El desenganche China-EE. UU. y el año de Asia

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Al asumir la presidencia de los EE. UU., Joe Biden se ha encontrado con un complejo panorama tanto interno como internacional. La emergencia de China parece imparable. Pekín ha decidido rechazar el modelo democrático-liberal y seguir uno inspirado en su propia civilización y una experiencia histórica particular, diluyendo la posibilidad de que se pueda construir un orden mundial basado en premisas comunes. Entre los dos colosos de la geopolítica mundial se ha desarrollado un sordo enfrentamiento económico-tecnológico con la innovación como clave de bóveda.

Las naciones desarrolladas de Asia han sabido reaccionar mejor frente a la pandemia del coronavirus que las viejas potencias occidentales, lo que confirma la pujanza del continente asiático y acelera el desplazamiento del centro de gravedad del mundo de Occidente a Asia. El sudeste asiático se ha convertido en el principal teatro geoestratégico mundial.

Introducción

Robert O’Brien, el último consejero de Seguridad Nacional de la Administración Trump, afirmaba que «durante décadas se sostuvo la convicción de que solo era una cuestión de tiempo que China se volviera más liberal, primero en lo económico y luego en lo político. No pudimos haber estado más equivocados, un error de cálculo que se presenta como el mayor fracaso de la política exterior norteamericana desde la década de 1930»1. Esta opinión, hasta hace poco tiempo firmemente arraigada, hay que entenderla en el contexto de una creencia general de que la historia avanzaba inexorablemente hacia un mundo cada vez más globalizado y articulado según el modelo liberal-democrático. La modernización de una sociedad se pensaba, solo era posible siguiendo en lo fundamental los parámetros occidentales de desarrollo tanto políticos (modelo democrático en sus múltiples variedades) como económicos (modelo liberal-capitalista). Únicamente en el seno de una sociedad democrática se podían liberar las fuerzas que permiten el pleno desarrollo del potencial humano, haciendo posible un modelo económico eficiente y avanzado.

Esta circunstancia impidió que se prestara atención a las muchas señales que indicaban —empezando por las mismas declaraciones del Partido Comunista Chino (PCCh)— que la República Popular China (RPCh) no tenía la intención de adoptar en el futuro el modelo democrático-liberal. Cuando importantes expertos en China defendían posiciones distintas, simplemente no se les prestaba la suficiente atención.

Así, en 2009 Martin Jacques ya argumentaba en su famoso libro, When China Rules the World: The Rise of the Middle Kingdom and the End of the Western World, que el gigante asiático, lejos de converger progresivamente hacia el modelo occidental, se regiría por un patrón muy distinto. Criticó a los occidentales que intentaban entender y evaluar a la potencia asiática a través de un prisma occidental en lugar de en sus propios términos, insistiendo en que China no podía ser considerada un Estado-nación convencional, sino que era principalmente un Estado-civilización. La occidentalización, sugirió, había alcanzado su punto máximo, y el ascenso de China conduciría a un proceso creciente de sinización en el mundo y al fin de un orden internacional dominado por Occidente2.
Antes incluso, en 2005, Robert Kaplan auguraba que el siglo XXI lo definiría la contienda militar estadounidense con China, un adversario más formidable que Rusia jamás haya sido, siendo las guerras del futuro navales3.

Aunque, desde la crisis financiera de 2008, los líderes chinos presentan explícitamente su sistema autoritario como un fin en sí mismo y no como un paso hacia un Estado liberal4, con la llegada de Xi Jinping al poder en 2012, la actitud de Pekín se ha vuelto tan asertiva en sus reclamaciones geopolíticas y tan hermética hacia la influencia exterior en la propia sociedad china que ya no quedan grandes dudas sobre la deriva autoritaria del régimen chino y su hostilidad ideológica. El autoritarismo relativamente ilustrado de Deng Xiaoping y sus sucesores ha evolucionado con Xi Jinping hacia un autoritarismo duro. En lugar de un grupo colegiado de tecnócratas con mandatos limitados, ahora hay un presidente de por vida con un culto a la personalidad en ciernes, supervisando el control del pensamiento por medios digitales5.

Ya en 2010, la RPCh había adelantado a Japón en PIB medido en dólares, transformando la jerarquía asiática de los últimos cien años y situando a China como segunda economía del mundo. En 2014, el gigante asiático se convirtió además en la principal potencia comercial y el mayor PIB mundial por paridad de poder adquisitivo (PPA).

El ascenso de una China revisionista no tendría tanto impacto si no coincidiera también con el auge de Asia, el continente más poblado y con mayores índices de crecimiento económico, hacia el que se está desplazando el centro de gravedad de la actividad humana y sobre cuya economía Pekín ejerce una influencia determinante.

La profunda crisis del coronavirus, que está afectando mucho más a las sociedades occidentales que a las asiáticas (tabla 1), está acentuando estas tendencias y ha adelantado los plazos para el sorpasso tanto de China como de Asia.

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La globalización ha creado una economía mundial estrechamente interdependiente con cadenas de diseño, producción y comercialización extendidas a nivel planetario e inversiones y deuda cruzadas entre las principales potencias de las que depende la salud y pujanza de todas las naciones y que requieren un marco de entendimiento común.

Desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca la relación entre Washington y Pekín se ha deteriorado notablemente. El enfrentamiento fue inicialmente comercial, basado en la imposición de aranceles a la importación, pero progresivamente fue ganando relevancia la dimensión tecnológica y ahora ya se habla incluso de un Digital Great Game.

Dicha rivalidad está haciendo que la economía global se esté desviando gradualmente hacia el «capitalismo estratégico» en contraste con el capitalismo de libre mercado que prevaleció en las últimas décadas. Al recurrir a medidas geoeconómicas, los Gobiernos están imponiendo condiciones a las transacciones de bienes, servicios y tecnologías según consideraciones de naturaleza estratégica6, lo que está transformando y revirtiendo en parte la globalización con un proceso de desacoplamiento económico y tecnológico entre las grandes potencias cuyo alcance todavía no conocemos.

En este contexto de grandes incertidumbres, graves retos geopolíticos y cambio de liderazgo, Washington se encuentra ante un dilema estratégico: por una parte, da pruebas de cansancio en relación con la responsabilidad global, muy acentuado por los inacabables conflictos de Afganistán e Irak, y, por otra, ve con preocupación cómo el control que ejercía sobre el orden internacional se le escapa de las manos precisamente cuando el gigante asiático empieza a mostrar, sin disimulo, su verdadera ambición. La gran potencia norteamericana tiene que repensar y diseñar un nuevo designio estratégico que impida que Pekín dicte las reglas del juego, le permita preservar el máximo de influencia y todo ello sin llegar a una confrontación suicida.

Este documento pretende analizar la evolución de las relaciones chino-norteamericanas en el contexto de tensiones crecientes, un continente asiático en expansión y un orden internacional que se está desoccidentalizando.


Crisis del orden hegemónico estadounidense

No haber previsto las consecuencias que iba a tener el fulgurante ascenso de China ha facilitado la transformación del orden internacional y ha clausurado una época en la que EE. UU. presidía el mundo con la vocación de que este se configurara a su imagen y semejanza. El PIB PPA de EE. UU. ha disminuido del 50 % del global en 1950 al 14 % en 2018, mientras que el de China ha superado recientemente el 18 %7. Estamos viendo, además, cómo el gran impulso que el dolor y la destrucción de la Segunda Guerra Mundial dieron a la conciencia política de Occidente para construir un orden internacional multilateral, inclusivo, y guiado por el ideal de la paz ha perdido fuerza y se desvanece en estériles debates con escaso horizonte.

Considerar que el Dragón Rojo iba a terminar democratizándose ha sido una equivocación muy grave porque, como ha dicho el embajador Eugenio Bregolat, si Washington quería detener el ascenso de Pekín, ya es demasiado tarde, «alguien debió haber pensado, décadas atrás, en las consecuencias que tendría la apertura de los mercados, el flujo de capitales y tecnología y la apertura de las universidades en un país con las dimensiones y la capacidad de China»8. Han sido precisamente la pax americana y el orden económico abierto impulsado por EE. UU. los que han posibilitado el asombroso desarrollo del gigante asiático.

Washington se queja con razón de que Pekín se ha beneficiado de un modelo comercial liberal sin cumplir las reglas que lo hacen tan eficaz y atractivo. Sin embargo, han sido las propias multinacionales estadounidenses las que para reducir costes han propiciado un sistema de extensas cadenas de valor que, deslocalizando partes muy significativas del proceso de producción, se beneficiaban del modelo económico chino sin pedir contrapartidas. Entre 1999 y 2010 EE. UU. perdió seis millones de empleos en manufacturas y el Banco Mundial estima que más de dos tercios del comercio total se produce a través de estas cadenas de valor mundiales que promueven la producción transfronteriza9.

Tras el 11-S, el Gobierno de EE. UU., la orgullosa potencia indispensable10, cayó en la emboscada que le había tendido Al-Qaeda. Washington encontró en Afganistán e Irak un calvario que terminó debilitando a la superpotencia, desviando su atención de Asia y extinguiendo su apetito para actuar como gendarme mundial.

Hasta 2008 —año de las olimpiadas de Pekín— había primado el interés chino por asegurar la paz y la estabilidad en su entorno, condición necesaria para su desarrollo económico y este, a su vez, para el mantenimiento en el poder del PCCh. La estrategia de perfil bajo le había permitido expandir sin resistencia su presencia en África y en el Sudeste Asiático y estaba comenzando sus movimientos para hacer lo mismo en Sudamérica, Europa y Oriente Medio.

A partir aquella fecha, se produjeron unos acontecimientos que incitaron a la RPCh a iniciar una nueva etapa más asertiva en las relaciones internacionales: China superó la crisis financiera con mucha mayor facilidad que las potencias occidentales; las serias diferencias ocurridas entre la OTAN y la Federación Rusa, como consecuencia de la cumbre de Bucarest de 2008, que abría la posibilidad de la incorporación de Ucrania y Georgia en la organización atlántica y la consecuente intervención militar rusa en Georgia aquel año, ofrecieron la oportunidad para reforzar la asociación estratégica chino-rusa; además, el continuo crecimiento de la economía china y la rápida modernización de sus fuerzas armadas —cuyo presupuesto militar era ya el segundo mayor del mundo—, habían facilitado el asombroso ascenso de China.

En sentido contrario, la crisis financiera de 2008, que parecía replantear el capitalismo neoliberal basado en la financiarización de la economía como única solución económica, sumió a los países occidentales en altos niveles de endeudamiento, mientras los estímulos financieros no acababan de surtir los efectos esperados en una situación de ínfimas tasas de interés y parcos crecimientos económicos en las economías avanzadas, aunque, con más éxito en EE. UU. que en Europa11. Cuando esta se superó quedaron graves cicatrices sociales con mayores diferencias de riqueza, la sociedad polarizada y la pérdida de confianza en el sistema político y sus instituciones, dejando el terreno abonado para los populismos y la irrupción del fenómeno Trump.

En 2014 la crisis de Crimea y Ucrania produjo la ruptura definitiva entre Moscú y la OTAN con importantes sanciones económicas, tecnológicas y contra el entorno de Putin por parte de EE. UU y la UE. Pekín ha sido la gran beneficiada. El estrechamiento de la asociación estratégica chino-rusa obliga a Washington a dividir su atención hacia dos teatros estratégicos separados con una lógica geopolítica distinta y frente a dos rivales dispuestos a presentar una sorda batalla, cada uno a su manera. Se puede afirmar que la abrupta ruptura entre el bloque occidental y el Kremlin, viniendo esta precedida del anuncio por parte de Xi Jinping el año anterior de la Nueva Ruta de la Seda (NRS), supuso la puntilla definitiva al orden internacional liberal basado en normas que articulaba las relaciones internacionales desde el final de la Guerra Fría con un claro hegemonismo norteamericano.

La decisión del PCCh de seguir su propio camino, autorreferenciándose en la historia china y no aceptando —como hicieron antes las otras naciones asiáticas más desarrolladas— el dictado occidental, ha modificado el orden global y obliga a revisar las premisas desde las que se analizan las relaciones internacionales. El paradigma del universalismo de los valores occidentales ya no resulta eficaz porque no lo reconoce la que, con gran probabilidad, llegará a ser pronto la primera potencia mundial.

El futuro es siempre incierto, pero la hipótesis de que la economía china llegue a superar a la de EE. UU. gana fuerza porque le dobla con margen en ritmo de crecimiento, lo que en caso de sostenerse permitiría el sorpasso en solo una década (figura 1).

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Aunque hay voces autorizadas que ponen de relieve las vulnerabilidades que presenta la economía del gigante asiático12, en las últimas décadas las previsiones que parecían más verosímiles han quedado siempre cortas en relación a los logros y las pretensiones de Pekín. Tanto en la crisis financiera de 2008 como en la de la COVID-19 la RPCh ha dado un salto para acercarse a su rival norteamericano. Se ha podido comprobar cómo la economía china no se acomoda a los esquemas y a la lógica que rigen la dinámica económica convencional. Con todo ello, también cabe considerar que efectivamente China esta vez se enfrente a serios obstáculos económicos, lo que en principio retrasaría más que detener su ascenso. La hipótesis de que esto ocurra en uno u otro plazo de tiempo es además la más peligrosa, lo que refuerza su relevancia desde el punto de vista estratégico.

Según Rafael Doménech, el escenario más probable es que, «a pesar de la crisis demográfica china a lo largo del siglo XXI, en las próximas décadas su PIB superará al estadounidense entre un 50 % y un 75 %. Aunque en las últimas décadas EE. UU. ha mantenido su supremacía en la economía global, se ha producido una reducción de su ventaja relativa respecto a otras potencias en términos de capital humano, de inversión en actividades de I+D+i, o de automatización, robotización e inteligencia artificial, lo que ha reducido significativamente el crecimiento potencial de EE. UU. En el caso de China ocurre todo lo contrario, salvo que el proceso de convergencia se detenga abruptamente sin que esta sobrepase el 40 % de la renta per cápita de EE. UU.»13.

Las tendencias apuntan pues a una verdadera revolución heraclitiana en la que en el plazo de un par de décadas: el gigante asiático se habrá convertido en el Estado más poderoso; el centro de gravedad del mundo se habrá desplazado de Occidente a Asia, dando lugar a una configuración completamente distinta del orden mundial, y la Cuarta Revolución Industrial habrá transformado por sí sola muchos aspectos de las relaciones de todo orden14.

Mientras tanto, el orden internacional se irá configurando por Estados que siguen caminos divergentes. Esto no significa un futuro inevitable de enfrentamientos entre civilizaciones, pero sí significa que las instituciones mundiales tendrán que dar cabida a una gama mucho más amplia de opiniones y valores que en el pasado15. Martin Jacques considera que, no obstante, Occidente está ignorando gravemente el elemento civilizacional en la interpretación del mundo en transformación, como si este fuera un fenómeno del pasado sin relevancia en la actualidad16.

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El PCCh, tras un primer grave traspié, utiliza ahora sus éxitos en la superación de la pandemia para reafirmar su propio modelo autoritario y poner de relieve las deficiencias y la decadencia de las potencias occidentales. Washington no solo no ha logrado liderar la respuesta mundial a la pandemia, como hizo con el ébola, sino que ha fracasado dentro de sus propias fronteras. Muchas naciones europeas están también entre los Estados que peor han gestionado la crisis, debilitando su prestigio y la confianza de los ciudadanos. Las naciones más avanzadas de Asia, incluida China, están teniendo índices de mortalidad treinta o cuarenta veces menores que las de Occidente (figura 2).

La pandemia de COVID-19 ha acelerado la atomización de la sociedad internacional, el debilitamiento de las instituciones internacionales y de la gobernanza internacional fundamentada en normas, así como el paso del multilateralismo a un unilateralismo competitivo.

Cuando tanto el cambio climático como la pandemia requerirían una colaboración estrecha, en 2020 el mundo se ha enfrentado a la mayor brecha de cooperación desde la Segunda Guerra Mundial, las relaciones ruso-occidentales se encuentran en el peor momento desde principios de la década de 1980, las chino-norteamericanas son también las peores desde finales de la década de 1960, las chino-indias han conocido la mayor violencia desde 1975, las relaciones transatlánticas conocen la mayor incertidumbre desde finales de la década de 1940, el multilateralismo ha sido atacado no solo por las potencias emergentes, sino por el mismo EE. UU., y el sistema de control nuclear ruso- estadounidense prácticamente ha dejado de existir17.

«La nueva administración se enfrenta a la prueba de política exterior más difícil que ha experimentado EE. UU. desde los primeros años de la Guerra Fría. Esta situación se deriva no solo de desafíos específicos, sino también de un creciente desequilibrio entre las cuatro variables clásicas de la gran estrategia: fines, modos, medios y el panorama de seguridad. La brecha entre las ambiciones de EE. UU. y la capacidad para cumplirlas generará riesgos estratégicos cada vez más inaceptables»18.


La atención estratégica se dirige a Asia

Como afirma Parag Khanna, el futuro es de Asia19. El mapamundi ha girado 180 grados para situar la orilla occidental del océano Pacífico y no la vertical de Europa en su centro. Asia, con más de la mitad de la población mundial, es la región que más crece y durante esta década su economía llegará a superar a todas las demás juntas20. Como ya se expuso en el Panorama Estratégico 202021, después de cinco siglos de liderazgo y progresivo dominio occidental, el centro de gravedad del mundo se vuelve a situar en el continente asiático. Esto supone un cambio geopolítico de naturaleza revolucionaria porque el mundo que conocemos se ha modernizado y globalizado siguiendo patrones occidentales. En adelante, ya no será necesariamente así.

A finales del siglo XIX, una nación asiática, Japón, entró en el club de las naciones industriales más desarrolladas. En la Segunda Guerra Mundial EE. UU. la borró del mapa, pero pronto volvió a resurgir de la mano de Washington pues la amenaza de las potencias comunistas así lo exigía. De ese modo, entre los años 50 y 70 del siglo XX Japón protagonizó la primera ola de desarrollo económico asiático, superó a Alemania y se posicionó como la segunda economía del mundo. En los años 70 y 80, inspirados por el ejemplo de Japón, fue la hora de los tigres asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur). En las dos últimas décadas del siglo pasado China dio el gran salto. Los países ya desarrollados en las dos olas anteriores lo facilitaron enormemente gracias a su enorme impulso inversor. Ahora, desde principios de este siglo, los Estados del sur y sudeste asiáticos, con sus 2500 millones de habitantes —un tercio de los habitantes del planeta, la población más joven del continente y países con un crecimiento económico muy alto— están inmersos en la cuarta ola de desarrollo.

Las dos primeras olas tuvieron un impacto menor en la economía global porque la población de todas aquellas naciones juntas equivalía a dos tercios de la de EE. UU., sin embargo, la tercera —la de China, con más de un sexto de la población mundial— impulsó el crecimiento económico global y estrechó la interdependencia de un mundo globalizado.

La cuarta ola de desarrollo económico de Asia puede llegar a tener un impacto aun mayor que la anterior. El gran proyecto chino de la NRS está movilizando allí unos recursos de toda índole sin precedentes y tejiendo una red de conectividad extraordinariamente dinamizadora. Para la Cuarta Revolución Industrial, el subcontinente indio cuenta con la ventaja de la excelencia de su población en los ámbitos matemático e informático. Además, las naciones más avanzadas de Asia ya dominan muchos de sus vectores clave de la transformación tecnológica del mundo, ofreciendo a los países menos desarrollados del continente modelos de imitación y éxito, a modo de una gran ósmosis asiática que con la regionalización de la nueva globalización se ve aún más favorecida.

La combinación de este crecimiento económico, con la estabilidad geopolítica y el pragmatismo tecnocrático característico de los Gobiernos asiáticos ha dado lugar a una nueva ambición propiamente asiática en relación con el orden global. Por otra parte, sus mejores resultados en la lucha contra el coronavirus han contribuido a reforzar la confianza de las naciones asiáticas en sus propias referencias y ya no se conforman con ser buenas réplicas de las que fueron sus metrópolis coloniales ni con permanecer para siempre bajo la tutela de estas.

Tal como nos enseña la historia, el final de la era occidental impulsará inevitablemente también un cambio del ethos ideológico-normativo que lo inspira y articula.

El universalismo occidental tendrá que coexistir con otras cosmovisiones con una raíz civilizacional distinta. Además, «dado que el sistema internacional existente fue creado por consenso de las potencias del Atlántico Norte y dado que el mundo ha cambiado sustancialmente desde el final de la Segunda Guerra Mundial y particularmente después del final de la Guerra Fría, el resto del mundo reclama ahora su participación en la configuración de las normas, regulaciones y estándares globales»22.

No obstante, el papel de la potencia norteamericana seguirá siendo determinante en el continente asiático porque por algún tiempo seguirá siendo el Estado con la fuerza militar más potente desplegada en el espacio Indo-Pacífico y es esencial en el sistema de equilibrios regionales. Sin su presencia militar, Japón y Corea del Sur se verían obligados a contemplar el desarrollo del arma nuclear. A pesar de ello, la mayoría de los Estados asiáticos no quiere que EE. UU. le arrastre a su enfrentamiento con China. Lee Hsien Loong, primer ministro de Singapur, lo expresaba de la siguiente manera: «La problemática relación entre EE. UU. y China plantea profundas preguntas sobre el futuro de Asia y la forma del orden internacional emergente. Los países del sudeste asiático están especialmente preocupados, ya que viven en la intersección de los intereses de varias potencias importantes y deben evitar ser atrapados en el medio o forzados a tomar decisiones odiosas»23.

De momento, la creación de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés) en noviembre de 2020 —en el impás de la toma de posesión del nuevo presidente— representa una gran victoria para China y una señal clara de que las potencias regionales prefieren disociar las consideraciones estratégicas de las económicas. Quince países de Asia y Oceanía, entre ellos Japón, Corea del Sur y Australia —la India de momento no—, han acordado formar la mayor asociación comercial del mundo que excluye a la gran potencia norteamericana y abarcará 2100 millones de consumidores y el 30 % del PIB mundial.


El mundo visto desde China

El peso de la historia

En su famoso libro Diplomacia Kissinger ya contaba la importancia que el pasado tiene para los chinos y como este configura en gran medida su visión geopolítica24. Uno de los acontecimientos que más determina la actual visión china es la dolorosa experiencia de las guerras del Opio (1839-42 y 1856-60) y de los consiguientes cien años de humillación. China, el orgulloso Reino del Centro, pasó a la más recóndita y empobrecida periferia. La RPCh siempre ha mantenido el firme objetivo de dotarse de la capacidad para impedir que una o varias potencias extranjeras puedan volver a dictar su futuro. No obstante, para conseguirlo el gigante asiático necesitaba primero desarrollarse económicamente. La estrategia de los 24 caracteres de Deng Xiaoping25 llevaba implícita la consigna de esperar a que las circunstancias lo permitieran para pasar a una más ambiciosa como la que conocemos en la actualidad, aunque probablemente Deng la habría desarrollado con más tacto y prudencia. En el seno del PCCh hay voces que cuestionan si China no ha mostrado sus intenciones demasiado pronto, lo que permite a EE. UU. orquestar una respuesta siendo todavía muy poderoso.

El proceso cíclico de prosperidad (unidad), decadencia y desgracia (división) que caracteriza a la milenaria historia china podría decirse es el ADN de su civilización. La frase inicial de la novela histórica del siglo XIV Los tres reinos, que todo chino conoce, lo expresa con gran fuerza: «Aquí comienza nuestra historia, el imperio dividido durante mucho tiempo debe unirse, unido durante mucho tiempo se divide; así ha sido siempre»26.

Después de haber dejado atrás el siglo de humillaciones y haber necesitado un tiempo para desarrollar sus capacidades, la gran potencia asiática se ve a sí misma al inicio de un periodo de progreso, recuperando —en palabras de Xi Jinping— «el gran sueño chino».

Los periodos de unidad y progreso han venido tradicionalmente de la mano de las sucesivas dinastías que nacían de la lucha contra las fuerzas centrífugas e instauraban un periodo de paz y prosperidad. Hoy en día, el PCCh se interpreta a sí mismo como una reencarnación de las dinastías, cumpliendo la misma función histórica.


La ideología

Desde el XIX Congreso del PCCh, celebrado en octubre de 2017, la ideología marxista- leninista ha recuperado una preeminencia que no se recuerda desde la reforma de Deng Xiaoping en 1978. El pragmatismo de Deng pasó su primer examen con motivo de las revueltas de Tiananmén, en 1989, que obligaron al PCCh a tomar medidas defensivas, temeroso de un proceso de disolución del poder central como el que estaba viviendo la Unión Soviética. El partido acudió al nacionalismo —un concepto ajeno a la tradición china— como instrumento para aglutinar a la sociedad frente a la amenaza exterior y se revisó y reforzó el papel de la ideología.
Jaing Zemin tuvo la habilidad de promover la distensión con Occidente y devolver a China hacia la senda aperturista de enfoque pragmático, con el gran éxito de que China fuera admitida en 2001 en la Organización Mundial del Comercio. A partir del segundo mandato de Hu Jintao y, sobre todo, con el ascenso de Xi Jinping al poder en 2012, la ideología ha vuelto con fuerza y se han redoblado los esfuerzos para promover el estudio del marxismo en escuelas y universidades27 en una fusión de nacionalismo e ideología.

En el nuevo contexto de rivalidad internacional, el PCCh teme que las ideas y los valores occidentales puedan socavar el sistema político de China y dar alas a los movimientos secesionistas de los territorios periféricos, particularmente el Tíbet y Sinkiang. El liderazgo chino es plenamente consciente del poder blando de los ideales democráticos, por lo que los valores occidentales fueron formulados como una de las amenazas no tradicionales contra la seguridad nacional junto con el terrorismo, el separatismo y la sedición. El enorme esfuerzo dedicado por la RPCh al desarrollo de tecnologías para el control de la población es una prueba irrefutable tanto de la prioridad que da a impedir la penetración en China del sistema de valores occidental, como de la amenaza que representa.

El nuevo diseño ideológico, que se podría designar como «confucianismo-leninismo»28, combina viejas consignas comunistas con el pensamiento confuciano. Este último ofrece su concepción jerárquica de la sociedad, la docilidad del ciudadano con respecto al poder y la necesidad de una característica específicamente china que diferencie a la ideología china de los valores occidentales. El leninismo refuerza la unidad del Partido y el control del PCCh sobre la sociedad sin necesidad de reinterpretaciones. Sin embargo, del marxismo —que sigue siendo un referente del partido por razones de legitimidad— la nueva ideología únicamente toma conceptos e interpretaciones parciales, muy alejados del sentido omnicomprensivo de la cosmovisión marxista.

El modelo económico de planificación centralizada y rechazo de la iniciativa y la propiedad privadas, ha sido desechado y sustituido por un socialismo al estilo chino basado en el libre mercado pero con un poderoso control estatal que establece las prioridades y la asignación de recursos y se reserva la capacidad para limitar la libertad cuando razones de índole estratégica así lo aconsejan. La iniciativa y la propiedad privadas y los mecanismos de mercado son considerados esenciales para liberar las fuerzas productivas y dinamizar la economía.

Xi Jinping se ha convertido en el líder del partido que más cargos ostenta desde Mao Zedong. Además, en 2018 se eliminó la norma que limitaba a un máximo de diez años la permanencia en el cargo. Los tiempos de confrontación que se avecinan, requieren un liderazgo más fuerte y unitario. El pueblo lo visualiza como una mezcla del Gran Timonel y de antiguo emperador, como el elegido para la nueva era que pondrá fin a los siglos de decadencia de una China en que ya no se ve como una utopía el que pueda llegar a convertirse en la primera potencia mundial. Hay una frase que lo resume muy bien: «Mao hizo que China se levantara, Deng Xiaoping hizo ricos a los chinos y Xi les hará fuertes»29.

La tradición estratégica

La civilización china es una de las más antiguas del mundo, un conjunto estructurado de principios, valores y creencias muy diferente y mucho más estricto que determina otra interpretación de la realidad. Sus referencias espirituales están basadas principalmente en el animismo y la influencia de los espíritus en su forma de vida30. A través de la experiencia histórica y de las enseñanzas de los grandes maestros, Confucio, Lao Tzu y Sun Zu, el Dragón Rojo ha desarrollado un modo particular de abordar las cuestiones estratégicas. Mientras que la tradición estratégica occidental se asimila bastante bien al ajedrez, donde se maniobra para abrir una brecha y alcanzar el corazón del contrario, en China se siente mayor preferencia por el juego del Go, que se originó allí hace más de 4000 años, y que consiste en irse posicionando paso a paso en el tablero, buscando rodear al contrario, para terminar dominando el máximo de espacio31.

La paciencia estratégica y la aversión a la acción directa —tan propia esta última de la tradición occidental— hacen que China articule su designio estratégico en el largo plazo y prefiera el enfoque económico al militar. China sigue concibiendo el mundo como un sistema de círculos concéntricos en que la naturaleza e intensidad de la relación con otras regiones del mundo depende de la cercanía de dicha región a su centro de poder. Los objetivos estratégicos se han de conseguir desde los anillos más cercanos hacia los más alejados sobre la base de la consolidación del espacio anterior y el principio de no abrir demasiados frentes a la vez32.

En las relaciones con otras potencias se valora mucho el prestigio y la reputación, tanto propios como del socio o rival, siendo las formalidades que determinan el rango un tema fundamental33. En China se tiene una concepción jerárquica de las relaciones internacionales, con ella misma en la cúspide de la pirámide. En el tradicional sistema tributario chino, la ceremonia del kowtow o de postración ante el emperador tenía por objeto el reconocimiento formal de dicha jerarquía en la que China era la forma más avanzada de civilización humana y el emperador —hijo del cielo y máximo representante 

de la dinastía celestial— era reconocido como la máxima expresión de autoridad y dignidad en la tierra.
La RPCh cuenta con la ventaja de que el PCCh dispone de todos los recursos y capacidades de la sociedad para la ejecución de sus propósitos. La libertad individual puede ser sacrificada en cualquier momento y circunstancia para alcanzar los grandes objetivos de la nación china. De igual manera, China es una nación mucho más resiliente que las occidentales y asume con mucha menor resistencia los sacrificios que se le imponen, a lo que también contribuye su ferviente nacionalismo.

Los retos geopolíticos

El liderazgo chino se ha marcado el año 2050 —coincidiendo con el centenario (2049) de la fundación de la RPCh— para alcanzar su objetivo de Rejuvenecimiento Nacional, que no es otra cosa que el enriquecimiento de la nación y la recuperación de la centralidad perdida. Para llegar a ser la primera potencia mundial, China, consciente de que todavía le separa bastante de las capacidades, tecnológicas y, sobre todo, militares que posee EE. UU., ha desarrollado una estrategia paso a paso con el énfasis puesto en el largo plazo y el liderazgo en innovación como la clave de bóveda. La espada de Damocles es el declinar demográfico y el consiguiente envejecimiento de la población. Esta alcanzará su máximo en 2028, no obstante, la población en edad laboral ya empezó a decrecer en 2014 y se reducirá en 100 millones entre 2015 y 204034. Frente a ella, EE. UU., la nación desarrollada con unas perspectivas demográficas más equilibradas, podría reducir a finales de este siglo de un cuarto a un tercio la relación poblacional entre ambas potencias. No obstante, aunque China se convirtiera en la primera potencia económica del mundo, no parece probable que pudiera llegar a tener un papel hegemónico como el que ha disfrutado EE. UU.

A la RPCh no le interesa un orden mundial fracturado, una potencia comercial como ella necesita una economía global dinámica, y procurará abrirse camino con el mínimo de fricciones. En Pekín la guerra comercial fue una sorpresa desagradable. El PCCh asume que los días de crecimiento de dos dígitos impulsado por las exportaciones han llegado a su fin y se propone avanzar hacia una economía basada en la demanda interna. Xi Jinping dejó claro en su discurso de 2018 en Davos que China seguía comprometida con un sistema comercial globalizado. En 2019 las exportaciones todavía representaron el 18,4 % del PIB chino35.

El designio geopolítico chino viene determinado por las barreras naturales que dificultan su comunicación con el exterior, al estar rodeada de desiertos, cordilleras, selvas montañosas y cadenas de islas que se interponen entre China y las principales rutas comerciales. Para superarlos ha diseñado la NRS, que le permite tanto el acceso a los recursos naturales que necesita como el encaminamiento de sus exportaciones. Al mismo tiempo, ha servido para dar salida al exceso de capacidad industrial y de liquidez financiera, y para reorientar su modelo productivo hacia la innovación y la alta tecnología. Gracias al tamaño de su economía, Pekín confía en crear, a través de las nuevas instituciones y de las redes de interconexión, una relación de interdependencia con los países participantes que conduzca a un nuevo modelo de integración regional y de gobernanza global36.

Dos regiones alcanzan un especial valor estratégico al ser los grandes nódulos de distribución de la NRS (figura 3): el mar Meridional de China (1) y Asia Central (2). En esta última región especialmente inestable y de corrupción rampante, la asociación estratégica chino-rusa ha impedido que dicho espacio se convierta en motivo de fricción.

Sin embargo, para acceder a los océanos Pacífico e Índico el comercio chino tiene que encaminarse por el mar Meridional de China y atravesar los fácilmente bloqueables estrechos —particularmente el de Malaca (3)— que sirven de puertas de entrada. La RPCh está empeñada en empujar a la fuerza naval y aérea de EE. UU. lejos del Pacífico Occidental (mares Meridional y Oriental de China), mientras que el ejército de EE. UU. está decidido a quedarse. El gigante asiático ve el mar Meridional de China como los estrategas americanos vieron el Caribe en los siglos XIX y principios del XX: la principal extensión marítima de su masa terrestre continental, cuyo control le permite dirigir su flota naval hacia el Pacífico y el Índico37. Este complejo juego, que ha convertido el Sudeste Asiático en el principal teatro geoestratégico mundial, se ve condimentado con la delimitación de espacios marítimos para la explotación de los ricos recursos naturales que la región atesora. Según Josep Piqué, la geopolítica china se puede entender también como la versión china de la doctrina Monroe38. El caso de Taiwán tiene un doble significado geopolítico y de identidad nacional. Dicha isla domina los accesos entre los mares Meridional y Oriental de China y entre estos y el Pacífico (4). Su reunificación con China —objetivo irrenunciable del PCCh, solo sujeto a concesiones en el tiempo— es el último capítulo que cerraría las afrentas extranjeras del siglo de las humillaciones.

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Las ambiciones chinas chocan además con las de los otros Estados que allí se avecinan. A pesar del deterioro del entorno de seguridad regional, la mayoría de los Gobiernos del Sudeste Asiático siguen centrándose principalmente en la gestión de los asuntos internos y procuran zafarse de las disputas de los gigantes. Indonesia con su crecimiento económico y demográfico y la posesión de buena parte de los estrechos es el gran objeto de deseo geopolítico de la región. El Gobierno del presidente Widodo —más conocido como Jokowi— da prioridad a las consideraciones económicas, especialmente la importancia de la inversión china en un programa nacional de infraestructura39, lo que de momento favorece las pretensiones de Pekín.

La RPCh no ha desaprovechado el año de la pandemia para afirmar su primacía estratégica en los mares contiguos. Hundió un barco pesquero vietnamita, hizo incursiones en las zonas económicas exclusivas de Indonesia y Malasia y hostigó a Japón en las aguas territoriales de las islas Senkaku/Diaoyu (administrado por Tokio, pero reclamado por Pekín). También intensificó sus intentos de intimidar a Taiwán, cuyo presidente, Tsai Ing-wen, si bien no ha llegado a favorecer la independencia de iure, afirma firmemente la condición cuasi nacional de la isla con el apoyo del presidente de EE. UU. que, en marzo de 2020, promulgó la Ley de Iniciativa de Protección y Mejora Internacional de los Aliados de Taiwán. En numerosas ocasiones aviones de combate chinos volaron cerca o dentro de la Zona de Identificación de la Defensa Aérea de Taiwán40.

Irán, país rico en recursos naturales y donde convergen los ramales terrestre y marítimo de la NRS (5), es un actor muy importante del entramado chino. Progresivamente Pekín irá incomodando a Washington al respaldar a un actor con el que EE. UU. mantiene una difícil relación.

Dos ramales de la NRS, por Pakistán (6) y Birmania (7), que conectan el interior de China con el Índico, así como los puertos que el gigante asiático está construyendo en dicho océano, proyectan la sombra de China hacia el sur, incomodando seriamente a la India, que se ve rodeada por una presencia cada vez mayor de su poderoso vecino del norte. Esto ha acercado a Nueva Delhi y Washington en la dimensión estratégica, aunque en la económica siga manteniendo de momento un estrecho vínculo con Pekín.
Los Estados insulares del Pacífico están ganando relevancia en la geopolítica de Pekín, que está estrechando las relaciones diplomáticas, comerciales, pesqueras y de ayuda al desarrollo con la región. Esto preocupa en EE. UU. y Australia por si la RPCh terminara estableciendo allí una base militar41.

China es refractaria a toda injerencia en sus asuntos internos, particularmente las políticas de DD. HH., consideradas una amenaza para la integridad territorial y la estabilidad y legitimidad del sistema de poder establecido. Tres territorios, el Tíbet, Sinkiang y Hong Kong, preocupan a la comunidad internacional por la creciente represión contra la población que se ejerce en ellos y la implantación en los dos primeros de ciudadanos de etnia han que tiene por objetivo modificar los equilibrios étnicos y debilitar con ello la fuerza del secesionismo regional. El Tíbet y Sinkiang tienen un gran valor geopolítico para Pekín por razones tanto de recursos naturales como de profundidad estratégica. El agua del Tíbet es además un bien, amenazado por el cambio climático, esencial tanto para China como para los países por los que discurren los grandes ríos que encuentran allí sus fuentes. Sinkiang, donde en los últimos años la represión contra la población uigur se ha disparado, recluyendo en campos de trabajo a cerca de un millón de personas de dicha etnia, ha adquirido un valor geopolítico suplementario al atravesar dicho territorio el principal ramal terrestre de la NRS (8). En 2020 EE. UU. aprobó el Acta de Política de DD. HH. de los uigures e impuso sanciones a personas y entidades que consideraba habían violado los DD. HH. de aquellos.

China ha intensificado sus esfuerzos para afirmar el dominio sobre Hong Kong, donde desde junio de 2019 se han producido protestas a gran escala contra el endurecimiento del control político y jurisdiccional de Pekín. Ese año, EE. UU. aprobó la Ley de DD. HH. y Democracia de Hong Kong, que requiere que el Gobierno estadounidense certifique anualmente que dicho territorio conserva un alto grado de autonomía y en junio de 2020 Trump anunció que cesaría las exportaciones de defensa a Hong Kong, restringiría las transferencias de tecnologías de doble uso sensibles, como lo hace con China, e impondría restricciones de visado para funcionarios del PCCh.

En contradicción con el principio de «un solo país, dos sistemas», ese mismo mes, el Comité Permanente del Congreso Popular Nacional de China promulgó una ley de seguridad nacional para Hong Kong que pretende prevenir la interferencia extranjera, criminaliza los actos que amenazan la seguridad nacional, como la subversión y la secesión, y permite a organizaciones de seguridad chinas establecerse en Hong Kong. El PCCh mide mucho sus pasos en dicho territorio por la repercusión que estos puedan tener de cara a la resolución del asunto taiwanés.

Los aliados de EE. UU.: Japón, Corea del Sur y Australia

La disputa por los mares de China y el Sudeste Asiático afecta también a Japón, Corea del Sur, Australia y, de manera creciente, a la India. Nueva Delhi y Washington han firmado acuerdos de colaboración militar, que se unen a los ya existentes entre India y Japón, con maniobras militares conjuntas en el Índico. La iniciativa japonesa de Free and Open Indo-Pacific (FOIP) pretende articular una respuesta coordinada entre dichas potencias con una puesta en común de los valores compartidos entre ellas: promoción del Estado de derecho, la libertad de navegación y el libre comercio. La RPCh lo ve, no sin razón, como un claro intento de crear un cordón sanitario que facilite la contención de su expansionismo en toda la región42.

En 2020, Australia y Japón han continuado desarrollando políticas regionales dirigidas a oponerse a las presiones chinas. En septiembre de 2019, por primera vez el Libro Blanco de Defensa de Tokio identificó a China y no a Corea del Norte como la amenaza militar más grave para Japón, argumentando que la infraestructura construida a través de la NRS china podría ser utilizada para promover las actividades de las Fuerzas Armadas chinas en los océanos Índico y Pacífico. La Estrategia de Defensa de Australia de 2020 afirma que su entorno estratégico se ha deteriorado más rápidamente de lo previsto y establece planes para modificar la postura de defensa nacional en favor del desarrollo de una disuasión militar más poderosa y autosuficiente43.

Corea del Sur, el otro gran aliado de EE. UU. en la región, siguió centrándose en el desafío inmediato de Corea del Norte, que en mayo de 2019 reanudó las pruebas de misiles balísticos después de una pausa de casi dieciocho meses y ha continuado su desarrollo del arma nuclear. La diplomacia del diálogo intercoreano colapsó definitivamente después de que en junio de 2020 Pionyang demoliera con explosivos la oficina de enlace intercoreana en Kaesong, en su lado de la frontera.

En un momento en que se necesita una estrecha coordinación con respecto a Corea del Norte de políticas entre Seúl y Tokio, sus relaciones siguen heladas a pesar de los esfuerzos norteamericanos y las conversaciones coreano-niponas mantenidas en febrero de 202044.

En septiembre de 2020, el forzado final —por razones de salud— del mandato de Shinzo Abe después de veinte años como primer ministro y su sustitución por Yoshihide Suga, aunque representa continuidad, introduce un elemento de incertidumbre en un momento clave para la definición de la nueva política exterior norteamericana para Asia.

India, la potencia emergente

A la India le ha llegado su hora, es la tercera economía del mundo por PIB PPA y al final de esta década se convertirá en la nación más poblada del mundo. Desde la llegada del primer ministro Narendra Modi al poder en 2014, Nueva Delhi ha ganado en ambición geopolítica, ha modificado su tradicional posición de no alineamiento y aspira a ser reconocida como una potencia global.
Tras su reelección en 2019, Modi ha dado un giro nacionalista-hindú a su acción política que ha generado tensiones internas e internacionales. En agosto de 2019 el Gobierno de la India anunció la controvertida decisión de poner fin al estatuto constitucional de la provincia india de Jammu y Cachemira, que había estado en vigor durante casi setenta años. Además de las revueltas internas, esto produjo serias diferencias con Pakistán.

En otra decisión polémica, en diciembre de 2019, la India aprobó la Ley de Ciudadanía, que enmendó la de 1955 para acelerar la concesión de la ciudadanía a las minorías religiosas procedentes del Afganistán, Bangladés y Pakistán que habían entrado en la India antes de 2015. Esta suscitó fuertes críticas porque la religión nunca había sido utilizada en la legislación india como criterio de ciudadanía y porque, como sus disposiciones no se extendían a los musulmanes, suponía una grave discriminación hacia ellos45.
Aunque Modi y el presidente chino Xi celebraron su segunda cumbre informal en Chennai (India), en octubre de 2019, las tensiones estallaron en mayo y junio de 2020 a lo largo de la línea de control en el territorio de Aksai Chin que China domina y la India reclama como parte de la provincia de Ladakh. El 15 de junio un violento enfrentamiento en el valle de Galwan provocó la muerte de veinte soldados indios y un número desconocido de chinos, el primer incidente militar con bajas en 45 años.

El enfrentamiento fronterizo, aunque tuvo como desencadenante la construcción por parte de la India de una carretera que facilita el traslado de tropas a la zona en disputa, responde al reajuste de las relaciones de poder donde la India ya no quiere seguir jugando el papel de hermano menor y China desea que se sepa que está dispuesta a establecer las reglas y que le desagrada el acercamiento entre Nueva Delhi y Washington.

Las tensiones chino-indias, el recurrente conflicto de Cachemira, la estrecha alianza chino-pakistaní, la agresiva actitud convencional de la India y Pakistán tras el incidente de Pulwama (febrero de 2019) y la naturaleza asimétrica de sus doctrinas nucleares dibujan un panorama cargado de riesgos al alza46.


EE. UU. defiende su hegemonía

Desde el periodo de entreguerras, EE. UU. ostenta la primacía del poder mundial. En Washington se ve con preocupación cómo China se abre paso con el potencial de desplazar a la gran potencia norteamericana de su posición de privilegio. El miedo y la inseguridad que esto inspira, según el símil de la trampa de Tucídides que Graham Allison ha popularizado47, hace que la tensión entre la potencia emergente y la establecida crezca y el peligro de un choque serio no sea desdeñable. Washington cuenta todavía con ventaja. Expertos norteamericanos consideran que en un enfrentamiento militar EE. UU. tendría ahora un 80 % de probabilidades de prevalecer, pero en una década esta ventaja podría reducirse a cerca de un 50 %48. La presión del tiempo está generado un cierto estado de ansiedad y alarma.

Autores como Christopher Layne y Margaret MacMillan alertan en Foreign Affairs del peligroso paralelismo que existe entre nuestro tiempo y la crisis de entreguerras donde se combinaron la creciente rivalidad entre potencias (entonces los imperios británico y alemán) y la Gran Depresión que terminó desencadenando la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad, EE. UU. y China están en un curso de colisión alimentado por la dinámica de una transición de poder y su competición por el estatus y el prestigio y, sin un cambio de dirección, la guerra entre ellos en las próximas décadas no solo es posible, sino probable49.

Desde 2017, la política de Washington hacia la RPCh se ha alejado claramente del multilateralismo paciente y la integración hacia el unilateralismo impaciente y el desacoplamiento50. El presidente Trump apostó por la confrontación comercial, utilizando un estilo ofensivo para la mentalidad china que dio argumentos al nacionalismo chino y su manido siglo de las humillaciones. De momento, la intensa rivalidad ha desembocado en lo que se ha dado en denominar el capitalismo estratégico y el intento de reducir la profunda interdependencia que la globalización ha favorecido, buscando un desacoplamiento de las cadenas de valor tanto desde el punto de vista económico como tecnológico. La pandemia ha contribuido a poner aún más de relieve las vulnerabilidades de una excesiva interdependencia.

La división filosófico-ideológica entre los sistemas estadounidense y chino se está volviendo tan grande como la brecha entre la democracia estadounidense y el comunismo soviético, algo que además la tecnología tiende a acentuar porque ambos países habitan el mismo ecosistema digital y el PCCh sabe cuán estrechamente su estrategia está en sintonía con los sentimientos de las masas chinas. Esta potencial nueva guerra fría es más susceptible que la anterior a pasiones irracionales alimentadas por perturbaciones económicas. La fusión de tensiones militares, comerciales, económicas e ideológicas, combinadas con la desestabilización provocada por la era digital —con el colapso de la distancia física— ha creado un círculo vicioso en las relaciones chino-norteamericanas51.

El cambio de presidencia en los EE. UU. supone primero un impás y a continuación una oportunidad para revisar el gran designio estratégico. No obstante, la larvada guerra económico-tecnológica en curso condiciona el enfoque que Biden quiera dar a las relaciones con Pekín. La decisión de fondo es escoger entre una estrategia que se oponga a la trasformación del orden internacional, especialmente el ascenso de China, o una cuyo objetivo sea posicionarse lo mejor posible frente a una mutación global inevitable.


Guerra económica

Durante demasiado tiempo EE. UU. y sus aliados habían focalizado su estrategia de seguridad en combatir el terrorismo yihadista, lo que distrajo su atención de lo que estaba pasando en el continente asiático. En 2011 el presidente Obama reaccionó con el giro a Asia, cuyo objetivo no disimulado era la contención de China. La Asociación Transpacífica (TPP por sus siglas en inglés) era el componente económico central. Esta creó la mayor zona de libre comercio en la que EE. UU. participaba, representando el 40 % de todo su comercio de mercancías con potencial de expansión a otras economías regionales y reforzando la presencia estadounidense en la región. Sin él, los actores regionales habrían visto el giro con escepticismo, al tratarse de un esfuerzo principalmente militar52.

Al mismo tiempo, ya se estaba produciendo un cierto desacoplamiento económico entre Pekín y Washington, ya que el aumento de los costes y un entorno más restrictivo llevaron a las empresas extranjeras —incluidas las principales empresas de tecnología de EE. UU., como Apple, Dell y Hewlett-Packard— a reubicar algunas manufacturas basadas en China a emplazamientos más baratos53.

En la campaña electoral de 2016, Donald Trump situó tanto al TPP como a Pekín en su punto de mira. Al ganar las elecciones solo tardó tres días en rechazar el TPP, que fue sustituido por un enfoque bilateralista que incomodó a muchos de sus aliados tradicionales en la región. Su Administración dio un giro de timón en las relaciones económicas internacionales, abandonando el modelo económico neoliberal y substituyéndolo por un modelo económico neonacionalista de «Comercio Justo versus Comercio Libre»54. Trump se inspiró en la idea de que el modelo de libre comercio favorecía a China, su rival sistémico, que este había desplazado el empleo a otros lugares del mundo y que muchas naciones abusaban de él acumulando grandes superávits comerciales en relación con EE. UU.

En diciembre de 2017, la Estrategia Nacional de Seguridad de los EE. UU. declaró la rivalidad entre las grandes potencias como su principal preocupación estratégica, señalando a China y a Rusia como poderes revisionistas que quieren configurar un mundo antitético a los valores e intereses de los EE. UU.55. Además del uso de medidas económicas como instrumento de presión geopolítica, en Washington se reprochaba a Pekín los subsidios y el apoyo estatal al programa Made in China 2025, las trabas a las inversiones norteamericanas, la apropiación indebida de propiedad intelectual y la exigencia de transferencia de tecnología para entrar en el mercado chino.

En marzo de 2018 el presidente inició una ofensiva comercial contra China. Inicialmente impuso aranceles al acero (25 %) y al aluminio (10 %), a continuación añadió gravámenes por valor de 50 000 millones de dólares anuales a China, que incrementó posteriormente con 200 000 millones más. En enero de 2019, la tensión subió a un nivel superior a causa de la detención de Meng Wanzhou, máxima responsable de Huawei en EE. UU. e hija del fundador de la empresa, la cual tenía lista la tecnología 5G, muy por delante de otras tecnológicas europeas o americanas. Pekín reaccionó con medidas contra la importación de productos americanos, tomando además el control de algunas empresas en suelo chino. No obstante, terminó haciendo importantes concesiones, lo que permitió que ambos países acordaran la firma de un acuerdo comercial cuya primera fase tomó cuerpo el 13 de diciembre de 201956.

China se comprometió a comprar 200 000 millones de dólares adicionales de productos agrícolas, energía, bienes acabados y servicios estadounidenses durante el periodo 2020-21 y aceptó aplicar protecciones reforzadas para los protocolos de internet estadounidenses y abrir su sector financiero a las empresas de EE. UU. Los aranceles ya impuestos a las importaciones chinas seguían en vigor a la espera de que se cumplieran los términos del acuerdo. No obstante, la inversión china en EE. UU. cayó a casi cero en 2019-20, mientras que las empresas chinas que cotizan allí comenzaron a trasladarse a Hong Kong para evitar tener que someterse a las normas norteamericanas57.

La pandemia de la COVID-19 interrumpió el proceso de negociaciones, introdujo interrogantes sobre su futuro y produjo un profundo bache en la economía mundial, afectando mucho más a la de EE. UU. que a la de la RPCh y acortando los plazos para que la economía china pueda adelantar a la norteamericana. Ahora, el mundo está a la espera de ver como reconduce el nuevo inquilino de la Casa Blanca las líneas maestras de sus relaciones económicas internacionales.

Guerra tecnológica

No obstante la preferencia del enfoque económico por parte de Trump, progresivamente la lucha por la supremacía mundial se ha centrado en la innovación tecnológica, donde reside el último resorte del poder. El prolongado liderazgo estadounidense en el sector tecnológico, que constituía la última garantía de su hegemonía global, está decayendo rápidamente como consecuencia de la innovación y la capacidad de China para penetrar con efectividad en otros mercados. La batalla se está librando por el dominio en el desarrollo, la producción y el acceso a las tecnologías emergentes clave: los semiconductores, la inteligencia artificial y los sistemas de comunicaciones móviles 5G. Las grandes potencias, en estrecha interacción con los sectores privados, se disputan el control del mercado mundial, de las cadenas de suministros y de la oferta de servicios a los ciudadanos, protegiendo sus intereses nacionales. Está en juego la capacidad para reducir la dependencia tecnológica y asegurar la provisión de componentes, productos, sistemas y servicios avanzados que permitan mantener la competitividad y asegurar un grado suficiente de soberanía tecnológica que incremente la resiliencia. Un objetivo estratégico primordial es evitar dependencias unilaterales en tecnologías clasificadas como críticas por su relevancia desde determinadas perspectivas socioeconómicas y de seguridad58.

EE. UU. intenta mantener su posición de liderazgo en las tecnologías de la información y comunicaciones (TIC) mediante el control de la industria de microchips y semiconductores. No obstante, su política de sanciones conlleva riesgos. China posee un mercado interior de mil millones de usuarios de internet y podrá crear con el tiempo sus propios productos. La tecnología china resulta atractiva para los países en desarrollo, que aprecian tanto su bajo coste como sus marcadas cualidades de vigilancia. Si EE. UU. queda excluido del mercado interior chino, las empresas estadounidenses saldrán perdiendo. China ralentizará su progreso, pero EE. UU. reducirá su dominio sobre las TIC y gran parte del mundo se convertirá en el campo de batalla de un gran juego digital para el que Pekín está mejor posicionado gracias a su Ruta de la Seda Digital59.

Las implicaciones de los avances tecnológicos chinos sobre la seguridad y privacidad de los datos preocupan en EE. UU., país que ha hecho grandes esfuerzos para impedir el acceso chino a sus tecnologías y para persuadir a otros Estados —especialmente europeos— que la adopción de tecnología china podría poner en peligro su relación con Washington.

Toda consideración estratégica depende de que se crea o no que China pueda llegar a superar a la gran potencia norteamericana en la carrera por la supremacía económico- tecnológica. Una línea de acción exitosa dirigida a contener el ascenso de China llevaría a una relación tensa, pero Washington podría conservar la iniciativa. En caso de fracaso—un desenlace altamente probable— la revancha de Pekín podría ser desgarradora y todas las partes saldrían perdiendo. Una gran ventaja de la RPCh es que, al desplazarse el centro de gravedad del mundo hacia Asia, le bastaría con imponerse en la región Indo- Pacífico para alcanzar de facto la primacía global.


Necesidad de redefinir una estrategia frente a China

El mandato de Trump ha tensado las relaciones tanto internas como internacionales de la gran nación norteamericana. Los incidentes de naturaleza racista, la desproporcionada y violenta reacción, la política seguida en respuesta a la pandemia, el acalorado proceso electoral y el estrambote final del asalto al Capitolio han contribuido a fracturar aún más a la sociedad estadounidense. Como indica Pedro Rodríguez en un capítulo posterior, el país ha quedado en un estado de descrédito y aturdimiento. No va a ser fácil recuperar la confianza y toda estrategia exterior de calado requiere una sólida base interna. La edad del presidente Biden no juega a su favor. Tampoco favorecen a EE. UU. los bandazos de su democracia, que contrastan con la continuidad y estrategia a largo plazo del régimen autoritario chino.

Podemos suponer que dado el vínculo que le une a Obama, de quien fue vicepresidente, la visión internacional del nuevo presidente será en parte continuista de la de aquel, pero antes de poder diseñar una política exterior coherente e integrar en ella una estrategia frente a China como su vector principal necesitará un tiempo, un cierto impás, para recomponer cuestiones esenciales, fundamentalmente internas. Según Richard Haas, al ocupar el despacho oval, Joe Biden se ha encontrado con un plantel desalentador de temas por abordar. El número de desafíos nacionales e internacionales es aparentemente ilimitado en un mundo que necesita urgentemente ser reparado. Esto consumirá de seis a nueve meses de la política exterior de su Administración, y solo después llegará la oportunidad y, en algunas áreas, la necesidad, de construir. Además de una China asertiva, el panorama global presenta a una Federación Rusa dispuesta a utilizar la fuerza y sus capacidades cibernéticas para promover sus objetivos, una Corea del Norte con crecientes capacidades nucleares y balísticas, un Irán decidido a desarrollar una estrategia imperial en un turbulento Oriente Medio, un cambio climático en ascenso y Gobiernos débiles e ineficientes en la mayor parte del mundo en desarrollo. A ello hay que sumar el debilitamiento de las alianzas y la retirada de muchos acuerdos e instituciones por parte de Trump60.

Aunque hay un gran consenso que afirma que en los asuntos de fondo no se pueden esperar demasiados cambios en relación con las grandes líneas de política exterior de su antecesor, Biden tiene experiencia y gusto por los asuntos internacionales y utilizará su talante conciliador para recomponer las relaciones trasatlánticas y mejorar el tono general de las relaciones de Washington con sus socios y rivales. En el inspirador discurso de su toma de posesión, el nuevo inquilino de la Casa Blanca expresó su deseo de recuperar el liderazgo internacional «con el poder del ejemplo y no con el ejemplo del poder».

Probablemente, haya una moderada recuperación del multilateralismo y un especial énfasis en reforzar las relaciones económicas con el máximo de estados asiáticos para equilibrar el peso económico de Pekín en la región. A pesar de que hay margen de maniobra para buscar mayor reciprocidad económica entre China y EE. UU, la firma del RCEP ha sido un importante obstáculo para la política económica que este quiera promover en la región de Asia-Pacífico. En el Sudeste Asiático y el mar Meridional de China intentará contener las ambiciones chinas con una actitud firme y determinada. El asunto de Taiwán puede ser orillado con tacto, China no tiene prisa al respecto. Más difícil va a ser abordar los temas de DD. HH., donde Pekín es intransigente.

Un asunto delicado serán las sanciones y tarifas arancelarias en vigor aplicadas a los países rivales que Biden no podrá ni querrá suprimir de un plumazo. Sin embargo, en su entorno cercano encontrará economistas y empresarios opuestos a los aranceles comerciales y que ven graves riesgos tanto en el uso del sistema financiero como una herramienta para contener a China como en un excesivo desacoplamiento económico.

Sin duda, la Casa Blanca redoblará el esfuerzo para que EE. UU. mantenga la primacía sobre China en las tecnologías claves del futuro, desde la inteligencia artificial hasta la computación cuántica, con ayudas masivas de inversiones en ciencia básica. Desde Silicon Valley habrá presiones para que el Gobierno sea más selectivo al declarar ciertos productos de alta tecnología y cadenas de suministro como amenazas para la seguridad nacional que deben ser vetados a China61. Washington intentará también alinear al máximo de sus aliados en la batalla tecnológica por imponer sus patrones tecnológicos frente a los de China, pero encontrará mucha resistencia por parte de estos y la ventaja que da a China la red de tentáculos de la NRS y su proximidad geográfica y estrechos lazos económicos con los países asiáticos.

George Friedman pronostica que, a favor de la lógica económica, EE. UU. va a trasferir muchas actividades económicas de China a la India, para reducir su interdependencia con China, reforzar a un rival importante de aquella y anclar aún más a la India en el diálogo de seguridad cuadrilateral con Japón, Australia y EE. UU.62.

El equipo cercano al presidente Biden quiere que la rivalidad entre las superpotencias se vuelva a la vez más ordenada, menos abiertamente ideológica y más desafiante hacia China, haciendo esto compatible con abordar juntos los grandes retos globales como el cambio climático o el orden nuclear. Los demócratas entrantes quieren ver a un EE. UU. más hábil e inteligente que elija los enfrentamientos con China con más cuidado y luego se prepare bien para ganarlos63. Dicho planteamiento no es fácil de ejecutar porque la estrategia es dialéctica y debe incorporar también las reacciones del rival. Existe el peligro de que la relación derive hacia un modelo de guerra fría 2.0 que promueva la creación de un gran bloque de las democracias que se oponga al frente de las potencias autoritarias, que parece ser la opción preferida por el establishment de Washington.

Graham Allison rechaza la idea y defiende que, para evitar que la trampa de Tucídides se consume, el nuevo enfoque estratégico de Washington debería ser suficientemente bueno para EE. UU. —no perfecto desde luego—, centrándose en los intereses básicos de la nación y suficientemente bueno también para China, combinando elementos de la estrategia de Kennedy tras la crisis de los misiles de 1962 (a World safe for diversity) y la que la dinastía Song aplicó hace mil años con el reino de la tribu Liao de nómadas del norte (rival partners). Por una parte, se debe hacer todo lo posible para evitar que la confrontación derive en un desenlace catastrófico —no deseado por ninguna de las partes— aceptando la existencia de otra potencia con una cosmovisión distinta y con la que se debe competir pacíficamente con la intención de mostrar qué modelo es mejor; por otra, se debe desarrollar una relación recíproca en que la rivalidad en unas áreas se compatibilice con la colaboración en otras64.

Un enfoque de coexistencia permitiría abordar los retos globales, cambio climático, desarrollo sostenible, seguridad sanitaria, terrorismo yihadista, crimen organizado, proliferación nuclear…, de los que depende, en cualquier caso, el futuro de todas las naciones y facilitaría también ir adaptando las distintas estrategias a los profundos cambios de un orden mundial en transformación. La clave residiría en la solidez interna de EE. UU. y en el número de centros de poder eficaces —lo que haría deseable una UE más integrada— que compitan con China e impidan que el gigante asiático les imponga su voluntad.

La estrategia norteamericana hacia China sería mucho más fácil con un enfoque pragmático de la relación con la Federación Rusa. La Administración Biden tendría que superar la profunda aversión que en Washington se siente hacia la Rusia de Putin, lo que no parece estar en la agenda del Partido Demócrata. Entran en juego convicciones muy arraigadas y la actitud cada vez más confrontacional del Kremlin. Sin embargo, EE. UU. ya no tiene capacidad —y cada vez tendrá menos— de contener simultáneamente a las dos potencias revisionistas, antes o después tendrá que buscar la distensión con una de ellas. Apostar por que la Federación Rusa caiga por su propio peso es como jugar a la ruleta rusa.

Las perspectivas generales no son halagüeñas para los que proponen un modelo de relación con China inspirado en la Guerra Fría. El Dragón Rojo es más resiliente, dispone de una estrategia de largo plazo con la capacidad de utilizar todos los resortes de la 

sociedad y las tendencias le harán cada vez más fuerte, a diferencia de lo que le ocurrió a la Unión Soviética. Las guerras frías acaban con un ganador y un perdedor. Esta vez el derrotado podría ser EE. UU., cuya población ya no tiene ni la capacidad ni la voluntad de asumir el coste de una confrontación de tal magnitud.

Al finalizar este capítulo (enero de 2021) no sabemos qué línea de acción elegirá Biden: tensa coexistencia o alineamiento de bloques enfrentados, el PCCh contemplará con serenidad los movimientos de la Casa Blanca y actuará en consecuencia. China tiene memoria y cuando las aguas vuelvan a su cauce querrá cobrar las facturas, mayores cuanto más intensa sea la hostilidad hacia ella. Al mundo anglosajón le cuesta aceptar que el gran devenir humano tiene sus ciclos y, aunque los imperios —y EE. UU. lo es en todo menos en nombre— se sienten excepcionales y con derecho a ejercer su dominio, la historia fluye, en este periodo heraclitiano muy especialmente65, y hay muchos indicios que auguran que dentro de un par de décadas nada será ya como este mundo que se quiere preservar a toda costa. Lo importante es que por el camino las tensiones no se conviertan en un voraz incendio que arrase con todo.

No parece que un mundo donde las grandes potencias renuncien a buscar algún tipo de modus vivendi coincida con el interés de España, las naciones más pequeñas pagarían un precio aun mayor que las más poderosas. Lo que parece claro es que se debe apostar por una UE cada vez más integrada, con un buen entendimiento con los EE. UU. y con una masa crítica suficiente para impedir que China le dicte sus propias reglas.


Conclusión

EE. UU. no supo prever las consecuencias que tendría la emergencia de China, ni creyó que esta fuera capaz de alcanzar en tan poco tiempo tan altas cotas de poder y desarrollo. En cualquier caso, se creía que al final el desarrollo económico llevaría a una democratización del gigante asiático, lo que incorporaría al Dragón Rojo al orden internacional liberal de inspiración occidental.
No ha sido así, China se ha posicionado con solidez en el panorama internacional y ha mostrado su nueva ambición de recuperar la centralidad perdida. Ahora Washington ya no dispone de una estrategia para forzar que Pekín se someta a las reglas de juego vigentes.

El presidente Obama intentó retomar la iniciativa con el giro a Asia que tenía como vector fundamental la negociación del TPP. Su sucesor, Donald Trump, cambió de estrategia, desechó la multilateralidad, optó por las relaciones bilaterales y subió el tono de la confrontación con China, dando lugar a una guerra de naturaleza económico- tecnológica.

Mientras China se abría paso, el continente asiático, que reúne a más de la mitad de la población mundial, también ganaba posiciones en la jerarquía global y pronto el centro de gravedad del mundo se habrá desplazado hacia allí. Esto favorece a Pekín, que ha estrechado sus relaciones con todo su vecindario geopolítico y ha lanzado la NRS, ahora también digital, que articula un nuevo modelo de dominio geoeconómico.

2020 con la crisis del coronavirus ha visto cómo se seguían desmoronando muchas de las estructuras que ordenaban la convivencia internacional y cómo las tensiones entre las grandes potencias se han disparado.

El presidente Joe Biden se encuentra ante serios retos internos —la pandemia, el cambio climático, la injusticia racial y un sistema político fracturado— y externos y un asunto central será su estrategia hacia China66. El establishment de Washington se inclina por un modelo inspirado en la Guerra Fría y desea convocar a las democracias del mundo para crear un gran bloque contra las potencias autoritarias. Este designio estratégico no solo es muy peligroso, necesitaría la colaboración incondicional de las democracias asiáticas, las cuales no son partidarias porque serían las principales víctimas del choque entre los colosos.
Por otra parte, China tiene un mejor andamiaje para soportar una sorda guerra de desgaste, cuenta con una sociedad más resiliente, puede utilizar todos los resortes y capacidades del país para la consecución de sus objetivos, domina la paciencia estratégica, tiene una dirección política que da continuidad a la lucha y apelará al nacionalismo para cerrar filas. También parece que el tiempo juegue a su favor y que cada vez su poder relativo se incrementará. Por su parte, Occidente no aguantaría los  sacrificios que una prolongada confrontación exigirían y al final China le haría pagar sin contemplaciones el precio del siglo de las humillaciones.

Una coexistencia tensa y difícil como la que propone Graham Allison no augura un futuro del gusto de las sociedades occidentales y el mundo se fracturaría en actores y regiones con distintos sistemas de valores, pero habría espacio para que las diversas sociedades puedan desarrollarse según sus propias convicciones, los distintos modelos competirían entres sí, se evitaría el riesgo de una grave confrontación y se protegería la capacidad para abordar los grandes retos globales de los que depende el futuro común.

El tiempo dirá. El presidente Biden soporta sobre sus hombros una gran responsabilidad. Una China cautelosa tratará de aliviar las tensiones, pero no se hace ilusiones sobre un restablecimiento completo de las relaciones67 y se mantendrá firme en la persecución de sus objetivos.

Bibliografía

1 O’BRIAN, Robert C. How China Threatens American Democracy. Beijing’s Ideological Agenda Has Gone Global. Foreign Affairs, noviembre/diciembre de 2020.

2 JACQUES, Martin. When China Rules the World: The Rise of the Middle Kingdom and the End of the Western World, Allen Lane, London, 2009.

3 KAPLAN, Robert. «How We Would Fight China». The Atlantic, junio de 2005. Disponible en: https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2005/06/how-we-would-fight-china/303959

4 MITTER, Rana. «The World China Wants. How Power Will-and Won’t-Reshape Chinese Ambitions».
Foreign Affairs, enero/febrero 2021, p. 162.

5 KAPLAN, Robert. «A New Cold War Has Begun», Foreign Policy, 7 de enero de 2019. Disponible en:

6 CHOER MORAES, Henrique, WIGELL, Mikael. The Emergence of Strategic Capitalism. Geoeconomics, Corporate Statecraft and the Repurposing of the Global Economy. FIIA working paper 117, septiembre de 2020. Disponible en: https://www.fiia.fi/wp-content/uploads/2020/09/wp117_the-emergence-of-strategic-

7 WINNEFELD, James A., MORELL, Michael J., ALLISON, Graham. «Why American Strategy Fails. Ending the Chronic Imbalance Between Ends and Means». Foreign Affairs, volume 99, n.º 6, 28 de octubre de 2020.

8 BREGOLAT, Eugenio. ¿Hacia una guerra económica entre EEUU y China?, Política Exterior, n.º 184,

9 GERSTEL, Dylan, SEGAL, Stephanie. «Allied Economic Forum, Lessons Learned». CSIS Brief, agosto de 2020,    p.    2.    Disponible    en: file:///C:/Users/Jose/Downloads/200805_Economics_AlliedForum_v5_FINAL.pdf

11 OLIER ARENAS, Eduardo. «Introducción. La dualidad económica Estados Unidos-China en el siglo XXI»,
Cuaderno    de    Estrategia    204    del    IEEE,    septiembre    de    2020,    p.    20.    Disponible    en: http://www.ieee.es/Galerias/fichero/cuadernos/CE_204_LaDualidadEconomicaEstadosUnidos-

12 BELLO, Walden. China’s Economy Is Powerful, But Deeply Vulnerable. Foreign Policy In Focus, 13 de febrero de 2020. Disponible en: https://fpif.org/chinas-economy-is-powerful-but-deeply-vulnerable. CITOWIKI, Philip. «Domestic vulnerabilities lie behind China’s aggressive expansion». The Interpreter, 14 de febrero de 2020. Disponible en: https://www.lowyinstitute.org/the-interpreter/domestic-vulnerabilities-lie-

13 DOMÉNECH VILLARINO, Rafael. «EE. UU. como potencia económica del siglo XXI», Cuaderno de Estrategia 204 del IEEE. La dualidad económica Estados Unidos-China en el siglo XXI, septiembre de 2020, p. 195.

14 Ver en PARDO DE SANTAYANA, José. «La revolución de Heráclito, todo fluye y nada permanece en el orden global multipolar». Documento de Análisis IEEE 5/2020. Disponible en: http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2020/DIEEEA05_2020JOSPAR_multipolar.pdf

15 MEADE, Walter Russell. «The end of the Wilsonian Era. Why Liberal Internationalism Failed». Foreign

16 JACQUES, Martin. Vídeo Why the Debate about Civilizations matters and Why the West is Silent.
Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=HHhSvqwhYpg

17 GOULD-DAVIES, Nigel. Presentación del Strategic Survey 2020, 20 de noviembre de 2020.

18 WINNEFELD, James A., MORELL, Michael J. ALLISON, Graham. «Why American Strategy Fails. Ending the Chronic Imbalance Between Ends and Means». Foreign Affairs, volume 99 n.º 6, 28 de octubre de 2020.

19 KHANNA, Parag. The Future is Asian: Commerce, Conflict and Culture in the 21st Century, Simon & Schuster, 2019.

20 LEE, Hsien Loong. «The Endangered Asian Century. America, China, and the Perils of Confrontation»,
Foreign Affairs, julio/agosto de 2020.

21 PARDO DE SANTAYANA, José. «Geopolítica de Asia, el nuevo centro de gravedad del mundo». Panorama Estratégico    2020    IEEE,    marzo    de    2020.    Disponible    en: http://www.ieee.es/Galerias/fichero/panoramas/Panorama_Estrategico_2020.pdf

22 «Decade Forecast: 2020-2030». Stratfor, febrero de 2020, p. 10.

23 LEE, Hsien Loong. Art. cit.

24 KISSINGER, Henry. Diplomacy. Simon & Schuster, 1994.

25 La estrategia de los 24 caracteres: «Observa y analiza con calma, afianza nuestra posición, afronta los problemas con tranquilidad, oculta nuestras capacidades, espera el momento oportuno y mantén un perfil bajo y nunca busques el liderazgo», data de 1990 y fue el legado que Deng Xiaoping dejó a sus sucesores y que sirvió como base de la diplomacia china hasta la llegada de Xi Jinping.

26 LEÑA CAÑAS, Juan (embajador). «Jiang Zemin y la emergencia de China como potencia económica».

28 PARDO DE SANTAYANA, José. «Confucianismo-leninismo en China». Documento de Análisis IEEE 01/2019. Disponible en: http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2019/DIEEEA01_2019PARDO- China.pdf.

29 DOÑATE, Mavi. «¿Se cree China la reina de un nuevo tablero mundial?» Documento de Opinión del IEEE
131/2020,       23       de       octubre       de       2020,       pp.       4       y       5.       Disponible       en:

30 ZURITA BORBÓN, Alfonso. «Características principales y peculiaridades de la economía china». Cuaderno de Estrategia 204 del IEEE. La dualidad económica Estados Unidos-China en el siglo XXI, p. 53.

31 KISSINGER, Henry. On China. Penguin Press, 2011.

32 PARDO DE SANTAYANA, José. «Geopolítica de Asia, el nuevo centro de gravedad del mundo». Panorama Estratégico 2020 IEEE, marzo de 2020, p. 153.

33  http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_opinion/2020/DIEEEO131_2020MAVDON_geopoliticaChina.pdf

34 EBERSTADT, Nicholas. «With Great Demographics Comes Great Power. Why Population Will Drive

35 Strategic Survey 2020. IISS, noviembre de 2020, p. 93.

36 DELAGE, Fernando. China, Eurasia y el Indo-Pacífico. Claves geoestratégicas. Ascenso del nuevo espacio Indo- Pacífico, Fundación Seminario de Investigación para la Paz, septiembre de 2019, p. 29.

38 PIQUÉ, Josep. Conferencia «Interpretar China a la luz de su historia». INCIPE, 15 de diciembre de 2020.

39 Strategic Survey 2020. IISS, noviembre de 2020, p. 123.

40 Ibidem, p. 118.

41 Ibidem, pp. 172 y 173.

42 PIQUÉ, Josep. «El Atlántico cede el paso al Indo-Pacífico». Política Exterior, 19 de noviembre. Disponible en: https://www.politicaexterior.com/el-atlantico-cede-el-paso-al-indo-pacifico

43 Strategic Survey 2020. IISS, noviembre de 2020, pp. 121.

44 Ibidem, pp. 122-123.

45. Strategic Survey. IISS, noviembre de 2020, pp. 126-128

46 RAFI, Huhammad Asad. «The Geopolitics of the China-India Conflict», ISPI, 16 de julio de 2020.

47 ALLISON, Graham. Destined for War: can America and China escape Thucydides's Trap? Mariner Books, Boston, New York, 2018.

48 Vídeo China's Rising Assertiveness. CSIS, noviembre de 2020. https://www.csis.org.

49 LAYNE, Chistopher. «The Return of Great Power War». Foreign Affairs noviembre/diciembre. MACMILLAN,

50 KENNEDY, Scott. «A Complex Inheritance: Transitioning to a New Approach on China». CSIS Commentary, 19 de enero de 2021. Disponible en: https://www.csis.org/analysis/complex-inheritance- transitioning-new-approach-china

51 Kaplan, Robert "A new cold war has begun", Foreign Policy, 7 de enero de 2019

52 MILLER, Scott, GOODMAN, Matthew P. «“Pivot 2.0” How the Administration and Congress Can Work Together to Sustain American Engagement in Asia to 2016». CSIS, enero de 2015. Disponible en: https://csis-website-prod.s3.amazonaws.com/s3fs- public/legacy_files/files/publication/141223_Green_Pivot_Web.pdf

53 Strategic Survey 2020. IISS, noviembre de 2020, p. 98.

54 ZURITA BORBÓN, Alfonso. Op. cit., p. 48.

55 

56 OLIER ARENAS; Eduardo. Op. cit., p. 31.

57 Strategic Survey 2020. IISS, noviembre de 2020, pp. 92 y 98.

58 LEÓN, Gonzalo, DA PONTE, Aureliano. «Desafíos para la Unión Europea en las redes de innovación y producción de comunicaciones móviles, semiconductores e inteligencia artificial», documento de investigación          08/2020    IEEE,    noviembre    de    2020.          Disponible    en: http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_investig/2020/DIEEEINV08_2020GONLEO_desafiosUE.pdf

59 Strategic Survey 2020. IISS, noviembre de 2020.

60 HAASS, Richard. «Repairing the World. The Imperative—and Limits—of a Post-Trump Foreign Policy».
Foreign Affairs, noviembre/diciembre de 2020.

61 RENNIE, David. «The World in 2021. Joe Biden’s in-tray is already overflowing». The Economist, 16 de noviembre de 2020.

62 FRIEDMAN, George. «From China to India». GFP, 2 de junio de 2020. Disponible en: https://geopoliticalfutures.com/from-china-to-india.

63 Rennie, David. art. cit

64 ALLISON, Graham. Entrevista virtual sobre el tema «Destined for War: Can America & China Escape Thucydides's Trap?», organizada por el Center for the Study of the Presidency & Congress. Disponible en:

65 Ver en PARDO DE SANTAYANA, José. «La revolución de Heráclito, todo fluye y nada permanece en el orden global multipolar

66 Kennedy, Scott, Art.cit

67 Rennie, David.art.cit


 

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