Estados Unidos, Rusia, Daesh, Israel, Líbano o Siria son algunos de los protagonistas en el tablero regional

El avispero de Oriente Medio

AFP/OMAR HAJ KADOUR - Una vista aérea tomada el 27 de octubre de 2019 muestra el sitio que fue alcanzado por los disparos de un helicóptero que supuestamente mató a nueve personas cerca del pueblo sirio noroccidental de Barisha en la provincia de Idlib, a lo largo de la frontera con Turquía, donde estaban presentes "grupos vinculados al grupo Daesh"

La ‘semirretirada’ de Estados Unidos, el regreso de Rusia, la persistencia del terror pese a la caída del ‘califato’ de Daesh, la ocupación turca del Kurdistán sirio y las alianzas de Israel con estados árabes suníes para contrarrestar la influencia de Irán han renovado el avispero de Oriente Medio. Pero en esta década los ciudadanos han ganado un espacio que ya no están dispuestos a ceder.

La aparente vuelta del poderío persa, con Irán asentado en Siria, Irak y Líbano, o las reminiscencias otomanas que emuló Turquía al ocupar este año una amplia zona en el noreste de Siria, controlada por los kurdos, parecen apuntar a una repetición de la historia colonizadora que arrastra la región.

Pero nada es igual desde las protestas masivas que en 2011 destartalaron las dinámicas locales y obligaron a los poderes a reacomodarse para sobrevivir. Además, olas de descontento han surgido de nuevo este 2019 para certificar que el ‘statu quo’ se tambalea.

Y la amenaza del grupo yihadista más temido de los últimos años persiste pues, como antes de su establecimiento en 2014, ha regresado a la insurgencia mientras su influencia se ha extendido por el planeta pese a que su líder, Abu Bakr al-Bagdadi, muriera en octubre en una operación estadounidense.

Hacia un nuevo orden en la región

Por mucho que Irán haya avanzado en la región con su proyecto de ‘corredor mediterráneo’, las protestas en Irak y Líbano "no son buenas noticias" para el país persa, asevera a Efe Lazar Berman, experto del Instituto de Estrategia y Seguridad de Jerusalén (JISS) e investigador en el Ejército israelí.

Los procesos de cambio y revoluciones que comenzaron hace una década no se han acabado y "están aprendiendo mutuamente, desde Argelia hasta Sudán y Líbano", apunta el analista palestino estadounidense del Instituto Kenyon, Toufic Haddad.

"Los problemas fundamentales de estos países se mantienen, como las clases políticas económicas y la manera de dirigir los estados muestra que será un proceso muy largo", predice Haddad.

En Líbano, Irak, Irán y Egipto se han revivido movilizaciones que, salvo los dos últimos países, continúan pese a las adversidades.

En Irán y Egipto la persecución y la represión contuvieron el levantamiento popular, mientras que en Irak, a pesar de los centenares de muertos, prosigue el grito por un futuro donde el sectarismo salga de la política. En Líbano, el crisol de 18 comunidades religiosas clamó con una sola voz que el 17 de octubre fue el ‘verdadero final’ de la guerra civil, que asoló durante 15 años el país y que los dividió en cuotas sectarias reflejadas en el Gobierno.

La competencia hoy en día en la región es múltiple, y a las clásicas luchas geopolíticas se suman los ciudadanos como factor de cambio. Se acabó la dominación absoluta en medio de un vibrante orden global marcado por las comunicaciones, la pluralidad y las contradicciones.

El laboratorio del caos

Fue el estallido de un descontento tras consecutivas intervenciones externas lo que abocó a Siria a un conflicto que ha dejado centenares de miles de muertos y millones de refugiados. Este país ha sido utilizado como laboratorio regional, donde viejos y nuevos poderes han medido sus fuerzas.

Al calor de este caos creció Daesh y, con la caída del ‘califato’, miles de combatientes de diferentes países están hoy detenidos por las fuerzas kurdas. A bombo y platillo, se celebró el pasado marzo el anuncio de la derrota territorial del grupo yihadista, aunque los kurdosirios, que contaron con el apoyo de los estadounidenses para la operación ‘final’, mantenían el recelo de que la organización no había sido liquidada. Lo cierto es que se siguen produciendo ataques terroristas en Irak y Siria, pero lo que ha conseguido, sobre todo, es expandir su influencia fuera de la región, como en el Sahel.

Manifestantes kurdos lanzan piedras contra un vehículo militar turco el 8 de noviembre de 2019, durante una patrulla conjunta turco-rusa cerca de la ciudad de Al-Muabbadah, en la parte noreste de Hassakah, en la frontera siria con Turquía

La muerte el 27 de octubre de Al-Bagdadi, el hombre más buscado del mundo, en una pequeña aldea en la provincia siria de Idlib, a metros de la frontera turca, no ha terminado con el proyecto del terror y a pocos días se nombró a su sucesor, el desconocido Abu Ibrahim al-Qurashi.

Sin ganadores ni aliados

Lo ocurrido en Siria es el paradigma de las nuevas dinámicas que han atrapado a la región desde entonces. En 2019 ya nadie cuestiona que el presidente sirio, Bachar al-Asad, se mantenga en el poder en un país en reconstrucción al que quieren volver las naciones suníes del Golfo, que en su día combatieron con milicianos contra este jefe de Estado de confesión alauí - rama del islam chií - y la influencia de Irán, aliado. Hoy, sin embargo, se acercan con la apertura de embajadas en Siria y una carta sobre la mesa para ser readmitido en la Liga Árabe, suspendido desde 2011.

Un miembro de las Fuerzas Policiales de Seguridad Interna Kurdas de la Asayesh hace guardia durante una manifestación en la capital kurda siria de facto, Qamishli, el 5 de diciembre de 2019, contra la ofensiva turca contra el noreste de Siria y los supuestos abusos cometidos por ellos y por los rebeldes entrenados por Turquía contra la población kurda de la zona

Y ha sido Rusia, pese a su inamovible posición junto a Al-Asad, quien lo ha posibilitado, como demuestra la primera visita en una década del presidente ruso, Vladimir Putin, a Arabia Saudí, este mes de octubre.

Putin se corona hoy en Siria en cada rincón y, sin embargo, su nuevo rol postsoviético en la región es de mediador. Ya no se trata del orden de la Guerra Fría, que hasta los años 90 marcaron las alianzas en la región.

"Moscú no tiene la capacidad ni el deseo de resolver los conflictos de Oriente Medio. Los maneja. Todos los actores involucrados se vuelven más dependientes del Kremlin", asegura a Efe la investigadora en The Washington Institute, Anna Borshchevskaya.

El presidente de Rusia, Vladimir Putin

Al tiempo, Estados Unidos "está fatigado" con su implicación en la región, considera el experto Toufic Haddad: "las alianzas tradicionales o posturas que se daban, ya no las ves".

Israel se acerca a Arabia Saudí porque es un aliado más estratégico contra el emergente Irán al tiempo que Estados Unidos ya no tiene socios de fiar. El país persa consolida su expansión mientras colapsa el autoritarismo de los Estados nación árabes.

Es tal la cantidad de actores que se mueven al mismo tiempo que la volatilidad, valora Haddad, está generando "políticas contradictorias dirigidas a amortiguar los fracasos".

El propio presidente estadounidense, Donald Trump, abogó por apartarse con la retirada de sus tropas en las "guerras sin fin" que se libran en la región, como la de Siria.

Sin embargo, y pese a su partida del norte del país para no chocar con Turquía, su aliado de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que intenta trazar nuevas fronteras en Oriente Medio, ha incrementado su presencia militar en los pozos petroleros ubicados en el este de Siria, ansiados por el Gobierno de Al-Asad y su aliado Irán.

El presidente de Siria Bachar al-Asad
Diferentes formatos de una injerencia constante

El descubrimiento de los pozos petroleros a principios del siglo XX pusieron en la mira a Oriente Medio y puso en evidencia su imperfecta descolonización.

"Es un nuevo tipo de colonialismo, a través de las clases locales: militares, tribus", define Haddad, sobre la constante interferencia en Estados sin soberanía, cuyos Gobiernos sostenidos no satisfacen las necesidades de una población, mayoritariamente joven y más formada.

De hecho, la creación a principios de siglo de nuevos estados subsidiados por Occidente y nuevas entidades nacionales vincularon para siempre a las élites políticas con sus padrinos del exterior.

Y aunque la vista se mantiene en los pozos del oro negro, el eje de los recursos energéticos se desplaza hacia el mar, como el entramado de alianzas. Rusia se acerca a aliados de EEUU como Egipto con la construcción de la primera planta planificada nuclear de Dabaa, a orillas del Mediterráneo. Israel se convierte en un país exportador de gas natural que descubrió el alta mar, cuyo primer cliente será El Cairo.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump

De momento, el país del Nilo "sigue en el bloque de Arabia Saudí y Emiratos, que ahora también se alinean con Chipre y Grecia, contra Turquía", indica Michael Tanchum, investigador en Truman Research Institute for the Advancement of Peace en la Universidad Hebrea de Jerusalén.

Los poderes hacen malabares para mantener su influencia en el cambiante tablero de Oriente Medio, en el que los ciudadanos, hasta ahora excluidos, pretenden ser una pieza más en el nuevo orden regional.

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