La llamada “droga de los terroristas” ha ganado popularidad entre los países del Golfo, especialmente en Arabia Saudí

El captagon ha convertido a Siria en un narcoestado después de más de una década de guerra

photo_camera AFP/ JOSEPH EID - La conocida como “droga de los yihadistas” por constituir una de las fuentes de ingreso del Daesh, representa las mayores exportaciones de Siria

En medio de guerras o episodios de inestabilidad las mafias ven su oportunidad para impulsar negocios ilegales, ya sea el tráfico de personas, de armas o de drogas. Ya en 2018 las Naciones Unidas advirtieron que la inseguridad y los conflictos armados en Oriente Medio habían provocado un “importante aumento del tráfico y uso de drogas” en la región.

Siria no es una excepción. Después de 11 años de guerra, el país árabe se ha convertido en un narcoestado debido a la producción, tráfico y exportación de captagon. La conocida como “droga de los yihadistas” por constituir una de las fuentes de ingreso del Daesh, representa las mayores exportaciones de Siria, sobrepasando todas las exportaciones legales del país juntas, según datos recogidos por AFP. La agencia de noticias también señala que los ingresos del tráfico de captagon pueden ascender a los 10 mil millones de dólares.

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El captagon -nombre comercial de la fenetilina- fue utilizado como antidepresivo en países de Occidente, aunque, cuando se demostró su elevado potencial adictivo, pasó a estar prohibida. La fenetilina también se usó como medicina para niños con hiperactividad. Entre sus posibles efectos secundarios se encuentran la depresión crónica, visión borrosa o problemas cardiovasculares.

Tal y como señala a BBC Caroline Rose, investigadora del Newslines Institute for Policy and Strategy, “el captagon se ha convertido en la principal fuente de ingresos para el Gobierno sirio”. Rose apunta que personas cercanas al presidente sirio Bashar Al-Assad, como su hermano menor, Maher al-Assad, están detrás de este negocio. Las autoridades de Damasco, por su parte, han negado en numerosas ocasiones las acusaciones.

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De hecho, el Gobierno asegura que “juega un papel importante en el apoyo a los esfuerzos de la comunidad internacional para combatir el crimen en general, especialmente la lucha contra el narcotráfico”. No obstante, el ministro del Interior, Muhammad al-Rahmoun, sí que admitió al medio estatal Athrpress que, debido a su ubicación geográfica sí era “un país de tránsito”.

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Investigaciones de medios de comunicación como The New York Times o The Guardian, así como organizaciones que investigan el tráfico de drogas, han vinculado al Gobierno sirio con esta droga y su tráfico. De acuerdo con el Centro de Análisis e Investigaciones Operacionales (COAR), la falta de actividades económicas convencionales debido a la guerra ha incrementado “el atractivo de la especulación de drogas a escala industrial, que ha sido capturada y controlada en gran medida por narcoempresarios vinculados al régimen de al-Assad y los aliados extranjeros”.

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De hecho, según asegura Ian Larson, analista de COAR -citado por BBC- las zonas en las que la producción de captagon es mayor “son las regiones controladas por el régimen de al-Assad y sus familiares cercanos”. Dentro de las zonas más críticas destacan las provincias sureñas de Sweida y Daraa, fronterizas con Jordania. Ambas forman parte de las rutas hacia Arabia Saudí y albergan numerosos laboratorios de drogas.

Rami Abdel Rahman, director del Observatorio Sirio de Derechos Humanos, coincide con los informes. “Maher al-Assad es uno de los principales beneficiarios del comercio de captagon”, indica.

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Siria se ha convertido en un centro de producción de captagon que se extiende a países de la región como Líbano -donde Hezbolá desempeñaría un papel relevante en la protección del tráfico en la frontera-, Irak o Turquía, llegando incluso a los países del Golfo, como Arabia Saudí, el mayor consumidor de esta droga.

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En el reino, el captagon se asocia a fiestas, aunque también se consume en las clases sociales más bajas de la población, como los trabajadores inmigrantes. “Puedo trabajar durante dos o tres días sin parar, lo que ha duplicado mis ingresos y me está ayudando a pagar mis deudas”, explica a AFP, un joven de 20 años que se gasta 150 riales a la semana en pastillas.

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Ciertos trabajadores incluso han acusado a sus propios jefes de engancharlos a la droga. Un trabajador de la construcción egipcio cuenta a la agencia de noticias que su jefe le puso un poco en el café para que trabajasen más rápido y durante más tiempo. “Con el tiempo nos volvimos adictos”, añade.

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Tan solo el año pasado, las autoridades saudíes confiscaron 119 millones de pastillas de captagon; aunque cada semana incautan miles de dosis, muchas de ellas escondidas entre materiales de construcción, cajas de fruta o latas de comida. 

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