comentarios podrían indicar un intento de reacción contra las recientes medidas sociales draconianas, en su mayoría restricciones a los derechos y libertades básicos de las mujeres, que al parecer han sido defendidas por Akhundzada y su círculo de asesores”, opina Smith. La analista Vanda Felbab-Brown escribe en las páginas de Brookings que “el régimen talibán se ha endurecido progresivamente y se ha vuelto más autoritario y dogmáticamente noventero en el último año”. Pero responsabiliza a la Dirección General de Inteligencia (DGI), adscrita al Ministerio del Interior de Sirajuddin Siraj Haqqani, y el Ministerio de Promoción de la Virtud y Prevención del Vicio, de haberse convertido “en las principales herramientas de represión”. 

El resto del grupo guarda silencio. Nadie salió a defender en público al líder supremo. Nadie, a excepción del portavoz talibán, Zabihullah Mujahid. Nombrado viceministro de Información y Radiodifusión, Mujahid ha ido acumulando poder a medida que se ha convertido en la cara visible del grupo ante los medios de comunicación internacionales. El portavoz negó que existieran desavenencias entre las diferentes familias que componen el grupo, acusando a “algunos círculos extranjeros” de utilizar “indebidamente” las declaraciones de sus líderes para vender una división interna. Aunque después dejó un recado: “Si alguien critica al emir, al ministro o a cualquier otro funcionario, es mejor, y la ética islámica también lo dice, que le exprese sus críticas directamente y en secreto”. 

Abdul Salam Hanafi

Horas después de tomar Kabul, los talibanes, especialmente a través de las habituales comparecencias de prensa y los tuits de Mujahid, prometieron a la comunidad internacional que cambiarían su forma de gobernar, desterrando las prácticas habituales de su primera etapa al mando en la década de los 90. No habría torturas, ni ejecuciones públicas, ni persecuciones étnicas ni restricciones sobre los derechos de las mujeres. El portavoz talibán se comprometió a integrar a otras etnias en las decisiones de Gobierno y mantener al mismo tiempo una relación fluida con sus vecinos. Pero Akhundzada, con un poder casi absoluto, no ha cumplido ninguno de estos propósitos. En su lugar, el líder supremo ha orillado a las facciones talibanes más pragmáticas. 

“En los últimos 17 meses, hemos visto una y otra vez que el objetivo primordial del Gobierno talibán sigue siendo pura y estrechamente religioso, es decir, que ante todo se ven a sí mismos como encargados de establecer y expandir un Estado islámico teocrático puritano en el que la sharía se mantenga, tal y como ellos la entienden, por el miedo y la fuerza”, traslada a este medio Timor Sharan, profesor asociado en el Programa de Seguridad Global de la Universidad de Oxford y autor de Inside Afghanistan: Political Networks, Informal Order, and State Disruption (Routledge Contemporary South Asia Series, 2022). 

Zabihullah Mujahid

Sobre el papel es obligatorio acatar las órdenes del líder supremo. Pero el que fue uno de los negociadores del grupo con la Administración Trump en Doha, Sher Mohammad Abbas Stanikzai, subrayó durante otra ceremonia de graduación, esta vez en la oriental provincia de Logar, que “no es obligatorio estar de acuerdo con las órdenes de los líderes si estas no se ajustan al islam”, según las declaraciones recogidas por EFE. 

“La «obediencia al emir» es un principio básico del movimiento talibán, por lo que los desacuerdos visibles con su liderazgo no son habituales. Tales debates se produjeron a puerta cerrada en la década de 1990. El hecho de que tales desacuerdos hayan salpicado los foros públicos podría sugerir una cultura política ligeramente diferente bajo el segundo régimen talibán”, apunta Smith. Pero el consultor del International Crisis Group se muestra prudente: “No quisiera exagerar el grado de apertura: los talibanes siguen siendo, en general, un movimiento hermético”.

Lucha de facciones 

Smith concede, eso sí, que estamos asistiendo a un debate entre los talibanes sobre la futura dirección del régimen y el país. “Hasta ahora, estos desacuerdos no representan fisuras graves dentro del movimiento talibán. En la política afgana, una discusión no es grande si nadie se está disparando armas unos a otros, y hasta ahora, la cohesión militar de los talibanes parece sólida”, matiza. Fraz Naqvi, por su parte, explica que “los desacuerdos son muy comunes en este tipo de grupos. Sin embargo, no han salido a la luz hasta ahora. Antes, los miembros fundadores del movimiento talibán estaban vivos, por lo que los desacuerdos permanecían velados. Hoy no es el caso. Además, la geopolítica también ha cambiado”.

Sher Mohammad Abbas Stanikzai

El analista pakistaní cree muy posible que se produzcan luchas internas. “Algunos de los miembros no son partidarios de proteger a otros grupos no estatales, especialmente cuando existe presión regional; sin embargo, los partidarios de la línea dura creen que esos grupos podrían actuar como factor disuasorio para la comunidad internacional”, traslada a Atalayar. 

“El poder actual reside en la facción de la línea dura, que controla la mayor parte de las redes de seguridad de Afganistán y todo el aparato. Esta línea dura está supervisada por los Haqqanis. Dado que se considera que el líder supremo es débil, se están llevando a cabo presiones para desacreditar a una facción en favor de la otra”, añade Fraz Naqvi. “Los partidarios de la línea dura pertenecen a la escuela deobandí del islam suní. Están en contra de las reformas sociales y educativas. También están en contra de incorporar a otras etnias en el entorno político. El segundo grupo puede calificarse de relativamente moderado, aunque conservador y militante hasta la médula. Están abiertos a las reformas”. 

En la facción más próxima a apaciguar a la comunidad internacional y reducir la contundencia de sus decisiones se encontraría el viceprimer ministro en funciones, el mulá Abdul Ghani Baradar, otra de las caras visibles de la diplomacia talibán, que encabezó el equipo negociador que discutió en Qatar las condiciones de la retirada estadounidense. “Baradar tiene importantes credenciales internas, pero carece de una base de poder militar y contaría con la firme oposición de Pakistán”, recoge Felbab-Brown en su análisis publicado en Brookings. 

Abdul Ghani Baradar

“Hay muchas facciones diferentes. La forma más habitual de resumirlas es dividir al grupo en «partidarios de la línea dura» en Kandahar y «pragmáticos» en Kabul. Pero este análisis es impreciso, y las numerosas divisiones dentro del movimiento no siempre se corresponden con la residencia en Kabul o Kandahar”, avisa Smith. “Se entiende que algunos funcionarios talibanes de la capital están más alineados políticamente con Kandahar, incluidas figuras destacadas de la Academia de Ciencias, el Ministerio de Justicia, el Tribunal Supremo, el Ministerio de Hajj y Dotaciones, la Dirección General de Inteligencia y el restablecido Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio de Afganistán. Es un panorama complicado, y los forasteros tienen un pobre historial a la hora de ofrecer evaluaciones de la política talibán que tengan algún valor predictivo”. 

“Existen diferencias dentro de los talibanes, dado lo descentralizado y fragmentado que ha estado el grupo desde el punto de vista operativo en las dos últimas décadas”, explica por su parte Sharan. “Sin embargo, estas diferencias no son lo que muchos responsables políticos occidentales han catalogado como una división entre moderados y ultraconservadores en torno a la misión general”. 

“No debemos olvidar que el núcleo dirigente talibán está cortado por el mismo patrón y tiene una misión clara: purificar y radicalizar a la sociedad afgana y expandir su causa más allá de las fronteras de Afganistán. Estas diferencias se refieren más a las estrategias que a su misión. Los llamados pragmáticos nunca irán en contra de su emir”, advierte en conversación con Atalayar el profesor asociado en el Programa de Seguridad Global de la Universidad de Oxford, quien también establece la diferencia entre “pragmáticos y dogmáticos”. Pero Sharan insiste en que “la diferencia actual estriba en la estrategia y las prioridades más que en el objetivo de islamizar y transformar radicalmente la sociedad afgana y, si es posible, expandir su misión más allá de sus fronteras”.

Negociaciones Doha talibán

El canal de noticias Amu TV, dirigido por periodistas afganos independientes desde el exilio en Estados Unidos y Canadá, ha informado de que la cúpula del grupo se sostiene sobre tres patas. Una suerte de triunvirato que conforman el líder supremo, Habitullah Akhundzada, y sus dos emires adjuntos que elevaron la voz en su contra, Sirajuddin Haqqani y Mohammad Yaqoob Mujahid. No hay indicios de que se vaya a producir un golpe de mano. Menos si cabe teniendo en cuenta que Haqqani ha visto menguar su poder en las últimas semanas. “El líder supremo ha restringido la autoridad del ministro del Interior y nombrado a dos personas influyentes pero leales que tienen autoridad para implementar sus órdenes incluso si Haqqani no está de acuerdo”, informa EFE citando a una fuente próxima al Gobierno talibán. 

En el abismo 

Akhundzada ha repetido varias en el último año y medio que no permitiría las injerencias procedentes del exterior. Ha alertado de la existencia de integrantes del movimiento que no son realmente talibanes. “Mirad dentro de [vuestras] filas y comprobad si hay alguna entidad desconocida trabajando contra la voluntad del Gobierno, que debe ser erradicada lo antes posible”. No es descabellado que pueda desatar una guerra interna para purgar a los críticos. 

Naqvi recuerda en este sentido que los talibanes no han logrado resolver sus diferencias internas. “Las relaciones regionales siguen siendo tensas, ya que no se ha puesto freno a los terroristas que utilizan suelo afgano. El reconocimiento internacional sigue ausente. Las relaciones de trabajo con otros Estados siguen siendo deficientes. La educación de las mujeres, el sistema económico fallido y otros entornos sociales siguieron siendo pobres”, añade el analista pakistaní.

Atentado Kabul

“El Afganistán de 2023 dependerá de si el líder supremo mantiene o no su férreo control sobre la toma de decisiones”, subraya Felbab-Brown. “Orquestar un golpe de Estado interno es enormemente arriesgado, pues conlleva la posible ejecución de sus organizadores y la escisión de los talibanes. Un golpe de Estado requeriría una unidad de acción básica entre Baradar, Siraj [Haqqani] y Yaqub —ninguno de los cuales confía en el otro— y la cooptación de otros comandantes militares talibanes clave. Hoy, la probabilidad sigue siendo pequeña”, sostiene la analista estadounidense. 

Smith recuerda, sin embargo, que los talibanes tienen más control territorial que cualquier otro grupo desde la década de 1970: “Muy pocas partes del país quedan fuera de su control militar”. “El norte y el noreste de Afganistán, en particular, permanecen fuera de su control, donde Ahmed Massoud está presente y el ISIS-K tiene sus huellas, respectivamente”, agrega Fraz Naqvi, quien cree que Afganistán “se encamina hacia una situación caótica, si no hacia una guerra civil abierta”. 

“Las mujeres y las minorías seguirán siendo vulnerables y privadas de sus derechos básicos. Los niveles de pobreza parecen destinados a seguir aumentando, especialmente si continúa el enfrentamiento de los talibanes con el mundo occidental. Los brotes de hambruna son un grave riesgo, especialmente en las tierras altas centrales y otros lugares donde las cosechas son escasas. Seguirá siendo una de las mayores catástrofes humanitarias del mundo, al menos a corto plazo”, vaticina el consultor del International Crisis Group. 

Talibán

Conocer lo que ocurre en Afganistán es importante porque, como subraya Sharan en conversación con Atalayar, “cuanto antes nos demos cuenta y reconozcamos la misión de los talibanes en la gobernanza, antes podremos centrarnos en formas de compromiso que tengan más posibilidades de éxito”. “En los esfuerzos por mejorar la situación en Afganistán, la comunidad internacional podría encontrar aliados en algunas cuestiones entre los talibanes, pero es mejor tener los ojos abiertos y ser realistas tanto sobre los valores como sobre la influencia de estos aliados”, sentencia. 

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