Ante los atentados terroristas, Afganistán abre paso a una nueva etapa que podría suponer una guerra interna en el país entre las diferentes facciones yihadistas

El Estado Islámico-Jorasán: la amenaza de la seguridad afgana

AFP/ NOORULLAH SHIRZADA / - Funcionarios de seguridad afganos inspeccionan las armas incautadas cerca de una casa dañada desde donde un grupo del Daesh disparaba proyectiles de mortero mientras otro grupo asaltaba una prisión, en Jalalabad el 4 de agosto de 2020

En las inmediaciones del aeropuerto de Kabul una explosión estallaba en uno de los accesos, concretamente en la puerta Abbey, sumiendo a la población que se encontraba en las instalaciones en el pánico absoluto. Posteriormente, un segundo estallido se detonaba a las afueras del aeropuerto, cerca del Hotel Baron ocasionando decenas de heridos y fallecidos al instante.

En un primer momento, era casi imposible cifrar el número de fallecidos y heridos que habían ocasionado dichas explosiones. De hecho, casi 24 horas después, la cifra de muertos sigue en aumento y los hospitales de Kabul no dejan de recibir a los afectados. Países como Estados Unidos, Australia, Reino Unido o Alemania ya habían advertido acerca del peligro de un posible ataque inminente en el aeropuerto de internacional de Kabul y habían pedido a la población afgana no acudir a las instalaciones. 

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Sin embargo, la desesperación humana por querer salir de Afganistán, ahora bajo el poder talibán y la incertidumbre llevó a que multitudes de personas siguieran agolpándose, intentando huir del caos. Como informaron desde la Inteligencia de varios países, los atentados se produjeron: dos inmolaciones casi instantáneas, es decir, un modus operandi ejecutado en múltiples ocasiones por el Daesh. Sin embargo, las diferentes potencias no se atrevían todavía a asignar una autoría oficial a los atentados.

Pasadas las horas, el Estado Islámico-Jorasán, una filial del Daesh asentada en el suelo afgano y férrea enemiga de los talibán, se atribuía la autoría de los hechos. Esta vertiente del Daesh se encuentra bajo las directrices de Shahab al Muhajir, también conocido como Sanaullah, experto al parecer en guerrilla urbana y cerebro de algunas de las operaciones más importantes ejecutadas por el grupo, según ha informado Europa Press. 

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Los orígenes del grupo se remontan al año 2015, momento en el que Abu Bakr al Baghadi lideraba la organización terrorista. La organización fue fundada en la región montañosa de Achin de la provincia de Nangarhar en el este de Afganistán, y es la única que ha logrado establecer una presencia estable, así como en la vecina región de Kunar.

En esta línea, el Estado Islámico Jorasán comenzó a hacerse fuerte a raíz de nutrirse de talibanes desencantados, procedentes tanto de Afganistán como de Pakistán.

En el 2016, momento álgido del grupo terrorista, se calcula que llegaron a agruparse entre 2.500 y 8.500 combatientes. Sin embargo, las continuas operaciones antiterroristas protagonizadas por el Ejército afgano, con el apoyo estadounidense, propiciaron que esta cifra se redujera a tan solo 2.000 en 2019.
Además, en el ejercicio entre los años 2015-2019, el EIIL-J perdió a seis de sus líderes, cuatro de ellos en bombardeos y los dos últimos tras ser detenidos.  

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Según ha publicado la ONU en su último informe del equipo de análisis y vigilancia de la ONU para las sanciones contra Al-Qaeda y el Estado Islámico, la filial del Daesh “se ha desplazado a otras provincias, como Nuristán, Badghis, Sari Pul, Baghlan, Badajsán, Kunduz y Kabul, donde los combatientes han formado células durmientes”.

El informe apunta que el grupo terrorista “ha reforzado sus posiciones en Kabul y sus alrededores, donde comete la mayoría de sus atentados, dirigidos contra minorías, activistas, empleados del Gobierno y personal de las Fuerzas Nacionales de Defensa y Seguridad Afganas”. 

Ante esta situación, ¿Qué podemos esperar del nuevo escenario de Afganistán tras la irrupción del EIIL-J? El profesor de la Universidad Autónoma y director  de Estudios Estratégicos e Inteligencia, Luis de la Corte, plantea a esta revista una serie de escenarios plausibles que pueden ocurrir dependiendo de la dirección que tome el país. 

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De acuerdo con el director, “las consecuencias de los ataques terroristas pueden ser el principio de una campaña de terror más prolongada”. “El Daesh no se puede permitir que los talibán proclamen un Emirato que no reconozca el Califato que defiende el Estado Islámico”, afirma.

“La acción terrorista del Daesh puede otorgar cierta legitimad a los talibán, con todo lo que ello implica (…) si los atentados del Estado Islámico se siguen sucediendo la Comunidad Internacional puede dar cierto rédito a los talibán. Ahora los talibán ya no tiene vuelta atrás” señala. 

Si Afganistán se convierte en un escenario de enfrentamientos entre los grupos yihadistas “los talibán pueden pedir ayuda a Al-Qaeda, quienes les dotaran de armas y operaciones, pero no se espera que el grupo insurgente cometa atentados porque entonces la opinión pública, así como la posición de algunos países sobre ellos iría en su contra”. 

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Respecto a las últimas declaraciones emitidas por Biden, de La Corte explica que “se cree que se podrá llevar a cabo acciones muy concretas contra objetivos terroristas muy estudiados y controlados (…) es muy improbable que Estados Unidos vuelva a desplegar sus tropas”.

Por otra parte, indica que la estrategia adoptada responde a “una estrategia del caos”, “lo que persiguen es sembrar el caos y así acentuar la dimensión interna del conflicto”. Un escenario posible es que esto sea una guerra civil entre grupos yihadistas”, como ya lo fue ante la salida soviética, “los talibán con el fin de mantener un apoyo internacional no van a querer cometer atentados contra la población y en zonas urbanas, a diferencia del Daesh”.  Del mismo modo afirma que estos atentados evidencian que los talibán “no controlan bien Kabul”.

Por otro lado, el hecho de que existan células durmientes del Daesh pueden ocasionar que “yihadistas de otras partes del mundo se movilicen y acudan a Afganistán para unirse a sus filas (…) existen células durmientes, no se sabe cuántas todavía”. 

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De esta forma, Afganistán enfrenta un nuevo escenario que recuerda a momentos pasados. Adoptar una estrategia del caos para sembrar el terror beneficia tanto a talibán como a yihadistas del Daesh. El Estado Islámico-Jorasán intentará derrocar al nuevo poder afgano a través de atentados que no parecen que vayan a ser los últimos. Por su parte, los talibán aprovecharan su posición para rendir crédito ante la opinión pública al ser posible que adopten estrategias alejadas del Daesh. De hecho, los últimos ataques terroristas han sido condenados fervientemente por los talibán, rechazando así las estrategias del autoproclamado Estado Islámico.

Si las células durmientes del Daesh despiertan aún más en el país, personas de otros países se unirán a sus filas, como ya ocurrió en la guerra siria, adoptando de esta forma una mayor magnitud y suponiendo un peligro para la seguridad occidental, al poder cometer actos terroristas fuera de sus fronteras.

Aún así, e independientemente de las luchas entre yihadistas, los civiles pasaran a ser, una vez más, los mayores damnificados dentro de un nuevo escenario de violencia y caos que no ha hecho más que comenzar. 

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