Si estamos en guerra, habrá que reconocer a sus héroes

El Día de la Victoria

photo_camera AFP/MLADEN ANTONOV - Un soldado de la guardia de honor rusa marcha durante el desfile militar del Día de la Victoria en la Plaza Roja en el centro de Moscú el 9 de mayo de 2019

Se han cumplido 75 años del fin de la Segunda Guerra Mundial. El peor conflicto de la historia. No tiene mucho sentido volver a hablar de sus cifras, del impacto de la guerra, de su coste humano, pues ya son de sobra conocidos. Aunque el Día de la Victoria de los Aliados se celebra el 8 de mayo, en realidad la rendición incondicional del ejército alemán se produjo un día antes, en la ciudad francesa de Reims. También días antes se había suicidado Hitler, se capturaba y ahorcaba a Mussolini, se desvelaba el horror de los campos de concentración y se rendía la ciudad de Berlín. No fue, sin embargo, hasta bien entrado el verano, cuando capituló Japón, poniendo ahora sí, fin a la guerra en el Frente Oriental. 75 años por tanto del fin de un terror que, aunque en su forma bélica había empezado 6 años antes, en su forma política, social y sobre todo retórica, llevaba ya varios años extendiéndose con velocidad por el viejo continente, sumiendo a la sociedad europea en una profunda etapa de oscuridad. 

Este inicio de mayo, también nos deja la conmemoración del 70 aniversario de la Declaración Schuman, que apenas cinco años después del fin del conflicto, sentaba las bases de la colaboración ininterrumpida desde entonces entre Francia y Alemania. Un eje franco alemán sin el que ahora no se entendería esta Europa, a ratos decadente, a ratos errática, pero todavía baluarte de derechos y libertades. Las Instituciones Europeas eligieron el 9 de mayo como día para celebrar Europa, pues la paz y la integración que hoy disfrutamos, se empezó a construir sobre ese continente ruinoso que habían dejado seis años de proyectiles, bombas y odio. 

Europa, como el mundo, está sumida hoy de nuevo en otra guerra mundial. Al menos eso nos incita a pensar la retórica belicista a la que nos está acostumbrando el estamento político. Las cifras de fallecidos y afectados como consecuencia de una pandemia tienen, desde luego, dimensiones casi bélicas. Las expectativas económicas tampoco son halagüeñas. Las grietas del sistema político europeo, arrastradas desde otras crisis pasadas, se resienten, si no se agravan. La transversalidad del impacto que el coronavirus está provocando, se asemeja, efectivamente, a una guerra. Se pueden incluir también la dosis de ceguera frente a este enemigo invisible, creyendo que éste entendería de fronteras, de jurisdicciones. Entonces, hace algo más de 80 años, no se actuó a tiempo contra un odio que empezaba a convertirse en la pólvora de un proyectil a punto de ser disparado. Tampoco se ha hecho ahora contra un virus también muy contagioso, pero que no ha necesitado de balas para volverse mortal. 

La II Guerra Mundial nos dejó muchos héroes. Algunos con nombre y apellidos, otro anónimos. Un puñado de ellos fueron españoles, pero tampoco es que sean especialmente conocidos en nuestro país, siempre tan reacio a ensalzar hazañas. En esa situación de escaso protagonismo se encuentra la conocida como “La Nueve”, la 9ª Compañía de soldados españoles, republicanos, que se integraba en la 2ª División Blindada de la Francia Libre, la División Leclerc. Esta División fue la que liberó París en 1944. A su paso triunfal por los Campos Elíseos y el Arco del Triunfo, se disparó una de las instantáneas más famosas de esa liberación. En ella aparece un vehículo de “La Nueve” entre aplausos de la población parisina, en su parte frontal se podía leer “Guernica”, pues los nombres de los vehículos de esta compañía fueron, además de ese, otros como Santander, Teruel, Madrid o Don Quijote.

Los españoles que lucharon en esta guerra tienen un monumento en el conocido cementerio de Pere Lachaise, pero los combatientes de “La Nueve” tienen desde 2015, un memorial especial en un jardín contiguo al ayuntamiento de París, que fue inaugurado por Felipe VI y doña Letizia. En España, por desgracia, siempre se antepuso su condición de republicanos a la de españoles, evitando homenajes y obviando que el republicanismo era entonces la alternativa de la libertad frente a un fascismo que hacía arrodillarse a Europa. En 2017, la alcaldesa de Madrid puso remedio parcial a esa deuda, dándoles a los héroes de “La Nueve” un espacio en un parque de un distrito nada céntrico de la capital. Los homenajes, como siempre tarde y mal. Al último superviviente de este grupo de españoles se lo llevó esta otra guerra que vivimos hace varias semanas. Rafael Gómez Nieto moría a causa del COVID-19 en Estrasburgo a finales de marzo. No faltaron las palabras de elogio de Emmanuel Macron entonces, ni el recuerdo del ministerio de Asuntos Exteriores francés a su papel en estos días de conmemoración de la victoria en la II Guerra Mundial. El eco que se hicieron los medios de comunicación españoles de su muerte fue testimonial. Como si nos sobrasen los héroes. 

Encaramos la salida de esta crisis del coronavirus con la incertidumbre de si el enemigo contraatacará. Con la duda de si lo hará con mayor virulencia. Se pondrá a prueba de nuevo la resiliencia de la sociedad europea, se juzgará con dureza su sistema político, cuyas grietas son cada vez más visibles. Esta guerra, o esto que nuestros políticos han querido denominar guerra para aliviar sus consciencias de los sacrificios necesarios, también nos dejará héroes. La mayoría volverán a ser anónimos, invisibles en el enorme engranaje que hace funcionar un país desarrollado, pero héroes, al fin y al cabo. De lo que dudo, no obstante, es de que esta crisis deje un Día de la Victoria, pero lo que dudo aún más de si sabremos reconocer a estos héroes el día de mañana, o dentro de 75 años.

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