La Alianza Atlántica se muestra reacia a cooperar en la operación Irini de Bruselas para garantizar el embargo; mientras, la corrupción se extiende entre la administración del GNA

El contrabando de armas de Turquía en Libia pone contra las cuerdas a la OTAN

photo_camera PHOTO/OTAN - El secretario general de la OTAN Jens Stoltenberg junto al presidente turco Recep Tayyip Erdogan

La política expansionista de Turquía sigue generando problemas a sus propios socios. Desde hace unos meses, la OTAN, organización de la que el país euroasiático es Estado parte se encuentra entre la espada y la pared.

Primero, evitó posicionarse claramente en la disputa que mantienen Ankara y Atenas por los recursos de gas que alberga el Mediterráneo oriental, y que, recientemente, diversos países, como Emiratos Árabes Unidos o Francia, han denunciado a título propio como ilegal. Después, los combates de los soldados turcos contra las tropas del Ejército Árabe Sirio de Bachar al-Asad pusieron de nuevo al secretario general Jens Stoltenberg en una posición difícil. Ante los ataques aéreos recibidos por su socio, el diplomático noruego optó por una sucinta declaración de apoyo.

Ahora, el último episodio de esta tensa relación tiene como protagonista a Libia. Sobre el país norteafricano, en situación de guerra civil prácticamente desde la caída de Muamar Gadafi en 2011, pesa un embargo de armas decretado por Naciones Unidas y que la Unión Europea, en el marco del nuevo despliegue aeronaval bautizado como Irini, trata de garantizar.

Turquía, sin embargo, está aprovechando cualquier resquicio para seguir proporcionando equipamiento de guerra al Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA, por sus siglas en inglés) de Fayez Sarraj, vinculado muy estrechamente a los Hermanos Musulmanes. Barcos turcos han seguido llegando a la costa libia o también a la tunecina, donde Recep Tayyip Erdogan ha encontrado un nuevo punto de entrada al país vecino.

Los combatientes leales al Gobierno del Acuerdo Nacional (GNA) disparan una ametralladora pesada durante los enfrentamientos contra las fuerzas leales al mariscal Jalifa Haftar

Hasta la fecha, la OTAN, a pesar de tener una importante presencia naval en el Mediterráneo oriental, no se ha decidido a prestar toda su colaboración a Bruselas. ¿Por qué? Según refleja el diario alemán Telepolis, desde la organización, se aduce que, si los barcos de la Alianza participasen en la misión, Turquía, que es Estado miembro, también tendría derecho a acceder a cierta información que podría utilizar en su propio beneficio.

En todo caso, no parece que el conglomerado militar liderado por Estados Unidos quiera involucrarse más de la cuenta en la guerra libia, entre otras cosas, para no dañar más su complicada relación con Turquía. Además, en lo que se refiere estrictamente a la región del este del Mediterráneo, la OTAN tiene otros problemas más perentorios, como es el propio dominio de las aguas. En los últimos años, la Armada rusa ha incrementado notablemente su presencia en aguas del mar interior gracias fundamentalmente a su asentamiento en la base de Khmeimim, cerca de Tartus (Siria).

Corrupción y tensiones internas

Mientras el embargo de armas sigue sin ser efectivo, la situación sobre el terreno en Libia se complica cada vez más. El complejo sistema de contrabando de armas urdido por Turquía para sustentar el esfuerzo de sus mercenarios en Libia empieza, no obstante, a tener consecuencias negativas también entre las filas del propio GNA. Fathi Bashagha, ministro del Interior del Gobierno de Trípoli, ha admitido públicamente que la llegada de material bélico ha provocado que aflore la corrupción en todos los niveles oficiales.

Más allá de la corrupción en las distintas esferas de la administración, el constante flujo de armas -y drogas- abierto por Turquía ha generado un mercado negro muy difícil de controlar. Como consecuencia, el tráfico de estupefacientes se está disparando y muchas armas acaban transferidas a grupos terroristas de otras regiones, como por ejemplo la franja del Sahel. 

Fayez Sarraj (der.), líder del Gobierno de Acuerdo Nacional, junto a su ministro del Interior Fathi Bashagha durante la ceremonia de graduación de los nuevos cadetes de los guardacostas en el puerto de Trípoli, el 3 de enero de 2019

Turquía no solamente suministra equipamiento a su contraparte en el país norteafricano, sino que entrena a combatientes sirios procedentes de grupos yihadistas y, posteriormente, los envía al frente. El Observatorio Sirio de Derechos Humanos (SOHR, por sus siglas en inglés) cifra en unos 8000 los mercenarios sirios que han llegado ya a Libia, pero Ahmed al-Mismari, portavoz del LNA (Ejército Nacional Libio), la facción rival del GNA, sitúa ese número en, aproximadamente, el doble.

Recientemente, según informa el diario emiratí Al-Ain, la llegada de un número cada vez mayor de milicianos sirios, ha originado tensiones con los propios combatientes de origen libio. Para evitar deserciones masivas como las que ya se están produciendo -se calcula que más de 2000 combatientes sirios han huido ya hacia Europa-, el GNA y Turquía se han visto obligados a mejorar sus condiciones, lo que ha ido en detrimento de los salarios de combatientes locales y también de amplios sectores de funcionarios de la Administración.

Los combates, mientras tanto, se recrudecen en el frente occidental, el que abarca desde Trípoli hasta la frontera tunecina. Actualmente, uno de los puntos estratégicos por el que luchan el GNA y el LNA es la base aérea de Al-Wattiya, que Sarraj asegura tener bajo su control, pero que se encuentra bajo fuego intenso de las tropas de Haftar.

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