Los lanzamientos espaciales programados y la totalidad del tejido industrial del sector espacial de Pekín han quedado frenados en seco hasta que remitan los efectos de la enfermedad

El coronavirus paraliza a la industria espacial china

photo_camera PHOTO/XINHUA - Las consecuencias del coronavirus van a retrasar los ambiciosos planes de Xi Jinping

Los ambiciosos planes trazados por las autoridades espaciales chinas para 2020 ‒para los chinos el Año del Ratón‒ se han visto frenadas por el estallido del coronavirus y la aplicación de las radicales medidas de choque impuestas por las autoridades sanitarias para limitar la  expansión de la enfermedad.

Con alrededor de 43.000 personas afectadas y más de un millar de muertes confirmadas en China continental, el impacto del coronavirus sobre el conjunto de la economía y la industria china está afectando de manera muy directa a su gigantesca comunidad espacial nacional y a sus varios cientos de miles de ingenieros, técnicos y funcionarios que integran el sector. 

No obstante, el alcance y la importancia de los retrasos que el brote del coronavirus está originando sobre el calendario de actividades de las empresas espaciales estatales y privadas chinas todavía resulta muy difícil de medir, especialmente si tenemos en cuenta la habitual opacidad y secretismo que el gobierno de Pekín impone sobre sus lanzamientos al cosmos y sus planes de fabricación de cohetes, satélites y naves espaciales.  

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Sin embargo, ya se están observando los primeros efectos negativos, precisamente en un año en que Xi Jinping confiaba en poder redoblar los esfuerzos del país y superar con creces el número de lanzamientos efectuados en el año anterior  ‒34 en 2019‒, con lo que estaría en condiciones de demostrar al mundo las enormes posibilidades de la alta tecnología china.

Una de las grandes instituciones afectadas por las estrictas medidas para controlar los perniciosos efectos de la pandemia es la Corporación de Ciencia y Tecnología Aeroespacial de China o CASC ‒acrónimo del inglés China Aerospace Science and Technology Corporation‒, el mayor contratista espacial estatal de la nación.

Hasta la fecha, la CASC que dirige el profesor Wu Yansheng tiene programados para 2020 más de 40 lanzamientos al espacio para poner en órbita más de medio centenar de satélites de comunicaciones y de observación de uso civil y militar, misiones científicas de exploración a la Luna y Marte, completar el sistema de navegación por satélite Beidou ‒el equivalente chino al GPS‒, probar el comportamiento de capsulas espaciales tripuladas de nueva generación y llevar a cabo despegues inaugurales para evaluar nuevos vectores de lanzamiento. Pero todo ello se va a venir abajo y tendrá que sufrir serías modificaciones y reprogramaciones ante la realidad que impone el coronavirus.

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Un frenazo a los lanzamientos

En los ocho grandes complejos de producción y 16 compañías integradas en la CASC y localizadas a lo largo y ancho del país se han aplicado con extrema severidad las medidas que pretenden proteger a su ingente plantilla de personal y paliar la propagación del coronavirus.

Entre las instituciones afectadas se encuentran las muy importantes Academia China de Tecnología de Vehículos de Lanzamiento (CALT) y la Academia de Tecnología de Vuelo Espacial de Shanghái (SAST), centros de primer orden en el diseño, desarrollo y fabricación de cohetes espaciales. 

Además de las restricciones para acudir a los puestos de trabajo, las medidas que se aplican a quienes deben cumplir los servicios mínimos incluyen la toma de la temperatura corporal en los puntos de acceso y control a las plantas de producción y oficinas, el uso obligatorio de máscaras, la desinfección de las zonas de fabricación y áreas de descanso.

En los comedores, además de la desinfección, se exige el envasado de los alimentos y comidas en contenedores individuales, a lo que se añade la prohibición para utilizar ascensores y la limitación de los desplazamientos, principalmente a reuniones en el extranjero.

Todo lo anterior está originando un notable descenso en el ritmo de producción de cohetes, satélites y naves espaciales, en las tareas de investigación y, por supuesto, en los servicios de lanzamiento previamente programados. 

Por ejemplo, uno de los importantes despegues que sin duda se verá afectado y que por el momento todavía está previsto para finales de 2020 es la misión lunar Chang’e-5. Su objetivo es recoger 2 kilos de muestras de la superficie y el subsuelo de una zona de la Luna bautizada Oceanus Procellarum y traerlas a la Tierra para su estudio detallado.

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La misión ha sido concebida por un equipo multidisciplinar bajo la dirección del profesor Wu Weiren, pero a nadie se le escapa que es de gran complejidad y que se asume un alto riesgo de fracaso.

Una vez que el módulo de descenso lunar se haya posado sobre la superficie de nuestro satélite natural y haya recogido los 2 kilos de muestras de polvo y rocas, un vehículo de ascenso despegará y se unirá con un módulo que estará orbitando alrededor de la Luna, que después iniciará el camino de regreso a la Tierra. Si la limitación para acceder a los puestos de trabajo permanece, será una misión que tendrá que posponerse.

Diez días de enero con intensa actividad

La realidad es que los vuelos chinos al espacio se han paralizado tras los primeros 16 días de enero, que fueron de una frenética actividad y que vieron tres despegues con éxito. 

Hasta la fecha, China colocó con éxito en el espacio un total de seis satélites, dos de ellos argentinos. El primer despegue de 2020 estuvo envuelto en el más estricto secreto porque al tratarse de un satélite militar, según el punto de vista de los analistas de la Agencia de Inteligencia de la Defensa de Estados Unidos (DIA).

El 7 de enero partía desde el centro espacial de Xichang ‒en la provincial de Sichuan‒ un cohete Larga Marcha CZ-3B para colocar en órbita un ingenio con el rebuscado apelativo de Satélite Experimental de Ingeniería de Comunicaciones 5 o TJSW-5, acrónimo de Tongxin Jishu Shiyan Weixing 5. Bajo el citado nombre la DIA considera que se esconde una plataforma que forma parte de un sistema de alerta temprana destinado a detectar disparos de misiles balísticos desde el espacio.

Una semana después, el 15 de enero, se producía otro despegue. Un lanzador Larga Marcha CZ-2D emplazaba en órbita al satélite de observación comercial de alta resolución Jilin-1. Desarrollado por la empresa Chang Guang Satellite Technology, está diseñado para transmitir vídeo e imágenes con una resolución cercana a 1 metro. Le acompañaban otros tres pequeñas plataformas, una de ellas un micro satélite de comunicaciones chino de nombre Tianqi-5 ‒de tan solo 8 kilos‒ y otros dos de la empresa privada argentina Satellogic.

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Los gemelos ÑuSat 7 y 8 son micro satélites de observación de 37 kilos de peso cada uno, tienen unas dimensiones de 75 x 43 x 40 centímetros y están equipados con cámaras en los espectros visible e infrarrojo. Ambos se suman a sus hermanos ya en órbita, que a lo largo de los próximos años conformarán la constelación Aleph-1 con más de 90 mini plataformas.

Tan solo 24 horas después surcaba el espacio un tercer vector, en esta ocasión desde la base espacial de Jiuquan, al noroeste de China. Fue el 16 de enero cuando voló el pequeño lanzador Kuaizhou-1A, que albergaba en su interior el satélite Yinhe-1, un ingenio experimental de 227 kilos desarrollado por la compañía privada Galaxy Space para evaluar los resultados de las comunicaciones comerciales 5G en las bandas Q, V y Ka a una velocidad de hasta 10 Gbps.

Colocado a un altitud algo inferior a los 650 kilómetros, el Yinhe-1 es el primer eslabón de una futura constelación que debe prestar servicios de comunicaciones 5G, que la empresa Galaxy Space asegura que serán “de altas prestaciones y bajo coste”. 

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